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Opinión

30 de Julio de 2022

1925

Los aportes de esta “Constituyente Chica” no fueron considerados por el presidente Arturo Alessandri Palma, quien designó directamente a los miembros de la comisión que terminó escribiendo la propuesta constitucional.

Rodrigo Mayorga
Rodrigo Mayorga
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Durante las últimas semanas, he pensado mucho en 1925. Y es que durante ese año, los chilenos afrontaron un desafío histórico similar al que enfrentamos hoy: darse un nuevo orden constitucional, tras el derrumbe de aquel que hasta allí habían conocido. Como el actual, el momento constituyente que el país vivía entonces se había abierto a causa de las fracturas de una sociedad cada vez más desigual y que encontraba respuestas en una clase política cada vez más desconectada e inmóvil. ¿Qué lecciones podemos encontrar en aquel lejano 1925 que puedan iluminar nuestras disyuntivas hoy, casi un siglo después? A mí parecer, son al menos dos los aprendizajes históricos que no podemos dejar pasar.

El primero tiene que ver con las tensiones que este tipo de procesos produce entre las élites y otros grupos sociales, una distinción que solemos obviar por quedarnos con la más “familiar” de derechas versus izquierdsa. Dentro de los actores menos conocidos del proceso constituyente de 1925 estuvieron los miembros de la “Constituyente Chica”: una asamblea compuesta por obreros, empleados, profesores, estudiantes, profesionales e intelectuales. Mil doscientos cincuenta delegados provenientes de todo el país se reunieron en la ciudad de Santiago para deliberar y debatir sobre el país, llegando a una serie de acuerdos para el resto del proceso constituyente, entre los que se contaban el convocar una Asamblea Constituyente compuesta por representantes de “las fuerzas vivas de ambos sexos”, educación gratuita escolar y universitaria, o la igualdad de derechos para hombres y mujeres, entre otros.

¿Qué lecciones podemos encontrar en aquel lejano 1925 que puedan iluminar nuestras disyuntivas hoy, casi un siglo después? A mí parecer, son al menos dos los aprendizajes históricos que no podemos dejar pasar.

Sin embargo, los aportes de esta “Constituyente Chica” no fueron considerados por el presidente Arturo Alessandri Palma, quien designó directamente a los miembros de la comisión que terminó escribiendo la propuesta constitucional. Si bien esta fue ratificada vía plebiscito, la exclusión de los grupos medios y populares de la discusión dañó seriamente su legitimidad de origen. Más importante aún, retrasó importantes avances sociales (como la igualdad de derechos civiles y políticos entre géneros), que tardarían varias décadas más en materializarse.

El segundo aprendizaje histórico no tiene que ver con 1925, sino con lo que vino después. Porque la Constitución que ese año se promulgó, no resolvió por sí sola los conflictos y problemas que la sociedad chilena sufría. Es más, podríamos decir que el primer gobierno que realmente vivió “su espíritu” fue el de Pedro Aguirre Cerda, en 1938. Los trece años entre medio fueron más tensos y conflictivos que una maratón de “Sin Filtros”. Incluyeron dos renuncias presidenciales (el mismo Alessandri y Emiliano Figueroa), una dictadura (la de Carlos Ibáñez Del Campo), un gobernante huyendo del país (Ibáñez de nuevo), dos años de gobiernos que ascendían y caían más rápido que el último cantante de trap  de moda, y un segundo gobierno de Alessandri que quedó en la historia por dos eventos trágicos y sangrientos de represión estatal: la masacre de Ranquil y la matanza del Seguro Obrero. Una nueva Constitución era un paso necesario para enfrentar la crisis generada por el derrumbe del antiguo Chile, pero salir definitivamente de ella requirió mucho más tiempo, sudor y lágrimas.

Dentro de los actores menos conocidos del proceso constituyente de 1925 estuvieron los miembros de la “Constituyente Chica”: una asamblea compuesta por obreros, empleados, profesores, estudiantes, profesionales e intelectuales.

“Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo” es una de las frases más conocidas sobre el sentido de la Historia y también una de las más equivocadas. El conocimiento histórico no nos hace inmunes a cometer errores; y aunque no contemos con este saber, la Historia puede rimar, pero nunca se repite. Los aprendizajes que obtenemos de la Historia no son esos, sino que sobre las experiencias de personas que, en su propio presente, enfrentaron disyuntivas y desafíos similares (aunque jamás idénticos) a los nuestros. En estas semanas en que algunos han levantado la propuesta de que sean “expertos” quienes se hagan cargo del proceso constituyente si es que gana el Rechazo, nos haría bien reflexionar las oportunidades que desaprovechamos cuando limitamos los espacios de decisión política a las élites y no consideramos la participación activa (y no solo limitada al voto) de todos los grupos de la sociedad. Y al enfrentarnos a un plebiscito como este, es fundamental que preveamos que el 4 de septiembre el camino no termina, sino que continúa (si es que no apenas comienza).

Cuando en la intimidad de la urna nos enfrentemos a la papeleta, haríamos bien en recordar que vivimos en tiempos de crisis, que ningún resultado acabará con la incertidumbre del futuro y que quizás lo más sabio sea preguntarnos si es una raya sobre el Apruebo o sobre el Rechazo el camino que nos entregará mejores herramientas para alcanzar, lo más rápido y con la menor cantidad de lágrimas posibles, nuestro propio 1938.

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