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Opinión

12 de Junio de 2014

Rosita Ferrada, 70 años, profesora de educación física: “En Cuba nadie me dijo asesina”

Este testimonio forma parte de un reportaje de Verónica Torres para la revista The Clinic del 27 marzo 2008, donde se reunieron cinco experiencias de distintas mujeres que se habían practicado un aborto en Chile.

Archivo The Clinic
Archivo The Clinic
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Rosita Ferrada 01

Con mi compañero nos unimos a la antigua: nos casamos y vivimos ocho años en La Habana. Éramos de las juventudes comunistas y nos fuimos en los albores de la revolución de Fidel. Teníamos un departamento en el cuarto piso sin escaleras donde todos los vecinos nos ayudábamos. Me acuerdo de la Daisy que tenía cuatro hijos y cuando yo estaba complicada se quedaba con los míos que eran dos. Siempre me decía “aquí ningún niño molesta” y yo se lo agradecía porque estaba sin familia, y estudiaba educación física.

Ahí aprendí a hacer esas pizarras humanas que hacen los chinos. Me ubicaba en el medio, y era tan hermoso porque dejabas de ser individual y pasabas a formar parte de un colectivo que componía la figura. Más encima usábamos unos pliegues de papeles que sacábamos en la altura para que la muralla tuviera colores: verde, amarillo. Nos quedábamos todas las noches ensayando. Bailaba tarantela, saltaba el caballete, trabajaba con pelotas, con sogas, con clavas. Tenía los mejores profesores. Había una checa que siempre trataba de mover los hombros como las cubanas. Pero no estaba en sus genes. Lo divertido era que mis hijos aún teniendo papás chilenos eran buenos para bailar. Yo creo que el ritmo se les pegó de tanto caminar por el suelo.

Fueron épocas muy buenas, entonces, me embaracé y eso que usaba la “t”. Un día sentí que no la tenía y fui al hospital del barrio, pero cuando me examinaron me confirmaron mis sospechas. Conversé con mi marido y le dije “sabes, no quiero tener este hijo”, “no lo tengamos”, respondió. Nosotros sabíamos que no podíamos con tres. A mí no me daba el cuero: salía a las seis de la mañana, los iba a dejar al jardín y en la tarde los retiraba. Además, estaba sola y no le podía decir a mi mamá “quédate con ellos”. Tenía que rasgármelas con mis uñas y yo sabía que con dos podía apechugar, pero con otro más no. Por algo tenía la “t”. No era una cabeza loca. Me había preocupado de tener mis métodos anticonceptivos, y como en Cuba el aborto era legal me operé: nadie me dijo asesina, nadie me traumatizó, nadie cuestionó mi decisión. Días después ya estaba de vuelta en mi trabajo. Les hacía clases de gimnasia a unas niñitas que habían sido prostituidas en los tiempos de Batista, cuando Cuba era un burdel para los gringos, porque había casinos y muchos marineros. Con mi marido nunca más hablamos del tema. Nosotros vimos el aborto como algo natural. Allá era un derecho y yo fui tratada como una ciudadana íntegra, que cuando decide una cosa se le respeta. Por eso, no siento remordimiento. Y ahora que trabajó con mujeres en el Memch y las escuchó, a muchas de ellas sus propias madres les gritan “asesinas” aparte de todo lo que tienen que hacer para abortar. En Conchalí varias mujeres me dijeron que ellas le pedían al Pedro, que era un tipo que tenía una moto, que les diera una patada para abortar: se ponían de espalda mientras él encendía la moto y ¡pum! le pegaba una patada en los riñones. Y claro tu decís “que brutal” pero él las estaba ayudando a resolver sus problemas.

Antes, las mujeres que tenían 12 hijos le llamaban al aborto el “remedio”. Es que no podían tener más niños y así se aliviaban. Yo creo que eran sabias, y estoy segura que no recoger la sabiduría de la gente es lo que nos hace llegar a las aberraciones de hoy. Imagínate ahora que nos prohibieron la píldora. El otro día fui a protestar y me sentí de diesciete años nuevamente, porque me encontré rodeada de estudiantes al medio de la calle escuchando como gritaban “¡¡¡chileno, chilena, sale a la calle a protestar para que tus hijas no tengan que abortar’!!!” Eran gritos tan creativos como cuando les decían si no hay píldora entonces “¡sexo anal!”. Es que todo esto es una frustración tan grande. Es como estar en la Edad Media. Si son diez personas las que deciden y este tribunal es un instrumento que está por sobre el bien y el mal. ¿Y si se rompe el condón? Nosotros fuimos jóvenes y la juventud no lo tiene todo planificado. Hay que tener las herramientas para reparar los errores. No porque no tengan la píldora van a dejar de tener relaciones. Yo pienso en los parlamentarios que se metieron en esto y digo “claro, la vida que llevan” con diez niños y varias empleadas de sobra. Si para eso quieren nacimientos, para que existan más pobres que les trabajen gratis. Las mujeres me dicen “es que son enfermos”. Yo tampoco me explico su pensamiento, pero creo que para ellos el cuerpo es pecado y todas las que hemos abortado tendríamos que irnos a la hoguera.

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