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Opinión

16 de Febrero de 2014

Peña: “Que las fronteras son al país como los miembros del cuerpo es una tontería que convendría ir abandonando”

En su columna de El Mercurio el académico Carlos Peña asegura que la noción de que el territorio nacional es único y apegado al cuerpo de cada uno de los ciudadanos que habitan Chile, es algo que debiera ir cambiando. Y debe modificarse, ya que nuevos elementos como el mercado, la técnica y la propia globalización han morigerado los sentimientos nacionalistas que vienen desde las guerras del Siglo XIX. Éstas que permitieron la creación de un sentimiento patrio que nos hace sentirnos distintos al resto de los países de la región. En suma, señala Peña, los límites con Perú y Bolivia no son una suerte de juguete regalón que nunca se puede regalar: "cuando mira al pasado guerrero, ella se aferra a los límites como a un fetiche; cuando se detiene en el presente, sabe que ellos ya no son lo que fueron, ni valen lo que valieron.

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¿Tiene sentido mantener un conflicto con Perú, o con Bolivia, a propósito de las fronteras?

Así comienza hoy la columna de Carlos Peña en el cuerpo de Reportajes de El Mercurio. El académico apunta a que los límites no son algo estático, sino eventualmente móviles.

“Como sugiere Góngora, en su Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX , la nación chilena se configuró al compás de la guerra, entre ellas la del Pacífico. Y esa configuración no fue sólo simbólica. La guerra por las fronteras estimuló la migración (las masas alistadas en el Ejército casi no volvieron a sus lugares de origen); racionalizó y burocratizó al Ejército (y por esa vía al Estado), y generalizó la idea de que Chile era una comunidad atada a un territorio y unida por la sangre (si no la sangre de los ascendientes, sí, en cambio, la derramada)”, escribió.

En ese sentido, indica, quizás “una de las ventajas de Chile respecto del resto de la región derive de esos hechos”.

Asegura que posterior a los conflictos ya mencionados, Chile vivió una rápida modernización de sus instituciones, tanto las morales como las represivas, creó un amasijo de prácticas colectivas hasta hoy indisolubles, en el ideario simbólico nacional.

“Los mayores grados de institucionalidad, la temprana modernización del Ejército, el más intenso respeto por las reglas y la más rápida consolidación del Estado, y también de la Iglesia, pueden estar vinculados a ese fenómeno. La guerra por las fronteras galvanizó un sentido de comunidad y ordenó retrospectivamente la historia: todo lo acontecido comenzó a leerse entonces como si le hubiera ocurrido a un solo sujeto: la nación chilena”, insistió.

Peña reflexiona si el hecho de ceder parte del hito 1 con Perú o ceder frente a la demanda Boliviana de salida al mar implicaría negar esa guerra, los muertos, el pasado y la memoria nacional.

“Si ahora -podría concluirse- después de un siglo, el Estado de Chile se mostrara flojo o renuente a la hora de defender esas fronteras; si con el pretexto de que lo que queda en disputa luego del Fallo de La Haya no es más que un retazo, se le abandonara; si en virtud de la hermandad latinoamericana se cediera frente a Bolivia, ¿acaso ello no equivaldría a negar esa historia en torno a la cual la identidad colectiva se construyó?”, insistió.

Pese a lo anterior, Peña sostiene que la mirada sobre este fenómeno es móvil, “porque lo que ocurre es que hoy día la idea de identidad nacional se ha modificado muy radicalmente”.

A su juicio hay varios elementos: el mercado, por ejemplo, la reivindicación mapuche

“El intercambio comercial y la técnica han hecho más por borrar las fronteras que cualquier ofensiva guerrera, y más por construir vínculos entre los países que cualquier iniciativa ideológica o sueño utópico. Por supuesto, sería una ilusión creer que la economía global será seguida por una identidad igualmente global, por un cosmopolitismo que borre todas las identidades…”, apuntó.

Sin embargo, reconoce que más allá de lo anterior, “no cabe duda de que el fenómeno transforma en un anacronismo la reducción del sentimiento nacional y de la propia identidad a la defensa irrestricta del territorio y de los límites”.

Y siguió: “En otras palabras, la idea de que las fronteras son al país como los miembros del cuerpo a la propia identidad personal es una tontería que convendría ir abandonando. Y, así, quizá la política de cuerdas separadas que llevó adelante Piñera no sea del todo insensata. Y la voluntad de negociar con Bolivia que debiera tener Bachelet tampoco”.

En suma, señala Peña, los límites con Perú y Bolivia no son una suerte de juguete regalón que nunca se puede regalar: “cuando mira al pasado guerrero, ella se aferra a los límites como a un fetiche; cuando se detiene en el presente, sabe que ellos ya no son lo que fueron, ni valen lo que valieron”.

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