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Cultura

12 de Diciembre de 2018

Beatriz Sarlo: “Una mujer empoderada no necesita ser madre, ganar el premio Nobel y jugar la Copa Davis”

En La intimidad pública, su último libro, la ensayista argentina aborda varios de los fenómenos que Internet y el celular han vuelto incontrarrestables: el exhibicionismo de la vida privada, el escándalo como género noticioso, la necesidad de ser objeto de deseo público, los viejos aprendizajes que la velocidad se está llevando consigo. No se trata, sin embargo, de una crítica acomodada en lugares comunes. Siguiendo la evolución histórica del folletín romántico y de la prensa chismosa, lo que Sarlo intenta describir es un viraje completo de la subjetividad, desde la intimidad sentimental de comienzos del siglo XX hasta el actual “imperio de los sentidos” donde la duda y el deseo no pueden esperar. Feminista, pero también freudiana y formada en los años 60, aquí y en su libro discute con algunas de las nuevas corrientes: las que aspiran a transformar “por decreto” el lenguaje y, sobre todo, las que reivindican las “delicias de la maternidad”.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
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En el libro comparas los chismes de las viejas revistas con los escándalos de ahora, y lo que revela esa comparación es que la exhibición de la intimidad empieza hoy exactamente donde antes terminaba.
−Así es. En las revistas de espectáculos de los años 50, que conocí bien cuando investigué la figura de Eva Perón, había chismes que causaron enorme interés público. Por ejemplo, los amores desdichados de Hugo Del Carril con Ana María Lynch, que eran actores conocidísimos. Pero vos sólo sabías que esos eran amores y que eran desdichados, no te daban los detalles. No podías saber si la desdicha fue que ella no llegó a la cita en la avenida principal o que él fue visto con otra en un gran cabaret. Lo que se exponía era el núcleo narrativo de la historia: “ella es mala con él”, “él la traiciona”. Hoy ese chisme no le interesa a nadie, porque se asume de antemano que todos son malos con todos y que todos traicionan a todos. Por tanto, lo que hay que exponer son los hechos, los detalles de la trastienda: dónde se encontraron, en qué auto se fueron, cómo fue la despedida…

Qué se dijeron por WhatsApp…
−Claro, ahora el chisme sigue la estética de WhatsApp e Instagram combinadas, que son plataformas de realismo crudo, inmediato, sin mediación narrativa. Si vos mirás las revistas de los años 40, 50 y todavía en los 60, las fotos de los grandes escándalos, como el de Susana Giménez y Carlos Monzón, parecen casi de estudio. Las fotos de hoy, o más bien los videos, tienen el carácter de la instantaneidad, de aquello que ha sido captado y sorprendido en todos sus detalles. Y todos estos códigos, gracias al sistema de rebote entre la televisión y las plataformas [redes sociales], han creado un ámbito educativo. Que nos guste o no, es indistinto: si educación es la transmisión de un cierto tipo de valores y de un cierto tipo de saber hacer, ese ámbito se ha vuelto educativo, porque produce efectos de imitación muy potentes. Se ve clarísimo en las plataformas, sobre todo en las cuentas −y espero que no me maldigan las feministas− de mujeres jóvenes, que imitan de manera perfecta las poses corporales, los gestos faciales y a veces los relatos de los famosos.

La pose de perfil con la cintura quebrada…
−En efecto, y la muequita sensual con la boca hacia adelante, etc. En cuerpos que evidentemente no todos están preparados para esas poses… con perdón, quiero decir, están preparados de otra manera. Hay que cuidarse muchísimo, es un mundo muy psicopático. Desde luego, ese efecto de identificación también existía hace 50 años. La gente −y sobre todo las mujeres− copiaba la forma de vestir y de peinarse de las famosas. Pero como hoy las famosas muestran y cuentan mucho más, entonces todos muestran y cuentan más.

“El imperio de los sentidos”, le llamas.
−Porque antes el deseo estaba más radicado en los sentimientos: la promesa de que algún día el deseo se realizará. Ahora el deseo no quiere jugar con límites, necesita realizarse inmediatamente, y eso ha creado esta urgencia por ser objeto de deseo público que ha arrasado con la intimidad. Es una transformación muy profunda de la subjetividad, del sujeto mismo.

“Vivimos en el reino de la hipérbole. El otro día, en un artículo, escribí la palabra mamarracho para referirme a un discurso que hizo un político, y estoy segura de que hace diez años hubiera usado otra. A todos nos lleva esta corriente. No sé dónde terminaremos”.

¿Echas de menos el pudor?
−No, porque el pudor ya no era un valor en mi cultura de adolescencia. La mía fue la generación de la minifalda y el mini short. Y quizás practicábamos el pudor, calculábamos en función de él, sobre todo por las situaciones violentas a las que una mujer podía exponerse en el espacio público, especialmente de noche. Yo viví sola desde muy joven y esa preocupación estaba muy presente. Pero en sí mismo, el pudor era un valor que detestábamos y criticábamos todo el tiempo. Era el valor que nos exigía respetar la generación con la cual yo quería romper. Y es muy difícil extrañar un valor que no formó parte de tu construcción cultural, salvo que te vuelvas una reaccionaria completa. Así que en la crítica de estos famosos no me interesa la cuestión del pudor.

Lo que sí te decepciona es que la gente quiera hacerse famosa sin haberse dado el trabajo de hacer algo meritorio, o al menos cultivar un oficio. Por eso distingues entre los “famosos” y las “estrellas”, que trabajan duro.
−Lo que más me impresionó es que en algunos casos era muy difícil saber qué oficio tenían. ¿Canta, baila, patina, qué hace? Porque además son muy fugaces. En el libro cito al Polaquito, un chico que fue muy famoso aquí hace dos años. Hoy preguntá por el Polaquito y te van a mandar a la embajada de Polonia. Las estrellas son gente que se defiende por lo que hace y se mantiene por décadas arriba. El famoso persigue a los fotógrafos, a la estrella la persiguen.

Pones el caso de Maradona, que es una fuente inagotable de escándalos pero antes de eso fue el mejor jugador del mundo.
−Es un caso muy particular, a mí me encantaría escribir un perfil sobre él. Porque además de haber sido el mejor en lo suyo –o de los mejores, para no ofender nadie−, lo que lo distingue a Maradona es su gran inteligencia y su increíble capacidad de producir aforismos. En general, para producir aforismos tenés que tener una cierta cultura, pero él no encontraba límites para producirlos, siempre fue muy bueno. Cuando Macri era presidente de Boca, dijo “Macri es un cartonero”. Es una definición a la que uno podría sacarle tantas vueltas… ¿Qué quiso decir Maradona con eso?

EL ESCÁNDALO

Las retóricas del escándalo que analizas en el libro nacieron en la prensa de farándula, pero ya colonizaron la noticia de actualidad. Nada puede con ellas.
−Eso hay que estudiarlo mucho más a fondo: la transformación del periodismo en los últimos veinte años. Y si me permitís te hago una pequeña historia. En las dos primeras décadas del siglo XX, con el crecimiento de la ciudad, se transforma el campo periodístico en la Argentina. Y un diario popular, llamado Crítica, crea la noticia policial. En aquella época, podían asesinar de trescientas puñaladas a alguien y los diarios “serios” no mandaban un cronista para escribir esa noticia. Luego, en los años 20, por primera vez la noticia policial va a la tapa de un diario. Y en el transcurso del siglo, las páginas policiales se normalizan como parte del esquema de los diarios, pero sólo eran noticia de tapa en la prensa popular y a veces en diarios de la tarde. Hoy, en cambio, una joven violada y asesinada puede ser noticia de tapa en el Clarín. Yo digo: es una noticia importantísima, me alegro de que salga en tapa… Pero constato que es un cambio del orden y la importancia de las noticias motivado, en gran parte, por la necesidad de escandalizar al lector para retenerlo. No es extraño entonces que el escándalo sea el género dominante en la web. Y casi todos los leemos, aunque entremos al diario por otras secciones, porque los escándalos te aparecen al costado y van guiando tu manera de moverte entre las noticias.

Un poco antes, a comienzos de los dos mil, la noticia policial ya se había impuesto en la tele. Los primeros noticiarios que abrieron con policiales fueron obligando a los demás.
−Sin duda. Porque en los diarios impresos todavía había una especie de barrera sociocultural que separaba las cosas. Crónica siempre tuvo las policiales en tapa, pero no obligaba a los diarios del establishment a hacer lo mismo. Pero en la tele esa barrera dejó de existir, o fue sobrepasada.

Porque la competencia le dio más opciones al público que prefería otras noticias, a lo cual se le puede llamar democratización o de otras maneras más elitistas.
−En efecto. Quizás lo que sucede, para no decir nada políticamente incorrecto, es que las noticias “importantes” antes eran más simples, o la misma ideología las simplificaba. Un lector de los años 60 podía no saber mucho de la Guerra de Vietnam, pero siempre sabía si estaba a favor de la invasión norteamericana o del Viet Cong. Hoy esa guía ideológica es mucho más débil y además las noticias se han complejizado cada vez más. Ponele que viene una tercera persona acá y nos dice “señores, ¿me explican el G20?”. Vos y yo pertenecemos al medio periodístico, pero nos costaría mucho explicar en tres minutos de qué se trata el G20, qué intereses se cruzan, qué consecuencias puede tener, etc.

Un insulto de Trump te orienta más fácil.
−Sin duda. Lo que me va a costar entender es cómo se componen los votantes que llegaron al empate de Trump con Hillary. Pero me pregunto, ¿el público quiere entender cómo se componen esos votantes? Esas noticias requieren tiempo, y vos sabés que el lector del celular se queda en promedio 35 segundos en una noticia. Mi fascinación, todas las mañanas, es espiar en el metro los celulares de la gente, porque vamos muy apretados y ya podés espiarlos a todos. Y es impresionante la velocidad a la que se van desplazando. Entonces, junto con volverse más complicado el mundo público, el tiempo dedicado a entenderlo quizás antes fue mayor. Y había instituciones que lo explicaban de manera más eficiente: los partidos políticos, las iglesias… Aunque ahora los pentecostales son muy eficientes en explicar.

A su manera.
−A su manera, pero son muy eficientes.

Al mismo ritmo que la velocidad de lectura aumenta, el lenguaje del escándalo tiene que ir subiendo de tono. En los 90 ya era fuerte decir “X critica a Y”, hoy tiene que ser “noquea”, “destruye”…
−Sí, vivimos en el reino de la hipérbole. Si no vas aumentando la apuesta no tenés ninguna posibilidad de repercusión. Es como un sistema de sinónimos que va subiendo de tono para expandir su circulación. Y quizás a uno también le pasa, por lo menos al escribir sobre política. El otro día, en un artículo, escribí la palabra mamarracho para referirme a un discurso que hizo un político, y estoy segura de que hace diez años hubiera usado otra. A todos nos lleva esta corriente. No sé dónde terminaremos.

Como la circulación de cada nota ahora se mide por separado, las columnas de intelectuales también han tenido que buscar maneras de llamar la atención.
−Sí, ahora todo tiene que tener algo. De repente veo una nota mía en la página web y está llena de subrayados, una estrategia de exposición que yo no uso nunca. Pero uno tiene que saber adaptarse a cada medio, saber lo que es un libro y lo que es la web. Te cuento lo que es mi típica anécdota cotidiana. “La leí”, me dicen en la calle. “Ah, sí, ¿qué leyó?”. “Bueno, eso que salió, y estoy muy de acuerdo”. Entonces me quedo cinco minutos hablando de política y en el 80% de los casos la persona está en desacuerdo con lo que yo pienso. ¿Por qué me dice que está de acuerdo? Porque me reconoce, nada más. Porque crea un nexo familiar conmigo a través de mi presencia en los medios. A mí no me parece mal, no estoy juzgando, pero tampoco me voy a engañar. Sería como esperar que las escandalosas leyeran este libro. No tiene por qué interesarles, no son como los intelectuales que viven leyendo libros sobre intelectuales.

“La enseñanza escolar desprecia el aprendizaje memorístico, lo cual en principio está muy bien. Ahora, algo hay que tener en la cabeza que te evite el trabajo de mirar Wikipedia cada minuto y medio. […] A las carreras humanistas de la Universidad de Buenos Aires, los estudiantes llegan con menor formación intelectual que en los años 80”.

Dices que Internet y Google, como nos resuelven cualquier duda en el momento, nos han quitado la capacidad de reflexionar desde el extrañamiento.
−Y la capacidad de detenerse. Lo que sucede con las plataformas y los celulares es que sólo entrenan un tipo de lectura, la lectura rápida y salteada. Y con eso se está deshaciendo un entrenamiento de siglos, de lectores que aprendían a leer distintos tipos de texto a distintas velocidades.

A modo de contraste, explicas la función pedagógica que cumplió el folletín sentimental de los años 20.
−Claro, porque fueron una fuente de aprendizaje muy superior a lo que aportan hoy estas historias de escándalos. De partida, eran largos. Eran folletitos, pero abrochados al medio con grampas, es decir, de unas 60 u 80 páginas. En segundo lugar, tenían largos fragmentos descriptivos. El personaje entraba a una gran tienda y esa tienda era descrita. ¿Por qué? Porque era muy probable que el público que los leía nunca hubiera entrado a una gran tienda, y el folletín cumplía ahí un rol didáctico: la ciudad, que era nueva para gran parte de ese público, empezaba a ser descrita. Se alternaban los diálogos propiamente folletinescos −el enamoramiento, la traición y luego la reconciliación− con fragmentos descriptivos aprendidos de la novela realista. No aprendidos de Balzac, sino de la novela de segundo orden que se escribió a partir de Zola, cuando la literatura tomó por el lado de Proust, de Kafka, etc., y se separó del gran público.

¿Los leían principalmente mujeres?
−Pero no solamente. Cuando investigué este tema −compré folletines a raudales en librerías de viejo− descubrí que los hombres también los leían. Los compraban siempre con una mujer de pretexto, “de regalo para mis hermanas”, pero los leían. Porque además eran muy baratos, valían menos que un paquete de cigarrillos. Entonces, ese fue un momento de gran aprendizaje para un público que recién se alfabetizaba. Esos lectores, con el tiempo, se podían pasar del folletín a Roberto Arlt sin ningún problema.

Mientras el escándalo, dices, “no pide nada a quien lo consume”.
−Hace todo lo contrario: te entrena para leer historias cuyo argumento conoces antes de leer, y te genera una resistencia a lo que exige observación, asimilación. Pero eso también tiene que ver con la manera en que se enseña hoy, por lo menos en este país.

¿A qué te refieres?
−A las cosas más básicas. La enseñanza escolar desprecia el aprendizaje memorístico, lo cual en principio está muy bien. Vos no tenés que aprenderte de memoria La Araucana ni yo el Martín Fierro. Ahora, algo hay que tener en la cabeza que te evite el trabajo de mirar Wikipedia cada minuto y medio. Alguna campana tiene que sonar en tu memoria para poder conectar referencias que Google no va a conectar. No podés prescindir de tu propia acumulación de conocimientos, porque eso además enriquece tu propia vida. Y cuando me cuentan cómo llegan los estudiantes a las carreras humanistas de la Universidad de Buenos Aires, me doy cuenta de que llegan con menor formación intelectual que cuando yo enseñaba ahí en los 80. No con menor capacidad, pero con menor formación. Y a esas carreras llega la crema de los estudiantes.

Agustín Squella dice que el eslogan “aprender a aprender” es muy discutible como modelo educativo, porque para aplicar habilidades hay que saber a qué aplicarlas.
−¡Totalmente de acuerdo! No hay nada que sea “aprender a aprender”. No se aprende a jugar al tenis sin raqueta. En algún momento hay que ir a las cosas, y esas cosas tienen un contenido, sea empírico o simbólico. Y si vos querés jugar al tenis, sea en un club o entre los grandes, tenés que masacrarte en un aprendizaje. Mi pregunta es: ¿por qué, si esto es aceptado para el deporte, para la cultura se lo considera un anacronismo? Pero bueno, asistimos a fenómenos extravagantes… Como que se cambia El principito y ahora se llama La principesa, inventando además una palabra que no existe en castellano para que ningún niño o niña se vaya a confundir con las princesas Disney… Mirá, yo vivo en un barrio de capas medias y tengo afuera a todos los que duermen en la calle, porque en los barrios de capas medias está la mejor basura. Y una señora que casi no puede caminar, con un perro que casi no puede caminar, se sienta todas las mañanas en la esquina de mi casa. “Señora”, le digo yo, “¿cómo se llama el perro?”. “Se llama La Chancha”, me dice. Después de dos meses, ahora apareció un señor con la señora, y se acompañan, compartiendo las monedas que reciben. Si de esas historias nos hemos olvidado totalmente, ¿puede ser que la ideología contemporánea ande un poco perdida?

FEMINISMO Y MATERNIDAD

Casi al arrancar el libro, pones una nota al pie avisando que no vas a usar el lenguaje inclusivo para los géneros. “La pesadez de la escritura duplicada supera mi femenina sensibilidad”, explicas. Sobre la alternativa del “todes” no te pronuncias.
−Yo he creído siempre en la igualdad entre hombres y mujeres, y si alguien necesita pruebas de esa convicción le puedo decir dónde buscarlas. Pero la idea de que se puede cambiar el lenguaje de la noche a la mañana la tuvo alguien que ignora la historia de la lengua, de cualquier lengua. Las lenguas son irregulares justamente porque sus transformaciones no se hacen por decreto. Además, en facultades donde se enseña a Derrida, donde se enseña posestructuralismo y por lo tanto se enseña que el lenguaje nos constituye, ¿cómo se puede pensar que uno va a modificar por voluntad el sistema morfológico de una lengua? Ahora, yo no me opongo a que pongan todas las e que quieran, no voy a ir marcando a quien dice todes. Y si en los exámenes de literatura quieren escribir “todes les autores”, que lo hagan. Pero yo no voy a escribir así.

Llevando el punto un poco más lejos, en otra parte planteas que la ansiedad de que todo sea unívoco y transparente ha fomentado la ilusión de que, contra todo lo que dijo Freud, también se puede moldear a voluntad el yo. Como aspirando a un yo sin inconsciente.
−Tal cual, un yo sin inconsciente. Es decir, un yo que no pasa por ese momento en que uno toma esa pequeña distancia y dice “a ver, ¿por qué me pasa esto? ¿Será que mi relación con el mundo pasa por filtros que mi conciencia no gobierna?”. Por eso este feminismo radical −digo radical en el mismo sentido en que hablaría de un marxismo o un liberalismo radical− no pasa por ninguna de las avenidas que transitaron Freud y todos los que vinieron después de él. Y a lo mejor está muy bien, porque si vos querés razonar una igualdad absolutamente radical, no podés pasar por Freud. O por lo menos no hasta que el modelo de concepción, nacimiento y crianza de los niños cambie absolutamente. Mientras eso no ocurra, tenés que evitar a Freud, porque ya trae incorporada la diferencia que nos constituye.

Tú te formaste en el ambiente universitario de los años 60, mucho más dominado por hombres que el actual. ¿Cómo lidiaste con eso para hacerte el espacio?
−Es que yo tuve ahí una gran suerte: estar rodeada de hombres que no eran machistas. Mis maestros en los 60 eran gente como David Viñas, que podía ser violento, si lo provocabas te decía “hermanito, vamos afuera y lo arreglamos”, pero machista no era nunca. Fueras hombre, mujer, gato o pollo, él te mandaba a escribir un artículo para su revista y te daba un tema imposible para vos.

¿Por qué?
−Para mostrarte que confiaba en tus capacidades. No para traumatizarte, porque en esos años vos no te traumatizabas porque te dieron un tema difícil o porque no te paró el colectivo. Pero claro, me doy cuenta de que tuve varios privilegios juntos: pertenecer a la generación del 60, y del 60 en Buenos Aires, y siendo parte de una pequeña burguesía culta que tenía una muy buena educación de origen. Entonces muchas cosas ya estaban naturalizadas. Por darte otro ejemplo, era un medio donde ya había una completa horizontalidad de trato con la homosexualidad. Una mujer, que fue una de mis mejores guías en la facultad, me hizo una clara insinuación sexual cuando yo recién entraba, a los 17 años. Y me perturbó un poco, pero me senté en una mesa y me dijeron “no pasa nada, las cosas son así, es una chica bárbara”. Punto, lo entendí rápidamente. Y esa experiencia tampoco significó un trauma para nada. Ahora, si me vienen a preguntar si no había ninguna actitud machista, qué sé yo…

Cosas más cotidianas…
−Sí, ¿me abrían la puerta?, sí. Hace años, con el hombre menos machista que yo conozco, íbamos caminando por la Universidad de Columbia y nos acompañaba una distinguida profesora de la universidad, cuyo nombre no voy a dar. Y de repente me doy cuenta de que ella está en crisis de nervios porque este hombre argentino se adelantaba para abrirle las puertas. Quizás una feminista diría “sí, claro, esos hombres que te abren la puerta están significando que son superiores, que tu debilidad femenina te impide caminar y abrir puertas al mismo tiempo”. Pero bueno, los modales cambian a un ritmo más lento. Seguramente no hay que abrirle la puerta a nadie, es más, hay que cerrársela en la cara, por qué no.

También haces una crítica a las “delicias de la maternidad”, otro relato de lo femenino muy presente en la autoexhibición de las famosas. Contemos qué problema tienes con eso.
−Probablemente tenga el mismo problema que algunas feministas que cito ahí: que la maternidad se ha vuelto, en algunas líneas del feminismo, una reivindicación de la “virtud de lo femenino” que exalta la imagen de una mujer omnipotente, que no renuncia a nada porque lo puede todo. Y yo creo que una mujer realmente empoderada no necesita ser madre, ganar el premio Nobel y jugar la Copa Davis al mismo tiempo, porque sabe que no puede. Omnipotencia y empoderamiento están muy lejos de ser sinónimos, seas hombre o mujer. Las grandes conquistas sociales del siglo XX no se hicieron a partir de esa autoimagen de omnipotencia. No fue que el Partido Laborista inglés dijera “desde hoy decidimos que vamos a tener la misma calidad de salud que la reina”. Fueron luchas que avanzaron a pulso, quizás porque supieron que la omnipotencia no te ayuda a romper los límites de lo social. Para romper los límites hay que conocerlos.

Citas el caso de una diputada argentina que amamantó a su hija en la sala del Congreso. Ves ahí más cálculo, incluso exhibicionismo, que rebeldía en favor de las que no pueden hacerlo.
−Exactamente. Si el reclamo es que en los trabajos haya lugares donde las mujeres puedan dejar a sus hijos, y que además la jornada laboral les reserve tiempo para ir allí a atenderlos y amamantarlos, yo adhiero firmemente. Pero convengamos que ese lugar no es un escaño del Congreso, porque eso no iguala oportunidades, y yo como feminista –feminista liberal, digamos− lucho por eso. Bajar a amamantar a la sala de sesiones me parece un exhibicionismo que más bien ostenta un privilegio: hacer un supuesto gesto de grandeza, sabiendo que no corrés ningún riesgo, frente a millones de mujeres que no lo pueden hacer, partiendo por la chica que trabaja de ordenanza en la puerta del Congreso. Y también me pregunto, acerca de todas las famosas que publican sus fotos amamantando, cómo hacen para saber si sus hijos tienen el mismo interés que ellas en exhibirse ante millones de personas.

EL ACTO POLÍTICO

26 DE JULIO DE 2018/SANTIAGO
Organizaciones feministas realizan una manifestación en plaza baquedano, en contra del ataque a tres mujeres, en marcha a favor del aborto libre realizada de este miércoles.
FOTO: LEONARDO RUBILAR CHANDIA/AGENCIAUNO

Fuiste muy crítica del kirchnerismo, pero ahora tanto o más de Macri. ¿Por qué crees que le ha salido todo tan mal?
−Yo creo que le ha pesado su optimismo de niño rico, “a mí me va a ir bien porque siempre me va bien”. La crisis económica que heredó Macri era mucho menos grave que la de 2001, y de la crisis de 2001 salimos en tres años. Macri ya ha gobernado tres años y no sabe qué hacer. Y ha quedado clarísimo que hicieron un mal diagnóstico. Él ya conocía los datos de la economía cuando dijo que si ganaba las elecciones, llegaban las inversiones y salíamos de la inflación rápidamente.

Cuando venía para acá, el taxista me mostró en su celular un video editado de Macri diciendo muchas veces “llego yo y se acaba la inflación”.
−Genial, el taxista ya tiene el video preparado. Sí, lo dijo muchas veces en la campaña. Un mes después va a Davos y vuelve diciendo que venían las inversiones, toda la prensa le creyó y seguimos esperando. Yo no voy a hablar de economía porque no sé, pero su equipo es extremadamente improvisado, el desprecio que sienten por la política en algún momento se paga. Vos no podés ser político y despreciar a la política de ese modo. Ni siquiera estoy hablando de su ideología, porque los conservadores de derecha pueden salir de una crisis. Este quiso conservar la popularidad y al final no supo resolver.

Al mismo taxista le pregunté si en Argentina iba a aparecer un Bolsonaro. “Y… es lo que tiene que pasar”, me dijo. ¿Ves cerca ese peligro?
−No, no lo veo. Quizás me voy a equivocar una vez más, pero creo que los argentinos aprendimos pocas cosas y una de ellas es que ciertas inclinaciones ideológicas no resulten tolerables llegado el momento de votar. No es que los taxistas no puedan decir “a los negros hay que matarlos porque cortan las calles y no dejan laburar”. Pero no sé si eso puede llegar a configurarse como un discurso público que diga “vamos a votar contra esos negros”. Quiero pensar que no. Y los expertos en pentecostalismo te dicen que acá no tienen la misma impregnación que en Brasil. El pentecostalismo brasileño ya lo estaba estudiando David Lehmann en los 90, fue la primera persona que me habló del tema. “Beatriz”, me dijo, “esto va en serio, están ahí”, y me contó las historias. Y después seguí muy de cerca la investigación de Pablo Semán, que es la mejor sobre los pentecostales argentinos. Y sí, organizan mucho el mundo de abajo, pero no parece todavía llegar ese momento…

“Yo estuve en todas las movilizaciones por el aborto [en Buenos Aires] y lo más importante es que por primera vez desde los años 80 se sumó una nueva generación al espacio público. Eran chicas de capas medias que tienen cómo conseguir un aborto seguro. Estaban pidiendo por terceras, y ese es el verdadero acto político”.

Pero fueron duros cuando se discutió la ley de aborto.
−Sí, pero no con esa violencia de los que siguen a Bolsonaro. Yo estuve en todas las movilizaciones por el aborto, y en la noche se quedaron todas las chicas afuera del Congreso, las del pañuelo verde a favor del aborto y las del pañuelo celeste en contra, separadas por un cordón. Y no vi manifestaciones de violencia social ahí, sólo exabruptos muy individuales. Y la ley estuvo muy cerca de salir. Efectivamente, dicen que los dos senadores que decidieron que no, respondían a voto evangélico en una provincia. O sea que te pueden bloquear, pero la ley vuelve el año que viene. Y lo más importante, para mí, es que por primera vez desde los años 80 se sumó una nueva generación al espacio público. Eso es lo que hay que focalizar: la movilización de gente joven que no estaba pidiendo para sí, porque eran chicas de capas medias que tienen cómo conseguir un aborto seguro. Estaban pidiendo por terceras, y ese es el verdadero acto político: que vos pidas por otro, por otra, por otre.

LA INTIMIDAD PÚBLICA
Beatriz Sarlo
Seix Barral, 2018, 181 páginas

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