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Cultura & Pop

27 de Mayo de 2022

“Experimento Bolaño”: La historia de su casa de infancia en Quilpué que busca convertirse en patrimonio

La imagen muestra a la casa de Bolaño en Quilpué

A casi 20 años de su muerte, el colectivo Monumentos Incómodos acaba de presentar una solicitud al Ministerio de las Culturas para declarar Monumento Histórico el antiguo inmueble ubicado en el barrio El Retiro de Quilpué, en la V Región, donde el escritor chileno y autor de Los detectives salvajes vivió entre 1960 y 1964. Allí estudió en la escuela pública donde trabajaba su madre, vio entrenar a la selección brasileña de fútbol en pleno Mundial del 62, trabajó cortando boletos de micro y aprendió a montar a caballo con su padre, episodio que después narró en uno de sus relatos más célebres. Nunca volvió a la llamada Ciudad del Sol en sus visitas al país en 1998 y 1999, aseguran amigos y cercanos, pero sí estuvo en su radar hacia el abrupto final de su vida, cuando Bolaño barajó la idea de volver a Chile.

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Se reunieron una noche en el bar del hotel. Estaban los dos de paso por Bruselas, invitados junto a otros autores a participar de unas jornadas dedicadas a la literatura chilena post dictadura que organizaban universidades belgas y la embajada de Chile en dicho país. Era enero del 2002 y el poeta Jaime Quezada se reencontraba tras un par de años con su viejo amigo de juventud, Roberto Bolaño. No imaginó, recalca hasta hoy, que se trataría del último encuentro entre ambos.

“Roberto venía de su Blanes catalán y yo de mi Santiago de Chile. Pero tan pronto concluyó por la mañana su ponencia (en verdad, más que una ponencia una lesa y provocativa intervención oral sobre su mala experiencia con la literatura chilena: de los Coloane a los Donoso), desapareció por la tarde por arte de magia o de birlibirloque. Nadie lo vio más”, contó Quezada a El Universal de México, en 2015.

“La noche anterior, sin embargo, habíamos estado conversando largamente en el bar del hotel (‘entre nos’ -me dijo-, estoy barajando la idea de irme a Chile, deberías averiguarme cuánto cuesta vivir en Quilpué), mientras yo bebía mi doble vaso de ginebra y él un fresco de maracuyá morada, saliendo a ratos al lobby para fumar su nunca último cigarrillo. Fue también mi último y final encuentro con un Roberto Bolaños Ávalos que, después de todo, seguía llevando en su memoria aquel Quilpué de los tiempos de su infancia”, añadió el también autor de Bolaño antes de Bolaño (2007).

En su libro, Quezada ahondó en su amistad con el autor Los detectives salvajes, a quien conoció en México a comienzos de los 70. Allí vivió junto a su familia durante dos años, y luego lo recibió en su casa en Santiago, en la comuna de La Cisterna, a dos semanas del Golpe de Estado, cuando Bolaño volvió con la idea de sumarse al proyecto de la Unidad Popular y fue detenido ocho días en una comisaría en Concepción. Fueron yuntas y cómplices hasta el final de su vida.

Crédito: Daniel Mordzinski,

Un año después de ese último encuentro en Bruselas, el 15 de julio de 2003, Roberto Bolaño falleció en la espera de un trasplante de hígado en Barcelona. Su abrupta y temprana muerte, a los 50 años, y la publicación, solo meses más tarde, de su póstuma novela 2666, convirtieron rápidamente su nombre en un mito de la literatura contemporánea a la par de una figura tan respetada como resistida al interior del panorama literario local.

“Nunca hice averiguaciones por aquello de ‘cuánto costaría vivir en Quilpué’”, cuenta hoy Quezada a The Clinic: “Y aunque Roberto lo decía desde el alma, me pareció una graciosa quimera que bien revelaba ese país de la infancia que iba en él. Más bien imaginación, ficción, presencia del lejano lugar que fue, literatura íntima y emocional presente en ese ‘entre nos’. Las veces que Roberto vino a Chile no habló nunca de Quilpué ni fue a Quilpué. Sí a Los Ángeles, sí a Mulchén, y tal vez para no perder la magia sagrada de una casa-lugar donde fue feliz: la infancia. Acaso una intuitiva manera de inmortalidad más allá de su prematura muerte”.

NIÑO ROBERTO

Llegaban, cada tanto, sudorosos jóvenes mochileros, peregrinos literatos y hippies nostálgicos con alguno de sus libros enrollado entre las manos. No siempre daban con la dirección exacta pero sí con la misma referencia: una antigua casa amarilla con portón negro justo en la esquina de las calles San Enrique e Independencia, en el apacible y residencial barrio El Retiro, en la comuna de Quilpué. Los vecinos y quienes lo conocieron de niño solían decir que ahí había crecido Roberto Bolaño.

Cuando se conmemoraban diez años de su muerte, la municipalidad de la misma localidad de la V Región y la junta de vecinos del sector inauguraron una placa recordatoria en el frontis del antiguo inmueble ubicado en el Nº1890 de la calle San Enrique. En el grabado se lee lo siguiente: “En esta casa vivió, entre los años 1959 y 1964, el destacado escritor chileno Roberto Bolaño Ávalos. La comunidad de El Retiro se enorgullece de recordarlo a 10 años de su sensible fallecimiento. Quilpué, julio de 2013”.

La casa de Bolaño.

En el terreno, que alguna vez fue una quinta, hoy hay varias construcciones interiores y un patio amplio. Casi no hay movimiento detrás de esas cortinas.

Roberto Bolaño nació el 18 de abril de 1953 en una clínica del Seguro Social, a cuadras de la avenida Recoleta de Santiago, donde además vivían sus abuelos paternos. Hijo mayor del camionero y boxeador profesional León Bolaño y de la profesora de primaria Victoria Ávalos, el niño Roberto tuvo una infancia nómada y movediza desde sus primeros meses de vida. “Yo viví en el cerro Los Placeres de Valparaíso, luego en Quilpué; en Viña; en Cauquenes, una zona llena de alcohólicos y espiritistas, (…) Biobío es la tierra de mis mayores, como diría Serrat, y el lugar donde llegó al menos la parte paterna de mi familia, a Mulchén, viví en Los Ángeles”, contó el propio Bolaño en el 2000.

A Quilpué llegó a vivir con 7 años. Creció con las radionovelas que su mamá y su abuela escuchaban por las tardes, jugando a los vaqueros en el patio de la casa y el olor del pan saliendo del horno de barro que su padre había construido.

“Nunca hice averiguaciones por aquello de ‘cuánto costaría vivir en Quilpué’”, cuenta hoy Quezada a The Clinic: “Y aunque Roberto lo decía desde el alma, me pareció una graciosa quimera que bien revelaba ese país de la infancia que iba en él. Más bien imaginación, ficción, presencia del lejano lugar que fue, literatura íntima y emocional presente en ese ‘entre nos’. Las veces que Roberto vino a Chile no habló nunca de Quilpué ni fue a Quilpué. Sí a Los Ángeles, sí a Mulchén, y tal vez para no perder la magia sagrada de una casa-lugar donde fue feliz: la infancia. Acaso una intuitiva manera de inmortalidad más allá de su prematura muerte”.

Fue inscrito en la escuela pública Nº98, en la calle Granada, donde trabajaba su madre. “Roberto ya sabía leer desde los tres años, no nos dimos ni cuenta de cómo aprendió”, contaba esta última años atrás. De pequeño, su hijo se formó como lector y comenzó poco a poco a poblar su habitación de libros y revistas, que luego compartía con sus compañeros de curso. En el libro de notas del Cuarto año A, el alumno Roberto Bolaño destacaba más, sin embargo, en asignaturas como Artes Plásticas (promedio 7) y Caligrafía (6), que en Castellano (5) o Matemáticas (4).

“Roberto ya despuntaba como líder en el ámbito intelectual, leía más que todos los demás y no paraba de dirigir la orquesta”, comenta el director Ricardo House, autor del documental La batalla futura, filme biográfico sobre Bolaño que reconstruye distintos episodios de su vida a partir de la ruta de los lugares donde vivió. Incluido, por cierto, Quilpué. “Allí Roberto fue un niño feliz. Correteaba con sus amigos entre las vacas y era libre”, agrega House.

Otra de sus pasiones desde muy pequeño fue el fútbol, y una de sus más grandes anécdotas tuvo precisamente lugar durante ese periodo, en 1962, para el Mundial que se realizó en Chile. Tenía 9 años y Roberto Bolaño y sus amigos del barrio se enteraron de que la selección brasileña -la de Garrincha, Didí, Pelé y Zagalo- entrenaba muy cerca de su casa, en el club Retiro. “Vivía a 50 metros de donde estaba alojada la selección brasileña y vi varios partidos en el estadio Sausalito”, reveló Bolaño en una entrevista a Qué Pasa en el año 2000. La anécdota no quedaba ahí: “Recuerdo que Vavá me tiró un penal y se lo atajé. Y para mí es la mayor hazaña que he hecho”.

“Ese hecho tenía revolucionados a todos los niños del barrio. Y existen registros que lo atestiguan en las crónicas fotográficas de la época”, asegura House.

Ya más grande, Roberto comenzó a ayudar a su papá con los repartos arriba del camión y consiguió un trabajo cortando boletos de micro en la línea de buses de la ruta Quilpué-Valparaíso. Compartían también el amor por los caballos, heredado de padre a hijo. “Le regalé un caballo que traje de Magallanes. Fue una odisea, imagínate, paisano. En Quilpué teníamos una quinta y a Roberto le gustaba montar. El caballo era su regalón”, contó León Bolaño en 2007.

Roberto lo bautizó Poncho Roto, y años más tarde lo revivió en la ficción con otro nombre, Zafarrancho, en su cuento Últimos atardeceres en la Tierra de 1999. El relato narra un viaje que hicieron padre e hijo a Acapulco y retrata el ocaso de la relación entre ambos. “Cuando tenía siete años su padre le compró un caballo. ‘¿De dónde era mi caballo?’, dice B. Su padre, que no sabe de qué habla, se sobresalta. ‘¿Qué caballo?’, dice. ‘El que me compraste cuando yo era chico’, dice B, ‘en Chile’. ‘Ah, el Zafarrancho’, dice su padre y sonríe. ‘Era un caballo chilote, de Chiloé’”.

A Quilpué llegó a vivir con 7 años. Creció con las radionovelas que su mamá y su abuela escuchaban por las tardes, jugando a los vaqueros en el patio de la casa y el olor del pan saliendo del horno de barro que su padre había construido.

Tras su paso por Quilpué, Bolaño y su familia se radican en Los Ángeles, tierra natal de su padre. El resto de la historia es conocido: su huella se pierde de Chile en 1967, cuando tenía 12 años y partió a México junto a sus padres y su hermana Ximena. El matrimonio se separa y el hijo mayor se embarca en una frenética senda de poeta que lo lleva al infrarrealismo y a un camino de creación y vanguardia que adoptó como forma de vida hasta su último día.

Su paso por Quilpué quedó reducido a unas cuantas anécdotas reveladas en entrevistas o encriptadas en su obra. Ricardo House recuerda su paso por la zona hace ya más de diez años.

“Estuvimos un par de días rodando allá y los amigos de Bolaño y el presidente de los vecinos fueron amabilísimos. Se emocionaban hasta las lágrimas al leer en los periódicos que su vecino y compañero de escuela era famoso, mundialmente conocido. Parecía ser lo mejor que les pudo pasar en mucho tiempo”, comenta el cineasta. “El Retiro es un barrio que hace honor a su nombre; conocido por una enorme fábrica de fideos que ahora está en decadencia y por Bolaño. No está mal que un escritor logre que una localidad o región exista”.

“EXPERIMENTO BOLAÑO”

La ciudad española de Gerona fue la primera en homenajear a Bolaño con una calle que actualmente lleva su nombre, en 2011. Luego vino otra otorgada por el Ayuntamiento de Barcelona en 2015 y que recuerda el paso del autor de Putas asesinas y Amuleto por un humilde piso en el número 45 de la calle Tallers, en el barrio de Raval. Su casa en Quilpué, en tanto, hasta la que aún llegan curiosos lectores y viudos fanáticos de su obra, aspira ahora a convertirse en patrimonio y en un espacio de memoria, preservación y difusión de su obra como parte de una iniciativa presentada por el colectivo Monumentos Incómodos.

Integrado por especialistas de diversas áreas -abogados, arquitectos, historiadores, periodistas y artistas visuales-, el grupo se conformó en pleno estallido social y a solo días del 18 de octubre de 2019, cuando se hizo evidente el descontento popular y la intervención y remoción de ciertos monumentos públicos.

Gentileza de Ricardo House, director de La batalla futura.

“Llamamos Monumentos Incómodos a aquellos símbolos urbanos, tales como estatuas, nombres de calle, plazas u otros elementos conmemorativos y de homenaje en el espacio público que generan sentimientos de segregación, injusticia y odio en comunidades cuyos derechos han sido violentados sistemáticamente, producto de la colonización, racismo, xenofobia, patriarcado, homofobia, entre otros, y que representan una visión única de la historia de forma tangible, en que formas de abusos y discriminación no eran sancionadas ni menos reconocidas”, se lee en el sitio web de la agrupación, que además apoya e impulsa solicitudes y declaratorias patrimoniales, como la que en marzo pasado se le otorgó a la casa de la casa de Elena Caffarena, que acaba de ser declarada Monumento Histórico por el Consejo de Monumentos Nacionales. La gestión la lideró su nieta, la historiadora Ximena Jiles, apoyada de 300 adherentes, entre las que estaban Michelle Bachelet y Elisa Loncón, además de agrupaciones feministas.  

“Roberto ya despuntaba como líder en el ámbito intelectual, leía más que todos los demás y no paraba de dirigir la orquesta”, comenta el director Ricardo House, autor del documental La batalla futura, filme biográfico sobre Bolaño que reconstruye distintos episodios de su vida a partir de la ruta de los lugares donde vivió. Incluido, por cierto, Quilpué. “Allí Roberto fue un niño feliz. Correteaba con sus amigos entre las vacas y era libre”, agrega House.

Esta semana, Monumentos Incómodos presentó una solicitud formal para declarar como Monumento Histórico la casa en Quilpué donde Roberto Bolaño creció. “La vivienda ha sido descrita por el poeta Jaime Quezada como ‘seguramente la residencia más emblemática e importante en la vida de Roberto en Chile (…). Es necesario un reconocimiento patrimonial al más universal de los novelistas chilenos, la identificación de un hito material a través del cual se pueda reconocer al intelectual y desde ahí se puedan reconocer sus propios compatriotas por generaciones”, se lee en la carta dirigida a la ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Julieta Brodsky.

El periodista Roberto Manríquez, uno de los impulsores de la propuesta, cuenta que hace algunos meses visitaron la casa y que conocieron a sus propietarios.

“Nosotros hablamos con el nieto de la dueña, ella aún vive allí. Viven ahí hace 70 años, es dueña de todo el terreno y lo que cuenta es que su esposo era el mejor amigo de León Bolaño, el padre de Roberto. Él trabajaba en la aduana y León era camionero, ahí se hicieron amigos. Fruto de esa amistad, le arrendaron la casa de adelante a él y a su familia”, cuenta Manríquez. “Sigue habiendo un vínculo emocional ahí porque se trata de las mismas personas que conocieron a Roberto de niño. La familia, a través del nieto, ha expresado su intención de querer seguir siendo los propietarios pero están de acuerdo en que la casa se preserve además como un espacio de memoria”.

Lo más complejo, considera Manríquez, es pensar en un proceso de patrimonialización que sea coherente con el pensamiento de Bolaño: “Él estaba muy lejos de esas nociones patrimoniales o patriotas. Es interesante cuando él dice: ‘Mi patria es donde están mis hijos’, entonces se vuelve una encrucijada esta idea de proteger y preservar la que fue su casa. Él puso en disputa la idea de ser de un lugar determinado, y esa es la premisa que enfrentamos a la hora de patrimonializar ese lugar. Es un experimento patrimonializar a Bolaño, tiene sus riesgos y debemos movernos según su lógica, sus propias claves; él se hubiese resistido, por ejemplo, a un concepto patrimonial como el del Litoral de los Poetas o al tratamiento que hay con la Mistral en el norte, que está mucho mejor. En cualquiera de los dos casos, seguramente lo hubiese encontrado chovinista y hubiese detestado la idea. Lo más lógico sería que el espacio fuese uno en que se estudiara y leyera y discutiera acerca de su obra”, opina.

“Nuestro punto de vista tiene que ver con observar mínimamente un lugar que abrió en un niño o en un joven una imaginación universal. Eso me parece fascinante: acercarnos a este espacio en donde él creció no para constituir un arraigo localista o nacionalista, sino para pensar el mundo o para sentirse él al mismo tiempo muy universal. Quilpué es, de alguna manera, una interioridad que mira al mundo, a propósito de estar al lado de Valparaíso. Sigue siendo una interioridad pero no ensimismada, sino una que logra verse y sentirse parte del mundo. Bolaño rompió esa antigua noción en Chile de la isla encerrada entre el mar y la cordillera. Esa tensión hace de Quilpué un lugar exquisito, y de esa casa en particular, un lugar muy especial”.

De aprobarse la declaratoria, que ya cuenta con el apoyo del Instituto de Estética de la UC, la casa de Quilpué pasaría a tener tuición del Estado, que no es propiedad, explican desde el colectivo. “Cualquier intervención debe ser consultada previamente con los dueños, como sucede con las declaratorias de los barrios patrimoniales. Estos espacios por lo general tienden a tener mayores facilidades para optar a fondos públicos nacionales e internacionales, y en caso de que los dueños quieran venderla, el primer postor es el Estado”, comenta Ivette Quezada.

NO RETORNO

Volvió 25 años después y su nombre ya resonaba en Chile. En 1998, Roberto Bolaño aceptó participar como jurado en el concurso de cuentos de la revista Paula y arribó a Santiago junto a su entonces esposa Carolina López y su hijo mayor, Lautaro. Fue recibido como visita ilustre: dio numerosas entrevistas y conferencias tras el lanzamiento de su primera novela publicada en Chile, La pista de hielo, que ya había sido publicada en España en 1993 y por la que obtuvo el premio de Narrativa Ciudad Alcalá de Henares. De lentes, chaqueta de cuero y una estela de humo, Bolaño hizo de las suyas en su regreso a un país donde se sintió a ratos incómodo y ajeno.

Es muy duro ser escritor en un país donde no te consideran de los suyos. He sido escritor siempre en lugares que no son mi país, y aquí mismo no me considerarían chileno”, declaró durante su visita.

Crédito: Daniel Mordzinski,

Meses más tarde y ya de vuelta en España, publicó un implacable texto en la desaparecida revista Ajoblanco titulado El pasillo sin salida aparente. Con desbordada ironía, su relato comenzaba con una bullada cena en casa de Diamela Eltit; a partir de ese incómodo recuerdo, Bolaño hizo un descarnado retrato, hizo rodar cabezas y barrió con toda la Nueva Narrativa Chilena. También describió la espeluznante anécdota de la escritora Mariana Callejas, esposa del agente de la DINA Michael Townley, al igual que ella, y sus excéntricos talleres literarios en la misma casa donde se cometían torturas.

“Es extraño volver a Chile, el país pasillo, pero si uno lo piensa dos y hasta tres veces, es extraño volver a cualquier parte”, decía el texto: “Las calles, en realidad, parecían las mismas de siempre. Los rostros de los chilenos también. Eso puede conducir al más mortal de los aburrimientos o la locura. Así que esta vez, para variar, me lo tomé con calma y decidí esperar los acontecimientos sentados en un sillón, que es el mejor sitio para evitar que un pasillo te sorprenda. (…) Los escritores chilenos, los que lo son y los que quieren serlo, no tienen remedio”.

Esta semana, Monumentos Incómodos presentó una solicitud formal para declarar como Monumento Histórico la casa en Quilpué donde Roberto Bolaño creció. “La vivienda ha sido descrita por el poeta Jaime Quezada como ‘seguramente la residencia más emblemática e importante en la vida de Roberto en Chile (…). Es necesario un reconocimiento patrimonial al más universal de los novelistas chilenos, la identificación de un hito material a través del cual se pueda reconocer al intelectual y desde ahí se puedan reconocer sus propios compatriotas por generaciones”, se lee en la carta dirigida a la ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Julieta Brodsky.

El texto se reprodujo en medios nacionales y desató una comezón colectiva en el ambiente literario.

Al año siguiente Bolaño regresó a Chile en calidad de rockstar y persona non grata, invitado por la Feria del Libro de Santiago. En 1999 ganó también el premio Rómulo Gallegos y el manuscrito de Los detectives salvajes había llegado a manos del editor de Anagrama Jorge Herralde y estaba a punto de llegar a librerías. Un sector de la prensa local insistió en ignorarlo: ¿A quién le ha ganado este Bolaño?, decía un titular.

La agente literaria Jovana Skarmeta llevó su agenda durante su segunda visita al país, en 1999, y recuerda el tenso ambiente que había alrededor del autor radicado en Blanes. “Yo creo que de no haber conocido a Pedro Lemebel y a Nicanor Parra, Bolaño se hubiese sentido muy solo en Chile. Con ellos se hizo muy amigo”, cuenta.

“La agenda estaba llena de cosas; entrevistas, encuentros familiares, y estaba quedándose en el departamento de Alexandra Edwards y de Marcial Cortés Monroy, en Providencia. Él era muy respetuoso con la agenda, cumplía en todo, pero a veces tenía sus salidas. Era medio estresante todo por esos días, y un día me dijo: ¿oye, y lo de Antonio Skármeta, a qué hora es?, me preguntó. Sabía que teníamos agendado algo con El show de los libros, y me insiste: ¿y va a estar él? Le dije que no, que no iba a estar, porque no siempre iba a las grabaciones. Y me dijo: ‘ah, entonces yo tampoco voy a estar’. Y no fuimos”, revela.

Sí asistió, en cambio, a la entrevista con Cristián Warnken en La belleza de pensar. Este último lo recibió con una cita de Gabriela Mistral: “País de la ausencia/ extraño país/ más ligero que ángel/y seña sutil (…) en país sin nombre/ me voy a morir”. Habló de Lihn, de sus cruces con Baudelaire y arremetió contra la escena literaria local: “La literatura es un oficio bastante miserable, practicado por gente que está convencida de que es algo magnífico. Puedo estar con veinte escritores de mi generación y todos creen que van a perdurar. Además de ser una muestra evidente de soberbia, es un acto absolutamente ignorante”, dijo entonces.

Bolaño dio también su propia lectura del verso de Mistral: “Cuando dice el país sin edad o la edad de siempre, yo creo que se refiere al país de la infancia y eso en alguna medida lo veo como algo muy cercano y como algo nada adverso, la infancia detenida. Tal vez si uno permanece en el sitio, en el lugar de la infancia, las posibilidades de ver cómo se corrompe tu infancia son mayores. En el fondo, siempre vamos a saber cómo se corrompe nuestra infancia, estemos en un sitio u otro”.

Meses después de su convulso paso por Chile, el autor publicó Nocturno de Chile, que originalmente se llamaría “Tormenta de mierda” y donde imprime su mirada del mundillo literario. En el relato aparecen personajes reales pasados por el filtro de Bolaño, como Sebastián Urrutia Lacroix, un cura Opus Dei que además es crítico, y María Canales, una agente de la Dina que organiza fiestas en su casa. 

Al año siguiente, Jovana Skarmeta volvió a llamar a Roberto Bolaño para invitarlo nuevamente a la Filsa. “Me dijo no, no puedo. Decía que le encantaría pero que no, siempre con su humor. Me escribió algo así como: los aviones se caen a veces. Hablan de que hubo una tercera visita que fue más piola, pero yo no creo que exista”, opina.

“Me parece que sí hubo una tercera. Vino, aunque de muy bajo perfil y se entrevistó con alguna gente, no conmigo. Durante ese periodo él tuvo la idea de volver a Chile, de instalarse nuevamente acá. Entiendo que, aunque la desechó rápidamente, al menos lo barajó”, asegura el escritor chileno y amigo de Bolaño, Roberto Brodsky.

“La conexión de Bolaño con Chile estuvo siempre. Es cosa de ver su obra: está cruzada por el tema chileno y siempre lo estuvo. Después de que él vino por primera vez a Chile en 1998, despertó en él la posibilidad y la idea de volver. Lo consideró, tanteó alternativas y de hecho se dio cuenta rápidamente de que eso era bastante difícil. Renunció a la idea y no sé qué lo llevó a hacerlo, o qué lo llevó a pensarlo siquiera. Me consta que acá encontró un ambiente muy cálido, muy acogedor, muy amistoso, pero que cambió de un año para otro en su segunda venida a Chile. Fue muy dura y complicada para él por lo que escribió tras su primera visita. Tuvo total desavenencia y rechazo de gran parte de la tribu literaria. Hubiese sido una locura volver en ese momento”, sostiene el también autor de Veneno, donde repasó su historia junto al autor de 2666.

Jaime Quezada revela otro antecedente: “En carta de Victoria Ávalos, la madre de Roberto, fechada en septiembre de 1995, en Figueres, Girona, España, me dice: ‘Roberto te escribirá para agradecer los libros que le enviaste. Él está bien, esperando cosas y (entre nos) barajando la idea de irse a Chile; en fin, que haga lo mejor para su futuro literario y para su hijito”.

El documentalista Ricardo House coincide: “Sin duda Bolaño masticaba la posibilidad de una vuelta a Chile. Su matrimonio no iba bien y lo pensó más de alguna vez. Pero como dice su amigo Ignacio Echevarría, era muy difícil sobre todo por el vínculo afectivo tan profundo que tenía con sus hijos”.

Bolaño nunca más volvió a Quilpué. En sus dos visitas a Chile sí viajó a Isla Negra, estuvo en Las Cruces con Nicanor Parra e incluso en Mulchén, en la tierra de sus abuelos, pero nunca más volvió a ese otro escenario de su infancia.

Hasta ahora, el colectivo Monumentos Incómodos no ha tomado contacto con la familia ni los representantes legales de los derechos de Roberto Bolaño para ponerlos al tanto de la iniciativa de patrimonializar su casa en Quilpué. “No ha llegado aún ese momento, pero sabemos que tendremos que hacerlo y que no será sencillo”, aseguran. El primer paso ya lo dieron al presentar la solicitud actualmente en manos de la ministra de las Culturas.

Bolaño nunca más volvió a Quilpué. En sus dos visitas a Chile sí viajó a Isla Negra, estuvo en Las Cruces con Nicanor Parra e incluso en Mulchén, en la tierra de sus abuelos, pero nunca más volvió a ese otro escenario de su infancia.

Roberto Brodsky valora la iniciativa y advierte: “Son excelentes esta y otras propuestas que se han querido hacer con Bolaño. Llevarlo mucho más al cine y a otras manifestaciones, lo mismo ahora con la gestión en torno a su casa. La idea me parece estupenda, pero el obstáculo es siempre el mismo”, dice.

“El antecedente que uno tiene de esto es lo que pasó con la UDP, cuando la cátedra Bolaño tuvo que cambiar de nombre y tuvo que hacerse una cátedra en homenaje a Bolaño. Cada vez que se ha tratado de hacer algo con él y con su nombre, todo intento ha sido frustrado porque hay mucho recelo en el resguardo de sus derechos, que están manejados por su viuda y la agencia (de Andrew Wylie). Por muy buenas intenciones que haya, el terreno de Bolaño está súper minado”, concluye.

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