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Entrevistas

29 de Diciembre de 2022

Constanza Michelson y la subjetividad de Chile el 2022: “La sensación es la de un retorno de la desafección política”

Michelson sostiene que Chile experimentó un "retorno a la desafección política".

“Se avizoran tiempos no sólo de temor, sino de un tedio que debiese preocuparnos (...) la esperanza no es el imaginario que envuelve el nuevo proceso”, plantea la escritora y sicoanalista, quien en conversación con The Clinic pasó revista por el estado emocional del país en este año que comienza su cuenta regresiva.

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Antes de cerrar este 2022, es saludable recordar que hace no mucho, Chile ardía por los cuatro costados en los días del Estallido. Luego, llegó al país una Pandemia que alteró los modos de convivencia, con un saldo de pérdida de vidas humanas: no volveríamos a ser los mismos. Y no bien salíamos de esos dos hitos, entramos en un itinerario electoral que desafió hasta al más comprometidos de los ciudadanos.

Y cuando comenzábamos a descansar un poco de las grandes definiciones, volvieron otros fenómenos: un Proceso Constituyente truncado tras la victoria del Rechazo en el Plebiscito de septiembre, una inflación galopante acompañado de una recesión económica al acecho, además de un inusitado incremento de la violencia en los hechos delictivos.

Demasiado para un país que, además, suele tener catástrofes naturales como el pasado incendio forestal en Viña del Mar. 

Por lo mismo, The Clinic contactó a la escritora y sicoanalista Constanza Michelson, a objeto de revisar el estado emocional de Chile en un más que especial año 2022. 

Hay un incremento de la inseguridad, con una violencia inédita en los delitos, una recesión económica al acecho. ¿De qué forma ambos fenómenos impactan en la salud mental de los chilenos?

Desde luego afectan. Estamos atravesando un momento muy complejo donde, lamentablemente, el miedo le ganó a la esperanza. El péndulo de la vida social y política oscila entre dos necesidades humanas: la libertad y la seguridad. Y el malestar psicológico ocurre tanto en momentos en que la seguridad expresada en restricciones, ahoga la libertad, como también cuando hay libertad sin seguridad. 

Hay sectores que enfatizan la seguridad desde el punto de vista policial, y que sin duda es fundamental porque el miedo a ser atacado o asesinado por un crimen común genera pánico, pero también el miedo, muy legítimo, a la muerte absurda; la sensación de que la vida vale dos pesos profundiza el sinsentido. 

No debemos olvidar que cuando el crimen se instala, una sociedad tarda en recordar la importancia de la ley. La seguridad es también protección y esa es la segunda parte en disputa, la que precisamente en Chile se llamó esperanza en este último ciclo. Todo indica que la protección será un factor crítico para el futuro de la vida de las democracias en el mundo. 

-El sentido común de este 2022 sostiene que las personas quedaron fatigadas con el Proceso Constituyente y con el ciclo eleccionario del 2021. ¿Coincide con esa afirmación?

-Diría que la expresión precisa es hastío. No sé por qué exactamente, pero el tedio y el aburrimiento no suelen ser categorías del análisis crítico, cuando en la historia muchos han sospechado que “el aburrimiento es la raíz de todo”. El aburrimiento es considerado una banalidad, pero es un fenómeno movilizador.

Cuando Francis Fukuyama, entrando a la década de los noventa, dijo que posiblemente estábamos en el fin de la historia, dijo también que seguramente ésta se echaría a andar de vuelta por aburrimiento. Y de algún modo la sensación en el ciclo de los famosos treinta años, es pese a los logros económicos. 

-¿De qué forma eso se puede relacionar a lo que fue el Estallido?

Tal como en otros momentos de la historia, comienza a haber un deseo profundo de que algo pase. Pienso que en parte la fuerza subterránea del Estallido fue el deseo de deseo: el “hasta que valga la pena vivir” puede leerse como una expresión de ello. 

No basta con existir, se requieren deseos vivificantes. Recordemos que el Estallido fue una mezcla de destrucción, pero también carnaval. Pero así como el tedio empuja para salir de situaciones encerradas y quietas, también hay tedio y hastío con la intensidad. 

-¿Cómo así?

-El exceso y el grito, al final, no se puede vivir como si se estuviera en una fiesta permanente; las fiestas son fiestas porque son acotadas, como un aperitivo: el exceso se vuelve invasivo. Así como existe una nostalgia del desastre, también existe la nostalgia del aburrimiento. 

El tema es que el modo en que se están haciendo ahora las cosas, no seducen demasiado, y la sensación es la de un retorno de la desafección política. Me pregunto, ¿hay algo entremedio de la intensidad un poco loca que tomó la Convención y esta nueva seriedad un poco ridícula? 

-¿Qué cree usted?

-Pienso que una vida política saludable es, por un lado, una que acepta ciertas cuotas de desengaño. Para creer en algo esto es central: hay que soportar que las verdades son algo a medio camino. Por el contrario, el fanatismo es efecto de que no se es capaz de creer, por eso el fanático necesita verdades duras, absolutas. 

El amor y la política son cosas que se sostienen si creemos en ellas, aceptando su falta de fundamento. Si no, nos convertimos en vampiros, clientes insatisfechos o paranoicos. Y por otro lado, las instituciones debiesen ser cosas vivas, móviles, que puedan incorporar el ánimo instituyente para que pase algo, para que deseo y política no se separen tanto. 

Como sea, se avizoran tiempos no sólo de temor, sino de un tedio que debiese preocuparnos. 

-En entrevista con CNN en Enero del 2020, usted aseguraba, a propósito del Estallido Social, que “el malestar se politizó”. Con el devenir del Proceso Constituyente y el triunfo del Rechazo de por medio en Septiembre, ¿mantiene esa afirmación?

-La política no va a resolver el malestar psicológico, porque no hay cultura sin malestar, y por cierto, el malestar es un motor en la historia. El punto es cómo una sociedad gestiona ese malestar; se privatiza por completo o le da lugar a que se pueda transformar en una pregunta por las condiciones de existencia. 

Eso ocurrió por un instante en 2019. Por eso el Estallido tocó tan profundamente a muchas personas, pero no basta con eso. Las sociedades requieren prácticas e instituciones que le den lugar a la simbolización de los conflictos. 

“Estamos atravesando un momento muy complejo donde, lamentablemente, el miedo le ganó a la esperanza”.

Todo indica que hay un repliegue otra vez hacia el interior: el lazo social se siente frágil. Desde las peleas de vecinos hasta el miedo a la delincuencia y la desconfianza en la política, llevan a la retirada del mundo público. 

Lo preocupante es que son tan cortos los procesos que no se alcanzan a enraizar tendencias a las que darles continuidad y profundización. Los procesos parecen cosas que van tan rápido como las modas.  

“La esperanza no es el imaginario que envuelve el nuevo proceso”

-En el Acuerdo por Chile que habilitó un nuevo Proceso Constituyente, se prescindió del concepto de “plurinacionalidad”, que tan importante fue en el primer itinerario hacia una nueva Constitución. ¿Habla eso de una crisis de identidad en la sociedad chilena, de la autopercepción que tenemos de nosotros mismos?

-Pienso que lo que quedó en evidencia es que el lenguaje puede matar a la política. El escritor Karl Kraus, ya a principios del siglo XX decía que los medios de comunicación masivos habían inventado un nuevo problema, la opinión, a la que definía como un lenguaje sin pensamiento, un virus de clichés y frases repetidas sin responsabilidad. 

Advirtió, aun sin conocer el poder de las redes sociales, que las frases hechas podían crear guerras. Digo esto porque si algo no pasó en este proceso, fue poder discutir y a la vez crear el significado de plurinacional o qué entenderíamos como nacional; qué significa ser de aquí no es algo obvio. 

Entonces, estar a favor o en contra de la plurinacionalidad es como una locura, tomar partido por un lado u otro sin saber qué va a significar la expresión. Lo “pluri” debía ser una palabra de llegada, no un concepto de partida porque habría que haberla construido a partir de preguntas y diálogo para dirimir si era deseable y conveniente. Esa pregunta y esa conversación no fue posible. 

-En una entrevista con La Tercera usted afirmaba que con la elección de Gabriel Boric como Presidente, “la esperanza fue clave”. En su primer año de gobierno, y con el desgaste natural propio de los gobiernos: ¿Aún este gobierno proyecta esperanza de un futuro mejor?

Cuando la disputa era el miedo y la esperanza, vimos la necesidad tan vital de poder esperar algo, no sólo de la política, sino de nosotros mismos. Creo que eso es lo que hizo sentido en ese momento. Pero la esperanza es, a fin de cuentas, una actitud; no es la espera de algo concreto, aunque a veces lo sea. 

Quizá por error, afán o incluso vanidad de algunos convencionales, transformaron la esperanza en un proyecto personal. Pienso que el texto repleto de definiciones, pudo parecer un manual de instrucciones de vida, y nadie quiere que le digan qué esperar. El proceso actual puede que técnicamente salga bien  y creo que sería bueno para todos, pero si olvida el deber de ser convocante, será una cosa media muerta. 

Los expertos asesoran sobre los asuntos políticos, pero no son los que hacen la política. Por ahora, la esperanza no es el imaginario que envuelve el nuevo proceso, sino la efectividad y la eficiencia; ahora que lo pienso parece un deja vu. Pero ya veremos. 

-Usted publicó un libro inspirado en  la Pandemia titulado “Hacer la Noche”, donde un síntoma de ese periodo problematizado en el libro fue el insomnio. ¿Ve otros síntomas o expresiones en la actualidad que hayan quedado como rezagos de la Pandemia?

-Este año fue el juego de volver a la normalidad con todas sus exigencias como si no hubiese pasado nada. Muchos pensaron que la catástrofe podría detener o generar variaciones al modo de vida previo, pero no ocurrió; salvo la vida zoom que se profundizó. 

Pienso que hay fatiga, además de un duelo que no ocurrió; se nos cayó el mundo y muchos no han podido digerir lo traumático de lo que hemos vivido. Un duelo no elaborado puede durar años en las personas y desde luego en las sociedades, y ello no es sin consecuencias. 

-Una pregunta contingente: ¿cómo es que en una casa de estudios prestigiada como la U. De Chile, se termina normalizando la pedofilia en tesis académicas?

-Esa es una afirmación muy grande con la que no estoy de acuerdo. Lo que hay, al menos, es un error del que sí se pueden especular cosas. La universidad es un lugar donde cualquier tema debe poder ser investigado, aún los más incómodos. 

El problema de ambas tesis es que la posición enunciativa, es decir desde donde se pronuncian ambos tesistas, es a partir de su modo de satisfacción. 

“Se avizoran tiempos no sólo de temor, sino de un tedio que debiese preocuparnos”.

Eso no es una investigación, independiente que desarrollen un cuerpo teórico, además usando de manera mañosa varías ideas. Lo que puedo especular del error de aceptar las tesis como investigación, es la tendencia actual a regalonear en ciertos espacios que debieran ser críticos, a quienes se sitúen en una identidades identificadas como minorías. Creo que es un sesgo que se debe revisar. 

Es tiempo ya de distinguir trasgresión de política y resistencia. Por otro lado, si algo nos habla de los asuntos que merecen ser indagados con seriedad, es por ejemplo que en Chile el Hentai es uno de los géneros del porno más buscado por los hombres.

-¿Cómo se explica esta sensación, tan compartida en Redes Sociales, de que el año 2022 pasó volando?

Afortunados quienes lo han vivido así. En lo personal siento que ha pasado una eternidad. Todo lo que me preguntas me parece que ocurrió hace un siglo. Es insólita, quizá enferma, la temporalidad que nos toca.



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