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Opinión

8 de Abril de 2014

Azótame

Una prostituta debutante confiesa la demanda de su primer cliente: “chúpamelo y tócame el poto”. Con sorpresa y algo de risa relata como frente a una oferta tan atractiva como “hazme lo que quieras”, sus clientes prefieren con cierta recurrencia, la sodomización pasiva en el ring. Confesión que me recordó dos situaciones curiosas. Primero, la […]

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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Una prostituta debutante confiesa la demanda de su primer cliente: “chúpamelo y tócame el poto”. Con sorpresa y algo de risa relata como frente a una oferta tan atractiva como “hazme lo que quieras”, sus clientes prefieren con cierta recurrencia, la sodomización pasiva en el ring. Confesión que me recordó dos situaciones curiosas. Primero, la historia de una revuelta en Barbados en 1838, donde los esclavos liberados un año antes, reclaman la vuelta del Amo. Ante la negativa de éste, lo asesinan junto a su familia. Segundo, el éxito de “Las Cincuenta Sombras de Grey”, un libro penca, pero que con la pretensión de canalizar la perversión reprimida de la dueña de casa, la rompe.

Lo que se repite en las tres situaciones anteriores es la revelación de cierto gustillo humano por el sometimiento. Cada cierto tiempo, nos sorprendemos ante historias de maltrato donde la víctima decide quedarse ahí, o ante revoluciones fallidas en que los libertarios van en busca de un nuevo líder, aunque sea de otro color. En el plano personal, cuántos de nosotros hemos quedado perplejos ante la imposibilidad de salir de una relación tóxica, donde vemos a todas luces que no nos quieren; o bien nos vemos cayendo en excesos químicos donde terminamos sometidos a nuestro torturador interno. Es difícil reconocer – sin culpar a otro – que cada tanto, habita en nosotros un bienestar en el mal.

El escritor francés Etienne de La Boetie en 1576, nombra como servidumbre voluntaria la inclinación humana por la esclavitud. A través de sus observaciones respecto de Roma y Egipto, desenmascara el servilismo del pueblo con quienes los dominan y maltratan; explicando desde ello el fallido de la revolución política. Por su parte Sade y luego Freud, incorporan el componente erótico del gusto por el masoquismo. Todos ellos apuntan a un punto opaco y negado por la cultura: cierta satisfacción en el sometimiento. Posiblemente negado porque contradice todos los ideales del hombre del racionalismo y voluntarismo. Es decir, va contra ese que prometemos ser todos los lunes en la mañana: el que dejará el alcohol, comenzará la dieta, será mejor persona y enfrentará a ese jefe sádico por fin. Y que con suerte llega arrastrándose el jueves por la noche…

Bajo distintas versiones – algunas más sublimadas otras más torcidas – todos buscamos cada tanto ser gozados en posición de objeto. Es decir, nos ofrecemos a algo u a otro en un “Haz lo que quieras conmigo”. Una manera de acercarse a esto es a través de la fantasía. De ahí, el éxito del libro soft porn para mamis. Si “Las Cincuenta Sombras de Grey” es un libro que se puede leer en la peluquería, es porque se trata de una versión del masoquismo que no es amenazante. Primero, porque la sometida es una mujer. Si bien la pasividad es una fantasía para ambos sexos, está mucha más reprimida del lado masculino. Segundo, porque la chica – supuestamente sometida – logra tomar el control del Amo, enamorándolo. Es decir, no es más que un Corín Tellado postmoderno. Posiblemente una versión del Sr. Grey poderoso, pero dividido por su deseo de ser penetrado, hubiera sido más oscura y menos comercial.

Otra manera de tramitar el goce masoquista, es la de las llamadas “almas bellas”. Me refiero a esas subjetividades que siempre se sienten víctimas de otro, o de alguna circunstancia. Es cierto, que hay situaciones donde hay abuso y se es víctima, sin embargo hay quienes se identifican crónicamente al lugar de mártires. Encontrando inconscientemente satisfacción en su sometimiento al malestar, pero culpando a otro de ello.

Otra forma de vivir el masoquismo, es gozarlo como espectador. Ya sea jugando al rol del sádico que testimonia el sufrimiento de otro. O bien, como público de la violencia como espectáculo. Ahí la oferta es amplia, tenemos desde el reality show hasta la película de guerra.

¿Pero qué hacemos socialmente frente a este oscuro detallito humano? Históricamente negarlo, psicopatologizarlo o sancionarlo moralmente. En la Grecia antigua, el deseo de pasividad ya era normado. Los hombres adultos que se ubicaran en posición pasiva frente a su amante más joven, dejaban de ser considerados ciudadanos. La interdicción moral se instalaba en este punto, con el fin de limitar el rol político de aquel que no se situara del lado de la dominación. Hoy no diferimos tanto, ya que el poder se encuentra fetichizado, es decir sobrevalorado. Es hacia allá donde todos debiésemos caminar. Si no se tiene poder, uno es considerado incompleto, en vías de, o sencillamente un perdedor. La dignidad también funciona como límite a este goce masoquista. Por ejemplo, los excesos y el mal de amor son acusados de actos indignos.
La sociedad con justa razón regula este goce que nos habita y que a veces nos devasta, ya que somos vulnerables, tanto en la erótica como en la política, al gesto infame del abuso. El crimen es justamente el aprovechamiento del corruptor de este rasgo humano. De ahí que acordamos penalizar ciertos goces, como la pedofilia, la explotación sexual infantil, la violencia doméstica. Y patologizar ciertos excesos mortíferos, como el abuso de sustancias, u otras prácticas compulsivas.

Si bien la regulación es una necesidad para mantener a raya el gusto por el sometimiento humano, el excedente de esta operación es la dicotomía del mundo. Dividiéndolo en buenos y malos, víctimas y victimarios. Cuestión que por ejemplo, en la política genera retroexcavadoras, héroes y villanos. Dicotomía que además exalta e idealiza el poder. Pero ¿debiésemos todos buscar la dominación como meta? Creo que los efectos de ese imperativo genera violencia y frustración.

Por último me pregunto ¿qué hacer con ese resto de goce pasivo que insiste en nosotros? ¿Hay alguna manera que no implique someterse a un Amo o vivirlo de algún modo retorcido? Muchos han vivido el placer de perderse, de soltar todo, algunos en la experiencia de la droga, otros en el amor loco, otros en el fulgor de una marcha. Sin que eso los lleve a degradarse o victimizarse. Hay una idea interesante que circula hoy, y que tiene que ver con el reconocimiento del masoquismo como posibilidad de establecer nuevas formas de relacionarnos. Subvirtiendo la idea de que sólo a través del poder nos realizamos. Pero queda siempre el problema de que si es posible o no, ceder el poder, extraviarnos de cuando en cuando, con la confianza de que no seremos explotados.

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