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Opinión

31 de Agosto de 2014

Reina María Rodríguez, poeta cubana: “Mi único poder es el que tengo sobre la palabra”

Recibió el martes, en La Moneda, el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Aquí, recuerda los años en que los escritores cubanos se reunían en la azotea de su casa, rescata a las nuevas generaciones de artistas contestatarios y se muestra escéptica sobre al futuro de la isla: “Todo lo que se pueda resolver con la economía, puede traer problemas que vienen de ir dejando atrás la utopía”.

Catalina May
Catalina May
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foto: alejandro olivares

Cuando a fines de abril Reina María Rodríguez (61) recibió un llamado telefónico desde Chile anunciándole que había ganado el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, pensó que era un amigo que siempre cambia la voz para hacerle bromas. “Ay no, Pablito, no me engañes con eso”, exclamó. Cuando cayó en cuenta de que realmente era la ministra de Cultura Claudia Barattini quien la llamaba, se sorprendió profundamente, agradeció, y dijo: “Le dedico este premio a todos los escritores de mi generación que han tenido que salir de Cuba”.

Reina María, por su parte, nunca dejó la isla. Sí entra y sale, pues el régimen se lo ha permitido. Ha dado charlas en Berlín, Nueva York o Washington. En su país, ha ganado dos veces el Premio Casa de las Américas y en 2013 ganó el Premio Nacional de Literatura. “Pero no me considero para nada una escritora oficialista. Obtuve premios porque mandé a concursos. Tengo cuatro hijos y era una manera de conseguir un dinero. Pero nunca he tenido un cargo. Dirijo el proyecto ‘Torre de letras’ hace 14 años y nunca he cobrado. Hacemos conferencias con autores cubanos que viven de forma muy precaria, hacemos traducción y libros. Tenemos 60 títulos ya. Yo trabajo para la literatura, pero con ningún tipo de relación con la oficialidad. Mi único poder es el que tengo sobre la palabra”.

La azotea de la Reina

En Cuba, a Reina María la respetan todos. Literatos y artistas; oficialistas y disidentes. No sólo por la calidad de su obra –traducida a cinco idiomas y publicada en 15 libros-, sino porque además lleva décadas haciendo un trabajo sostenido para fomentar el acceso, la creación y la difusión de la literatura en la isla. A lo que hace en “Torre de letras” desde 2001, lo antecedieron las míticas jornadas en la azotea de su casa en el centro de La Habana, donde todos los jueves, en los años 90, se reunían escritores y artistas.

“En mi casa había luz, porque la planta de electricidad era muy vieja y si la apagaban costaba más volver a encenderla. Entonces nos reuníamos unas 80 personas. Compartíamos lo que había. Yo hacía una olla de arroz con una cosa que se llamaba Cerelac, o con coles. Hacíamos lecturas hasta la madrugada. Yo tiraba almohadas, todos en el piso. Hay una sola foto de eso, porque no teníamos ni cámaras ni rollos. No era la vida aparte de la literatura, era vivir la literatura”, recuerda.

¿Nunca tuvo problemas?
Nunca. Yo sé cual es mi límite. Y mis problemas los resuelvo en el papel; no tengo ni la habilidad ni la valentía para hacerlo de otra forma. Soy como una gallina que cuida a los polluelos y esos eran mis amigos.

¿Qué relación tiene hoy con las nuevas generaciones de artistas más contestatarias, como el colectivo Omni Zona Franca, que organiza el “Festival poesía sin fin”?
Los conozco, he leído en el festival. Primero me daban un poco de miedo porque son realmente muy marginales. Yo siempre pensé en la literatura como la república de las letras, la alta cultura. Con los años he comprendido que esa diferencia es fatal. Ellos vienen del hip hop y de la calle. Tienen la literatura del cuerpo, son performativos y eso es muy interesante. Pero también los critico, porque cuando ya tienen un lugar, no están dando lo mejor en algunos espectáculos. Ahí todavía no cuajan.

¿Nunca le ha interesado desarrollar una obra más política?
Yo he hecho con “Torre de letras” lo que he querido. Siempre me baso en la literatura y el lenguaje ante todo. Eso no significa que mi trabajo no sea político; es bien político. Cuando Virginia Woolf escribió “Entre actos”, una novela súper política de la Inglaterra de esa época, no estaba hecha en un lenguaje para epatar sobre eso. Yo creo que en el caso de un escritor, uno puede modificar algo desde el lenguaje, sobre todo porque está el tema más grande de todos: el de la expresión. Y eso se está ganando, esa ha sido la apuesta. Aunque yo no soy una escritora, sino una escribidora.

¿Cuál es la diferencia?
Yo escribo por la sensibilidad de las impresiones, que es una frase de Virginia Woolf que me gusta mucho. He escrito con los ripios, no con la idea de la perfección. Escribo porque me curo. No lo veo como algo separado de la vida. Admiro y respeto a los maestros que están en los anaqueles, entonces no puedo sentirme parte de eso.

Ha hecho varias referencias a Virginia Woolf ¿Se identifica con el feminismo desde la literatura?
Soy mujer, pero no he sido feminista nunca. Respeto la causa, creo que es importante marcar la diferencia para lograr la igualdad. Pero como parí, mi femineidad ha estado en mi vida cotidiana. Mis problemas son los problemas de otra mujer también, pero mi intención es ser más que una mujer que grita. Esa es una frase de María Luisa Bombal, que decía que las mujeres se miran al espejo y desde ahí cuentan sus cosas. Y yo quiero hacer que la literatura me convierta en una persona, que es más que un hombre o una mujer.

El tiempo y las utopías

En Chile estamos celebrando los cien años de Nicanor Parra. ¿Sabe de la relación conflictiva que tuvo con Neruda?
Sí, algo sé. A los dos los leemos en Cuba. Parra representa las rupturas, los riesgos, la vanguardia, la locura. Yo lo admiro mucho. También a Huidobro y a Enrique Lihn. A Lemebel y a Zurita también los he leído. Pero allá no tenemos casi acceso a los libros.

¿Cómo está la cosa hoy en Cuba?
La vida es muy dura en Cuba. Hay mucha precariedad. Pero el mayor lujo mío ha sido el tiempo. Por más precario que sea el nivel de vida, fue mi opción para poder leer y escribir. A lo mejor en otro lugar no hubiera podido hacerlo. Otra cosa interesante, es que yo cuando viajaba tenía que decidir: esto es para comprar leche y esto es para comprarme un libro. Y eso es también una lección, en el gran catálogo de todas las cosas que tiene el mundo: que tú has tenido una medida para elegir, para poder trazarte una ruta de lo que realmente te va a servir y funcionar.

¿Cómo ve el futuro de la isla?
Lo veo en la apertura de la literatura, en cómo los escritores van siendo más críticos y logrando zonas que antes no tenían. Pero no puedo hablarte de la macro economía, porque vivo en un barrio en que todo ocurre al nivel micro. Y todo lo que se pueda resolver con la economía, puede traer otros problemas que vienen de ir dejando atrás la utopía.

¿En qué utopía cree usted?
En la utopía literaria. En los momentos en que no he tenido nada, la literatura me ha salvado. No puedo decirte lo que va a ocurrir. Yo soy muy apocalíptica, nunca veo lo bueno porque siempre creo que viene algo peor después.

¿Qué la hace quedarse entonces?
Yo hice mi casa, con tablas robadas en carnavales, con pedazos de lozas. Mi madre tiene 93 años, fue modista y cosió hasta los 90. Tengo dos hijos y tres nietos en Cuba, además de una hija en los EE.UU. y un hijo en España. Lo que he construido lo he hecho ahí. No creo que sea un privilegio estar fuera o estar dentro. Es una situación que nos ha marcado dolorosamente a los cubanos, pero es lo que me tocó. Ahora, gracias a que me han traducido y me han invitado a muchas universidades a los EE.UU., puedo ver a mis amigos estén donde estén.

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