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Opinión

11 de Septiembre de 2019

Columna de Lorena Fries: La huella de la dictadura

Agencia Uno

Poco hemos dicho sobre otros impactos, otras violaciones a los derechos humanos, los de toda una generación que creció con las limitaciones al ejercicio de sus libertades de expresión, de desplazamiento, de asociación.

Lorena Fries
Lorena Fries
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A propósito de las declaraciones de la Gobernadora de la Región de Valparaíso, María de Los Ángeles de la Paz, y en los que se expresa el persistente intento de borrar la memoria sobre la dictadura y sus consecuencias en la sociedad chilena bien vale la pena reflexionar sobre la huella que hasta el día de hoy dejaron esos 17 años de horror, deshumanización y depredación.

En primer lugar, es parte de nuestra historia oficial que miles de personas sufrieron la prisión política, la tortura, detenidas desaparecidas o ejecutadas arbitrariamente por un aparato estatal con el apoyo de civiles y de empresas privadas. El impacto que hasta hoy tiene la imposibilidad de honrar a nuestros muertos y muertas, el rastro de la tortura en cuerpos y mentes, son innegables para el mundo aun cuando un puñado de anacrónicos pretendan pasar por gesta heroica una masacre que los salvó de Chilezuela. Menos evidente es el trauma social que ello produjo y la pérdida del umbral de una convivencia basada en el respeto a la dignidad humana, cuestión que nos persigue hasta el presente cuando se justifican esas violaciones a los derechos humanos por el carácter refundacional del modelo económico que impuso el régimen de Pinochet.

Poco hemos dicho sobre otros impactos, otras violaciones a los derechos humanos, los de toda una generación que creció con las limitaciones al ejercicio de sus libertades de expresión, de desplazamiento, de asociación. Entre silencios y toques de queda, entre el miedo y la tercera estrofa del himno nacional, muchas y muchos transitamos por liceos, colegios y universidades a sabiendas de que el futuro no era algo que se construía en conjunto, sino que, a solas, desconfiando del otro/a, con los ojos vendados frente al dolor y la pobreza de tantos compatriotas. El rasero de una igualdad uniforme, sin distinción, persiguió hasta invisibilizar y condenar las diferencias, convirtiéndolas en discriminación. No hay mapuche, no hay mujeres, no hay disidencias sexuales, todos somos chilenos. En el intertanto, volvían a despojar a los mapuche, a perseguir a las feministas, a ridiculizar a quienes manifestaban otras identidades sexuales y de género. Erradicamos palabras como pueblo, lucha y consciencia de clase, en aras de un consenso democrático que tiene, a la luz de las declaraciones que en torno a la dictadura se han hecho, cada año con menos vergüenza, más de engaño que de realidad.

Hemos tenido que callar, en favor de esta democracia, que los que hoy ejercen el poder político y económico son en buena parte los que se enriquecieron durante la dictadura, despojando al Estado en beneficio propio, usándolo como garantía frente a eventuales perdidas, apropiándose y devastando el medio ambiente e instalando como dogma la asepsia de lo apolítico, del esfuerzo propio y el mérito como fórmula del éxito. Mientras ellos se enriquecían, muchos chilenos y chilenas se sumían en la pobreza, sobreviviendo con ollas comunes y comprando juntos, accediendo a programas miserables de empleo, o aspirando a ser ejecutivo bancario en una sociedad en la que sobraban artistas, filósofos/as, sociólogos/as y profesores, por poco funcionales a un modelo que nos rige hasta hoy. Transitamos de ciudadanos a consumidores premunidos de tarjetas de crédito que tienen hoy a la población endeudada más allá de sus capacidades de pago. El Estado es para los más pobres, se nos dijo, y con ello perdimos la noción de los derechos sociales como garantía universal de condiciones mínimas y dignas para todos, independientemente del lugar que cada uno ocupa en la sociedad. 

Sincerémoslo, la dictadura no sólo vulneró el derecho a la vida, a la integridad física de tantos, sino que al conjunto de los derechos humanos, los civiles, políticos, económicos, sociales y culturales de varias generaciones que hasta el presente no pueden ejercerlos. Cierto es que recuperamos derechos en la transición que nos permiten decir que vivimos en un régimen democrático, pero la huella de la dictadura aún se hace sentir y los sacrificios que muchos han hecho con la esperanza de profundizar y  consolidar esta democracia, pierden todo sentido cuando autoridades y líderes de opinión pública niegan o relativizan el impacto presente de la dictadura en la sociedad chilena.

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