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Opinión

4 de Julio de 2019

Columna de Maliki: La mujer binaria

"En Chile no nos quedamos atrás. La semana pasada un canal de televisión pública mostró en su programación el perfil psicológico de una víctima de femicidio, como si en algún grado los rasgos de la personalidad y estilo de vida de la víctima -una joven de 20 años con siete meses de embarazo-  justificaran su brutal asesinato en manos de un vecino", escribe Maliki.

Marcela Trujillo
Marcela Trujillo
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Tenía 22 años cuando me hice fan de Twin Peaks. Nos juntábamos con amigos a verla, admirábamos a los personajes freaks y carismáticos creados por David Lynch y Mark Frost para la televisión, y tratábamos de descubrir quién había asesinado a Laura Palmer, un ícono pop de los 90´s.

No había caído en cuenta por qué el personaje de Laura Palmer me había cautivado tanto, hasta hace poco lo comprendí, después de leer “Misoginia romántica, psicoanálisis y subjetividad femenina” (2012) de la fallecida psicóloga chilena Pilar Errázuriz Vidal (excelente libro que pueden leer gratis en internet). En él, la académica explica cómo surge a fines del siglo XIX un antifeminismo y una misoginia que ayuda a “construir una representación femenina que tiende a contrarrestar la autonomía del sujeto mujer, ya sea asimilándolas a seres peligrosos y amenazantes, o idealizándolas en una inmanencia angelical que las inmoviliza y las silencia”. La visión binaria de la feminidad “mujer mística ángel del hogar, mujer poseedora del mal”, como Laura – buena de día y mala de noche-, surge históricamente como la respuesta patriarcal a los primeros intentos de emancipación de la mujer y sirve, según la psicóloga, para situar a las mujeres en lugares  incompatibles con el ejercicio ciudadano, por un lado la mujer mística tiene incapacidad política y la mujer poseedora del mal es peligrosa.

Laura Palmer representa a la mujer binaria: la tonta buena (linda, rubia, hija ejemplar, cheerleader, encantadora, trabaja con ancianos) de la que el hombre se puede aprovechar y a quien puede dominar, y la loca mala (consume drogas y alcohol y se prostituye) a la que hay que encerrar o eliminar porque es peligrosa. Laura Palmer es abusada constantemente por su padre y  finalmente asesinada por él.

El cadáver celeste envuelto en plástico a orillas del lago de la hermosa adolescente, con la hipnótica música de Angelo Badalamenti de fondo, quedó impregnado en mi inconsciente, y al parecer en el de muchos productores de la industria del entretenimiento, que convirtieron el guion de Picos Gemelos en la fórmula más rentable de la televisión. Desde principios de los 90’s el área dramática de la tv mundial ha utilizado el femicidio en sus ficciones como principal ingrediente para subir el rating.

En Chile no nos quedamos atrás. La semana pasada un canal de televisión pública mostró en su programación el perfil psicológico de una víctima de femicidio, como si en algún grado los rasgos de la personalidad y estilo de vida de la víctima -una joven de 20 años con siete meses de embarazo-  justificaran su brutal asesinato en manos de un vecino. Yo me pregunto si esa imagen binaria de lo femenino, instalada en el inconsciente colectivo, no será la misma que incentiva a estos periodistas a pensar que es importante destacar la estabilidad mental o moral de la víctima, ser “buena o mala víctima” en vez de informar sobre el delito en sí o enfocándose en la personalidad del asesino, que es la persona que representa un peligro para la sociedad. Convengamos que analizar psicológicamente a la víctima es someterla al juicio patriarcal binario, el pensamiento dicotómico que transforma todo en blanco y negro, divide, polariza y juzga. Este funcionamiento más arcaico donde la inestabilidad emocional podría ponerla en riesgo vital.

¿Cuán anclada está la visión binaria de las mujeres en nuestra sociedad? No es difícil caer en la trampa de identificarnos a nosotras mismas o a otras mujeres como la tonta buena o la loca mala, o con ambas en diferentes etapas de nuestras vidas, como si no tuviéramos derecho a ser diversas, a ser como queramos ser, como si nuestra personalidad influyera en el deseo de los hombres de humillarnos, violentarnos, violarnos o asesinarnos.

Los hombres que matan a las mujeres no lo hacen porque sus víctimas son insolentes, sueltas, desobedientes, malas, infieles, egocéntricas, feas, indiferentes o tontas. Las matan porque ellos no quieren verlas como sujetos autónomos, no quieren aceptar que son personas con derecho a elegir cómo comportarse y tomar sus propias decisiones, que pueden elegir no depender de ellos o no elegirlos a ellos como sus compañeros, elegir a otro o a ninguno porque prefieren estar solas. Las matan porque no aceptan ver a la mujer como un ser humano libre, como ellos.

Los periodistas podrían empezar a hacerse estas preguntas, a pensar en el trasfondo de sus actos informativos, revisar si son capaces de ver a las mujeres como seres íntegros y no binarios, para luego tomar decisiones editoriales sobre qué y cómo mostrar o no en sus reportajes. Quizás contribuirían en prevenir los femicidios en vez de perpetuarlos.

No olvidemos que a Laura Palmer la inventaron dos hombres.

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