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Opinión

16 de Mayo de 2019

Lola Cañamero: “Enseñando a sentir a los robots, aprendemos de los seres humanos”

La profesora de Sistemas Adaptativos en el Departamento de Ciencias de la Computación de la Universidad de Hertfordshire, en Gran Bretaña, reveló a The Clinic el alcance de su trabajo desarrollando robots que sienten y, de paso, las pataditas que recibe por ser mujer en un mundo de hombres científicos.

Alejandra Matus
Alejandra Matus
Por

Lola Cañamero, española, primero estudió filosofía, luego se doctoró en ciencias de la computación e hizo un postdoctorado en el mítico MIT (Massachusetts Institute of Technology).

Cañamero dirige el Laboratorio Embodied Emotion, Cognition and (Inter-) Action que ha desarrollado programas computacionales que permiten a robots sentir emociones que les facilitan el aprendizaje y la interacción con humanos.

En el Festival Puerto Ideas, realizado en Antofagasta en abril, conversó con The Clinic sobre el alcance de su trabajo y sobre esas pequeñas miserias que el mundo científico preferiría ocultar.

¿En qué consiste su trabajo científico?

-Lo que hago es modelizar en el robot los procesos afectivos, como las motivaciones para satisfacer necesidades, y las emociones, que tienen un papel muy importante en la forma en que tomamos decisiones los seres humanos, y que son muy importantes en las interacciones sociales. Para hacer robots que trabajen en nuestra sociedad de forma autónoma, es mejor darles estas capacidades para que ellos se puedan comportar, no exactamente como nosotros, pero sí un poco: que utilizando estas emociones y motivaciones puedan aprender. Que no sea necesario estar programándolos y enseñándoles cosas todo el tiempo, sino que las puedan aprender en la relación con las personas.

En el siglo XX, las emociones eran consideradas un recurso de segunda categoría en la interacción social, pública. En la educación y en la familia se enseñaba a las personas educadas a esconder sus emociones y a dejarse conducir principalmente por aquello que denominamos “razón” ¿Por qué son importantes las emociones?

-Pues ha habido una especie de revolución en neurociencia en las últimas dos décadas, en la que se ha demostrado que las emociones son esenciales para tomar decisiones. El trabajo de neurocientíficos como Antonio Damasio (autor de: El error de Descartes: la emoción, la razón y el cerebro humano) ha demostrado que si las conexiones en el cerebro que gestionan la interacción entre emociones y razón están dañadas, la gente no puede tomar decisiones. Solo con la razón, una persona puede ver los cursos de acción a seguir, pero es incapaz de tomar una decisión, de sopesar el valor que tiene para ella una opción sobre otra. En eso, las emociones son vitales.

¿Me podrías dar un ejemplo? ¿Qué emoción nos ayuda a tomar qué tipo de decisiones?

-Más que emociones concretas, uno de los elementos común a todas las emociones es que nos indican “la valencia”, el valor de si algo es positivo o si es potencialmente peligroso y hay que huir. Nos permiten aprender qué es bueno para nosotros, qué es malo, y sopesar. Si tenemos varias opciones, cuál sería mejor para una cosa, cuál para otra y poner todo en contexto. Todas las emociones tienen algo de eso. Y luego, emociones específicas, como el miedo, la alegría, tienen efectos distintos. Por ejemplo, en un estado de tristeza no somos tan capaces de tomar decisiones; el cuerpo y la mente se ralentizan; nuestros procesos se hacen más lentos y no estamos preparados para enfrentar un problema. Normalmente, es algo que nos supera. Pero esta emoción permite tomarnos tiempo, ese es su valor adaptativo.

¿Entonces la tristeza tiene una función positiva?

-Exacto. Pueden pasar dos cosas: que el problema se vaya o que, a base de pensar en ello de otra forma -o tal vez con ayuda de otros, porque la tristeza también es una señal hacia los otros que necesitamos ayuda-, pues solucionamos el problema. Otras emociones, tienen distintas funciones. La alegría, por ejemplo, nos hace abrirnos, ser más curiosos. También hay que tener una especie de equilibrio, porque cuando las emociones son demasiado intensas pueden tener efectos adversos.

¿Cómo se le puede enseñar esto a un robot?

-Hay muchas formas de programar distintos aspectos de las emociones. Lo que yo intento hacer es inspirarme en cómo funcionan las cosas en nosotros y, sobre todo, en nuestro sistema nervioso, en nuestro cuerpo. Estos efectos de los que te hablaba tienen mucho que ver con las hormonas que circulan en nuestro cuerpo en distintos estados emocionales y afectan las sensaciones; incluso, a qué prestamos atención, a qué miramos. En un estado en que estamos bien, nos sentimos optimistas, nos enfocamos más en caras, somos más sociales, nos acercamos más a los otros. Lo que yo hago es simular estas hormonas con parámetros computacionales que son, claro, números, y estas “hormonas” afectan, por ejemplo, la forma en que una red neuronal, que controla el comportamiento del robot, va a funcionar, la rapidez y la forma de aprendizaje, o cómo funcionan los sensores del robot. Son procesos muy básicos relacionados con la inteligencia corpórea y la interacción con el entorno. La emoción hace que esas “hormonas” cambien la forma de funcionar de los algoritmos que controlan al robot.

¿Esas hormonas son bits?

-Son programas, parámetros de un programa, que dependiendo del valor que tengan, afectan a otro valor numérico que va a cambiar. Eso hace que el comportamiento del robot cambie.

¿Tú diseñas los robots?

-No. Lo que utilizo son casi todos robots comerciales. Lo que hacemos es programarlos de otro modo. Por ejemplo, he utilizado el perrito Aibo (de Sony) para estudiar la formación de lazos afectivos entre un bebé, que era el robot, y un cuidador, una persona, y cómo estos pueden influir la forma en que se desarrolla la personalidad del robot, la forma en que va a ser curioso y aprender.

También leí que creaste un robot que simula ser un niño con diabetes.

-Para eso usamos el robot Nao (de la empresa francesa Aldebaran Robotics), que lo utiliza mucha gente. Programamos un personaje, Robin, que es como un niño pequeño, que juega, es curioso, tiene hambre, y se comporta de forma un poco caprichosa y tiene diabetes. Simulada, claro. Esto lo desarrollamos para enseñarles a niños con diabetes a gestionar su enfermedad.

¿Cómo?

-Ellos juegan con el robot, lo cuidan por un rato y mientras están en eso, el robot muestra síntomas que pueden ser de diabetes. Cuando un niño está cansado, para de jugar, tiene sueño. Los niños tienen que identificar los mismos síntomas que les afectan a ellos y discernir, pues Robin podría estar cansado solo porque ha estado corriendo por ahí. Entonces, tienen que investigar a qué se deben los síntomas. Para eso diseñamos otro aparato que les permite leer el nivel de azúcar en la sangre simulada del robot, y darle insulina en la dosis adecuada. Así, jugando, les damos una experiencia de aprendizaje en el que se encargan de otra persona, aprenden un poco de responsabilidad y reflexionan sobre sus propias cualidades.

LOS ROBOTS NO SON MEJORES

En las películas de ciencia ficción está siempre presente el temor a que si aprenden a sentir, los robots nos reemplazarán, porque ya las operaciones racionales las pueden hacer mucho mejor que los humanos ¿Cómo dialogas con ese temor cultural?

-Es un temor cultural enraizado desde hace generaciones. Pues lo primero que hay que decir es que los robots no razonan mejor que nosotros. Simplemente hay operaciones computacionales que hacen más rápido, pero no razonan mejor. Luego, las emociones son muy complejas en nosotros, tienen como capas y hay cosas que son muy simples, pero nosotros tenemos un sistema nervioso muy complejo. Todo lo que hacemos es muy complejo. Lo que yo pongo en los robots son las capas más simples.

¿Primarias?

-Exacto. Ahora, nosotros (los científicos) no tenemos idea de cómo son estos sentimientos subjetivos que nos mueven. Podemos saber cómo reaccionan las hormonas y el efecto que producen, pero no lo sabemos enteramente. Tampoco sabemos cómo es la mente.

¿Como un pensamiento provoca una emoción?

-Ni cómo el cerebro produce una mente. La conciencia, tampoco sabemos qué es. Con los sentimientos pasa lo mismo. Los robots no podrían aprender esa complejidad, porque hay muchísimas cosas que faltan. Hace poco estábamos haciendo un evento en un museo y después hablábamos con la gente, reflexionando sobre la relación entre personas y robots y, en sentido contrario de estas preguntas que me haces, alguien del público dijo: “Yo, la verdad, estoy deseando que los robots lleguen a ese punto, porque seguro que harán las cosas mucho mejor que nosotros”. Y a mí me sorprendió, porque sí, la verdad es que los seres humanos podemos hacerlo muy mal también.

Tenemos la capacidad de hacer daño.

-Y sí. Entonces, existe el peligro de que los robots aprendan las cosas malas que hacemos. Nosotros, como diseñadores del robot, tenemos que tener cuidado y poner las semillas para que aprenda las cosas buenas y no las malas, y eso es algo sobre lo que, en cierto modo, tenemos control. Por ejemplo, podemos programar la semilla inicial que hace que los robots aprendan ciertas cosas, y no otras. Las cosas podrían salir mal, pero esperamos que no.

¿En un laboratorio, por ejemplo, de las fuerzas armadas de cualquier país podrían usar esa investigación para otros propósitos?

-Pero esa pasa con cualquier tecnología.

¿No es una preocupación de la ciencia?

-Hay actualmente un movimiento muy fuerte en el mundo de la robótica por la ética. Hay muchos comités reflexionando sobre estas cosas, dónde tenemos que parar, cómo diseñar robots de forma ética y que se respeten y fomenten nuestros valores. Mucho pasa por concienciar a los científicos, como diseñadores, y al público también, como usario.

Cuando tú pones estos programas básicos, ¿el robot es capaz, luego, de aprender por sí mismo, de complejizar el proceso?

-Sí. Pueden aprender muchas cosas, pero no cualquier cosa.

Eso está delimitado.

-Sí. Si tú pones una semilla de planta, no va a crecer un pájaro. Hay cosas que el robot puede aprender, pero hay cosas que no están relacionadas con las capacidades básicas que tiene y no las va a aprender.

En términos de las necesidades humanas, ¿en qué es preferible que los robots tengan emociones?

-En la interacción con humanos. En muchas aplicaciones las emociones son importantes, porque son importantes para nosotros. Por ejemplo, robots de compañía o que tengan que hacer cosas por las personas, pero que den la sensación de ser agentes autónomos. En hospitales, podrían acompañar a pacientes, intentar animarles y para eso es importante que aprendan cuándo se pueden acercar a una persona o cuándo es mejor dejarla sola. Otra de las cosas para la que es importante que los robots tengan emociones es para ayudar a la gente a entender nuestra propia inteligencia emocional. En este caso, dibujamos modelos científicos para investigar, para ayudar a la ciencia a entender a las personas.

CLUB DE TOBY

Tú tienes formación de pregrado en filosofía y un doctorado en ciencias de la Informática ¿Cómo ha sido para ti cruzar estas dos vertientes de la ciencia que normalmente transitan por caminos separados?

-Como parte de mi formación en filosofía, me tocó estudiar bastante inteligencia artificial y programación de lenguaje de inteligencia artificial, lógica computacional, ciencias de la cognición. Entonces, decidí hacerlo un poco más seriamente y desarrollé el doctorado en esto.

¿Hay algo en tu propia biografía te haya conducido hacia allá? Porque, me imagino, la filosofía te ofrecía también otras posibilidades de desarrollo intelectual.

-Creo que la curiosidad por saber qué distingue a una entidad biológica de una piedra. Nosotros aprendemos cosas, copiamos, reaccionamos con el mundo, somos interactivos.Tú puedes preguntarte qué nos permite hacer eso de una forma abstracta, reflexionando, como hacemos en filosofía tradicional. Cuando encontré los robots y computadoras, comprendí que si tengo una teoría al respecto, puedo programarla y ver cómo se comporta en realidad. Pues eso fue: preguntarme cómo tomamos decisiones y cómo conocemos el mundo y ver que los robots autónomos tienen que reconocer las mismas cosas…

¿Cuál es tu reflexión sobre el lugar de la mujer en la ciencia? ¿Hay todavía barreras de entrada?

-Sí, hay muchas, desgraciadamente, y vienen de todas partes. Existe todavía la idea en la sociedad de que carreras científicas, sobre todo algunas, como la ingeniería, no son lugar para las chicas y lo acabas aprendiendo desde pequeña, pero, bueno, se puede entrar. Luego cuando ya estás dentro, hay otro tipo de barreras, porque hay muchísimos más hombres, entonces a veces se forma un poco como…

¿El Club de Toby?

-El Club de Toby, ¡Exacto! y te encuentras con muchos comentarios machistas pero la verdad es que se puede. Hay que desarrollar un poco de costra, pero si estás motivada y si quieres seguir, hay formas de hacerlo.

¿Cuando expones tu área de investigación, no te dicen: “¡Ah! Le interesan las emociones porque es mujer”, porque los sentimientos son “femeninos”?

-¡Sí! Eso me lo han dicho muchas veces, porque hay quienes piensan que todo lo social es femenino. Lo que pasa es que sólo una parte de lo que yo hago tiene que ver con estas interacciones sociales y las emociones de esta forma. En lo que hago hay muchos más hombres trabajando que mujeres. De hecho, muchas veces soy la única mujer en un Congreso. Pero claro: la gente no conoce tampoco qué son las emociones y tiene ese prejuicio de que se trata de sonrisas e interacción social y cree que es femenino, pero está equivocada, porque todos los seres humanos las tenemos. Cuando lo explico, la gente se da cuenta de que hago ciencia como cualquier otro.

¿Tuviste en tu experiencia como científica algún momento en que dijiste: “No voy a poder con este Club de Toby”?

-Pues, momentos así concretos, no. Es la experiencia del día a día, constatar que cuentan conmigo menos para algunas cosas, pequeños detalles.

¿Códigos no escritos?

-Exactamente. Pero bueno, a mí me interesa más hacer investigación que estar en comités.

Pero quien está en el comité toma decisiones que impactan en tu trabajo.

-Exacto, es un arma de doble filo. Pero me apasiona lo que hago y quiero hacerlo bien, aunque resulte más difícil.

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