Desde hace diez años el escritor chileno Juan Pablo Meneses desarrolla un proyecto narrativo que consiste en comprar a los protagonistas de sus libros. Primero una vaca, luego un niño futbolista y su última adquisición fue un dios. Sí, así tal cual. Asegura que estos no han sido especialmente caros y que además no entiende tanta alharaca cuando lo cuenta: “se trata de enfrentar a un lector cliente, con un autor que es dueño”. Esto es Periodismo cash.
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Tuve una vez un jefe, quien al renunciar a su cargo me contó que se había comprado un dios y que entonces tenía que crear una religión. Por eso renunciaba, para irse a la meca de la industria religiosa, a California. Por supuesto que asumí que era una broma, hasta que vi su foto en el New York Times. Figuraba en una tarima, en pleno Times Square, inaugurando la iglesia de la Religión portátil.
Lejos de un delirio solitario, su proyecto religioso literario cuenta con el apoyo de la Universidad de Stanford y la NYU. En esta última, tenía incluso una oficina para él solo que, según me dice, en el mundo universitario es como una señal de jerarquía. Pero así y todo, está de vuelta en Chile en un programa para emprendedores. Aunque con él es difícil saber si está jugando a emprendedor para un nuevo libro o esto es de verdad. O quizás las dos cosas.
Ya que el escritor Juan Pablo Meneses pone en tensión la relación con la verdad. Porque pone el cuerpo en sus proyectos narrativos: hace de eso que parece ficción un experimento de no ficción.
-¿Eres un emprendedor ahora o es parte de tu gran proyecto?
Siempre estoy en el mismo proyecto. Estudié varias cosas y recién a los 27 años, cuando mueren las estrellas del rock, yo maté a un oficinista y me fui a hacer lo que quería. Que ni siquiera era ser periodista, era escribir recorriendo el mundo. Una cosa bien millennial, pero hace veinte años. Yo trabajaba en la Revista del Domingo y el editor me decía que en Chile no se podía hacer eso que yo quería, ser freelance y escribir por el mundo. Si eso no existía entonces, dije, yo le voy a poner un nombre: periodismo portátil. Y para transformar esto en una manera de vivir he tenido que hacer algunas otras cosas. Como el proyecto para emprendedores.
Su periodismo portátil comenzó con un premio que ganó en la revista argentina Gatopardo. Partió a España. Se suponía que por cuatro meses, pero se demoró diez años en volver a Chile. Las historias se le empezaron a convertir en la vida misma. “Hay un libro de Vila-Matas que se llama Historia abreviada de la literatura portátil, que habla de los personajes que viajan, pero son todos de ficción. El periodismo portátil se trata de hacerlo realidad. Aunque con unos costos personales grandes”.
-¿Cómo cuáles?
Terminé viviendo en hoteles. Tengo un libro sobre esto, Hotel España. Un día me despierto y me doy cuenta que llevo tres años viviendo en un hotel. Y que tengo que dejarlo porque si no el tiempo no pasa nunca. No es una metáfora, yo dejaba desordenado y luego estaba todo hecho, usaba jabones y luego había otros nuevos.
-Es un no lugar. Siempre estás en un no lugar o es idea mía. No se sabe si estás llegando o te estás yendo.
Cierto. El lugar en el que más estoy, es “volviendo” a Chile. No sé por qué vuelvo. Soy fan de Enrique Lihn. llevo un libro suyo a todas partes, el que tiene el poema “Nunca salí del horroroso Chile”. Bueno, yo siempre vuelvo al horroroso Chile. Vuelvo quizás para volver a irme. Siempre se me cruza el país de vuelta, me digo, ya igual voy a ir, igual está bueno. Ahora estaba en Nueva York haciendo mi religión, con una oficina en la NYU para mí solo ¡y me vengo! Llego acá y me entrevistan del diario La Tercera. Dije, bueno, voy a hablar de este proyecto espectacular, hago la entrevista y me dicen que por favor mande respuestas más convencionales. Puta, siempre vuelvo al horroroso Chile. Pero tampoco soy de la idea de irme para siempre.
-Decías por ahí que comprarse un dios es de lo más convencional del mundo. ¿De qué se trata esto de comprarte a los protagonistas de tus libros?
-Hace 10 años estoy en un proyecto que se llama Periodismo cash. Consiste en comprar en efectivo a los protagonistas de mis historias y hacer una reflexión de la compra y la venta, hacer de este acto algo narrativo. Se trata de enfrentar a un lector cliente con un autor que es dueño. El primero de la trilogía es La vida de una vaca, publicado en 2008 en Argentina. Compré una vaca y escribí sobre cómo depredamos para alimentarnos.
-¿Te la comiste?
No te puedo contar el final del libro. Después escribí Niños futbolistas, publicado en 2013 en España. Recorrí Latinoamérica buscando un niño futbolista para comprarlo.
-¿Suena horroroso, pero cuánto cuesta comprarse a un niño?
120 dólares, ¡nada! Te compras los derechos siempre y cuando no haya firmado ningún papel, que es casi imposible de conseguir, niños vírgenes de firma en Latinoamérica. En cualquier escuela en que hayan estado, ya te pueden reclamar. Y la tercera parte de este proyecto, era comprar un político. Estaba convencido.
-De hecho, se puede…
Cuando salieron todos los casos acá, Penta y todo eso, dije ¡hubiera sido un hit! Estuve en conversaciones con un candidato a alcalde de un pueblo en Perú y con un candidato a concejal en Chile. Y no salía nada de caro. Yo iba a pagar la campaña y les iba a decir todo lo que iban a hablar.
-¿Cuánto habría costado?
Mil dólares, algo así. Porque tienes que ir a lugares más chicos.
Luego dije me tengo que comprar un dios. Tengo un animal y un ser humano, me falta un ser divino. Bueno y para todo este ejercicio necesitaba plata y acepté un trabajo dirigiendo un medio, y ahí fui tu jefe.
-¿Eras mi jefe o estabas escribiendo de eso?
Estaba actuando, jajaja. Nunca quise hacer carrera en un medio. Mucha gente me decía “qué lata dirigir un medio”, pero generalmente eran personas que no les habían ofrecido ese cargo. Creo ser de los pocos que realmente se atrevió a renunciar a ese cargo para ser otra vez freelance. Bueno, dirigía un diario, tenía muchas reuniones, estaba medio chato y me fui a la India a comprar un dios. Yo sabía que no me iba a resultar, pero lo que me interesaba era mostrar cómo se compra un dios, dónde hay que ir. No tenía un fin mesiánico para tener seguidores.
PERSONAL JESUS
-¿Cómo se compra un dios?
Empecé a conversar con mucha gente antes de irme. Con un yogui gringo que llena estadios acá y me dijo: puedes comprar cualquier cosa menos… Y había gente alrededor que gritaba cosas como ¡el amor!. Pero el yogui dijo que lo único que no se podía comprar era la respiración. Un monje tibetano en Nepal me dijo “tú puedes comprar una cama, pero no el sueño”. Le pregunté a Jodorowsky, a Maturana, gente de la iglesia maradoniana y hasta a los seguidores de La Santa muerte. Cuando fui a India, allá todos me decían que era imposible.
Cuando decía que me iba a comprar una vaca me decían que malo eres, mientras se comían un bife de chorizo. Cuando decía que me compraría un niño para que triunfara y ganar plata con eso, me decían, puta si es bueno, da el dato, súmame al proyecto. Y cuando decía que me iba a comprar un dios, algunos se reían y otros decían que con eso no se juega, que no se puede.
-Ya. ¿Pero y cómo lo compraste?
Como todo, regateando. En Varanasi, en India, me ofrecían muchas cosas, estaban los vendedores ambulantes más heavy, ofrecían mujeres, drogas, lo que sea, y yo les decía quiero un dios. Uno volvió con una estatua chica de Ganesh, y yo le dije que quería un dios real. Salió corriendo el vendedor. Al día siguiente van a mi hotel y me llevaron una vaca, me dicen que allá el animal es sagrado. Pero yo ya había comprado una vaca para el otro libro. Entonces me empezaron a dar nombres, me intentaron vender un templo, una ciudad sagrada. En India los dioses son de las familias y llegué donde un tipo que quería vender el suyo. Además, tenía una tienda de souvenirs y entonces negocié llevarme el dios más otras cosas. Me llevé varios cojines indios. Después volví a Chile a mi trabajo en el diario, pero yo tenía un dios en la casa. Tenía que hacer algo con eso. Y el lugar para corporizar eso era Estados Unidos, donde la industria de las religiones mueve mucha plata. Inauguré mi Religión portátil un Black Friday en Times Square.
-¿Y qué ofrece tu religión?
Una espiritualidad freelance, cualquier freelance debería sentirse a gusto, puedes ser monógamo, polígamo, creer en otras religiones, participar o no ir nunca. Hay muchas religiones que empiezan con un libro, está va a terminar con un libro.
-Te han criticado que nunca has mostrado a tu dios.
Nunca voy a convencer a un ateo de creer en mi dios. ¿Pero alguna vez le han pedido al papa que muestre a su dios? Mientras más mínima es la historia que cuentas, más iluminas algo, yo me compro un simple dios en la India y alguna gente se da cuenta de que el papa nunca lo ha mostrado.
LLEVE DE LO BUENO
-O sea al final llevas al otro a hacer lo inimaginable, regatear con casi todo. ¿Es una performance al final? ¿con qué reacciones te has encontrado?
Lo divertido del periodismo cash es que te critican por hacer lo que ya se hace. En los matinales en Argentina me alegaban que cómo me había comprado una vaca para comérmela, pero luego venía un empresario ganadero. ¿Pero cómo te vas a comprar un niño futbolista? me decían, y al lado entrevistaban al presidente del Real Madrid o del Barcelona como grandes empresarios, cuando son las grandes maquinarias de compra de niños futbolistas y si no les sirven los botan. El ejercicio narrativo es mostrar en un sólo caso, todo un asunto que ya hay.
-Se tiene la idea de que es obsceno hablar de plata, como si sólo pudieran hacerlo los comerciantes y los banqueros ¿Con qué te topaste en tus negociaciones?
Fui al resort de Osho en India, que a todo esto era una excusa para este libro, pero me topé con una cuestión de futurología. Nos juntaban a todos con una túnica blanca y bailábamos juntos, y ahí te dejas llevar. Yo igual abría un ojo. Luego suena un gong, bajaba una pantalla y aparecía Osho predicando, quien, por cierto, ya se murió hace mucho tiempo. El truco es que no mira a la cámara, y uno queda enganchado diciendo, ¡puta que mire! Esto me interesó mucho y hablé con la gente de la organización. Les pregunté cómo hacer un ashram y me iban contando. En el fondo se trata del acercamiento de un consumidor que quiere hacer algo que le gustó, por su cuenta. Y el efecto narrativo me gusta, como te van contando cosas prácticas. A la gente le gusta que le pregunten por sus negocios. Eso pasa con todos, curas en el Vaticano, toda la gente con la que hablé.
En este proyecto me ha escrito mucha gente para contarme de cosas que se venden, mujeres en alguna tribu, ciudades, políticos.
-Pero igual existe el cliché de que hay ocupaciones que no lidian con plata, como los artistas.
Me cuesta pensar que los proyectos creativos no se puedan financiar. Están los artistas que les da asco la plata, pero tienen un secretario que la toca todo el día. Y los que no. Esto del emprendimiento, los start up, son un buen modelo para los proyectos creativos y artísticos. Incluso más que postular a un Fondart, porque es ir de frente a desarrollar algo con una aceleradora de proyectos.
-Hablar de plata nunca ha parecido algo muy poético.
Ningún autor habla de plata. Piglia escribe sobre cómo sobrevivir, pero no de plata. Mis libros son acerca de comprar y vender. Soy un cronista que cuenta el mundo en que estamos, donde las cosas se compran y se venden. Quiero hacer de la compra y venta un género narrativo. Hay gente que no le va a gustar, porque no le gusta la plata. Pero estas son mis herramientas para los espacios que quiero iluminar, son herramientas que nadie quiere pescar porque son sucias o cotidianas, si la plata la tenemos siempre en el bolsillo.
-¿Hay algo que no se pueda comprar?
La tragedia es que todo se puede comprar. Pienso que quizá esa es mi búsqueda: algo que no se pueda comprar.