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Opinión

22 de Septiembre de 2021

Columna de Constanza Michelson: Soñar, despertar, olvidar (o Vivir solos juntos)

Agencia Uno

Soñar es el testimonio de que la vida no se acaba de noche, hace que la noche no sea parecida a la muerte, agranda el mundo; soñar es, como dijo Freud: el acceso a otra escena.

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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1. Nadie sabe lo que puede un cuerpo; puede, por ejemplo, hacer algo tan asombroso como soñar. Nadie sabe tampoco lo que un sueño nos hace. ¿Quién sueña?, ¿somos o no nosotros? ¿Se sueña con la cabeza o con todo el cuerpo? Hay quien dice que podrían ser los pensamientos de los ángeles de la guarda, pero serían unos ángeles medio perversos que nos confrontan con lo indecible: hay sueños incontables, revelarlos sería una confesión que expondría unas partes del alma que ni su dueño ha visto todavía en el espejo. Soñar es el testimonio de que la vida no se acaba de noche, hace que la noche no sea parecida a la muerte, agranda el mundo; soñar es, como dijo Freud: el acceso a otra escena.

2. Decían en la radio hace unos días que las terapias psicodélicas venían a reemplazar a los tratamientos farmacológicos tradicionales para la depresión y otras afecciones. No se trata del “gran viaje”, sino que de la administración de microdosis de drogas psicodélicas en un consultorio guiado por un terapeuta. La publicidad de esta nueva terapia era que ya no basta con calmar la depresión, “hay quienes quieren estar en otro lugar”. Yo creo que todos necesitamos estar en otro lugar. Allouch definió la salud mental como poder pasar a otra cosa; y creo que tiene razón en un doble sentido, por un lado, como posibilidad de no repetir siempre lo mismo, y a la vez, pasar a otra cosa es la posibilidad de velar la realidad material, de desapegarse de lo más tosco de la carne.

Un visitador médico de mis amigos psiquiatras decía que en la pandemia el mayor aumento de uso de antidepresivos fue en comunas con bajo ingresos económicos. Pero ya era así desde antes de la pandemia; tiene sentido que la vulnerabilidad material afecte la salud mental, pero también la relación al lenguaje. Si bien enfermedad mental y el malestar psicológico son algo transversal, no es lo mismo acceder a espacios de simbolización que permiten “mentalizar”, crear conflictos pensables, mientras que la prisión en los impulsos inasimilables rompe al cuerpo. Pensar, narrar, crear, hablar, soñar son todas formas de “viajar”, de separarse de lo insoportable de la realidad inmediata. Mis amigos psiquiatras me explican que, en las capas medias y altas, lo que es muy profundo es la llamada “psiquiatría cosmética”. Nombre que tomó en los noventa la práctica de medicarse para lograr un estado psicológico más deseable socialmente: el Viagra, anfetaminas para estudiar, el Ritalin, fármacos para regular el apetito, una cosita para dormir, otra para despertar. Ortopedia para responder mejor. No sé, quizá el relato de la farmacéutica noventera, entre el adormecimiento y la eficiencia, suena, digamos, un poco siglo XX: llegó la hora de otra cosa, buscar remedios para soñar y viajar. Desaparecer de manera programada. Es una curiosa forma de buscar lo inconsciente, pero sin Freud. Un retorno al sueño sin la teoría del sueño, se promete un sueño pero sin el trabajo que implica soñar.

3. A veces volver a soñar, en las adicciones o depresiones, es una señal de despertar de la destrucción de la vida psíquica. El sueño es capaz de hacer algo único, un tratamiento a la medida con nuestros dolores e inquietudes. Revive lo traumático: el sueño lo trata todo para olvidar. Sólo se olvida cuando los restos de vida que no dejan vivir son elaborados. Ese fue el descubrimiento de Freud: hay un trabajo del sueño.

Yo creo que todos necesitamos estar en otro lugar. Allouch definió la salud mental como poder pasar a otra cosa; y creo que tiene razón en un doble sentido, por un lado, como posibilidad de no repetir siempre lo mismo, y a la vez, pasar a otra cosa es la posibilidad de velar la realidad material, de desapegarse de lo más tosco de la carne.

4. El sueño es pura inteligencia (Dufourmantelle).Tiene capacidad de afectación, nos interesen o no. Un sueño nos puede despertar a medianoche, dejarnos pensando al otro día, escandalizarnos, indicar un nuevo deseo, llevarnos a reconocer un conflicto, pueden hacer evidente que hemos tomado una decisión sin habernos dado cuenta. Los sueños hacen algo inmenso, recuerdan, reparan, reviven a los muertos, ven la propia muerte, nos alertan, nos calman también, cierran y abren ciclos, a veces, incluso, dan la clave de la solución de un asunto que en la vigilia no logramos.

5. En los sueños estamos trabajando y es la muestra de que pensamos en varios registros, el del sueño es también un pensamiento, sólo que en otros términos. Los estudios sobre el sueño REM (sueño de movimientos oculares rápidos), descubierto en 1953 por Aserinsky y Kleitman, revelan que en la noche hay actividad mental. Aunque la vigilia parezca algo muy distinto al sueño, desde el punto de vista cerebral hay una actividad parecida. Si el material sobre el que trabajan las funciones cognitivas en el día son estímulos externos, de noche vienen desde el mundo interno. Pero hay una diferencia importante, Allan Hobson descubrió que las neuronas relacionadas a la atención, el aprendizaje y la memoria a corto plazo, reducen su actividad en el sueño REM por completo. Es decir, la misma actividad cerebral trabaja en el sueño, pero no cuenta con las herramientas de la vigilia para analizar el caos y poner orden.

El sueño, entonces, queda a la deriva de otro tipo de pensamiento, cuyas reglas son las leyes del inconsciente, donde no corre el principio de no contradicción, ni el tiempo lineal. Los mecanismos de operación sobre las imágenes, dijo Freud en La interpretación de los sueños, son la condensación y el desplazamiento. Jacques Lacan notó luego que esos mecanismos son similares a los de las leyes del lenguaje humano: condensación/metáfora, desplazamiento/metonimia. Lo que significa que se habla como se sueña: con estructura poética, de manera cifrada. Somos animales que escribimos e interpretamos (por más que busquemos literalidad y claridad).

No sé, quizá el relato de la farmacéutica noventera, entre el adormecimiento y la eficiencia, suena, digamos, un poco siglo XX: llegó la hora de otra cosa, buscar remedios para soñar y viajar. Desaparecer de manera programada. Es una curiosa forma de buscar lo inconsciente, pero sin Freud.

6. Según Freud, el sueño es cumplimiento de deseo. ¿Por qué entonces tenemos pesadillas? Precisamente porque el mensaje viene encriptado, no se trata de soñar para cumplir un anhelo consciente, aunque a veces soñamos que tenemos sed porque de verdad tenemos sed. Lo importante de un sueño así es el guion, cómo hacemos un sueño sobre la sed, el deseo inconsciente está en los detalles.

7. Los sueños son también una expresión de la memoria colectiva. Podemos padecer cosas que no hemos vivido cuando soñamos. Charlotte Beradt recopiló los sueños de personas en Europa antes de la Segunda Guerra Mundial; dijo que escribió el inconsciente el Tercer Reich. “No conozco a ningún chileno que no haya tenido sueños o pesadillas en que aparece su figura; o que no haya tenido la fantasía de sentirlo sentado en su cabeza”, dijo Armando Uribe sobre Pinochet.

8. Si los sueños no son escuchados se olvidan rápido, por mas que hayan generado un afectación fuerte al despertar. Según el Talmud, un sueño no interpretado es como una carta que no se abre. Tanto en la vida individual como colectiva, aquello que no se escucha, no se simboliza; entonces se repite en el cuerpo que rememora como si la herida hubiese ocurrido hace cinco minutos. Tal como la tesis del postfascismo:  la vida fascista como ciclo no cerrado, se repite de muchas formas encubiertas, sin palabra. Hasta que se recuerda. Es la catarsis, es el estallido social o personal. Pero un estallido, su intensidad, tal como la catarsis de un recuerdo, pueden dejarnos fascinados, repitiendo una y otra vez el recuerdo, sin poder olvidar, sin permitir el nacimiento de algo nuevo. Algo debe ocurrir en las personas y en un pueblo para poder olvidar, aunque nunca se olvida del todo, hay que rememorar, elaborar y olvidar para entonces poder recordar. Recordar no repetir.

9. Una resistencia común al psicoanálisis, es la de ir al pasado. Parece una práctica poco eficiente, como si fuera evitable. En la vida política de la últimas décadas se pensaba lo mismo, volver al pasado como un obstáculo al programa del progreso. Como escribió Lila Feldman: la temporalidad en lo humano es un camino de ida y vuelta porque en el pasado siguen pasando cosas. El sueño es precisamente la notificación de que habita en nosotros un tiempo vertical que cruza la línea de tiempo horizontal. Los sueños son ruinas vivas (Feldman).

El sueño, entonces, queda a la deriva de otro tipo de pensamiento, cuyas reglas son las leyes del inconsciente, donde no corre el principio de no contradicción, ni el tiempo lineal. Los mecanismos de operación sobre las imágenes, dijo Freud en La interpretación de los sueños, son la condensación y el desplazamiento. Jacques Lacan notó luego que esos mecanismos son similares a los de las leyes del lenguaje humano: condensación/metáfora, desplazamiento/metonimia.

10. Soñar es también testimonio de intimidad. Es el lugar de una soledad intransferible: soñamos como lloramos o como gemimos, de una manera única. Aunque los sueños manifiesten que no somos propietarios de nuestras ideas, esa extravagancia nocturna, es a la vez lo más íntimo, lo más propio. El sueño otorga tanta distancia hacia los otros como hacia nosotros mismos, a la vez que nos acompaña. Tampoco es solipsismo, eso es la locura, que nada tiene que ver con los sueños. Los sueños muestran que estamos abiertos, que soñamos incluso los sueños de otros. Aceptar el soñar como un agujero de las verdades del Yo, es otra forma de “despertar” y una forma política de hacer mundo. Cosas como la dificultad para estar solos, sentirnos invadidos con facilidad o mimetizarnos en la masa con prisa, son desequilibrios de esta potencia, de esta distancia vital para vivir solos juntos.

*Constanza Michelson es psicoanalista y escritora. Su último libro es “Hasta que valga la pena vivir”.

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