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20 de Enero de 2024

Duelo por aborto involuntario: un tabú que ha escondido el sufrimiento femenino por años

Ilustración: Camila Cruz

Un test positivo, la ilusión de convertirse en madres y una pérdida en medio de una bomba de cambios neurohormonales. El 25% de las mujeres con conocimiento de su embarazo pasa por un aborto no voluntario y se producen 23 millones de abortos espontáneos cada año en el mundo. Recordando sus dolorosas experiencias, distintas mujeres rompen aquí el silencio para hablar sobre un tema que la sociedad resiste. La circunstancia implica sexo, sangre y muerte, y somete a las mujeres a un cuestionamiento de la funcionalidad de su cuerpo ante una sociedad cuyos roles de género siguen siendo biologicistas.

Por Paula Domínguez Sarno

Con 27 años, María Ignacia trabajaba como psicóloga en un colegio en la comuna de Recoleta. Un día, al ir al baño vio sangre en su calzón. Semanas antes, esperaba la llegada de su primer hijo, pero le habían diagnosticado un embarazo ectópico, por lo que esperaba tener un aborto espontáneo. Al ver la mancha en su ropa interior ese día, se fue a su casa, donde comenzó a sentir un fuerte dolor en el vientre, luego a la clínica y terminó con una operación de urgencia en la que perdió una de sus dos trompas.

Ese fue el primero de los cuatro abortos que ha tenido. “Una ve el test y te cambia la vida, automáticamente”, afirma María Ignacia, once años después de su primera pérdida. “Si bien yo siempre sentí que mi marido estaba al lado y todo, creo que esa transformación la vive solamente una mujer. Siempre lo he dicho, es el duelo más solitario que puedes tener”.

“El cambio en la mujer comienza con ese test positivo”, explica la psicóloga especializada en duelo gestacional y perinatal, María Ignacia Lagunas. “Porque ahí ya empezaste a proyectar, generar expectativas, trabajar en proyectos a futuro. Y cuando ocurre el aborto espontáneo, se quiebra todo eso”. Por esto, las semanas de gestación no son un indicador para medir el tipo de duelo, su duración o intensidad.

El 25% de las mujeres con conocimiento de su embarazo pasa por un aborto no voluntario y se producen 23 millones de abortos espontáneos cada año en el mundo, por lo que en los 15 minutos que toma leer este reportaje, más de 600 mujeres pasarán por esta pérdida. Sin embargo, el tema sigue siendo tabú y quienes lo viven no conocen muchas otras historias. Hasta que les pasa.

La diferencia de esta con otras pérdidas es que ocurre dentro del cuerpo de la mujer, convirtiendo a su útero en la escena de un trágico accidente cuyos restos escapan por su canal vaginal para mostrarse como una mancha de sangre en su ropa interior. O en las sábanas sobre las que alguna vez, con el sueño de ser madre, descansó. O en la pantalla del monitor de un box junto al aliento tecnicista de un ecógrafo. O bajo la luz encandilante de un pabellón.

La psicóloga clínica especializada en Salud Mental Perinatal, Paz Bravo, afirma que el hecho de que durante el aborto la pérdida ocurra en el cuerpo de la mujer, es relevante. “Muchas veces, la mujer constata su pérdida cada vez que va al baño”, explica y hace la diferencia con otros duelos. “Y es un momento íntimo, eso no suele compartirse con nadie”.

El secreto del primer trimestre ante el temor de un aborto

Se estima que el 80% de los abortos ocurren en el primer trimestre del embarazo. Por esto, muchas mujeres no lo cuentan hasta pasado este tiempo. “Antes de las 12 semanas hablamos de aborto espontáneo, pérdida o inviabilidad”, explica la gineco-obstetra especializada en Salud Sexual y Reproductiva, Dominique Truan. “Hasta las 20 semanas es aborto y sobre las 20 semanas, la ausencia de latidos o muerte fetal es óbito fetal”.

Macarena Garcés (37) tiene dos hijos y cuando el menor tenía solo unos meses, quedó embarazada del tercero, noticia que celebraron junto a su esposo. A la séptima semana supo que su guagua no tenía latidos. “Tenía el saco, pero no había nada adentro”, cuenta Garcés. “Botarlo de forma natural” o hacerse un “vaciamiento”, explica que fueron los términos clínicos que suelen utilizar en casos de aborto. Eligió lo primero.

“No tenía ninguna experiencia cercana, a pesar que después te vas dando cuenta de que hay mucha gente alrededor tuyo que sí la tiene”, dice Macarena. “Era cuático pensar, no sé, tomar lo que saliera. Ni siquiera sabís lo que va a salir o cómo va a salir, ¿cachai?”, explica. “Era brígida la escena de pensar: cuando lo bote, ¿agarrarlo del guáter?¿Tomarlo desde el guáter? ¿Tiro la cadena? ¿Qué se hace?”. Finalmente, después de una espera de semanas sin rastros del aborto, decidió realizarse el “vaciamiento”.

Pamela Labatut es psicóloga, se ha especializado durante ocho años en duelo perinatal y explica que este dolor es particular. “Es un tipo de duelo que está mediado, además, por cambios neurohormonales”, agrega. “El cuerpo sigue secretando hormonas en función de conectar con otro ser y te puede generar mecanismos de defensa bien interesantes. Como mucha disociación, muy funcional los primeros meses, o muy desbordada”, ejemplifica.

La doctora Claudia Santiago, presidenta del directorio de la Asociación de Ginecólogas de Chile, explica que la única “bomba hormonal” que existe, cuando se habla del cuerpo de la mujer, es la del embarazo. “El cóctel neurohormonal empieza a fluir desde el primer día de la gestación y es un cambio que afecta no solamente a la corporalidad (lo visible). Sino que también tiene efectos neurológicos, en nuestros afectos, en nuestra salud mental. Tiene una base en la ciclicidad de nuestra fisiología y siempre ha sido desestimado”.

En agosto de 2022, Nathaly Portocarrero (37) y su esposo, ambos peruanos, junto a su hija de cuatro años, se trasladaron desde Chile a Canadá por trabajo. Un test positivo les avisó dos meses después que serían padres de nuevo, noticia que recibieron con felicidad, aunque esperaban estar más instalados cuando ocurriera. A las siete semanas, el médico familiar que atendió a Nathaly la envió a hacerse una ecografía, pero en otro centro. “La persona que te hace la ecografía no te puede decir nada”, explica Portocarrero. No le mostraron imágenes ni le dijeron nada sobre el estado de su embarazo, hasta que logró llamar al médico. “Me dijo que solamente identificaban el saco gestacional y no se veía nada dentro. Todo por llamada”.

Nathaly no había pasado ni oído algo similar a lo que le estaba ocurriendo y tuvo que esperar semanas y seguir haciéndose ecografías para asegurar el diagnóstico. Cuando lo confirmaron, su opciones eran:  esperar a tener un aborto de forma espontánea en su casa, tomar pastillas que indujeran ese aborto o dirigirse a un centro de aborto a hacérselo quirúrgicamente. “Fue muy difícil”, recuerda. “Desde muchos aspectos. Qué lata que tengo que esperar como esos dos-tres días entre la ecografía y lo que me pueda decir el doctor, también me daba miedo hacerlo sola en casa, acá nosotros vivimos solo mi marido, yo y mi hijita, no tenemos familiares ni nada”, explica. “Así que tomé la decisión de ir a un centro de abortos”.

Javiera Letelier (40) también estaba lejos de su país cuando tuvo su pérdida. Fue a estudiar un doctorado en Historia a California junto a su esposo y, dentro de su planificación, estaba el convertirse en madre una vez que las condiciones académicas y financieras lo permitieran. Se sacó el dispositivo intrauterino que tenía y rápidamente quedó embarazada. A principios de 2020, fue a su control de 12 semanas y se enteró de que su guagua había “dejado de crecer”. “Me dieron opciones y elegí que me la sacaran”, cuenta. “No quise que fuera en forma natural porque me asusté, de como que iba a haber sangre, de que podía ser en cualquier momento”.

Tres semanas después de su aborto, Javiera debía rendir el examen que la convertiría en candidata a doctora, pero entendió apenas tuvo la pérdida que su prioridad era vivir el duelo. “Lo único que hice fue mandarle un correo a todo mi comité para decirles que había tenido una pérdida y que yo les iba a avisar cuando yo me iba a reintegrar”, relata. “Así, súper patúa en realidad, porque yo era una estudiante. Pero no tenía mente para nada más”.

Los pasos de distancia entre el dolor y el trauma

“Los abortos pueden ser, en algunos casos dolorosos y en otros traumáticos”, explica la psicóloga Paz Bravo. “Tiene que ver con las circunstancias, el tipo de respuesta que generan estas y todas sus derivadas. Estar en la sala de espera en Urgencias y comenzar un sangrado abundante, entrar corriendo a esta, estar en un lugar hostil, recibir una respuesta cercana que culpa a la mujer de haber tenido el aborto… eso sí puede ser muy traumático”.

Carmen Santamaría (38) es ecuatoriana y vive en Chile junto a su esposo e hijo de cuatro años. A principios de 2021 logró pasar la barrera del primer trimestre, pero a las 15 semanas apareció el primer indicio de que algo no andaba bien: el feto estaba reteniendo líquidos. “Se veía como en su piel, estaba reteniendo líquido al nivel de la carita, pero siempre externo”, cuenta sobre lo que les mostraba el doctor en la ecografía. “Y después siguió buscando y encontró también algo de retención de líquido a nivel del corazón”.

Comenzaron a hacerle exámenes de todo tipo para encontrar la causa de la retención y pasaron las semanas. Un día, el doctor les dijo que había opciones: seguir con el embarazo o interrumpirlo. “Fue mucho peor, porque ya te das cuenta de que tienes que tomar una decisión. Pero todavía hay, tal vez, un poco de esperanza de que pudiera ser reversible, porque no encuentras la causa que lo provoca”, sigue. “Pero por el otro lado, yo, personalmente, ya quería terminar el infierno”.

Las fronteras estaban cerradas por el Covid-19 y, aunque se sentía sola y con pena, intentaba “mantenerse cuerda” por su otro hijo. Al preguntarle al doctor los pasos a seguir si decidiera poner fin al embarazo, este les dijo que debían pasar por un comité de ética de la clínica, ya que el hidrops no era una de las tres causales legales. “¿Cómo? No entiendo esto”, dijo Santamaria. “Tenemos que pasar como por un jurado, ¿no? Para que nos apruebe el término del embarazo, como buscando aprobación”.

Antes de que tomara la decisión sobre la continuidad de su embarazo, el corazón de Martín dejó de latir dentro del vientre de Carmen. Sola, por los protocolos de la pandemia, entró a la clínica para realizarse el procedimiento, se encargó de calmar las inquietudes de las funcionarias administrativas, dejando los cheques que tenía que dejar y esperó a que se desocupara un pabellón. “El doctor estuvo protegiéndome muchísimo. Para evitarme los malos ratos con la clínica”, recuerda con agradecimiento. Recibió un medicamento para inducir la dilatación y dio a luz, pujando, en un parto vaginal, a su hijo sin vida.

Con solo una de sus trompas, María Ignacia logró volver a embarazarse, pero los resultados no eran esperanzadores: el segundo fue ectópico, el tercero fue por tratamiento de fertilidad y terminó en un aborto espontáneo y cuarto parecía marchar mejor que los anteriores. Ya tenía 12 semanas, nunca había llegado tan lejos, y en la ecografía, el doctor le dijo que algo pasaba. Les mostraba las imágenes y explicaba algunos detalles, pero lo que más quedó en su cabeza “Tiene un alto riesgo de pérdida”. “Yo, te juro”, dice con énfasis y una pausa, “me sentía disociada, como que estuviera debajo del mar, no sé, una cosa muy… como que estai soñando. Esto no puede ser verdad”.

“Mira, tu guagua es como un cáncer, no sabemos cuánto va a vivir”, cuenta que le dijo el doctor especialista al que acudieron después de esa ecografía. “Yo iba al supermercado y decía: ‘¡Qué milagro es que seamos sanos!’. Sentía que iba tan bien y ahora mi guagüita era… le faltaban miles de cosas, era una guagüita con trisomía 18, mucha malformación. De verdad, que veía a la gente y decía: ¡Es un milagro que estemos vivos, que tengamos cinco dedos!”, cuenta. “De verdad, todo lo que es obvio ya no es obvio”. Las noticias de los embarazos planeados y no planeados de sus amigas no despertaban rabia en ella, sino pena. “Sentía pena. Mucha pena”, recuerda.

Ella se aferró a la esperanza de que su hija viviera y la mantuvo en su vientre hasta que, en la semana 16, su corazón dejó de latir. Dopada por la anestesia, tuvo el parto en la clínica, donde le permitieron tenerla en sus brazos unos minutos y se la llevaron.

Cuando Nathaly Portocarrero se dirigió al centro de abortos en Canadá, no dejaron entrar a su esposo. Le habían dado una palabra secreta para confirmar que realmente era ella quien contestaba el teléfono para coordinaran la intervención y, al ingresar, debió hacerlo sin ninguna pertenencia. Llenó los formularios necesarios, tuvo una entrevista con una asistente social, quien se aseguró de que la decisión era voluntaria y la llevaron a una sala junto a las demás gestantes. Tomó unas hojas con unos mandalas que las mujeres coloreaban a mano mientras esperaban y se imaginó la historia de cada persona que los pintó.

A veces, escuchaba el llanto de mujeres desde otra de las salas del centro, hasta que fue su turno. Le hicieron una última ecografía donde confirmaron el diagnóstico inicial, pasó al quirófano, le dieron algo para que se relajara, extrajeron lo que había dentro de su útero en unos minutos y la trasladaron a una sala de reposo. “Habían otras mujeres en reposo y, de pronto, no sé… así, de la nada, como que me dio ganas de llorar”, relata sin evitar quebrarse en llanto. “Y comencé a llorar”.

En total, el procedimiento duró unas horas y, ese día, Nathaly pidió solo medio día libre en su trabajo.

Una maternidad herida: la culpa y el duelo

“Sentía el cuerpo triste”, dice Portocarrero, con lágrimas en su rostro. Llegó a su casa y, mientras teletrabajaba, intentaba distraerse cambiando constantemente los canales en su televisor. Al principio, no hablaba del tema con sus amigas ni esposo, después, algo comentó, pero sin muchos detalles. Unos meses después, fue a Perú a visitar a su familia y buscó un tiempo a solas con su madre para contarle lo que había vivido. “Quería contarlo”, recuerda. “Pero tampoco nadie me preguntaba”.

Nathaly volvió a embarazarse y pasó por el mismo tipo de aborto, solo que en otros centros. Hace unos meses intentó, nuevamente, quedar embarazada a través de un tratamiento de fertilidad y lo logró. Solo una semana atrás, asistió a la ecografía por el cumplimiento de su primer trimestre y el doctor, mostrándole esta vez las imágenes, le dijo: “Mira, acá está tu bebé y acá se ven los latidos”.

Actualmente, asiste a terapia psicológica para lograr disfrutar su nuevo embarazo sin que el temor de que se repita un aborto se apodere de ella. “Un embarazo o un aborto no es algo menor. Creo que marca la vida de todas las mujeres que han pasado por eso. Aun cuando haya sido un aborto voluntario, creo que tomar una decisión o ya el estar embarazada es un hecho”, reflexiona. “Estar embarazada es un evento importantísimo en la vida de una mujer, importantísimo, que te mueve, te ilusiona, te da miedo, te remueve todo”.

Macarena Garcés también volvió a embarazarse, pero con casi 14 semanas, le dijeron que su bebé ya no tenía latidos. “No sé si fue más triste que el primero, pero ahí yo lloré, lloré, lloré, lloré, lloré…”, cuenta. Esta vez optó inmediatamente por el “vaciamiento” y su recuperación emocional fue solitaria. Se preguntaba qué le pasaba a su cuerpo, que ya no lograba llevar a término un embarazo y, aunque su esposo la acompañaba, era difícil para ella pensar en que alguien empatizara con su dolor. “Es súper difícil contarle a alguien lo que estás viviendo. Si no lo has vivido, es súper difícil hacerle entender, no sé, a mi marido o a mis amigas que no tienen hijos, por ejemplo, lo que yo estaba sintiendo, porque es imposible expresarlo”, explica.

Garcés también asiste a terapia e insiste en la relevancia que tuvo para ella lograr hablar sobre su experiencia con otras mujeres que pasaron por lo mismo. Seis meses después de su segundo aborto, su esposo conversó con ella la posibilidad de volver a intentarlo. “Dije que no, que para mí, mi cuerpo me estaba dando una señal y yo la iba a tomar”, cuenta sobre su decisión.

Luego de su pérdida, Javiera Letelier decidió contarle a todas sus personas cercanas y asistir a terapia. “Soy extrovertida, entonces como que mi forma de pasar por el dolor es contándolo”, dice. “Y ahí me sorprendió la cantidad de personas que también pasaban por esto. Te dicen: ‘Un 25% de las mujeres’. Pero te juro que en ese momento parecía que eran todas las mujeres que habían pasado por esto, porque se acercan también. Es como que se crea una especie de comunidad, de complicidad”.

Letelier tuvo su aborto en plena pandemia y la única persona que fue a verla fue una profesora de la universidad. “Llegó a mi casa con una olla de sopa que ella había hecho, un pan y un vino. Me trajo como una concha, que era su altar y, adentro, ponía como una vela. Ella había pasado por esto muchos años atrás”, cuenta.

De forma paralela a su duelo, en medio de sentimientos de culpa, rabia, frustración y dolor, Javiera estaba trabajando para su tesis doctoral. En esa investigación, llegó a una fuente de los años sesentas en las que hablaba de una particular forma sobre las mujeres. “Le hablaban a las mamás que estaban concibiendo y hablaban de las ‘desgraciadas que no podían concebir’”, cuenta. “Esta fuente decía una idea de que la mujer está en desgracia, ¿cachai? O sea, que no ha recibido la gracia. Esta era una fuente católica, obviamente, entonces como que era literal la gracia de Dios”. Seis meses después, Letelier volvió a embarazarse y hoy tiene una hija de dos años.

La ginecóloga Claudia Santiago afirma que el entendimiento de la maternidad en la sociedad es conflictiva. “Me gustaría mucho que se pudiera reivindicar este peso social de la maternidad como destino final de todas nosotras. ‘Ninguna mujer está completa si no ha maternado’. Eso es una carga emocional tremenda. Y cuando uno asume el duelo gestacional, no solamente tiene que ver con la parte neurológica y la parte hormonal, también tiene que ver con no haber podido cumplir con esta expectativa”, critica. “Hace poco, me tocó ir a hablar con una gestante que había tenido una pérdida de 25 semanas. Y lo único que hizo todo el tiempo, en casi la media hora que estuvimos conversando, fue pedirle perdón al marido”.

“La culpa está muy presente: ‘¿Qué habré hecho? ¿Por qué justo salí a trotar?’”, cuenta Paz Bravo sobre algunos de los cuestionamientos recurrentes en su consulta. Esto, a pesar de que casi nunca un aborto se debe al comportamiento de la madre. 

Carmen Santamaría, después de dar a luz a su bebé sin vida a los seis meses de embarazo, comenzó a asistir a terapia. Le bajaba el perfil a la situación por la que había pasado y no profundizaba mucho más en sus sentimientos. “Somos hijas del rigor”, reflexiona sobre la sociedad en la que creció. “Siempre tenemos que estar bien”. Volvió a embarazarse y cumplió la semana pasada las mismas semanas gestacionales que alcanzó a estar en su vientre Martín. Recién ahí, se atrevió a hablarle a su hija que viene en camino y a pensar en un nombre.

Después de su cuarta pérdida, María Ignacia se volvió a embarazar. Hoy tiene cuatro hijos, el mayor de 7 años. “Lo que siempre le digo a mis amigas que han tenido pérdida es: ‘Permítete tener pena. Y vai tener rabia. Y puede que después pase y después vuelva, deja que eso pase’. Está bien tener pena”, reflexiona.

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