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6 de Julio de 2014

La acusación que complica a la denunciante clave del caso Hijitus

En junio de 2009, la parvularia Verónica González fue vinculada a un abuso sexual en el colegio en que trabajaba. Alejandra Novoa, su ex jefa y denunciante clave del caso Hijitus, la alejó de sus funciones escolares y presentó una denuncia en la fiscalía que luego terminó archivada. La defensa de Juan Manuel Romeo cree que el testimonio es esencial para demostrar que Novoa tiene la costumbre de ver abusos en todos lados. La apoderada que destapó el escándalo, sin embargo, se defiende: “Me hubiera gustado que todo esto no pasara. Lo único que quiero es que mi hija en el futuro diga que su mamá le creyó y que también la defendió”

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Verónica González, parvularia de un conocido colegio de la provincia de San Antonio, no entiende el alboroto que se ha armado en la sala de educadores. Entre sollozos, una profesora le explica al resto de los maestros que la hija pequeña de Alejandra Novoa Echaurren –la ex directora del establecimiento- ha sido víctima de un abuso sexual. La noticia la acababan de ver en televisión. Fue el 10 de junio de 2012.

González, aún sorprendida, busca detalles en internet y se detiene en una nota de televisión que cuenta cómo la PDI apresó a Juan Manuel Romeo, el profesor de computación del jardín Hijitus de la Aurora que padecía de epilepsia refractaria, y que fue acusado de abusar de un número indeterminado de niños. De espalda a la cámara, mirando al portón del jardín, González escucha a una madre relatar el calvario de su hija y confirma lo que han comentado sus colegas. La voz es de Alejandra Novoa. “El profesor de computación, el tío Manuel que le dicen, le tocaba el pirulo al profesor de música al frente de los niños. Mi hija tiene cuatro años, no miente. Los niños presenciaron masturbaciones entre profesores. Si no a todos los niños los abusaron, todos los niños fueron víctimas de abusos cuando presenciaron cosas que no deberían haber presenciado”, acusa entre sollozos la mujer.

González mira con asombro las imágenes de Juan Manuel Romeo saliendo esposado del jardín. Lo rodea una turba de padres enfurecidos que le dan patadas al portón del establecimiento y rayan los muros con la palabra “pedófilo”. En la multitud, se ve a la ex directora del establecimiento donde ella trabaja, acompañada de su esposo, José Miguel Izquierdo, periodista y asesor del presidente Sebastián Piñera, que durante esa noche de furia golpeó al padre de Romeo.

-Esta cuestión es una mentira –dice González en voz alta, lanzando un duro veredicto que muchos colegas presentes ese día no entendieron.

Esa tarde su cabeza revive una antigua historia. Un relato casi calcado al que acababa de ver en televisión.

La parvularia

Verónica González llevaba 13 años haciendo clases en el establecimiento cuando conoció a Alejandra Novoa. Ocurrió a mediados de 2008, cuando esta última llegó a hacer clases de filosofía y, en menos de seis meses, se convirtió en directora del colegio. Para nadie fue un misterio que ambas profesoras no se llevaban bien. “Alejandra nos pedía cosas que no me parecían. En una reunión de coordinadores nos dijo que nosotros fuéramos sus ojos y oídos en los consejos, poniéndonos en una posición de espías. Así empezaron los roces”, recuerda Verónica González.

A comienzos del año escolar 2009, González había decidido renunciar a la coordinación para mantenerse solo como educadora. Los conflictos, sin embargo, no acabaron. El punto más cuestionado ocurrió durante la primera semana de junio. La profesora venía llegando de una licencia médica por quebrarse un dedo cuando fue citada a una reunión. Allí le informaron de una situación grave: “Alejandra me dijo que estaba suspendida de mis funciones porque una familia había retirado a su hija del colegio. Decía que la niña había sufrido un abuso sexual y que la familia creía que eso ocurrió en mi clase”, cuenta la parvularia.

La denuncia dio paso a dos causas: una laboral donde se investigaba el acoso y otra penal contra quienes resultaran responsables del abuso, esta última interpuesta por la propia Novoa. A la inspección del trabajo, González le contó que la directora quería que renunciara y por eso la había vinculado con el abuso. Luego de varias entrevistas a profesores y funcionarios del colegio los fiscalizadores evacuaron el “Informe N°0504 de 2009”. Allí se determinó que a los profesores se les informó una cosa y a los apoderados, otra. A los educadores, la dirección les dijo que había ocurrido un abuso sexual durante la clase de González, y a los padres se les informó que la separación momentánea de la parvularia -según detalla la investigación- se debía a que algunos de los menores habían presentado síntomas de rechazo y ansiedad respecto a la asistencia al colegio, versión distinta a la denuncia inicial. El informe también ponía énfasis en que la investigación interna del colegio había estado más enfocada en el desempeño de la profesora y no en dilucidar su responsabilidad en el abuso. El testimonio de trece profesores sirvió para que los fiscalizadores determinaran que la acusación había causado problemas emocionales en la educadora y que estaba desgastada sicológicamente por el cuestionamiento. Dos profesores hicieron una crítica más profunda: “señalan que con esta situación se ha dañado profesionalmente a la trabajadora, pues al involucrarla en semejantes hechos se daña su carrera”, dice el texto.

Según recuerda González, luego de cinco meses de tramitación la inspección del trabajo ordenó reincorporarla en sus funciones habituales y mandató a Novoa para que pidiera disculpas públicas. La reunión en que eso ocurrió -cuenta la parvularia- sólo se llevó a cabo con tres personas. “Conjeturo que Alejandra se enteró de este abuso sexual y lo tomó como una forma de responsabilizarme. Lanzó la acusación y dejó correr el rumor, que fluyera, porque su idea era desvincularme. De hecho, me dijo que la forma más honrosa de salir de esto era que yo renunciara”, cuenta.

La causa penal concluyó sin culpables y terminó archivada en la fiscalía de San Antonio. Según cuenta la parvularia, lo peor de todo fue que el rumor se extendió por la comunidad sin que hasta hoy nadie haya dado explicaciones claras: “Debe haber mucha gente dentro de la comunidad escolar que piensa que yo no hago clases porque fui una abusadora o porque soy una maltratadora de menores”, se lamenta hoy la profesora.

93 denuncias

El caso Hijitus de la Aurora estalló en la madrugada del 10 de junio de 2012. El día anterior, la hija de cuatro años de Alejandra Novoa –que había llegado hace sólo tres meses al jardín- le contó del abuso del que supuestamente era víctima. Novoa se convirtió en la primera denunciante. A la Fiscalía Oriente le contó que su hija había dicho que Juan Manuel Romeo le había hecho “cariño en el potito”, le daba besos en la vagina y que la habían obligado a darle besos en “el pirulo”. La niña corroboró el mismo testimonio frente a una sicóloga y una funcionaria policial en la sección de Sexología Forense, del Servicio Médico Legal. Además, agregó nuevos datos: Juan Manuel Romeo –dijo la menor- también habría hecho tocaciones a otros compañeros.

Alejandra Novoa ató cabos y asumió que el comportamiento extraño que había tenido su hija previo a esta revelación –dolor de guata, irritabilidad, pesadillas, y rechazo al jardín- era producto de un abuso. Cuando cayó en cuenta llamó a Daniela Misle, una apoderada amiga a quien también le relató llorando lo ocurrido. Misle se convirtió en la segunda querellante del caso. Cuando conversó con su hija y le preguntó por el tío Manuel, ella le dijo: “ah, el maléfico”, declaró Misle a la fiscalía.

La apoderada del jardín le contó al fiscal que su hija tenía una “conducta sexualizada” y algunos cambios conductuales muy similares a los que tenía la hija de Novoa. Misle llamó a Catherine Gibson, una apoderada muy antigua del jardín, para contarle lo que estaba sucediendo. Al día siguiente, Gibson declaró en la fiscalía que su hija también tenía comportamientos extraños. Ese mismo día dos casos más se sumaron a la investigación y durante la tarde, en una reunión con el abogado Mario Schilling –apoderado del curso que se hizo cargo de recabar antecedentes durante la primera parte de la investigación-, varios padres comenzaron a asociar las conductas de sus hijos con síntomas de abusos. El juzgado comenzó a llenarse de querellas en contra del profesor de computación y su madre Ana María Gómez, la sostenedora del jardín, que según los apoderados había encubierto a su hijo.

Quince días después de iniciado el caso, Romeo acumulaba más de 20 querellas por abuso de menores. En la gran mayoría de ellas –según los padres- el denominador común eran niños que no querían ir al jardín. A ninguno de los padres, además, le gustaba la forma en que el inculpado miraba a sus hijos.
Hasta entonces, las sicólogas habían identificado sólo dos testimonios como creíbles. El resto de los niños no daban relatos fiables. Algunos decían que sabían que el profesor había sido detenido y otros que su clase de computación era aburrida. En la prensa, en tanto, los querellantes daban a conocer detalles inéditos. El abogado Mario Schilling decía: “acá hubo penetración oral a una niña de cuatro años”. Alejandra Novoa agregaba: “Mi hija no quería venir al jardín, porque tenía desgarros en la vagina”. Todo, aun cuando el SML ya había descartado lesiones genitales en casi todos los niños que denunciaban.

Romeo llegó a acumular 93 querellas en su contra. “Como papá todos tenemos certeza de que nuestros hijos estuvieron expuestos a exhibición de material pornográfico. Es lo mínimo que les pasó a todos. De ahí para arriba”, declaró Cristián Santibáñez, apoderado del jardín.

El primer revés judicial para los apoderados llegó el 24 de octubre de 2012, luego que el profesor de música del jardín se querellara en contra de Alejandra Novoa por injurias, cuando ésta dijo que su hija lo había visto “tocarse el pirulo” con el profesor de computación. El tema se resolvió en una audiencia donde Novoa ofreció disculpas públicas y dijo que todo se trataba de un error. Al igual como sucedió en el caso de González. Luego de eso las querellas comenzaron a archivarse, la fiscalía decidió no perseverar en su denuncia contra Ana María Gómez -la madre de Romeo- como cómplice, y al final sólo llevó a juicio a cuatro de los 93 menores que acusaron al profesor de computación. Durante el juicio, sin embargo, un menor no declaró y dos no lograron dar testimonio de abusos como sí lo habían hecho en las declaraciones, entre ellos la hija de Alejandra Novoa. Una de las niñas aseguró que Romeo “era malo porque le hacía ver videos malos”, y otra que dejó de ir al jardín porque “le hacían cosas malas, que se las hacían a todos los que iban al jardín, y que las hacía una persona que está en la cárcel”. El cuarto niño manifestó que le enseñaban a “mostrar el poto y la pirula”, pero su testimonio fue contradictorio con las declaraciones de los testigos de oídas.

La tesis de la defensa se centró en demostrar que las acusaciones de Alejandra Novoa eran falsas y que aquello había desatado una sicosis colectiva. El principal catalizador de la denuncia –dijeron los abogados- había sido una sospecha infundada y prejuiciada de los padres de los menores sobre la apariencia y personalidad de Juan Manuel Romeo.

Tres días antes de los alegatos finales, mientras declaraba Diego Montt –esposo de la hermana de Romeo-, los abogados del profesor de computación se jugaron una última carta. Montt aseguró que en la provincia de San Antonio una profesora decía que Alejandra Novoa la había vinculado a una denuncia de abuso sexual. La educadora era Verónica González. Aunque las juezas decidieron no incluir el testimonio de la parvularia como prueba nueva, por dos votos contra uno, Montt igualmente relató lo que la profesora le había contado.

El veredicto del tribunal que exculpó a Juan Manuel Romeo descartó cualquier tipo de abusos: “los dichos de los niños son incongruentes con los expresados por quienes directamente los oyeron” y siembran un manto de dudas respecto a la existencia de “inducción” en la declaración de los niños. También repara en que Juan Manuel Romeo es inocente y que los niños siguen siendo víctimas, ya no de los abusos del profesor de computación, sino del sistema que no ha sabido resguardar sus derechos.
-Yo no le creo a Alejandra. Cuando Juan Manuel fue absuelto sentí una tremenda alegría. No sé cómo puede existir gente tan mala –cuenta Verónica González, consultada sobre el fallo del caso.

LA DEFENSA DE NOVOA

José Miguel Izquierdo, marido de Alejandra Novoa, cree que el testimonio de Verónica González –que no fue acogido como prueba- igual influyó en el criterio de las juezas. El hecho, dice, es falso y el objetivo sólo busca denostar a su esposa.

Alejandra Novoa también piensa como su esposo. Recuerda que en el 2009, cuando ella era directora del colegio en la provincia de San Antonio, una apoderada retiró a una alumna y denunció un abuso, pero que ella sólo hizo la denuncia como lo obliga la ley. “Yo jamás la acusé a ella de abuso sexual. Separé a Verónica del curso mientras se verificaba si había cumplido los protocolos y por la tensión que había en el curso con los apoderados. Fue para resguardarla de la atención diaria con los papás”, agrega.

La principal denunciante del caso Hijitus cuenta que en los últimos días ha estado escuchando los audios del juicio y que no deja de sorprenderse cómo la familia Romeo ha intentado desacreditar su testimonio. Pese al veredicto adverso, Novoa e Izquierdo siguen creyendo en el relato de su hija. “Tengo claro que el daño tremendo que tiene mi hija fue provocado por Juan Manuel Romeo. Estoy convencida que los hechos sí ocurrieron, porque así me lo contó mi hija. En mi caso no hubo sicosis, porque ella declaró en el SML con el fiscal y una sicóloga presente antes de que los otros padres declararan y de que esto saliera en la prensa”, dice Novoa. Con matices, sí, reconoce apresuramiento en algunas declaraciones. Asegura que estaba muy afectada y que se equivocó en afirmar públicamente lo que su hija le había contado en privado. “Lo del profesor de música estoy consciente de que no debí decirlo en los medios de comunicación, me arrepiento mucho de eso, principalmente por mala consejería del abogado Schilling. Yo me adelanté al decir cosas que mi hija me había dicho sin esperar que ella las ratificara”, añade.

Novoa cree que el mensaje que las juezas dan con su veredicto desincentiva a las familias a denunciar los abusos sexuales. Asegura que ella no manipuló el testimonio de su hija. “Yo no soy una persona loca. Mi carrera profesional lo demuestra. Me hubiera gustado que todo esto no pasara. Lo único que quiero es que mi hija en el futuro diga que su mamá le creyó y que también la defendió”, concluye.

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