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Opinión

11 de Mayo de 2022
Nicolás Celís frente a Iraací Hassler
Nicolás Celís frente a Iraací Hassler
Agencia Uno

¡No fue chistoso! Humor sexista y masculinidades

Hay preguntas que, a estas alturas, urge hacerse: ¿cuál es el rol del humor sexista en la construcción de códigos masculinos? ¿cómo interpela ese tipo de humor a hombres, mujeres y disidencias? El humor no solo revela y recoge estereotipos sexogenéricos, sino que también los produce.

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Durante la primera semana de mayo, un camarógrafo, al momento de instalarle unos audífonos a la alcaldesa de Santiago, le dijo al oído, minutos antes de una entrevista: “Alcaldesa, no se preocupe, se lo voy a poner despacito, como anoche”. Al otro día, el trabajador audiovisual fue despedido por acoso sexual. Al ser entrevistado por la prensa, él indicó que el chiste fue de mal gusto, que se habría dado en un contexto de humor como un acto involuntario y que, al momento de decir la frase, entendió que había cometido un error grave y pidió disculpas inmediatamente: “Le pido disculpas… le digo ‘uyy, disculpe, alcaldesa, que se me salió. A veces esto lo decimos cuando hablamos entre camarógrafos…’ Y ella me dice: ‘¿perdón?’ No, disculpe, le repito, dije una palabra que no vino al caso”.

Es evidente que un chiste no solo busca causar risas, sino que también es una forma ―sofisticada o vulgar― de comunicar soterradamente algunos prejuicios, actitudes sexuales, intenciones ocultas o sacar a la luz bromas que, originalmente, fueron fraguadas en contextos particulares. En algunos códigos masculinos, los chistes representan momentos propicios para articular los gestos y las palabras; por ejemplo, contar chistes sexualizados en voz baja y cercanos al oído; proferir injurias de doble sentido acompañadas por sonrisas burlescas; lanzar comentarios callejeros y lascivos que transitan con mucha facilidad desde la acción indeseada a la procacidad sexual; y hacer bromas groseras aludiendo gestualmente a los genitales. Estos son parte de una serie de gestos y palabras que jalonan el itinerario colectivo del mundo masculino: donde se aprieta la mano hasta hacerla crujir, se retuercen muñecas, se frotan las mejillas o los muslos, golpes de todo tipo al momento de saludarse, miradas libidinosas o abrazos a la fuerza. Dentro del cuerpo social se reconoce la significación de tales actitudes; sin embargo, la gradación del tipo de respuestas que merecen esos comportamientos aún sigue en disputa.

Por lo anterior, hay preguntas que, a estas alturas, urge hacerse: ¿cuál es el rol del humor sexista en la construcción de códigos masculinos? ¿cómo interpela ese tipo de humor a hombres, mujeres y disidencias? El humor no solo revela y recoge estereotipos sexogenéricos, sino que también los produce. Si bien el humor sexista crea sus formas mediante estrategias discursivas, también las crea utilizando objetos, se despliega corporalmente, crea espacios y cohesiones sociales. Es imprescindible que, para que el humor funcione como productor de estereotipos, deba existir un sujeto que actúe como el emisor encargado de decidir a quién exaltará o menospreciará con su acción y una audiencia destinataria del humor que tomará posición sobre la interpretación de ese acto. Lo anterior se desplegará en un contexto cultural particular e involucrará a personas con diversas posiciones sociales dentro de ese contexto. Ninguna de estas funciones y roles pertenece al orden de la naturaleza, sino más bien al orden del tiempo, son cambiantes y se desplazan históricamente. Por lo tanto, el humor no solo busca generar risa, pues en su variante sexista buscaría generar relaciones sociales entre las personas: se utiliza para acosar sexualmente; exalta y naturaliza la energía y la potencia sexual; ofende y describe en detalle a los cuerpos diversos; exhibe metáforas sobre los genitales; enaltece triunfos sexuales y denigra sus fracasos; nombra, clasifica y condiciona los placeres y deseos que “debiese” practicar cada género; atenúa o justifica, con y sin metáforas, la utilización de la violencia como forma de practicar la sexualidad; entre muchas otras. 

En algunos códigos masculinos, los chistes representan momentos propicios para articular los gestos y las palabras; por ejemplo, contar chistes sexualizados en voz baja y cercanos al oído; proferir injurias de doble sentido acompañadas por sonrisas burlescas; lanzar comentarios callejeros y lascivos que transitan con mucha facilidad desde la acción indeseada a la procacidad sexual; y hacer bromas groseras aludiendo gestualmente a los genitales.

No cabe duda de que el régimen patriarcal cruza las masculinidades de diversas formas: coordenadas raciales, de clase social, edad, trabajo, sexualidad, corporalidad, formas de humor, entre otras; estas coordenadas determinan las masculinidades tanto en sus tensiones como en sus reafirmaciones. Los procesos que se viven actualmente en Chile, en nuestro continente y en parte del mundo occidental no solo han abierto un amplio espectro de relaciones conflictivas e incluso antagónicas entre posiciones e identidades de género y entre formas de sexualidad y corporalidad, sino que también han implicado intensas fricciones “dentro” del propio campo de las masculinidades, tanto en su pluralidad como en sus divergencias. El humor sexista debiese cuestionarse en todas sus funciones y roles: como productor o ejecutor, y como destinatario o audiencia. Urge impugnar este tipo de humor, pues obedece a un sistema complejo de subordinaciones y exclusiones donde se revelan de manera profunda algunas de las dimensiones de las identidades masculinas, sus posicionamientos simbólicos e institucionales, y las tramas de jerarquías y sometimientos que las han justificado y sostenido históricamente. 

En este momento de transformación de los aparatos de sexo-género, ninguna masculinidad permanecerá incólume frente al humor sexista. No obstante, hay certeza de que los modos de enfrentar estos procesos de transformación son múltiples y contemplan tanto discursos críticos como otros que los justificarán o celebrarán: algunos buscan la emancipación y otros reproducirán o serán más crueles que antes. Dentro de las masculinidades conviven ―hoy como en el pasado― una heterogeneidad de modos de reaccionar frente a los hechos, como el que generó el comentario y el actuar del camarógrafo ante la alcaldesa: conviven y se enfrentan subjetividades. Sin embargo, a diferencia del pasado, ya no cabe duda de que muchas expresiones, como las articuladas desde el humor sexista, son una forma de crear o apuntalar un régimen de denigración en el campo del género que implica al menos dos condiciones: por un lado, configura espacios sociales y privados donde se menosprecia y violenta a las mujeres, a las disidencias o a otros que no cumplen con los cánones estereotipados y, por otro, busca establecer normas de comportamientos masculinos que ya no todos están dispuestos a seguir reproduciendo. No digo que sean las únicas o que una condición esté por sobre otra: ambas coexisten, pero frente a lo anterior, urge esclarecer las posiciones que cada uno tomará.

*Nicolás Celis Valderrama (1984) es Profesor e historiador. Coordinador de investigación del CEIIES-Universidad De Las Américas. Actualmente es candidato a Doctor en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Su área de interés es la historia de la sexualidad y de las masculinidades en Chile.

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