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Opinión

27 de Abril de 2024

Columna de Isabel Plant | La batalla perdida del lenguaje inclusivo

El lenguaje inclusivo parece haber perdido fuerza. La columnista Isabel Plant plantea como este "terminó quizás siendo una preocupación menos urgente, una imposición poco orgánica y, lamentablemente, una representación de exceso por parte del movimiento feminista según sus detractores". "Pero el lenguaje es plástico, deformable, evolutivo. No hablamos hoy como se hablaba en el siglo XV. Hay palabras nuevas todos los años en el diccionario. Y no es loco pedir que nuestra manera de expresarnos se adapte al mundo que nos rodea, siempre evolutivo", agrega Plant.

Por Isabel Plant

La escena es una parodia del activismo woke ultra radical: un grupo de encapuchados y encapuchadas, luego de haber vandalizado una escultura de una figura histórica hoy considerada machista, lanzan un video donde explican su cruzada. “Hola todos, todas y todes”, comienzan diciendo.

Continúan con frases como “estamos condenades a repetir los errores del pasado”, con la “e” como símbolo de ridículo. “¡Todes juntes, siempre atentes!”, se despiden. Es parte de Bellas Artes, una nueva serie argentina/española que se ríe del mundo del arte contemporáneo y los clichés progres-burgueses, donde también se incluye el feminismo actual como parte de los excesos.

Mientras eso pasa en la televisión, en Latinoamérica los vientos de cambio se llevan consigo “les elles”. En Argentina, el gobierno de Milei ya en febrero pasado comunicó la prohibición de usar el lenguaje inclusivo en la administración pública, mientras que en Perú, hace solo unas semanas, se promulgó la ley que lo modifica en “todas las instancias y niveles de gobierno”, extendiendo la norma a textos escolares, con la explicación de que no se debe hacer la distinción cuando exista un término que “incluya a ambos géneros”. 

Yo misma me enfrasqué en una pequeña discusión recientemente alrededor de lenguaje y género, cuando corrigiendo un documento, mi contraparte expuso que la palabra “Gerenta” no era la correcta, sino que el cargo es “Gerente”. Fue como un flashback al pasado, al lejano primer gobierno de Michelle Bachelet, cuando Chile entero se dedicó a discutir si era correcto decirle presidenta. 

La RAE ha tenido que zambullirse en este mar: sí, existe presidenta, gerenta, arquitecta, abogada, ingeniera y más. Pero el elle, x, @ u otros caracteres utilizados en la cuarta ola en pos de la inclusividad, no son aceptados por la institución madre de la Lengua Española, argumentando que es innecesario, “pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de la oposición de género”. No hubo caso de aceptarlo en el 2020, cuando lanzaron un informe sobre lenguaje inclusivo, no hay caso en el 2024: la RAE no tolerará un “compañeres”

A mí la ola feminista me pilló nadando preparada para la pelea por la igualdad, desde donde pude hacer mi aporte. Pero en cuanto a lo que lenguaje inclusivo se refiere, me quedé siempre al debe. En parte porque, como ya he expuesto antes, no soy la feminista militante perfecta; en parte porque como periodista la deformación del lenguaje me cuesta; y en parte porque ya no era tan joven como para sentirme absolutamente representada por este.

Lo que sí hice parte de mi manera de hablar y escribir, es lo que incluí sin pensar al inicio de esta columna: encapuchados y encapuchadas, niños y niñas, ciudadanos y ciudadanas, las y los chilenos, que es también como lo usa el actual Presidente de la nación. Uno de los momentos más graciosos del actual gobierno, fue cuando en 2022 el entonces subsecretario de Salud Pública dijo en una conferencia de prensa: “Avanzamos sobre todo en la idea del derecho a la salud, en el cual los y las medicamentos son fundamentales para poder garantizar el acceso a la salud”. Cosas que pasan en el mundo elle. 

Al parecer, a cinco años de la explosión del nuevo feminismo, ya podemos decantar ciertos cambios culturales que se conquistaron, otros que se perdieron y algunos por los cuales habrá que seguir peleando. El avance enorme que se hizo en cuanto a consentimiento, contrasta con la lucha sisifiana de la crianza compartida, por ejemplo. El lenguaje inclusivo, por su parte, terminó quizás siendo una preocupación menos urgente, una imposición poco orgánica y, lamentablemente, una representación de exceso por parte del movimiento feminista según sus detractores. 

Pero el lenguaje es plástico, deformable, evolutivo. No hablamos hoy como se hablaba en el siglo XV. Hay palabras nuevas todos los años en el diccionario. Y no es loco pedir que nuestra manera de expresarnos se adapte al mundo que nos rodea, siempre evolutivo. A ver: yo aún soy una viuda del acento en “sólo”. Si cambiamos eso, ¿no podríamos cambiar más cosas? ¿Deberíamos reírnos de que una persona no binaria se sienta más cómoda con pronombres que no son ni femeninos ni masculinos? ¿No puede el lenguaje elasticarse para incluirnos a todos (o a todes)?

Supongo que algunos cambios toman su tiempo y pretender transformar el habla de un día para otro era, si no ambicioso, excesivo. Supongo que hay que elegir batallas y preguntarse cuál es la finalidad de la lucha. El desafío es no dejar a minorías y diversidades fuera, pero tampoco alienar a las mayorías, perdiendo su apoyo. En ese delicado acto de equilibrismo donde se pasean las diferentes luchas del feminismo, el lenguaje inclusivo parece haber caído al vacío, sin posibilidad de volar.  

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