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Nacional

30 de Septiembre de 2013

Las últimas horas de Hernán Canales en Curanipe, el hombre que fue atropellado por el hijo de Carlos Larraín

En Curanipe todos recuerdan a Hernán Canales. Bonachón y bueno para los asados, se pasaba temporadas enteras trabajando el campo junto a su madre. El día anterior a ser atropellado por el hijo del senador de RN, Carlos Larraín, estuvo con sus amigos de infancia bebiendo en un bar y luego en las ramadas de Curanipe, un pueblo en el que todavía la gente intercambia teorías sobre lo que ocurrió esa madrugada. Tres días antes de morir, Canales había ido al cementerio a dejarle flores a su padre. Hoy está enterrado junto a él.

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Al mediodía del 17 de septiembre, Hernán del Carmen Canales Canales (39) salió de la verdulería de su hermana Rosa con dirección al cementerio de Curanipe. A ocho meses de la muerte de su padre, José Marcelino Canales, el ‘Nano’ quería visitar su tumba y dejarle flores.

Tres días después su historia tuvo un vuelco fatal. Hernán, que vivía en Santiago y se dedicaba a instalar alfombras, fue enterrado por su madre y toda su familia en el mismo nicho que visitó ese 17 de septiembre tras ser atropellado por Martín Larraín Hurtado, el hijo del senador y presidente de RN, Carlos Larraín.

Canales fue arrollado por el jeep Toyota de Larraín hijo en la madrugada del 18 de septiembre, de vuelta de la inauguración de las ramadas dieciocheras instaladas a un costado de la caleta de ese balneario de la región de Maule. El resto de la historia ya es conocida: Martín Larraín huyó del lugar mientras Canales agonizaba en la orilla de la carretera.

Su madre, desconsolada, aún recuerda los últimos días de su hijo, como cuando llegó a verla para pasar las fiestas patrias y sacrificaron un cerdito que le ocasionaba “puros problemas” en el campo para que Hernán friera chicharrones, que era uno de sus platos favoritos. Eso fue tan solo el día anterior al atropello.

Regalón

El quinto de los siete hijos de Juana Canales nunca fue bueno para el estudio. La señora Juana dice que siempre estuvo más preocupado del campo que de estudiar. Fue a la Escuela de Curanipe, igual que todos sus hermanos, pero solo llegó hasta octavo básico. “No quiso seguir”, recuerda.

La mayoría de sus hermanos fueron a colegios de enseñanza media a Cauquenes, pero él se quedó ahí. Se dedicó a trabajar en el campo familiar -ubicado en el sector Las Canchas, al suroriente del centro de Curanipe- y luego como obrero forestal en los bancos de aserradero cercanos.

“Era un cabro normal, como todo el mundo nomás. Se tomaba sus pencazos, pero no era odioso, na’ que ver. Era bueno pa’ la talla”, dice Carlos, amigo desde hace varios años.

Todos los que conocieron de alguna forma a Canales en Curanipe, hablan de una persona alegre y bonachona, fanático de los asados y empeñoso para trabajar en lo que fuera. “En el verano se venía casi los dos meses, ayudándole en el campo a la mamá”, cuenta su sobrino, Luis Concha.

Su viuda, Marisol Venegas, dice que era un buen padre, preocupado por su única hija. Trabajaba en lo que podía, como maestro, en la construcción o instalando alfombras, como hasta hace unas semanas.

De hecho, en la construcción fue donde conoció a Marisol, hace quince años. Su viuda recuerda que ambos trabajaban cerca, en una obra del sector Campanario, en Las Condes. “Me conquistó su simpatía”, recuerda Marisol. Fue así como se enamoraron y al tiempo nació su hija. Un año después se casaron.

“Siempre estuvo pendiente de su mamá, era bien regalón”, cuenta. Lo mismo señalan quienes lo conocían, que destacan que siempre volvía a acompañarla, tal como estos últimos días, hasta el atropello.

La semana anterior, Hernán Canales trabajó en la casa de una de sus hermanas en Santiago. Estaba empastando y terminando de arreglar el living de su casa, en Maipú. Pero el trabajo quedó a medias. “Iba a terminar los arreglos al volver del sur. Teníamos planeado hacer un asado para celebrar, como a él le gustaba”, se lamenta Orlando Gutiérrez, mostrando las fotos de su cuñado en el celular.

El 18 del Nano

El 17 de septiembre, bien temprano en la mañana, el “Nano” tomó desayuno en su casa y bajó en un colectivo junto a una tía hasta el centro de Curanipe. Traía un canasto de huevos, que la tía Salinda, vecina de su mamá, llevaba hacia el balneario.

Se fue directo a la verdulería Rosita, de su hermana del mismo nombre, donde la ayudó a atender a los clientes. El balneario estaba lleno de turistas por las fiestas. De ahí, al mediodía, se dirigió al cementerio, a dejarle flores a su padre. “Desde que murió mi papá estuvo muy preocupado por mi mami. Ese día como que usó esa excusa para bajar al pueblo y encontrarse con todos”, dice Rosa.

Como era costumbre cada vez que visitaba Curanipe, llegó a almorzar a la casa de la “abuelita Malvina”, una señora que lo cuidaba cuando era más chico y que junto a su esposo, Nano Gutiérrez, eran amigos de la familia. Malvina, muy afectada por lo ocurrido, no quiso hablar sobre el tema y sólo se remitió a decir que estaba muy triste. “Almorzó aquí el día anterior, pero me da mucha pena”, dijo a The Clinic Online desde la puerta de su casa.

Luego de ese almuerzo, Hernán regresó a la verdulería, después se juntó con amigos de la infancia y pasó unas horas bebiendo en el restaurant de don Germán Villa. Cuando ya era de noche, Rosa lo fue a buscar. Pero Hernán prefirió quedarse. “Me dijo que después se iría para la casa. De ahí lo vieron como a las 12 en las ramadas”, cuenta Rosita.

Carlos, su amigo, fue uno de los que estuvo con él la última noche. Dice que estuvieron “compartiendo” y que después, ya entrada la noche, lo vio durmiendo en una mesa de las ramadas de Curanipe. “De ahí parece que se refrescó un poco y caminó a la casa, ya bien tarde. Iba un poco tomado, pero bien para volver a la casa”, cuenta.

Según las pericias, Hernán caminó solo de vuelta a su casa en esa madrugada. Una situación que al parecer no era primera vez que ocurría. “A veces hacía eso, pero nunca pa’ estar en pelota como se ha dicho. No que yo sepa”, cuenta un amigo.

Rosa Canales dice que la alcoholemia estará en unos ocho días, pero que probablemente saldrá con algo de trago en la sangre. “Igual iba por el camino que tenía, iba bien. Si acá la culpa es de ese loco que lo atropelló y arrancó como un cobarde”, dice.

Curanipe conmocionada

La semana pasada en el balneario de la región del Maule prácticamente no se habla de otro tema. Todo el mundo maneja datos sobre el accidente que cobró la vida de uno de los suyos. Lo conversan en colectivos, en los almacenes y sobre todo al pasar frente a la verdulería de Rosita. La comunidad está impactada por la muerte del “Nano”, incluso más que con la muerte de un joven de 17 años, también atropellado esa mañana del dieciocho en un sector cercano.

De hecho, algunos pudieron ver el cadáver de Hernán antes que se llevaran el cuerpo porque Carabineros recién pudo levantarlo a eso de las 13 horas, desde la curva donde falleció. A unos quince metros del sitio del atropello, Canales fue sacado por varios efectivos entre las zarzamoras y la reja del terreno al que cayó.

Aunque no habían mayores rastros de sangre, el cuerpo sí evidenciaba el gran impacto que recibió: tenía las piernas quebradas y un corte en uno de sus brazos. Para sacarlo de ahí, los efectivos de Carabineros cortaron con un alicate el alambre de púas que quedó insertado en su espalda.

La autopsia de Canales señala que este murió por una anemia severa aguda, producida por el politraumatismo que le ocasionó el impacto con el jeep conducido por Martín Larraín.

La fiscalía afirma que el hijo del presidente de RN manejba el auto acompañado por Sebastián Edwards Grez y Sofía Fernanda Gaete Ramírez, y en el cruce de Quinta de Chile con la ruta M-80-N, ingresó a la berma e impactó a Hernán, quién venía caminando por el lugar correcto para los peatones.

Luego se dio a la fuga -siendo interceptado el día siguiente a la entrada de Cauquenes, avisado por un sobrino de la víctima- y sus acompañantes denunciaron que una camioneta doble cabina color blanco, y no ellos, atropellaron a un transeúnte, entregando información falsa. Una tesis totalmente contraria a la que dio el senador, quien señaló que su hijo se había entregado un día después para colaborar con la investigación.

La señora Juana, madre de Hernán, se lleva las manos al rostro cuando escucha esos detalles. No vio el cuerpo hasta que estuvo en el féretro, cuando lo velaron en su misma casa. Hasta allá llegaron casi 300 personas, incluso gente de Santiago que viajó para enterrarlo, cuenta Orlando Gutiérrez, su cuñado.

Esa noche, durante el velorio en el campo de los Canales, la familia se enteró que el testimonio de los dos testigos del accidente era falso. Hasta la casa llegó un detective amigo, quien le reveló a un grupo de familiares que los restos del accidente correspondían a una camioneta o jeep color mostaza, antiguo, y no la camioneta blanca doble cabina que supuestamente vieron Edwards y Gaete.

Hasta ahora no se sabe qué hizo Larraín el día que estuvo prófugo hasta intentar salir de la ciudad sin dar cuenta del accidente. En las cabañas cercanas a Curanipe, en el sector de Peuño, donde supuestamente alojó, nadie se hace cargo y los rumores también vuelan. Que pagaba al contado con un fajo de billetes, que manejaba rajado en su jeep color mostaza y que el día del accidente andaban cuatro personas en el vehículo y no tres como se conoce hasta ahora.

Pero nadie vio nada, nadie los alojó. Dicen que los carretes se multiplicaron en la zona durante las fiestas y habían tantos turistas que no pueden dar cuenta si era él el que estaba con ellos. Nadie se quiere complicar hablando del accidente que conmociona al pueblo.

Misericordia

Una semana después del accidente, Rosa Canales recibió una llamada por teléfono que la alertó que estaban hablando de Hernán en la tele. Está sola atendiendo en su verdulería, pero aprovecha que no hay nadie comprando para ir tres locales más al norte al restaurant Donde Carlos, a sintonizar el matinal de La Red. En la pantalla aparece el perito Juan Francisco Pulgar, que explica con una pizarra los detalles del atropello.

Rosa observa sin comentar lo que hablan en el estudio, con las manos sobre sus rodillas. En el restaurant todos dejan de hacer lo que hacían para poner atención al televisor. También se suman unas señoras que pasaban por el lugar. Todas miran atentas el relato del crimen de Hernán en la tele.

Antes de sentarse a ver el programa, Rosa dice que ha sido todo un martirio esclarecer la muerte de su hermano. Cuenta que sólo el lunes pasado, recién tres días después de su velorio, el alcalde de Curanipe se acercó a darle el pésame. También cuenta que nadie ha llamado para ofrecer ayuda, aún cuando la muerte de su hermano menor se transformó en noticia nacional.

Mientras ordena lechugas y zanahorias en su local, comenta: “ojalá esto se acabe luego y se haga justicia por lo que ocurrió. Uno de los niños, en el juzgado, se acercó a pedir disculpas, pero eso de qué me sirve a mi, si mi hermano estaba lleno de vida, tenía una hija que quedó sola”.

Rosa guarda celosamente una carpeta donde tiene los papeles del acta de defunción de Hernán y la autopsia, más algunas copias. Ahí muestra que el doctor de turno acreditó una anemia severa aguda, producida por el politraumatismo que ocasionó el atropello. Cuenta que no murió instantáneamente, por lo que alguien pudo haberlo ayudado en esos minutos antes que falleciera. La sensación de injusticia y de saber que se intentó engañar a la justicia y a ellos sobre las verdaderas causas da la muerte de su hermano la tienen afectada. Todo ha sido muy rápido.

Ahora mira el reporte del programa de TV en silencio, sin hacer comentarios. Nadie los hace hasta que aparecen las declaraciones del senador Larraín, del día martes 23 de septiembre, una semana después de que su hijo atropellara a Hernán. El presidente de RN pide “misericordia” y en ese mismo momento, Rosa levanta la mano y reclama frente a la pantalla. “Está mintiendo ese señor. ¿Quiere que tengan misericordia con ese cabro si él dejó botao a mi hermano después de atropellarlo? ¿Y quién tiene misericordia con nosotros? Ya va una semana y nadie responde por nada”.

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