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Deportes

28 de Junio de 2014

El fútbol y su ciencia

por Belén Fernández, desde Buenos Aires. -Pero cómo, ¿ustedes están en el Mundial? Eso me pregunta el taxista en pleno barrio de Once, ciudad de Buenos Aires, cuando le pido que se apure porque voy atrasada a ver el partido de Chile con Australia. Eso me preguntó también el verdulero y el señor de la […]

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Chile Australia EFE

por Belén Fernández, desde Buenos Aires.

-Pero cómo, ¿ustedes están en el Mundial?

Eso me pregunta el taxista en pleno barrio de Once, ciudad de Buenos Aires, cuando le pido que se apure porque voy atrasada a ver el partido de Chile con Australia.

Eso me preguntó también el verdulero y el señor de la carnicería y un compañero de clases. Y es que al parecer, para este país lleno de glorias futbolísticas, que Chile clasifique en un Mundial parece un milagro. Mientras atravesamos Once pienso que el taxista tiene razón, porque al lado de Argentina mi equipo es el hermano tullido que nunca se sube al podio. Trato de argumentar que esta vez tenemos a jugadores que juegan en la liga europea, que Bielsa nos enseñó mucho y que Sampaoli no ha bajado el nivel. Además, le digo con un brillo en los ojos -mitad sexual, mitad deportivo- que ahora tenemos a Alexis Sánchez.

-Ah, sí, uno petiso –me responde él.

Al llegar frente al Parque Centenario encuentro el bar al que me dirijo. El grupo “Chilenos en Buenos Aires” organizó acá la proyección del partido a través de una cuenta de Facebook que tiene casi seis mil miembros. La entrada cuesta 20 pesos argentinos (1200 pesos chilenos) y da derecho a participar en el sorteo de un viaje de 22 horas en bus a Santiago, auspiciado por la Flota Ahumada. Para tanto joven que vino acá buscando educación gratuita y que no viaja seguido a su país natal, es una oportunidad para abrazar a su familia que no pudo pagar uno de los sistemas educativos más caros del mundo. Más allá del concurso, los organizadores prometieron tres pantallas gigantes, piscolas, completos, chacareros, empanadas y un ambiente cien por ciento chileno.

Al entrar me sorprende el panorama. El bar se parece al conocido antro santiaguino “Entrelatas”. El lugar hierve juventud y nacionalismo. El partido comienza en breve y debo verlo de pie porque ya no quedan asientos en un recinto que donde hay alrededor de 300 chilenos. El primer ceacheí” me distrae. Basta con que la pelota recorra los primeros metros para darme cuenta de que he sido estafada. De las tres pantallas gigantes que la convocatoria ofrecía, una muestra el Facebook de alguien, la otra dice en letras negras “No Signal” y la tercera, efectivamente, transmite el partido. Me concentro en ella y trato de no pensar. Mejor tomar piscola, pero la barra ya no tiene cambio. Estoy en eso cuando me doy cuenta de que el audio no coincide con la imagen. El comentarista va atrasado dos minutos respecto de la proyección. Todos nos damos cuenta y se escuchan las primeras pifias.

-¡¡Ya po chuchetumare, arregla la hueaíta!! –gritan.

El chilenismo es un ejercicio muy ciudadano que dura hasta que Sánchez mete el primer gol en el minuto 12. La súbita alegría revuelve el recinto. Una pelota, un arco, un petiso, han hecho que la multitud se olvide de que lo prometido es un verdadero fiasco. Pocas cosas, como el fútbol, deben producir que uno se olvide de todo, incluida la estafa constante que a veces resulta la vida.

Al reanudarse el partido ya no importan mucho las precariedades. No importa, en realidad, nada. O casi nada, porque la barra ya tiene cambio y ha empezado el desfile de piscolas, terremotos y completos en pan de Pancho, la versión pobre de nuestro sánguche nacional. Porque si hay algo en lo que Argentina pierde y debe arrodillarse ante la soberanía chilena, es nuestro clásico Completo.

El encuentro continúa. Cada uno o dos minutos la pantalla se pone gris y aparece la marca del proyector “NEC”. El bloqueo dura poco pero a ratos ocurre que un jugador entra al área, la pantalla se va a “NEC” y luego aparece el arquero con la pelota en la mano. La impaciencia cunde y las quejas se acentúan, pero dos minutos después del primer gol Valdivia convierte el segundo tanto y otra vez vuelve la amnesia.

“NEC” es lo que más vemos del partido. Qué importa no ver el partido si vamos ganando. Se acaba la primera tanda, en el entretiempo el DJ pone a Chico Trujillo. Con un poco de suerte y un par de piscolas más, la cosa puede terminar en sexo sobre el césped de Parque Centenario.

Cuando empieza el segundo tiempo ya ni siquiera hay audio. Se escuchan nuevas pifias. Alguien canta “Vamos, vamos chilenos, que esta noche tenemos que ganar” y todos lo siguen con un ánimo a prueba de cataclismos. Atrás mío un chileno -camiseta de Vidal, actitud de Zorrón- intenta gritar “ceacheí” y al no ser secundado, lanza:
-¡¡¡Están buena onda los hueones, son fomes los culiaos!!!

Nadie lo toma en cuenta y él se empina su cuarta piscola de la noche. El partido sigue con el marcador 2 a 1, temiendo la suerte infausta de este país: un nuevo gol del adversario, un empate que no sirve y las frases típicas: “fue un triunfo moral”, “Chile merecía más”. Pero casi al final del partido Beausejour sentencia el 3 a 1, vuelan los vasos con cerveza y se abrazan los cuerpos al ritmo de “Poropopón, poropopón, el que no salta es un canguro maricón”. Con el pitazo final se prenden las luces, suena “Huellas” de Joe Vasconcelos y comienza el ritual de apareamiento. Escucho:

-¿Y tú de dónde soi?
-De La Florida
-Weeeena, yo soy de Puente.

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