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Opinión

21 de Septiembre de 2013

Kitsch nacional

Vía diario El País de España Observando algunas de las expresiones visuales del fervor independentista catalán he confirmado una intuición: el kitsch es un rasgo tan definitivo del patriotismo como la sobreabundancia de banderas. El kitsch es el imperio de los aspavientos incontrolados de la emoción y la sensibilidad, de la desproporción entre la sustancia y el envoltorio, del […]

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Vía diario El País de España

Observando algunas de las expresiones visuales del fervor independentista catalán he confirmado una intuición: el kitsch es un rasgo tan definitivo del patriotismo como la sobreabundancia de banderas. El kitsch es el imperio de los aspavientos incontrolados de la emoción y la sensibilidad, de la desproporción entre la sustancia y el envoltorio, del subrayado insistente, del golpe de efecto seguro por encima de la sugerencia. El kitsch se define por comparación porque su naturaleza es derivativa y parásita. El kitsch es al arte lo que la margarina a la mantequilla, lo que el arcopal a la loza, lo que la novela histórica a la historia, lo que Isabel Allende al mejor García Márquez (no el que se parece a Isabel Allende), lo que Norman Rockwell a Edward Hopper, lo que los anuncios turísticos de la Junta de Andalucía a la realidad de Andalucía, lo que Joaquín Rodrigo a Manuel de Falla, lo que el hotel Alhambra Palace de Granada a la Alhambra de Granada.

El kitsch regala literalmente todos los estremecimientos y las recompensas del arte sin el estorbo de ninguna de sus exigencias. Elkitsch político promete la plenitud gozosa de lo colectivo sin los inconvenientes, las asperezas, las incertidumbres, las responsabilidades, los muy probables desengaños de la realidad vulgar, la ordinariez de las diferencias de clase. El kitsch es inseparable de la efusión nacional porque ésta consiste en la traslación a lo público de lo que en rigor pertenece al ámbito de las emociones privadas. El amor a la patria adquiere la vehemencia del amor a la madre. La comunidad de extraños que es el abrigo austero de la ciudadanía se caldea confortablemente para envolverlo a uno en la sagrada pertenencia a un pueblo. El kitsch nacional convierte los lazos objetivos de la ciudadanía en vínculos de sangre, creando un nosotros que será más compacto cuanto más arrecie la perfidia agresiva del enemigo exterior. En las ficciones del kitsch nacional, como en las delkitsch estético, la singularidad de las personas se disuelve en la pertenencia a grupos caracterizados de antemano y a los buenos se les reconoce tan de inmediato como a los malvados.

 

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