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Opinión

22 de Abril de 2022

Aquí no ha pasado nada

La imagen muestra a Yenny Cáceres frente a una foto de la Colonia Dignidad

Cantos de represión (2020) se  estrenó en salas y se suma al renovado interés por abordar la historia de Colonia Dignidad desde la ficción, como la reciente Un lugar llamado dignidad (2022), o desde el documental, con Colonia Dignidad: una secta alemana en Chile (2021), la serie de Netflix que incluyó los archivos audiovisuales registrados por la propia comunidad alemana, muchas veces con fines propagandísticos.

Yenny Cáceres
Yenny Cáceres
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“No todo fue malo”. Esa frase se repite, como un mantra, entre los actuales miembros de Villa Baviera, la ex Colonia Dignidad, en el documental Cantos de represión. Todos quienes ahí aparecen fueron miembros de la secta religiosa fundada por Paul Schäfer en Parral, a inicios de los 60. Y lo que nos deja petrificados, al escuchar esa frase, es que todos debieron soportar una vida ensombrecida por las continuas palizas, los abusos sexuales a menores y el soplonaje como único método de sobrevivencia.

Premiado en festivales como Valdivia y Fidocs, Cantos de represión (2020) se  estrenó en salas y se suma al renovado interés por abordar la historia de Colonia Dignidad desde la ficción, como la reciente Un lugar llamado dignidad (2022), o desde el documental, con Colonia Dignidad: una secta alemana en Chile (2021), la serie de Netflix que incluyó los archivos audiovisuales registrados por la propia comunidad alemana, muchas veces con fines propagandísticos.

Pero Cantos de represión no es otro documental más sobre Colonia Dignidad y es capaz de ofrecer una mirada diferente sobre el tema. Codirigido por Estephan Wagner –criado en Chile–, y por Marianne Hougen-Moraga –de madre chilena–, la dupla de realizadores indaga en el destino de más de un centenar de miembros de la comunidad que siguen viviendo en la ex Colonia Dignidad. Algo así como la vida después de Paul Schäfer.

Como producto audiovisual, el documental es impecable, y se nota el trabajo en terreno de al menos cuatro años para ganarse la confianza de los entrevistados. Alejado de la denuncia y de un formato más periodístico, los directores ofrecen una puesta en escena que está al servicio de una narración cuidada, en que cada uno de los testimonios de los miembros de la actual comunidad devela, con sutileza, que al interior de esos idílicos paisajes, a orillas del río Perquilauquén, el horror puede convivir con la negación sistemática.

Cantos de represión está estructurada en torno a los contrastes. Un lugar que para los turistas parece un paraíso, y es por eso que la fotografía del documental se esfuerza en mostrar la belleza del lugar en contrapunto con los testimonios de quienes aún tienen pesadillas en las noches por los maltratos sufridos. Cuánto duele esa belleza. O cuánto duelen esos cantos en alemán a los que alude el título de la película, puros y casi angelicales, cuando escuchamos el testimonio de Horst, un hombre de mediana edad, al recordar que cuando niño le rompieron la mandíbula durante una clase de canto.

Pero Cantos de represión no es otro documental más sobre Colonia Dignidad y es capaz de ofrecer una mirada diferente sobre el tema. Codirigido por Estephan Wagner –criado en Chile–, y por Marianne Hougen-Moraga –de madre chilena–, la dupla de realizadores indaga en el destino de más de un centenar de miembros de la comunidad que siguen viviendo en la ex Colonia Dignidad. Algo así como la vida después de Paul Schäfer.

Horst, que hoy se dedica a la apicultura, es uno de los hallazgos del documental. Es uno de los pocos que se atreve a entregar una mirada crítica sobre lo que fue Colonia Dignidad. La película relata que, tras la detención de Schäfer, al interior de la comunidad se realizó una ceremonia colectiva de perdón. Todos debían disculparse con los otros. Tenían que perdonar y olvidar. Eso explica que los testimonios recogidos también se muevan entre los extremos. Desde relatos brutales de los castigos (“No sabía cómo procesarlo, nos pegaban hasta la extenuación”) hasta otros que justifican lo ocurrido (“Eran muy cristianos, lo que hicieron, lo hicieron para llevarlos por el buen camino”, “Todo eso ya pasó”, “A mí me gusta recordar las cosas buenas”). 

El único que rompe el discurso oficial es Horst, cuando dice la que puede ser la frase más contundente de toda la película: “No soporto más esta patética farsa”.

Como producto audiovisual, el documental es impecable, y se nota el trabajo en terreno de al menos cuatro años para ganarse la confianza de los entrevistados.

El momento más paradójico o, si se quiere, desquiciado, es cuando vemos cuál es hoy uno de los principales ingresos económicos de Villa Baviera: el turismo. Así, la ex colonia opera como un complejo turístico que rescata las “tradiciones alemanas” y que tiene un restaurante, un hotel, un centro de eventos para matrimonios y hasta ofrece una visita por los sótanos donde castigaban a las colonos, aunque, como cuenta Jurgen, el guía, un sector de esa sala de torturas fue reconvertido en un sauna. Dentro de la historia oficial del lugar, apenas se menciona que Colonia Dignidad fue un sitio donde se torturó y se asesinó a opositores a Pinochet durante la dictadura. Así, lo que vemos es desconcertante y nos deja con más inquietudes que certezas.

*Yenny Cáceres es periodista y autora del libro Los años chilenos de Raúl Ruiz (Catalonia-Periodismo UDP), ganador del Premio Escrituras de la Memoria 2020.

También puedes leer: Columna de Yenny Cáceres: Embriagados de amor


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