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Nacional

30 de Enero de 2019

Tren al sur: El pasajero que nunca volvió

Juana Burgos (75) recuerda el 2 de enero de 1979 como el peor día de su vida. Sus dos hijos menores viajaron en los vagones del ferrocarril de Estación Central sin razón alguna. Raúl apareció en un Hospital de Rengo tres días después. Alejandro “Canito” Caracuel nunca apareció. Lleva 40 años desaparecido. Pero, hay una persona que calza con el perfil, aunque la prueba de ADN dice lo contrario. Una angustiante búsqueda que sólo tendrá fin cuando la genética le devuelva a su hijo.

Por

Era el primer lunes del año. 1 de enero de 1979, Juana Burgos estaba tomando una siesta en el sillón de su casa, aprovechando su día de descanso por el feriado nacional. Se despierta al sentir frío en los dedos de su pie. Mira y era su hijo menor, Alejandro Caracuel, el “Canito”, por la famosa serie animada de la época de unos perros que eran padre e hijo:

— ¿Qué estás haciendo?
— Mamita, te estoy pintando las uñitas de las patitas para que te veas bonita.
—Chiquillo loco, cómo se te ocurre que voy a ir a trabajar, que me voy a poner en los pies para que se vea.
—Las sandalias po’, mamita.

Cuenta que después el “Canito” salió a jugar a la ramada. Llegó en la noche, comió y se fue a acostar. Esa fue la última vez que vio a su hijo.

Juana Burgos tiene 75 años. Vive junto a Luís, uno de sus ocho hijos, y adopta a perros que hayan sido abandonados cerca de su casa, en Cerrillos. Está sentada en un sillón, mirando de frente el portón de la casa, esperando a que llegue Ximena Caracuel (50), su hija que se ha encargado de la búsqueda de Alejandro durante estos últimos años. Con lágrimas repasa aquel 2 de enero del 79, cuando su hijo menor, de siete años, se fue del hogar donde siempre jugaba.

EL DÍA MÁS LARGO DE JUANA

La noche anterior, Juana no se acuerda qué se quedó haciendo, pero se acostó a la una de la mañana. Trabajaba como encargada de hogar en una casa del barrio alto y tenía que estar a las 7.00 de la mañana en el trabajo. Se quedó dormida. No pudo dejar a sus hijos despiertos, darles un beso y decirles “cuídense, no salgan a la calle”, como lo hacía habitualmente.

En el trabajo cuidaba tres niños y la matrona llegó más tarde que nunca. Cuando llegó le dijo— “Señora Lucy, usted sabe que yo tengo mis chiquillos, tengo que ir a verlos”—. Llegó a su casa a las 22.45 y le preguntó su esposo, Víctor Caracuel, donde estaban Alejandrito y Raulito, a lo que respondió que no los había visto. En ese momento comenzó la noche más larga y angustiante de su vida.

—Esa noche no dormí, estuve hasta el amanecer mirando desde la ventana a la puerta, en ese tiempo había toque de queda, entonces esperaba ahí por si llegaban corriendo para abrirles la puerta. No llegaron. Al día siguiente tampoco— se lamenta mientras llora. Apenas salió el sol, fue a la comisaría de Carabineros y le dijeron que cuando ella supiera algo de su hijo, le fueran a avisar. Después se dirigió al Juzgado de Chile-España. Le dijeron que si sabían algo le avisarían. 40 años han pasado y sigue esperando una respuesta.

Ximena Caracuel, la tercera más joven, se había quedado junto a sus dos hermanos solos en la casa. Para ellos, medio pan era un lujo, solamente su madre trabajaba y su papá ya estaba jubilado. Cuenta que solían ir a mendigar dinero o comida para la cena. Ella se encontraba limpiando unos calzoncillos cuando llegaron Raúl y Alejandro y la invitaron a machetear. —“No quise ir, porque tenía que quedar alguien en la casa. Les di permiso y se fueron. Pero no volvieron.”—cuenta entre lágrimas la hermana más cercana del “Canito”.

“Mamita”, como la llamaba siempre Alejandro, sigue mirando el portón, como si siguiera esperando que su hijo entrara por la puerta. Mientras solloza, intenta decir lo mal que se siente desde entonces.
—No hay día que no llore por mi hijo. En las mañanas me despierto llorando y la sensación es muy amarga. Es que nunca lo voy a superar hasta que lo encuentre— explica mientras se seca las lágrimas.

TREN DE LA AUSENCIA

Aunque sus dos hijos no volvían hace tres días a la casa. Juana Burgos debía seguir trabajando en la casa de Lucy. Después de unas horas, le llega un llamado de su hija Olga, le dijo que estaba con un carabinero y habían encontrado a Raúl. Por el teléfono le cuentan que estaba en el Hospital de Rengo, VI Región de O’Higgins. Lo primero que pregunta es por Alejandro y le responden que no estaba con él.

Al saber que Raúl estaba vivo le preguntó a su matrona si podría adelantarle algo de sueldo para viajar a buscar a su hijo y según Juana le respondió ” Ay Nana, ¿y quién va a cuidar a mis hijos? La profesora Cruzcaya, que trabajaba donde estudiaban sus hijos, le consiguió los pasajes de ida y vuelta para ir a Rengo.

Al llegar encontró a Raúl magullado, con heridas y moretones, quien solamente se acuerda de que lo arrojaron de la máquina a las zarzamoras, lo encontraron y lo llevaron al centro asistencial de Rengo. Alejandro habría seguido por la línea férrea al sur.

Mientras estuvo allí, Juana recorrió el mercado, calles y durmió en un cuarto con guarenes que pasaban por encima de su cama. “Estuvo una pura noche, no pude quedarme más. Me devolví a Santiago con las manos vacías. Solamente con Raúl”, se lamenta su madre.

Por su parte, Ximena dice que intentó hablar con “Raulito” sobre lo que había pasado y las razones de haber tomado el tren. No pudo sacarle palabras, su hermano le dijo que no se acordaba de mucho. La “enana” asegura que hasta hoy, no habla del tema, porque le afectó muchísimo

“ME IRÉ AL PATIO DE LOS CALLADOS”

A partir de ese día, la familia Caracuel Burgos no volvió a ser la misma. Juana reconoce que todo pasó a segundo plano y vive con una incertidumbre constante, donde todo se resume a donde esta “Canito”.

—Si soy bien sincera, fue un vacío grande. Me alejé del resto de mi familia, porque lo único que me preocupaba era de mi niñito. Ahora todo me molesta; La tele, la radio, los gritos. Pero, el día en que aparezca mi Alejandrito va a cambiar todo.—dice sollozante Juana.

Ximena recuerda qué desde pequeña vio cómo su madre iba alejándose de ella y sus hermanos. Aquella “mamita” que antes les daba todas las mañanas un beso antes de irse a trabajar, dice que perdió una parte de sí cuando desapareció “Canito”.

—A ella no le interesaba nadie más. Solamente pensaba en Alejandro. Desgraciadamente se repite la historia, solo cambia el actor. Con mis hijos hacía lo mismo, no dejarlos ir a los paseos, nunca solos, siempre conmigo. Si les pasaba algo yo me iba a sentir culpable. — recuerda Ximena Caracuel. Además, su hija mayor, le preguntó por qué era tan fría con ella. La hermana más cercana de Alejandrito recuerda que con su hermano eran muy de piel, pero desde que se fue le costó mucho volver a ser afectuosa.

Juana Burgos ha perdido las ganas de vivir. Los 40 años de búsqueda la han deprimido y cada vez que recuerda algún momento con su hijo, llora.

—”Consumo un millón de pastillas para la diabetes. Me las voy a tomar todas y me iré al patio de los callados. Nadie se va a dar cuenta. Se va a acabar toda la cuestión y voy a dejar de sufrir, de una vez por todas.” — expresa enfadada “mamita”.

“SERÉ UN NIÑO BUENO MAÑANA”

Los únicos momentos en los que Juana logra sacar una sonrisa, es cuando recuerda sus mejores días y momentos con su hijo. Para su madre, el “Canito”, el más pequeño de ocho hermanos, era juguetón, pajarón y cariñoso.

Juana recuerda el primer día de colegio de Alejandro, dice que apenas lo dejó en el portón no quería soltarle la mano y “quería puro devolverse”.

—Tenía que ayudarlo, hacerle las tareas. Le decía; “tienes que tomar el lápiz así” y me respondía “ay me aburrí”. “Alejandro vas a ser un analfabeto”, ¿qué es eso, mamá?; que no sabe leer ni escribir, que hace puras burradas. Pero mamita yo no voy a hacer puras burradas, seré un niñito bueno mañana. — recuerda mientras ríe y llora al mismo tiempo.

Ximena también recuerda que después de embarrarse en el patio trasero simulando que la tierra era una piscina en un hoyo cavado por su padre, jugaban a que eran una banda musical, golpeando unas latas de comida y metiendo bulla en todo el barrio.

Ximena Caracuel

LA NECESIDAD DE UN ADN POSITIVO

Juana soñó varias veces con su hijo. En uno de ellos dice que ve a un joven que caminaba de sur a norte, con la misma polera a rayas que siempre usaba. Él le preguntaba cómo estaba y ella le preguntaba “quién es usted mijito” y le responde “Ay mamita, soy Alejandro, ya me dejó en el olvido”. Años después tuvo el mismo sueño, pero esta vez le pidió que se fuera con ella para la casa, a lo que le responde “No me puedo ir mamita, porque el tío me pega”. El último sueño y más revelador fue en febrero del 2016, cuando habla con su marido, Víctor. Ella le dice “Viejito, anda con mi papá, anda con la Silvia y Alejandrito” le responde “No, Alejandro no está aquí con nosotros, él no está muerto “.

En abril del 2016, Juana asistía a un centro de la tercera edad de la comuna. Una de sus amigas le contó que en la tele había salido un caballero que estaba buscando a su familia. Se había caído de un tren. Juana y Ximena hicieron el contacto con el canal televisivo y coordinaron para que José Carrasco, el supuesto hijo perdido, fuera a Santiago.

Ese día Juana estaba nerviosa, estaba esperando en el portón de su casa, al igual que el 2 de enero del 79, junto a su hijo Luís. Cuando ve a un hombre alto, que a esta altura tendría 47 años, medio rubio y de ojos claros, Juana se emociona, siente que el corazón le va explotar y le dice a “Lucho” ; ¡Luis, mira!, es tu hermano. Luís le pidió que se calmara, que se acercaran tranquilamente. Juana dice que José Carrasco, quien se cambió el nombre al ser reconocido por una familia en la comuna de La Unión, Región de Los Lagos, se puso feliz al verla, pero no quiso asustarlo.

Juntos fueron a saber la verdad, a cerrar un episodio tormentoso en sus vidas; realizarse la prueba de ADN que probara que en realidad tuviera sus genes. Juana dice que estaba nerviosa, con la boca seca y que la diabetes no la ayudaba a tener la mejor condición para la test de saliva. La compatibilidad salió negativa. Genéticamente, José no era su hijo.

La angustia de Juana volvió. La felicidad y tranquilidad duraron unas horas. Todos sus hijos, excepto Ximena, dicen que José Carrasco no es su hermano y que es sólo para cerrar la etapa pronto. La “enana” dice que lo ha visto un par de veces y tiene rasgos idénticos a ella y que es igual a su hijo, Ángel.

Juana Burgos sigue en contacto con José, dice que este lo llama a diario, para saber cómo está.

— También me ofrece irme a vivir para allá con él. Yo también me quiero ir de aquí, dejar esta casa que me ha traído tantos dolores.— llora desconsoladamente Juana.

Ximena Caracuel y su madre lo único que quieren es repetir aquel test de ADN, pero esta vez realizarlo con José y Ximena, para evitar cualquier complicación. Pero, las condiciones económicas no les permiten costearlo.

¿Qué haría si un resultado de ADN positivo para ti, Juana?
— Sería feliz. Ya no sufriría más, recuperaría las ganas de vivir y cerraría el peor momento de mi vida. Lo único que quiero es que salga positivo.

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