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Opinión

14 de Abril de 2022

De cruces sentimentales e historias no acabadas

Es la apertura a las constantes transformaciones las que permite pensarse de otras maneras que, a la vez, dan paso a cruces que nos pueden llevar a nuevos imaginarios.

Leonor Lovera
Leonor Lovera
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Nuevas series han salido incluyendo realidades hasta hace no mucho ignoradas, mientras reemergen otras con nuevas temporadas. Todas actualizándose respecto a los escollos contemporáneos, donde la cuestión identitaria aparece como uno de los cruces fundamentales para tensionar la coreografía patriarcal que hasta ahora permeaba los cuentos e historias que nos contaban. Es así como en la serie And just like that, que es la continuación de la popular serie de los 90s, Sex and the City, inicia con la muerte del galán, Mr. Big, y con él también la de esa masculinidad tradicional. A la vez que en la serie Euphoria se muestra la realidad de jóvenes diversos en su etapa escolar. Dentro de ellos está una chica trans y otra con sobrepeso que constituyen figuras emergentes en su representación audiovisual y que, de alguna forma, proponen posiciones subjetivas y sociales que parecieran estar al son de pasos nuevos de baile, pero que tropiezan con lugares más bien comunes. Como el hecho de que el sujeto deseado de esta serie sustenta su masculinidad en la agresión. Es decir, las mujeres (de la serie) se siguen peleando al zorrón matón.

Nuevas series han salido incluyendo realidades hasta hace no mucho ignoradas, mientras reemergen otras con nuevas temporadas. Todas actualizándose respecto a los escollos contemporáneos, donde la cuestión identitaria aparece como uno de los cruces fundamentales para tensionar la coreografía patriarcal que hasta ahora permeaba los cuentos e historias que nos contaban.

Parte de la crítica a esa coreografía patriarcal sustentada en el amor romántico, lo desarrolla la socióloga Eva Illouz quien, en una conferencia junto a Rita Segato, analiza dicha problemática mediante el cuento de “La Bella y la Bestia”, que se extiende desde el siglo XVI hasta la fecha, con su versión más moderna producida por Disney, gracias a que, según la autora, aún define y articula normas ocultas que siguen operando en las relaciones de las mujeres. Es un cuento que continúa llevándose bien con la cultura dominante y mediante el cual se les enseña a las mujeres a amar a la bestia en base a la justificación del amor romántico que las lleva a superar la fealdad y la crueldad masculina, siendo el fundamento del amor heterosexual la desigualdad entre hombres y mujeres, donde serán principalmente ellas quienes salgan más confundidas de estos encuentros debido a que este tipo de amor viene a difuminar la diferencia entre “cuidado y cautiverio, entre amor y poder, entre autosacrificio y sumisión, entre masculinidad y crueldad”, según Illouz. Así de confusa se vuelve la cultura del amor heterosexual al esconder la desigualdad en la promesa de amor. La salida a eso, para la autora, es empezar a contar historias de amor y confianza entre iguales.

Algo de eso se está haciendo con producciones como las ya mencionadas al incluir esos otros rostros y relatos en sus argumentos centrales. De esta manera, en And just like that, aparece una persona no binaria y, con ella, una forma diferente de enfrentarse o, más bien, enunciarse al amor. Es así como en la trama de la serie, vemos que se generan tensiones con aires modernos pero que nos remontan a lugares no tan modernos. Para aterrizar lo expuesto, me parece interesante analizar un conflicto que se produce en la misma, en la que una de sus protagonistas, Miranda, se enamora del personaje no binario, Ché Díaz, mientras sigue casada con Steve, su pareja de siempre. Cuando Ché Díaz se entera que Miranda no estaba en una relación abierta como ella suponía, se enoja aludiendo a que es muy clara con quién es: no se esconde, no engaña, no miente. Es decir, su argumento se basa en la idea de claridad para un terreno que suele ser más confuso y enigmático de lo que se pretende desde la racionalidad.

De esta manera, en And just like that, aparece una persona no binaria y, con ella, una forma diferente de enfrentarse o, más bien, enunciarse al amor. Es así como en la trama de la serie, vemos que se generan tensiones con aires modernos pero que nos remontan a lugares no tan modernos.

Por un lado, se entiende que no quiera ser engañada. Nadie quiere serlo. Pero Miranda no la engañó. Ella es la que quiso leer desde sus categorías y clasificaciones a una mujer más bien tradicional, para luego alegarle falta de claridad. Y es que detrás de la sobre clasificación de las identidades y relaciones, se esconde una pretensión domesticadora de la diferencia que busca controlar la incertidumbre que puede aparejar el otro. En palabras de la psicoanalista Alexandra Kohan, “es también un modo de hacer entrar eso que irrumpe como otro en una maquinaria que uniformiza lo diverso”, en donde se busca equiparar lo otro al sí mismo, y de ahí el emparejamiento entre iguales que fomenta la reproducción endogámica de los grupos sociales. Es decir, disidentes con disidentes, jóvenes con jóvenes,  pobres con pobres, cuicos con cuicos. Porque esa igualdad se asienta en la conquista de territorio ya sea identitario, de clase, de etnia, de religión, que conlleva a marcar fronteras excluyentes respecto al otro que no alcanza a igualarse. Es el yo pensado en términos totalitarios y no de relación, en el sentido de apertura y aceptación de lo diverso, en oposición al concierto del yo mismo.

De esta manera, y volviendo a la serie, es llamativo ver cómo el personaje no binario de Ché Díaz, se enuncia desde la rigidez de la verdad. Mientras que el personaje que representa a la mujer heterosexual lo hace desde el lugar roto (Ché Díaz le dice a Miranda que no es una rompehogares. Miranda le responde a Ché Díaz que su hogar ya estaba roto), en contraposición a lo que representan ambas identidades de género en la cultura: la heterosexualidad como lo verdadero que no admite cuestionamientos, y las identidades disidentes como aquello se sostiene en lo que Édouard Glissant denomina “un temblor” para nombrar aquel lugar sostenido en la incertidumbre, la no-evidencia, lo extraño, lo que marcaría el cruce de género, siguiendo el planteamiento de Paul Preciado para plasmar su propia transición de género, y que me parece marca la transición a cualquier identidad u orientación sexual fuera de la sexualidad hegemónica encarnada por la heterosexualidad. Porque el pensamiento de temblor es el pensamiento que se opone al sistema, según Glissant.

Pero en este caso es el matrimonio roto de Miranda el que le permite temblar en dudas y conflictos que la llevan a cruzar la frontera de su propio deseo, entregándose a una relación con alguien nuevo y con una identidad de género distinta a sus parejas anteriores que eran hombres heterosexuales. Es ese mismo personaje que se muestra torpe en todo momento por querer enunciarse desde lo políticamente correcto; la que es abogada, la que tiene una familia constituida y quien ya estaba sumergida en la rutina de la vida. Es ella la que, de forma inesperada, termina enamorándose de una nueva persona que además resulta ser no binaria. Ella, que pareciera estar fuera de las políticas reivindicativas que tensionan el modelo político y legal rigente, tanto por su posición social y su género (mujer blanca cis heterosexual y de clase acomodada). Es justamente ella la que habita esta apertura a lo nuevo, a un vincularse con una persona no heterosexual, no a causa de un activismo o sensibilidad particular sobre la materia, o al uso del lenguaje inclusivo. Sino que, lo que permite el cruce, es el deseo; el deseo que moviliza a lugares inesperados sin exigir tantos requisitos racionales ni certezas identitarias para deslizarse. Porque lo que deviene en esos terrenos se acerca más a acontecimientos imprevisibles que a decretos pauteados. Y es que lo que pasa con las disidencias sexuales no es muy distinto a lo que experimenta cualquier persona que no se identifique con aquellas, porque finalmente son dilemas, emociones y contradicciones que atraviesan lo humano.

Por lo demás, son esas tensiones y contradicciones las que nos movilizan a cruzar las fronteras, a salir del lugar en el que se estaba. En este caso, fue el conflicto el que llevó a Miranda a arriesgarse con una nueva relación. Y es desde el riesgo, desde la apuesta por lo no conocido, que se puede dar paso a nuevos repertorios amatorios; en donde lo nuevo no emerge necesariamente de las identidades disidentes. Más bien es la apertura a las constantes transformaciones las que permite pensarse de otras maneras que, a la vez, dan paso a cruces que nos pueden llevar a nuevos imaginarios. Porque cuando hablamos de amor, hablamos de desigualdades sociales. Cuando hablamos de política, hablamos de deseo. Porque allí donde se crucen los debates, allí donde se crucen las agencias, allí donde se crucen las miradas, “allí donde el cruce es posible, empieza a dibujarse el mapa de una nueva sociedad”, nos recuerda Glissant.

*Leonor Lovera es socióloga y columnista.

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