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4 de Abril de 2022

Mono González: “Creo que nunca voy a ganar el Premio Nacional de Artes Plásticas, pero me gusta provocar esa discusión”

La imagen muestra a Mono González

Imparable, el artista acaba de contribuir con el primer Museo a Cielo Abierto de Limache y se encuentra trabajando en un proyecto cultural de una iglesia en Nápoles. En conversación con The Clinic, Mono González analiza su trabajo y reflexiona sobre el Chile de hoy y de ayer. “Siempre me molestó que piensen que los tiempos pasados fueron mejores”, advierte.

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Recuerda a la perfección cómo inició su camino en el arte. Tenía entre 10 y 11 años cuando se ganó un concurso de arte cuyo premio era pasar una semana en Santiago y otra en Valparaíso. “Para un muchacho de provincia (Curicó), de campo, salir era haberme ganado la lotería”, dice Alejandro Mono González.

“Eso abrió mi mente, la posibilidad de comparar mundo, porque uno en la aldea está rodeado de la gente de su lugar nomás, po. De su barrio. Pero en Santiago yo me quedé en un hotel en pleno Paseo Ahumada, y por primera vez me quedé en una habitación en una cama solo, porque éramos ocho hermanos, que teníamos solo dos o tres camas y había que dormir entre todos”, se acuerda.

Considera que esa experiencia le brindó la posibilidad de entender sobre los cercos que nos atrapan en la sociedad. “Hoy, de alguna u otra manera hemos ido corriendo ese cerco, en el sentido cultural, en el sentido político, en el sentido social. Falta mucho todavía, pero algunos hemos tenido la oportunidad de ayudar en ese sentido a correr el cerco, y el trabajo que yo hago tiene que ver con eso. Porque cuando chico pude ver las diferencias entre provincia, Santiago y Valparaíso, y quedé marcado con eso”, plantea.

Marcar va a ser un verbo clave en su vida. Así como quedó marcada en su memoria esa experiencia, le marcó la salida de su casa a los 12 años y el artista marca, hasta hoy, a sus 75 años, muros de todo Chile y de varios países del mundo. Por eso, según él, lo comparan con un mono. “Soy infrenable, soy medio loco, no paro de trabajar, soy hiperquinético, me cuelgo de los andamios, no tengo miedo a las alturas, nunca me he caído”, dice Mono, añadiendo que es un porfiado, “pero porfiado en buena, porque me puede estar doliendo el cuerpo, pero voy a seguir trabajando”.

Salido de la Escuela Experimental Artística de Santiago y perteneciente a la Brigada Ramona Parra, la marca más reciente de este porfiado en las calles ha sido en Limache, donde inauguró -junto a Procultura y Barrio Limache- el primer museo a cielo abierto de la comuna. Además, está desarrollando un proyecto llamado “La tercera edad del Mono” y compartiendo una serie de afiches con mensajes políticos.

También, cada sábado y domingo, quien pasee por el Barrio Franklin puede ver sus otras marcas: sus grabados o sus libros (el más reciente de ellos, “El tiempo vuela”, destinado a los niños). Porque cada fin de semana, religiosamente, Mono González está ahí para recibir al público y hablar de la importancia del arte.

Salvo una excepción: el próximo 2 de agosto viajará a Nápoles, donde está pintando, junto a Tono Cruz (de Islas Canarias), una iglesia de 1851 que estaba abandonada hace 30 años y que, durante ese período, pasó de ser el lugar donde cobijaban a las prostitutas a ser el espacio donde recibían a los más pobres de la ciudad para entregarles comida. El proyecto consiste en convertir la iglesia en un centro social y cultural.

-Usted dice que la comparación le permite correr el cerco, tener otras ideas, etc. Recientemente, ¿qué reflexiones ha podido hacer?

-Mira, hay algo súper interesante que he estado aprendiendo, ahora que soy más viejo. Primero: en la vida hemos recorrido y viajado y vivido y experimentado y hemos tenido buenas y malas cosas, pero también hay cosas que quedan inconclusas y uno cuando viejo como que las empiezas a cerrar esas partes inconclusas. Hoy día estoy trabajando en una iglesia en Nápoles y aprendí que incluso dentro de la marginalidad también existe alguien mucho más marginal. De cierta forma estoy como volviendo hacia atrás en lo que he aprendido, trabajando en lo social.

Una de las obras de Mono González con STEFI en Limache.

“Aquí hay algo que estoy reflexionando hoy día y en estos momentos que estoy trabajando acá en mi taller (en San Bernardo) hay muchos artistas que están preocupados de ser la vanguardia, de estar en Venecia, de estar aquí y allá, y el camino que yo elegí, siendo pobre, estudiando arte, siendo porfiado, viviendo del arte o tratando de vivir del arte, pero haciendo lo que quiero hacer, muestra que gente como yo no está preocupada de ser esa vanguardia ni de hacer esa cosa académica, sino que está trabajando para que el arte surja, en la periferia, en la población, etc., se vaya creando una cultura, se vaya trabajando solidariamente, se vaya creando identidades, se vaya haciendo un trabajo social y democrático de la cultura y del arte. Ese es mi trabajo, esa es la línea que yo elegí. Los museos a cielo abierto, el trabajo solidario, el trabajo de la calle, etc. Yo elegí el camino más difícil. Pero no es masoquismo, sino que es una opción política, social y cultural, y la tengo clarísima, porque yo soy también militante de la cultura. Soy un admirador de Goya, y Goya así como pintaba para el rey, también pintaba  los desastres de la guerra, etc.”.

-Usted opta por trabajar con la comunidad, como lo hizo recientemente en Limache y Placilla, y cualquier persona que va al Persa Bío-Bío puede verlo ahí, todos los fines de semana. ¿No es muy sacrificado hacer arte de esa manera, a su edad?

-Esto es como una ofrenda, jaja, no es sacrificio. También hay un deleite, hay un disfrute, porque es compartir, es como si estuviéramos cenando todos juntos, como si estuviéramos en un comedor comiendo todos juntos y aquí estamos compartiendo. Yo hablo del arte democrático, o sea, el arte social tiene que ver con eso, una cosa es el contenido, pero también tiene que ver con la actitud de compartir lo que es la creación y sentir. Puede que a alguien le guste, pero que a otros no les guste, pero están enfrentándolo directamente al público, la gente, lo estamos mirando a los ojos con la obra, eso es el sentido de la galería del Persa Biobío. Van más de setenta mil personas el finde semana y no todos compran, sino que la gente circula y mira y ve las obras. Es como si estuviera viendo un mural de la calle, pero están viendo las obras y además pueden conversar, pueden interrogarnos, yo puedo explicarles simbología, iconografía, los colores, hay un diálogo.

Ese es mi trabajo, esa es la línea que yo elegí. Los museos a cielo abierto, el trabajo solidario, el trabajo de la calle, etc. Yo elegí el camino más difícil. Pero no es masoquismo, sino que es una opción política, social y cultural, y la tengo clarísima, porque yo soy también militante de la cultura.

-¿Podría describir ese deleite? Pienso en muchos artistas que optan por no tener vínculos directos con el público, o dicen que sus obras hablan por sí solas…

-También soy ciudadano, estoy metido en política, opté, por ejemplo, por este gobierno, soy transparente en ese sentido, soy abierto. Entonces: ¿Mi trabajo habla por sí sólo? Cierto, pero también quiero que mi obra, llegue a la mayor cantidad de gente, y eso me nutre. Una cosa es lo visual, pero también otra cosa es entender, es explicar, es trabajar con la gente culturalmente. Ojalá los ingenieros, los gasfíters, el obrero, etc., en su trabajo estuvieran compartiendo con la gente qué es lo que hacen con sus manos, qué es lo que hacen con su cabeza, con su inteligencia, ¿me entiende?

-Es interesante lo que usted plantea porque por lo general las personas tienden a tener una desconexión con lo que es el trabajo del otro, salvo los que son trabajos muy públicos, como el periodismo, o el político. ¿Siente que estamos en una etapa en que puede haber una mayor valoración de otros oficios?

– Creo que hemos avanzado. Llegamos hace años con mi hijo (el también artista Sebastián González) a armar una galería en el Persa con las patas y el buche y seguimos siendo igual.  Pero hemos visto cómo hemos ido creando un público que va a visitar culturalmente el Persa y que antes iba a buscar cachureos. Ahora, va a visitar el persa porque hay gastronomía, porque hay artesanía, porque hay otras galerías o hay otras personas que están exponiendo sus trabajos, artistas, ilustradores.

Mono González en el persa el sábado 2 de abril. Crédito: Amanda Marton.
Mono González en el persa el sábado 2 de abril. Crédito: Amanda Marton.

-Además, pareciera que el arte en el espacio público en los últimos años ha sido revalorizado, particularmente tras el estallido social. Pienso, por ejemplo, en todas las intervenciones que se han hecho en el Gabriela Mistral…

-Sí, y yo siento que sí se ha valorizado, o sea, estoy hablando incluso de autores que la gente ya está conociendo, ya identifica por el estilo, por los aportes. Entonces de alguna manera también el público se ha ido nutriendo, se va corriendo el cerco, se va naciendo expresiones culturales. Y desde el estallido han nacido expresiones culturales: performances, canciones se han vuelto a ponerse vigente. La imaginería, la iconografía, el espacio público… La gente se suelta, se relaja y entrega obras de arte, salen cosas sin pensar que están haciendo obras de arte, están pensando si se están expresando y en las expresiones están encontrando distintas, formas de expresarse, del dibujo, etc. Como el Caiozzama, por ejemplo, con su pegatina y con su iconografía.

Ojalá los ingenieros, los gasfíters, el obrero, etc., en su trabajo estuvieran compartiendo con la gente qué es lo que hacen con sus manos, qué es lo que hacen con su cabeza, con su inteligencia, ¿me entiende?

-De hecho, usted hizo una obra con Caiozzama e Inti a fines de año pasado.

-Sí, sí, sí. Me encanta, me encanta… ¡Ah! Y eso es otra cosa importante: hay que poner acento en los jóvenes y en el lenguaje que están haciendo. Nosotros no tenemos que darles recetas a ellos, porque la vida también nos va enseñando que uno se nutre de ellos. Los jóvenes con los viejos nos podemos unir pensando en esto, en este arte cultural, en esta cultura democrática.

Mono González, arte y política

-Usted hizo campaña, en redes sociales, por el Apruebo. ¿Cómo ve hoy el trabajo de la Convención Constitucional?

-A ver, hay algo bien interesante que ha estado pasando en Chile, producto también del estallido: Chile es un país súper conservador y reaccionario, incluso moralista, pero donde se roba a destajo. Pero en cuanto a los valores culturales y de expresiones, es donde han sido súper conservador y reaccionarios. Fíjate que yo estoy pintando en una iglesia allá (en Nápoles) y no soy católico y tengo una relación con los curas, con la iglesia, con las fundaciones, extraordinarias y con un respeto que tienen por lo que uno hace que no me han pedido ni un boceto del espacio en que estamos pintando. Todo se hace con mucho respeto y va floreciendo la iglesia, va floreciendo la pintura. ¿Tú crees que en Chile yo podría estar pintando una iglesia de 1851? Imposible, imposible. No sólo por un tema de patrimonio, sino que por un tema de criterio, de respeto.  

-Pero vuelvo a la pregunta original: ¿Cómo ve hoy a la Convención? ¿Sigue teniendo confianza en el proceso?

-Mucho más que antes tengo esperanza. Ahora, toda esa campaña en contra del trabajo de la Convención es parte de ese engranaje, de este conservadurismo reaccionario que vive en este país. Y somos care-raja, perdóname que lo diga, porque lo hacen públicamente, porque tienen los controles de los medios de comunicación. Yo no lo tengo, yo tengo la calle, yo trabajo en la calle y lo puedo decir. Ahora lo que está pasando o lo que se está redactando en la Constitución lo hacen personas que fueron elegidas para eso, y tienen mayoría clara. Piñera fue elegido con menos del veintitantos por ciento de todos los que votaron y resulta que hacía y deshacía y para algunos eso es la mayoría. Pero los convencionales fueron elegidos por una clara mayoría, Boric fue elegido por una amplia mayoría. Entonces por primera vez están pasando cosas que antes no habían pasado.

¿Tú crees que en Chile yo podría estar pintando una iglesia de 1851? Imposible, imposible. No sólo por un tema de patrimonio, sino que por un tema de criterio, de respeto.  

-Usted es parte de una generación que además de soñar un nuevo mundo y un nuevo Chile, también se manifestó públicamente en las calles durante la dictadura militar, a través de la Brigada Ramona Parra. Y ya que usted me decía al principio de la conversación que está en un proceso de cierre de ciclos y de reflexiones, ¿qué reflexiones hace del Chile de hoy versus el Chile en que inició su trayectoria artística?

-Parto de una reflexión que a mí siempre me molestó: cuando yo era niño, veía los viejos que siempre pensaban que los tiempos pasados fueron mejores. Siempre me molestó que piensen que los tiempos pasados fueron mejores. Yo no quiero mirar el pasado con nostalgia porque ha sido de mucho sacrificio. Me tocó ver un tiempo extraordinario que fue el gobierno de Allende, con muchos sueños, pero que fue truncado con una masacre, fue con una dictadura fascista de accionar civil y militar, incluso donde hay detenidos desaparecidos hasta hoy y no se ha hecho justicia plena con respecto a esas cosas. Es una herida que al menos en Chile está abierta, y el estallido es producto de esa herida que ha estado siempre abierta y ha sido contenida. A qué voy: los sueños de estos jóvenes hoy día están creando un mundo distinto, o por lo menos tengo esperanza con respecto a esas cosas.

Mono González no suele hablar de su familia, ya que salió de su casa a temprana edad. No se refiere a sus padres por sus nombres, pero cuenta que su papá le decía muchas veces: ‘Yo no voy a vivir un espacio donde haya justicia, pero ustedes lo van a vivir’. “Yo pensé que lo iba a vivir con el gobierno de Allende, pensé que lo iba a vivir con la nueva democracia, pero me di cuenta de que no. Ahora estoy sintiendo que de alguna manera hay cierta esperanza y que ojalá mis nietos lo puedan vivir. Ayer yo conversaba con un amigo y me decía: ‘oye, vivimos un sistema como de esclavitud. Cuando en 200 años más si se mire lo que hemos estado viviendo, nosotros en estos momentos estamos viviendo como los esclavos’. Y es cierto: yo soy un esclavo que anda pintando en la calle murales, que anda pintando, escribiendo en los muros. Es fuerte lo que digo, pero tiene que ver con esta sensibilidad que nosotros estamos tratando de educar a través del mural y de las expresiones culturales en la calle, seguimos creando estas identidades y haciendo estos desafíos sociales por la justicia”.

-Escuchando sus palabras, pienso de inmediato en su obra, que además de ser muy crítica, también muestra el imaginario del pueblo chileno, que muchas veces es un pueblo olvidado…

-Sí, mira: a mí me pasa algo muy interesante, en Nápoles me invitan a comer. ¿Por qué? Porque estoy compartiendo con ellos en la creación. Lo mismo me pasa en las poblaciones donde la gente te da agua, te da comida. Voy a pintar un mural en Limache, en la población Queronque, en donde uno de los temas es la olla común, y las señoras del barrio me dicen: “oye, pero si durante el virus y la pandemia nosotros tuvimos aquí unas ollas comunes, nosotros las hacemos”. Y cuando pintamos un mural, lo inauguramos un día sábado porque todos los monjes y las mujeres están todos en la casa y ahí vamos a hacer una olla común en la población y una mesa grande. Eso es hermoso. Eso es solidario, ¿me entiende? Eso solo lo sientes en la población, eso lo sientes en la población que ha sido muy menoscabada, muy denigrada.

Yo no quiero mirar el pasado con nostalgia porque ha sido de mucho sacrificio.

Pero en eventos particulares, como un terremoto, o una pandemia, se tiende a fomentar ese sentido de comunidad entre los chilenos.

-Sí, y me encantaría que eso se replicara más. Pero, ¿sabes cuál es el problema? Estamos en un sistema neoliberal, donde el metro cuadrado tiene un valor, tiene un precio, en donde en vez de los bosques nativos, tiene el precio del pino y el eucalipto y que lo venden las grandes empresas, o las riquezas nuestras del territorio o el agua para priorizar el monocultivo, etc., etc. Entonces hay que cambiar también ciertos valores que este sistema nos ha aplicado, que nos ha administrado, como este individualismo, el egoísmo. Pero cuando yo hago algo, estoy hablando es algo solidario, no estoy hablando de mí, estamos hablando de nosotros. Estamos hablando en plural, es esa la sociedad que yo quiero, es esa la sociedad por la que yo trabajo. Es sumarnos entre todos, es colectivo, es participativo, es comunidad.

-En ese sentido, ¿tiene esperanza que su nieto viva en un Chile más colectivo que el le tocó a usted o a su padre?

-Tengo mucha esperanza. De hecho, ahora estoy regalando un afiche de 50×70 cm que lo financiamos nosotros con varios amigos, con una consigna que yo hice, que se llama “a construir la esperanza”. Construir tiene que ver con algo que uno hace con las manos, que clava, que toma la pala, que toma las herramientas, que acaricia, que se defiende. Y esperanza es algo abstracto, un sueño, algo subjetivo. Entonces nosotros podemos construir los sueños en este colectivo, y estamos regalando estas manos empuñadas porque hay gente que no tiene plata para comprar una obra. Y esto tiene que ver un poco con cómo circula la imaginería y la iconografía y que todo sea más democrático y eduque a construir la esperanza. Estamos hablando en plural, es un deber. El que lleva el afiche se compromete a limpiarse de esa vanidad, de ese egoísmo, de individualismo y a pensar en todos, en nosotros, en plural.

-¿Qué rol juega el arte en esa construcción?

-¿Cuánto vale un mural de los que yo pinto en la calle donde todos los ven y que hemos conseguido pintura, etc., etc.? ¿Estoy poniendo un precio o estoy haciendo una evaluación como lo haría en este sistema capitalista? ¿Sabes cuánto es el bien que está creando? ¿Cuánto eso vale? Vale mucho más de lo que realmente se gastó ahí. Es una inversión. ¿Por qué? Porque hay iconografía, hay identidad, hay participación, hay trabajo colectivo, estamos cambiando el paisaje visual de la población, estamos dándole un valor agregado a ese muro. Es decir, estamos creando una expresión cultural que es patrimonio de nosotros, es patrimonio de Chile. Si yo viajo hoy día, nosotros empezamos a pintar mucho antes que pintaran los grafiteros, estamos hablando del año 1968, en que estaban empezando a iniciarse los grafitis en otras partes del mundo… Hay algo que nació en Chile con las luchas sociales, por lo tanto, si quieren ponerle valor, el valor tiene que ver con lo que nosotros hemos aportado… Si este país tuviera que valorizar todo ese aporte, lo de la Violeta Parra, lo de Víctor Jara, lo de Los Prisioneros con las canciones, hay que considerar que no es sólo vender o comprar un disco, o un libro, sino que también lo que ahí queda culturalmente como patrimonio.

-También pienso en la seguridad. En São Paulo, por ejemplo, hay varios ejemplos de barrios que se transformaron completamente tras contar con murales. Esas obras ayudaron a crear un entorno no solo cultural, sino inclusivo y protector para los habitantes…

-Exacto. Tiene que ver con lo que tú me estás diciendo. Aquí mismo donde yo vivo, en mi taller, en el paradero 40 de la Gran Avenida, me encuentro con los muchachos afuera y están drogados. Y los conozco desde que nacieron, desde cabros chicos, y veo cómo se van perdiendo. Entonces hay que pensar cómo nosotros a través de la cultura, de esta participación en la calle hemos ayudado, pero hay mucho, mucho, mucho por hacer. Estamos luchando contra un sistema que está muy fuertemente instalado y es ahí cuando tenemos esperanza hoy día con que podemos buscar la forma de cambiarlo.

Yo soy un esclavo que anda pintando en la calle murales, que anda pintando, escribiendo en los muros.

La tercera edad del Mono

Pensando en lo que usted dice sobre reconocer a ese arte cuyo patrimonio es intangible: en tres ocasiones lo postularon al Premio Nacional de Artes Plásticas. ¿Le gustaría obtener ese reconocimiento?

-La primera vez fueron unos amigos que me postularon. La segunda vez entró el Museo Cielo Abierto de San Miguel y la tercera vez entró la Fundación Procultura y la Universidad Academia Humanismo Cristiano. Ahora me volvieron ayer a proponer. No fui yo el que postuló, incluso me da vergüenza la postulación, pero también acepto. ¿Sabes por qué? Porque también es una forma de provocar culturalmente, darle visibilidad a lo que estamos conversando de este arte o de esta cultura, de la periferia y de la calle. Y yo creo que nunca voy a ganar el Premio Nacional de Artes Plásticas, pero me gusta provocar esa discusión. He viajado a hartos países, he pintado en muchos países y eso tiene que ver con un reconocimiento de estas cosas, de lo popular, de lo comunitario, pero en Chile -vuelvo a decir- está tan inserto al sistema económico o capitalista o neoliberal en nuestra sociedad… Yo sé que me miran con respeto, pero también con lástima, ¿en qué sentido? Me ven como un porfiado, un viejo porfiado que anda pintando en las calles. Pero yo soy feliz con respecto a los resultados… El premio no es por ambición personal, sino que es visibilizar esta cultura de la que estamos hablando en la calle, es provocar una discusión, incluso para que en las universidades se discuta, se estudie, se analice el arte callejero. Hay muchos libros que están saliendo sobre…, sobre estas cosas, doy muchas charlas y conversatorios, así como lo que estamos conversando nosotros dos ahora. Eso también es predicar esta veta cultural social, democrática.

-Entonces, ¿le gustaría ganar el premio?

-No, no es que me gustaría. No tiene que ver con lo personal. Incluso, creo que nunca me lo voy a ganar y no importa. Te explico una cosa: me propusieron ser hijo ilustre de Curicó, y nunca tampoco lo voy a ser.

-¿Por qué?

-Porque Curicó es una zona del latifundio, que todavía se maneja en la misma forma que se manejaba cuando yo me fui de ahí… Entonces eso de ser Premio Nacional… Mira, yo estoy muy feliz de estar pintando en Italia, incluso me han dicho que me quede a vivir allá, pero tampoco quiero arrancar. Este es mi país, no puedo arrancar de este país. No me fui al exilio en la época de la dictadura, en que me quedé aquí viviendo y trabajando y luchando en la clandestinidad, como para después ahora venirme a arrancar.

Mono, se suele decir que en la tercera edad uno reflexiona mucho sobre el pasado. ¿Qué ha pensado actualmente?

Trato de no mirar con mucha nostalgia el pasado, incluso estoy con mucha más esperanza por el futuro. Lo que sí estoy haciendo ahora en ese libro “La tercera edad del Mono” es un trabajo de reflexión, y de cerrar partes inconclusas que he ido dejando en la vida, en las relaciones humanas, en los espacios de creación, en la experimentación, en adquirir otros conocimientos en lo digital…

-¿Algún ejemplo de lo que ha sido inconcluso para alguien “porfiado” como usted?

-Amistades, que nos hemos distanciado; artistas que me gustaría haber conocido y que ahora empiezo a investigar; materiales con que no he trabajo y que me gustaría empezar a trabajar, pero no sé si me va a alcanzar a hacer; querer hacer libros, muchos libros, ese tipo de cosas…

-Es usted imparable.

-Sí (se ríe).

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