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Opinión

21 de Agosto de 2019

Una promesa rota: A propósito de la alianza UC y Fundación para la Confianza

La fundación ha entrado en un camino ambiguo y ensombrecido en el momento en que decidió celebrar una alianza estratégica con una institución dependiente del Arzobispado de Santiago y del Vaticano, la PUC. Para las víctimas de abuso de poder, de conciencia y sexual recibir una invitación para tal acuerdo significó una transgresión de los límites intolerable.

Mike van Treek Nilsson
Mike van Treek Nilsson
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En 1992 Joe Vasconcellos lanzó una canción titulada «Ciudad Traicionera». Casi 30 años más tarde se oye su letra en boca de decenas de víctimas de abuso eclesiástico que confiaron en la Fundación para la Confianza: «Yo que te entregue mi vida. Mis secretos, mis colores. Toda mi existencia. Me engañaste y mentiste». Según el libro Confianza Lúcida (Uqbar, 2012), escrito por el director ejecutivo de la Fundación José Andrés Murillo, «detrás de la confianza, y casi sosteniéndola, hay una promesa. Confiar, confiarse o confiar algo a alguien significa tener la esperanza de que ese alguien no hará daño sino que cuidará, respetará, protegerá lo confiado. Porque hay algo en la confianza que crea una promesa de protección, promesa que por supuesto puede ser quebrada» (pág. 87). Con la firma de la alianza entre la Fundación y la PUC la promesa de cuidado ha quedado rota, no ha sido honorada por quienes se mostraron disponibles para acoger, cuidar y proteger a las víctimas que acogieron.

La fundación ha entrado en un camino ambiguo y ensombrecido en el momento en que decidió celebrar una alianza estratégica con una institución dependiente del Arzobispado de Santiago y del Vaticano, la PUC. Para las víctimas de abuso de poder, de conciencia y sexual recibir una invitación para tal acuerdo significó una transgresión de los límites intolerable: un acuerdo que se planificaba con meses de anticipación y en el que participaron las cúpulas de las instituciones sin siquiera advertir a las víctimas que se verían sacrificadas nuevamente a causa de los enormes conflictos de interés que conlleva esta alianza. La firma del acuerdo fue a lo grande: autoridades, obispos, rector, algunos denunciantes de Karadima, CNN, algunos medios escritos, entrevistas, video del Papa. Todo un despliegue inédito para una de las tantas actividades protocolares de la Universidad en que se firma algún convenio de cooperación. Como dice la canción de Vasconcellos, una celebración «muy cargada al maquillaje… Pa’ esconder la culpa… ciudad traicionera».

Desconcertante, incomprensible, doloroso, una venta, una traición, una puñalada. Vinka Jackson advirtió el robo de una palabra: «cuida(do)» cuando es usada falsamente por los abusadores. Así lo sienten las víctimas y las personas que con lucidez han visto que esta alianza hipotecó uno de los bienes más preciados: la confianza. Murillo dice en su libro algo que ahora se lee como un vaticinio autocumplido: «ahí está justamente la misteriosa garantía de la confianza: es extremadamente frágil y esquiva; no se la puede forzar ni manipular pues son formas de destruirla» (pág. 38). Muchos piensan que esta alianza es un error irreparable.

José Andrés Murillo sale a responder críticas tras creación de centro de investigación con la PUC: “Creemos que estamos haciendo lo correcto”

Denunciantes de distintos casos de abuso sexual han criticado que el convenio se presta para un “lavado de imagen” de la Iglesia Católica. “Si la Universidad Católica quiere trabajar en este sentido, no tenemos ningún problema”, respondió uno de los denunciantes del caso Karadima.

La confianza en la Iglesia Católica está por el suelo. La Encuesta Bicentenario 2018, elaborada por la propia PUC, indica que la confianza en la Iglesia es de un 9% en el total de la muestra y de un 15% entre los propios católicos. Es decir, a penas 3 de cada 20 católicos expresa que confía en su propia institución. La merma en la confianza venía notándose desde el regreso a la democracia, pero el desplome se aceleró con el llamado «caso Karadima» y los ya innumerables casos de acoso, abuso y encubrimiento la han ido derrumbando lentamente. La lentitud del proceso de derrumbe es también un factor en sí mismo importante porque cada nueva noticia de abuso y encubrimiento va creando la idea de que en realidad no se quiere reconocer el tamaño de la debacle y que se prefiere seguir controlando los daños en lugar de solucionar el problema de raíz. La Iglesia ha intentado diferentes estrategias para detener el colapso. Idas al Vaticano, renuncias episcopales con elástico, rompimiento de vestiduras en público, perdones genéricos, expulsión de clérigos abusadores sin el debido proceso, pago de indemnizaciones a víctimas emblemáticas, etc. Nada detiene el sangramiento.

Nada más eficaz -pensaron- que hacer de las víctimas emblemáticas sus aliados estratégicos. Nadie podría liderar mejor que la UC un remonte de la confianza en la Iglesia. Más que mal, es la única institución católica que tiene algo de prestigio. Nada mejor que hacer de la Fundación para la Confianza una aliada de la misma Iglesia. Nada mejor que tener a los denunciantes de Karadima del lado de los próximos nombramientos episcopales que vienen, no sea que no les guste y que los depongan antes de que los nombren, elucubraron. Error. La movida fue detectada por las víctimas y denunciada por las redes sociales, por misivas enviadas a la Fundación y por víctimas en entrevistas personales con José Andrés Murillo.

La PUC es una institución privada. Su dueña es la Iglesia Católica, el Arzobispado de Santiago. Su Rector es nombrado en el Vaticano, los principios de la Universidad son ante todo religiosos y no académicos, su principal autoridad, incluso más arriba que el propio rector es el Gran Canciller que es el Arzobispo de Santiago o su Administrador Apostólico. Como si fuera poco, dos profesores titulares de la Universidad ya le mandaron a decir por intermedio de El Mercurio al Rector y al Gran Canciller que la Universidad es la Iglesia. Corta. Breve. Planificado.

La PUC ha sido desde su fundación la punta de lanza de la Iglesia y desde el golpe de Estado dado por Pinochet ha liderado, bajo su rector militar y sus sucesores, la arremetida neoliberal y neoconservadora en Chile. Son imborrables de la memoria el seminario organizado por la UC sobre las terapias «reparativas» de la homosexualidad, la lucha por evitar una ley de Uniones Civiles, el liderazgo de su Rector contra la ley de aborto y su triquiñuela sobre la objeción de conciencia. Todas las causas públicas del Rector UC tienen un sello común: tienen que ver con la vida sexual de las personas buscando imponer una moral conservadora. La forma en que la UC ha abordado el caso de los abusos sexuales perpetrados por el clero y encubiertos por los obispos, donde incluso dos de sus autoridades máximas (Cardenales Errázuriz y Ezzati) son sindicados como encubridores activos, no es la salvedad.

¿Acaso no era esperable que todo ese descrédito de la Iglesia Católica y de su clero se traspasara a la Fundación para la Confianza hundiéndola frente a los ojos atónitos de la opinión pública? Ni siquiera toda la operación mediática del Papa, de La Tercera, de CNN ni de El Mercurio lograron contrarrestar el juicio de las víctimas de abuso eclesiástico en Chile. Tampoco los comentarios en redes sociales de Hamilton, de Cruz y de Murillo lograron revertir la situación. «La confianza no se reconstruye por decreto», afirma Murillo en su libro (pág. 37). Tampoco se la logra con una alianza con los poderosos que tienen mal currículum con los abusos. «Feliz quien no sigue el consejo de los perversos», dice el salmo 1.

Hace pocas semanas la PUC hizo escándalo nacional por la difusión de una encuesta en línea enviada a la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de Chile. La encuesta no tenía como objeto indagar en la conducta de los abusadores, sino perfilar a las víctimas, saber de ellas, de sus prácticas, de cómo fueron abusadas. En pocas palabras, una encuesta obscena. Las víctimas rechazaron el instrumento de forma categórica. La UC tuvo que desactivarla, pero nunca pidieron disculpas. Es más, en un comunicado público, culparon a las víctimas de haber difundido el enlace anticipadamente. La encuesta fue elaborada por una comisión de estudio del tema y, como toda investigación que incluye a personas, pasó por un comité de ética que la revisa. Es decir, la encuesta respondería a los estándares éticos de la PUC. Antes del comité de ética la encuesta tuvo que ser elaborada por investigadores y expertos. La comisión la preside el Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y está conformada por otros 4 decanos, todos con doctorado -menos el propio decano presidente- y algunos de ellos con experiencia en investigaciones que incluyen encuestas y estudios a personas, como el Decano de Teología. Además, la comisión la integran dos asistentes de investigación y una académica de la Escuela de Trabajo social. Entre los otros 3 decanos (Filosofía, Historia y Derecho) puede que no tengan experiencia en elaboración de encuestas, pero al menos uno de ellos, el de Filosofía, es parte de una comisión interna de la universidad a la cual se pueden apelar las resoluciones de Secretaría General de la Universidad, entidad encargada de realizar los sumarios internos. En la comisión también participa al menos un sacerdote que fue parte del círculo de hierro de Karadima y cuyo nombre registra acusaciones públicas de otro sacerdote de Santiago que lo sorprendió subiendo jovencitos a su habitación en la parroquia.

En fin, ¿quién puede creer que una encuesta que ha pasado por expertos investigadores, personas con doctorados y con publicitada experiencia penal y por un comité de ética compuesto por 16 personas es un desvío de los principios institucionales y no lo que es en realidad, un reflejo fiel de lo que la UC piensa y de cómo actúa: revictimizando y humillando a las víctimas? ¿Le era desconocido todo esto a la Fundación para la Confianza? Por supuesto que no.

La UC tiene una práctica conocida de protección a los victimarios de acoso y otras violencias sexuales. Es conocido el caso de la estudiante de Estudios Urbanos que denunció a uno de sus compañeros por violación. En la carpeta de la investigación custodiada por la Fiscalía Nacional se encuentra una carta de la Secretaria General de la época enviada al fiscal del caso con el único objetivo de desacreditar a la víctima. El año pasado en un sumario contra un profesor del Instituto de Música, la investigadora del caso insinuaba a una de las 5 denunciantes que las mujeres tenían una necesidad natural de agradar a los hombres, por lo que tenían que ser capaces de prever las situaciones de acoso. Le dió además un consejo: rezar y acercarse a Dios para que no le pasaran este tipo de cosas. ¿Desconocía la Fundación para la confianza estos casos? No. Tajante.

Hay un caso que vivimos como familia que resulta indignante como los anteriores. El año 2017 mi compañera de vida denunció una serie de actos de acoso por parte de un sacerdote académico de la Facultad de Teología. La investigación interna obtuvo la declaración de tres testigos oculares de las agresiones contra la denunciante. Además, otras académicas contaron sus experiencias con el acusado: miradas descaradas a las piernas de las alumnas en clases, apretones matonezcos que dejan contusiones, proximidades no deseadas e incómodas, abuso de poder. No obstante todas aquellas pruebas testimoniales, la investigación se centró en nuestra vida privada. La investigadora, la misma que recomendaba rezar a las estudiantes de música, levantó una tesis absurda: la denunciante habría inventado la denuncia de acoso sexual motivada por el deseo de venganza debido a una supuesta animadversión mía contra el acusado que, según especuló la investigadora, se arrastraría desde la época en que trabajé en la Facultad de Teología. Lo absurdo raya en lo perverso al saberse que en el expediente de la investigación se habían adjuntado 10 fotos de nuestro hijo de pocos meses de edad para «probar» nuestra relación de pareja. El Rector de la Universidad firmó el decreto de sobreseimiento definitivo de la indagación contra Rodrigo Polanco por no poder acreditarse los hechos. Incomprensible resolución, habiendo testigos oculares de las agresiones y testigos de contexto de su comportamiento repetitivo. La historia no termina allí. La misma casa de estudios que ha firmado este acuerdo de «cuidado» de los niños entregó aquellas 10 fotos de nuestro hijo al agresor. Nunca pude imaginar a qué nivel de perversidad podían llegar las autoridades de la PUC para amedrentar e intentar dañarnos.

¿Qué tienen que ver todas estas historias con la alianza entre la Fundación para la Confianza y la PUC? ¿Por qué estas historias son relevantes para entender qué está detrás de esta alianza?
En primer lugar, la Fundación para la Confianza sabe de estas historias. Dos de las víctimas de las situaciones narradas más arriba se entrevistaron con su Director para relatarles sus casos. En el caso que implicó a mi familia, la Fundación para la Confianza fue quien instó a presentar una denuncia interna en la Universidad, cosa que se hizo. No obstante, luego de agotadas todas las instancias internas, la Fundación se desentendió del caso. En particular, el Director de la Fundación negó cualquier apoyo público a las víctimas de Rodrigo Polanco, el académico de Teología que es actualmente investigado por el Arzobispado de Santiago por 5 casos de acoso sexual. ¿La razón? Tocar a Rodrigo Polanco, según el Director de la Fundación, es poner en grave riesgo a otra víctima que ellos comenzaron a asesorar varios meses después. Desde la Fundación afirman que la relación entre aquella víctima y Rodrigo Polanco es un vínculo vital. Sí, vital, de vida o muerte. Tal vez sin quererlo, la Fundación describe así un lazo de dependencia típico de un abuso de conciencia, como el expresado por el mismo Renato Poblete: «sin mí, no tendrían qué comer». ¿Dónde está su confianza lúcida? ¿Dónde está su compromiso por el cuidado en lo cual, según su mismo Director escribe en su libro, es la base de la confianza lúcida? ¿Es parte de la confianza lúcida, el concepto que vende la Fundación, poner a las víctimas en una jerarquía sacrificando a unas en pos de otras? La Fundación para la Confianza, a sabiendas de las prácticas indignas y vulneratorias de la PUC, a sabiendas de la vulneración de la ética de investigación sobre casos de abuso de la PUC, a sabiendas de la utilización de fotos de un niño para desacreditar la denuncia de la madre, pese a todo ello, se da un apretón de manos con sus autoridades.

El precio de esta alianza ha sido la credibilidad de la Fundación y el sacrificio de varias víctimas traicionadas. ¿Qué ha ganado la UC? ¿Qué ha ganado la Iglesia de Santiago? Aquí el terreno es más sombrío. Tenemos que volver al caso Karadima.
Es necesario tener claro que este caso no es el de un díscolo sacerdote aislado. En realidad es la historia de una compleja organización de sacerdotes, obispos y laicos que pretendía la toma de control del gobierno pastoral de la Diócesis de Santiago mediante la instalación de discípulos de Fernando Karadima en puestos pastorales claves: cancillería, secretaría del cardenal de Santiago, Seminario Pontificio, Universidad Católica y diversas vicarías. Esta organización llegó a manejar altas sumas de dinero, cuotas de poder, prestigio e influencia. Las víctimas de abuso de conciencia, de poder y sexual se cuentan por decenas, muchas de ellas anónimas. Estamos en un contexto de crisis y desgobierno eclesial, donde también los jesuitas -otrora símbolo de gobernanza- han perdido la confianza y la credibilidad, y donde las ansias de poder y de control de la diócesis, y el sueño incumplido con la caída de Karadima de llegar a ser obispos, sigue intacto en muchos de los sacerdotes formados por él. En un momento así es tiempo de cerrar frentes de batalla, de evitar nuevas confrontaciones. Lo que ha pretendido lograr la Iglesia de Santiago con esta alianza es una tregua que le permita al grupo de Karadima -ahora habría que llamarlo el grupo «El Bosque-PUC»-, dar un paso en la consolidación del poder dentro de la diócesis. De hecho, llama la atención el silencio de ciertos sacerdotes que han levantado su voz crítica frente a la UC en otras ocasiones, como Eugenio de la Fuente. ¿Qué significa ese silencio? ¿Un sometimiento al nuevo orden diocesano o una crítica velada que no celebra el acuerdo?

Con una alianza así, no sería de extrañar que en poco tiempo más tengamos noticias sobre nuevos nombramientos episcopales de entre estos discípulos de Karadima. Hay un candidato que reúne esas características: ambición de poder, manejo estratégico, amistad con los denunciantes de Karadima, y miembro del directorio de este centro «cuida»: Samuel Fernández. Él se convirtió en el líder de la Asociación de sacerdotes en cuanto Karadima cayó. Él se disputó con Ezzati el traspaso de los costos de haber protegido a un pederasta, cerró la Pía Unión para evitar que ella asumiera los costos judiciales, y rescató de la torre incendiada a los sacerdotes que habían perseverado en su defensa a Karadima. Hoy muchos de ellos son académicos o estudiantes de postgrado en la UC. Desde ahí ha rearticulado a los mismos sacerdotes que seguían a Karadima para mantener esa red de poder, convenciendo a las personas de que ellos fueron también «víctimas» de Karadima, aunque no de abuso sexual, dicen, sino de abuso de conciencia. Pues aún viviendo décadas junto al pederasta, sin embargo, nunca vieron nada. Es quizá este último el que ha ejercido mayor influencia en los directores de la Fundación. Cuando llegue su mitra episcopal todo calzará. No habrá oposición de las víctimas emblemáticas, sin embargo esta alianza les habrá roto su credibilidad.

¿Qué nuevas víctimas van a ser sacrificadas? ¿Qué otros sacerdotes intocables van a ser protegidos? ¿Qué otros silencios están comprometidos? «La piedra angular del abuso, en cualquiera de sus formas, es el secreto, el silencio, la ambigüedad, la oscuridad. Por eso el peor enemigo del abuso es la luz, la transparencia, la claridad, la lucidez» (Confianza lúcida, pág. 44).

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