Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

10 de Abril de 2022

¿Me ven realmente como una profesional?: Reflexiones sobre educación parvularia, género y cuidados

La imagen muestra a las autoras de la columna frente a una clase de educación parvularia Agencia Uno

Es urgente avanzar hacia una nueva construcción del imaginario social del trabajo de la educadora de párvulos, resignificar el carácter educativo del cuidado, que va mucho más allá del resguardo a la integridad física de niños y niñas, y que requiere, por cierto, de una formación profesional de calidad.

Paula Guerra y Pamela Rojas
Paula Guerra y Pamela Rojas
Por

Son múltiples los desafíos que surgen con el regreso a la presencialidad para muchas familias, entre ellos, el cuidado y educación de niños y niñas, quienes vivieron largos periodos de encierro en estos dos años de pandemia que han dejado graves consecuencias en su desarrollo. Aun cuando en la última década han aumentado de forma significativa los centros educativos de educación parvularia, es frecuente encontrar largas lista de espera de familias que requieren de un cupo. Las salas cuna y jardines infantiles desarrollan una labor muy demandada por las familias, y de alta relevancia en un contexto de post- cuarentenas, pero cuya valoración social ha sido lamentablemente limitada.

Estas limitaciones se observan en diferentes planos, desde lo más simbólico a lo material. Por ejemplo, en los bajos salarios que reciben las educadoras de párvulos, que históricamente las ubican dentro de las menores remuneraciones en el área de la educación, o en un acceso desigual a la carrera docente.

Desde el plano más simbólico, la labor profesional de la educadora de párvulos es frecuentemente vista desde un rol de cuidado y maternal, por ejemplo denominándolas “tías” o “parvularias”, desconociendo que su rol profesional es de educadoras. Esta función educativa es de especial relevancia en contextos vulnerados y en situaciones de emergencia e incertidumbre como ha sido la pandemia, en donde los jardines infantiles fueron los primeros centros educativos que volvieron a abrir presencialmente.

Aun cuando en la última década han aumentado de forma significativa los centros educativos de educación parvularia, es frecuente encontrar largas lista de espera de familias que requieren de un cupo.

Esta valoración limitada del trabajo de la educadora de párvulos no debe desconocer el enfoque de género, en especial cuando hablamos de una profesión altamente feminizada, donde el 99.9% de quienes la desempeñan son mujeres.

Históricamente existe una noción de mujer asociada al cuidado y relegada al hogar y al mundo de lo privado. Esta construcción histórica, social y cultural de la mujer hace que la educadora de párvulos sea vista desde ese foco y por ejemplo su formación profesional sea valorada como algo secundario porque lo que prima es la noción de cuidado, para lo cual basta con ser mujer para estar “naturalmente preparada” para cuidar. Este imaginario emerge en una sociedad patriarcal y neoliberal, en donde las mujeres desempeñan labores menos valoradas y remuneradas en comparación a los hombres, pero que, paradojalmente, son el sostén de la estructura social y económica que permite el funcionamiento de la sociedad.

Es urgente avanzar hacia una nueva construcción del imaginario social del trabajo de la educadora de párvulos, resignificar el carácter educativo del cuidado, que va mucho más allá del resguardo a la integridad física de niños y niñas, y que requiere, por cierto, de una formación profesional de calidad. Esta formación debe considerar la alta carga emocional que implica trabajar con niños y niñas, quienes, más aún después de un confinamiento de casi dos años, requieren de una contención afectiva y social que les ayude a reestablecer vínculos de calidad con sus adultos significativos y pares.

En este escenario, la formación inicial y desarrollo profesional de las educadoras debe asegurar que sean profesionales capaces de implementar procesos de mediación que favorezcan el desarrollo cognitivo, afectivo, crítico y social de niños y niñas. Amplia evidencia científica muestra que la calidad de las interacciones que establece la educadora con niños y niñas incide en el desarrollo de habilidades fundamentales para la vida. Además, diversos estudios dan cuenta de la cantidad de conexiones sinápticas que se generan al momento de que el niño o niña se enfrenta a experiencias educativas desafiantes.

Concordamos con lo expuesto por la Cooperativa Desbordada, quienes, desde una perspectiva de economía feminista, han puesto en la discusión la necesidad de avanzar en un mayor reconocimiento y valoración social del cuidado, priorizando su desarrollo en condiciones dignas como una condición impostergable en miras de la construcción de una sociedad justa e igualitaria (Cooperativa Desbordada, 2021).  Esperamos que este gobierno, sensible a la perspectiva de género, no pase por alto la necesidad de reconocer material y simbólicamente el trabajo en educación parvularia. Las mujeres, y más aún quienes sostienen la estructura de cuidados en nuestra sociedad, requieren de mejoras concretas y del reconocimiento social de forma urgente. Es de esperar que un gobierno feminista se haga cargo y lo materialice.

*Paula Guerra Zamora es académica del Centro de investigación para la transformación socioeducativo, UCSH. Pamela Rojas Poblete es Educadora de párvulos.

También puedes leer: Columna de Julia Marfán y María Alicia Otaegui: Desafíos que nos presenta el debate de la Ley en Educación Integral de la Sexualidad


Volver al Home

Notas relacionadas

Deja tu comentario