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Opinión

4 de Marzo de 2014

Genealogía de La Derecha in Wonderland

* “Aquí la gerencia es de derecha”, informó don Andrés a una mujer joven y de buena familia, que contrató de secretaria en la compañía vitivinícola chilena más destacada en el mercado mundial. Fue a fines de los ochenta. Cuando la secretaria quiso aclarar si su apellido materno del gerente era “Santamaría” o “Santa María”, […]

M. E. Orellana Benado
M. E. Orellana Benado
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“Aquí la gerencia es de derecha”, informó don Andrés a una mujer joven y de buena familia, que contrató de secretaria en la compañía vitivinícola chilena más destacada en el mercado mundial. Fue a fines de los ochenta. Cuando la secretaria quiso aclarar si su apellido materno del gerente era “Santamaría” o “Santa María”, él le respondió estupefacto: “Separado, ¿cómo se le ocurre? Junto es de roto”.

La capacidad de discriminar entre los apellidos caracterizó a la burguesía chilena. Al menos hasta hace poco. Como en el Ancien Régime, hay tres “estados” o clases de apellidos. Primero, el puñado de apellidos que siempre son buenos apellidos. Entre ellos destacan Alessandri, Bulnes, Cox, del Río, Edwards, Eyzaguirre, Fernández de Castro, García de la Huerta, Izquierdo, Huneeus, Lyon, Matte, Philippi, Riesco, Undurraga, Vial, Viel e Yrarrázabal.

Luego están los muchos apellidos que llevan una vida doble. Es decir, los apellidos que unas veces son decentes (cuando tienen detrás otros apellidos que siempre son buenos) y otras veces son solo apellidos. Por ejemplo, Aldunate, Barros, Bascuñán, Cruz, Donoso, Figueroa, Martínez, Orellana, Orrego, Palma, Pereira, Peña, Pinto, Prado, Moreno, Rioseco, Rodríguez, Ruiz-Tagle, Sánchez, Silva, Stevenson, Valdés, Varas y Vergara.

Correa es el paradigma del apellido de vida doble. Si se trata de los descendientes de Nicolasa de Toro y Dumont de Holdre, nieta mayor de Mateo de Toro Zambrano y Ureta, cuarta condesa de la Conquista, que casó con Juan de Dios Correa de Saa y Martínez, edecán de Bernardo O´Higgins, es una cosa. Son los Correa y Toro, y sus descendientes, para siempre encumbrados. Otra cosa es si se trata de los Correa Albano, y los suyos.

“A la finale” está la inmensa mayoría de los antiguos apellidos chilenos. Los que siempre son solo apellidos. “Por ser”, Abarca, Aburto, Alarcón, Aguilera, Ahumada, Araneda, Aros, Astete, Astudillo, Ávila, Basoalto, Bozo, Carmona, Cereceda, Cornejo, Díaz, Durán, Espinoza, Farías, Flores, Fuentes, García, Godoy, Guajardo, Inostroza, Jofré, Quintana, Quiñones, Machuca, Mateluna, Maturana, Morales, Moreira, Muñoz, Nuñez, Olmedo, Ortega, Ormeño, Osorio, Otárola, Padilla, Parra, Piña, Quezada, Rebolledo, Reveco, Rojas, Santelices, Sepúlveda, Soto, Valverde, Vargas, Vásquez, Verdugo, Zamorano, Zapata, Zárate y Zúñiga.

Una tragedia ocurrida hace siglo y medio, el incendio de la iglesia de la Compañía (de Jesús), ubicada donde luego se construyó el edificio del antiguo Congreso Nacional en Santiago, es parte de la explicación. Habían transcurrido solo veinte años del primer regreso de la orden a Chile (1843), luego de su expulsión por Carlos III de España en 1767. Buscando consolidar el culto del Mes de María, el clérigo Ugarte había engalanado el templo con arañas de cristal y centenares de velas de parafina, lámparas a gas, cirios, guirnaldas y adornos de papel para el ocho de diciembre de 1863, fiesta de la Inmaculada Concepción. Era la iglesia predilecta de la clase alta santiaguina, y para la última misa del día estaba repleta de gente.

Cuando se inició el fuego, los fieles huyeron hacia la única salida. Muchos tropezaron en las alfombritas que usaban las beatas para sentarse en el suelo. En esos días las mujeres no se sentaban en los bancos de las iglesias. Una muralla de cuerpos condenó a morir en las llamas a quienes no lograron salir en el primer momento. Fueron entre dos y tres mil personas. Murió el equivalente, por lo bajo, a cien mil personas con la actual población de la capital.
La noticia fue portada del “Harper’s Weekly. A Journal of Civilization” en Nueva York el 30 de enero de 1864. La tragedia estrechó los lazos de consanguineidad en la elite señorial y comercial del Valle Central. Quedaron muchas menos “personas decentes” disponibles para contraer el sagrado vínculo.

Los masones, ni cortos, ni perezosos, aprovecharon la oportunidad para dar un golpe que hubiera hecho sonreír al Dr. Goebbels, el ministro de cultura y propaganda nazi. Fundaron el cuerpo de bomberos de Santiago. Donde los fieles que acudían a oír a los curas en la iglesia morían en las llamas de este mundo, los “caballeros del fuego” sí luchaban por salvarlos. Elija usted qué prefiere. Así, hace siglo y medio, se mostraron por primera vez los colmillos las dos almas de la Derecha: la beata y la liberal. Es decir, en términos de hoy, S.E. y don Carlos Larraín Peña.

La federación de los apellidos que son siempre buenos y de los apellidos de vida doble, pero decentes, son el corazón de la Derecha. Son los descendientes de quienes tuvieron papeles estelares en la creación de riqueza material entre mediados del siglo XVIII y fines del siglo XIX. De un lado está la aristocracia castellano-vasca, cuya riqueza surgió de la agricultura y el comercio. Su niño símbolo es el Conde de la Conquista, que remató la Hacienda de la Compañía (de Jesús), luego de la referida expulsión, y creó el primer mall que tuvo Santiago: la Casa de Piedra o Casa Colorada (¿pa’ ke kreí qué eran las seis puertas en la facha’? Pa’ vendel su producto, of course).

Del otro, la riqueza minera representada por José Santos Ossa Vega y Luis Cousiño Squella, que asoció el nombre de su familia al vino. A fines del siglo XIX, con un tatarabuelo de los hermanitos Jocelyn-Holt Letelier de presidente, por fin, “los siúticos ingresaron al gabinete”. Con S.E., a comienzos del siglo XXI hicieron lo propio “los nuevos siúticos”, los del retail.

De ahí el aplomo de la Derecha. La íntima convicción que sus antepasados, cuyas biografías se confunden con la historia nacional, fundaron Chile. No se necesita ser Karl Marx para entender que un gran patrimonio material deja rastros jurídicos y de otros tipos que duran varias generaciones. También es ese el origen de su belicosidad. Están acostumbrados a ordenar. Es decir, a poner a los demás en su lugar y hacerlos trabajar de manera productiva.
Ah, me olvidaba, “aristocracia castellano-vasca”, “burguesía”, “de buena familia”, “clase alta”, “gerencia”, “Derecha” y “apellido decente” son sinónimos en Wonderland. Este es, o era, el secreto, no “de la montaña”, sino del Valle Central.

*Consultor. Su libro más reciente es
“Enriquecerse tampoco es gratis. Educación, modernidad y mercado (
Editorial Usach, 2013)

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