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Opinión

1 de Julio de 2022

Nueva Constitución, aborto y LGBT+

El polémico y reciente fallo de la Corte Suprema de USA permite responder una pregunta que tendremos que reflexionar desde el 4 de julio y hasta el plebiscito: ¿debe la Constitución garantizar derechos reproductivos como el aborto?, o ¿resguardar a las disidencias de género y sus derechos?

Diana Aurenque Stephan
Diana Aurenque Stephan
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Desde que sabemos que el 4 de julio – día de la independencia de USA- se entregará la propuesta final de nueva Constitución, en nuestra mente reaparece, aunque sea fugazmente, la conocida y nada neutral relación entre Chile, USA y la Constitución del 80. En esa unión casual se percibía ya algo cómico, con cierta ironía e incluso con algo reivindicatorio. Pues, era llamativo que, justo el día nacional USA, de la potencia más colonizadora y obstaculizadora de proyectos políticos en Sudamérica, particularmente en Chile, nos comprometiéramos a definir una Carta fundamental propia.

Sin embargo, la relación de la triada Chile, USA y lo constitucional dejó de ser solo irónica, llamativa o algo menor, y paso a ser profundamente necesaria de revisar. Esto, en ocasión del polémico y reciente fallo de la Corte Suprema de USA, que sentenció que el aborto no sería un derecho resguardado constitucionalmente -contrariando así uno de los logros más emblemáticos en materia de protección de libertades reproductivas para las mujeres ofrecido desde hace 50 años. El caso permite responder una pregunta que tendremos que reflexionar desde el 4 de julio y hasta el plebiscito: ¿debe la Constitución garantizar derechos reproductivos como el aborto?, o ¿resguardar a las disidencias de género y sus derechos?

Algunos sectores más conservadores lo rechazan, y están incluso dispuestos a falsear argumentos –como Felipe Kast-, para asustar a la ciudadanía y evitar que derechos reproductivos –como al aborto- aparezcan en la nueva Constitución. O, haciendo creer que, si el aborto es un derecho, entonces todas las mujeres harán fila y correrán en su búsqueda, lo que es absurdo.

Así, despejado lo cierto de lo irracional, lo que queda es volver al fallo y aprender de éste; porque lo que ocurre es que se quita el derecho de las mujeres a abortar con el argumento de que este no estaría garantizado constitucionalmente. O sea: garantizar constitucionalmente el aborto importa.

Despejado lo cierto de lo irracional, lo que queda es volver al fallo de la Corte Suprema de USA y aprender de éste; porque lo que ocurre es que se quita el derecho de las mujeres a abortar con el argumento de que este no estaría garantizado constitucionalmente. O sea: garantizar constitucionalmente el aborto importa”.

El fallo en USA ha generado rechazo en distintas fracciones progresistas y feministas, y debería encender en Chile –de nuevo- una alerta por este retroceso. “De nuevo”, hay que decir; porque hace muy poco José Antonio Kast –uno de los defensores más coherentemente vinculado con sus propios valores ultra conservadores y antiliberales-, era el otro candidato presidencial que proponía el mismo retroceso en temas de derechos –y casi gana. ¿Lo habíamos olvidado?

Quizás lo olvidamos porque a la par con estos retrocesos, avanza en paralelo una agenda con valores pluralistas, que se han tomado la agenda en sectores políticos inesperados –como lo fue la Ley de Matrimonio Igualitario impulsada por un gobierno de derecha.

La situación es paradójica y delicada: porque estos retrocesos y avances en materia de derechos reproductivos y de identidad de género son gravísimos. Y para estabilizar lo ganado, no basta declarar junio como el mes del orgullo LGBT+, o que La Moneda se vista de arcoíris. Desde la política real, por cierto, debe haber mecanismos para realizar y/o apoyar eventos pluralistas, visibilizadores de la comunidad LGBT+ y defensores de las disidencias de género y la lucha contra toda forma de discriminación. Sobre todo de acciones únicas y que han perdurado en el tiempo por su valor cultural y político, como por ejemplo el Festival Internacional de Cine LGBT+Amor, que esta semana inauguró su 7ma versión y se ha extendido incluso fuera de Santiago: un festival genuinamente transformador, que ofrece un espacio seguro y único de respeto y reconocimiento a las disidencias de género, sus obras, sus vidas, y que, pese a todo ello, sigue siendo posible sólo por la autogestión y los esfuerzos individuales.

Para estabilizar lo ganado, no basta declarar junio como el mes del orgullo LGBT+, o que La Moneda se vista de arcoíris. Desde la política real, por cierto, debe haber mecanismos para realizar y/o apoyar eventos pluralistas, visibilizadores de la comunidad LGBT+ y defensores de las disidencias de género y la lucha contra toda forma de discriminación”.

Así, para evitar retroceder en materias tan sensibles como lo son los derechos reproductivos y los vinculados al género, sea de mujeres y de la comunidad LGBT+, el apoyo de la gran política debe ser sustantivo. Y, justamente aquello podría ser asegurado, como veremos el 4 de julio en su formulación final, por la nueva Constitución. Pues, si bien vivimos momentos de un apogeo del alma progresista -con un Gobierno feminista, una Convención Constituyente paritaria, con matrimonio igualitario-, el retroceso está atento, a la vuelta de la esquina –del lado de apellidos Kast, del miedo y del Rechazo.

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