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Opinión

21 de Septiembre de 2013

La turbulenta historia de las barbas

Vía Marcianos Gracias a la herencia genética de mis padres, tengo una prominente y saludable barba multicolor estilo Chin Curtain, aderezada con un bigote tipo “Tizoc” que muy pocas veces dejo crecer. Me encanta mi barba y sé que aunque aquellos que son lampiños pongan como ventaja el hecho de que nunca tienen que afeitarse, […]

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Vía Marcianos

Gracias a la herencia genética de mis padres, tengo una prominente y saludable barba multicolor estilo Chin Curtain, aderezada con un bigote tipo “Tizoc” que muy pocas veces dejo crecer. Me encanta mi barba y sé que aunque aquellos que son lampiños pongan como ventaja el hecho de que nunca tienen que afeitarse, también sé que no pueden evitar sentirse celosos de la maravillas de poseer vello facial. Decididamente te hace ver más macho, protegen del polvo y de partículas contaminantes en el aire, son un excelente medio para quitar el estrés y las mujeres pueden pasar horas jugando con ellas. Pero no todo es miel sobre hojuelas, las barbas han tenido una historia mucho más problemática de lo que cualquiera pudiera imaginarse.

Viniendo en muchas formas, tamaños y colores, la barba es un rasgo prominente en la mayoría de los hombres que no se afeitan (y en ocasiones una que otra mujer – aunque es mejor no meterse ahí). Hoy en día, la pogonotrofia (la práctica de cultivar, hacer crecer y asear un bigote, barba, patillas o el pelo facial) está normalmente aceptada en la sociedad, pero en el pasado, dejarse crecer la barba podía causar un buen número de problemas. Dejar crecer el vello facial en el pasado podía hacerte pagar impuestos, ser un signo de rebelión en contra de la iglesia, o incluso podría hacer que te mataran.

Cuando menos, la eliminación del vello facial podía ser dolorosa. Los arqueólogos han encontrado evidencia de que los hombres comenzaron a afeitarse la barba hacia el 100,000 antes de Cristo. Sin embargo, las primeras navajas descubiertas por los arqueólogos datan del año 30,000 antes de Cristo, y estaban hechas de piedra. Así, afeitarse antes de la aparición de esas navajas era una prueba dolorosa. Aquel que requería un cutis sin vello tendría que recurrir a dos conchas de mar de forma que sujetara el pelo firmemente, y luego tirar como si fuera la vida en ello; un método que suena aún más preocupante que hacerse un tatuaje.

Las barbas estuvieron muy en boga en la sociedad griega, donde la barba sana era un signo de sabiduría y conocimiento. Pero Alejandro Magno llegó y cambió todo eso, por el bien de los militares. Obligó a sus soldados a afeitarse por temor a que un enemigo pudiera usar la barba de un hombre como un factor de desventaja en combate cuerpo a cuerpo. Pensó que tal vez un enemigo podría tomar la barba en un combate mano a mano, aunque sinceramente yo estaría más preocupados por el dolor de que alguien rasgara mi barba. Por el contrario, a los esclavos, que normalmente eran obligados a afeitarse, se les ordenó dejar crecer su barba.

Eventualmente la barba volvió a ponerse de moda, pero algunos gobernantes se opusieron a su presencia. En 1698, Pedro I de Rusia ordenó a sus cortesanos y funcionarios cortarse la barba. Para colmo de males, a veces, él personalmente afeitaba las barbas de sus nobles. Las personas que deseaban mantener sus barbas tenían que pagar un impuesto – 100 rublos cada año -, así como llevar una medalla que proclamaba “las barbas son un adorno ridículo“. Un impuesto similar fue aprobado por Enrique VIII de Inglaterra en 1535 – que, hipócritamente, continuó dejando crecer su propia barba. Es bueno ser el rey.

Por suerte para los clérigos ingleses, los sacerdotes ya mantenían sus rostros afeitados como un signo de su celibato. Por lo tanto, cuando la reforma protestante comenzó en el siglo XVI, los sacerdotes protestantes dejarían crecerían sus barbas en protesta de las viejas costumbres.

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