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Opinión

12 de Agosto de 2022

La Ley de Goodwin (o “arranca, que vienen los nazis”)

Ante el uso indiscriminado del “miedo a los nazis” como herramienta política en estos días, parecieran haber solo dos respuestas posibles: o quienes lo utilizan no saben nada de historia, o sí saben, pero no les importa tergiversarla para sus fines políticos.

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“Ante este escenario, es legítimo preguntarse si no estamos ya en la disyuntiva de elegir entre totalitarismo o democracia”. La frase anterior pudo haber sido pronunciada por un líder revolucionario en la víspera de un alzamiento, un general norteamericano previo al desembarco en Normandía o el presidente Bill Pullman, justo antes de liderar el ataque contra los invasores alienígenas en “El Día de la Independencia”.

Pero no. La oración forma parte de “Acción amenazante y antidemocrática”, una carta al director escrita por miembros del Centro de Estudios Democracia y Progreso, creado por ex concertacionistas como Mariana Aylwin, Clemente Pérez y Eduardo Aninat, entre otros. El texto, publicado por el diario El Mercurio, hacía referencia al anuncio de la diputada Karol Cariola sobre la entrega masiva de carteles del Apruebo a residencias particulares. “La pregunta es ¿quién se atreverá a negarse de recibir el cartelito y qué pasará con los que no lo acepten en el contexto de funas y violencia que estamos viviendo?”, señalaba la misiva, para luego continuar: “Estas expresiones recuerdan el horror vivido por millones de judíos, cuyas casas eran marcadas por los nazis”. Así como lo lee; de funa a genocidio en un salto de párrafo. Si fueran un meme, seguro sus autores se preguntarían: ¿en qué momento agarré tanto vuelo?

La carta de Aylwin y compañía no fue una excepción, sino la regla de las últimas semanas. Muchos otros personajes políticos cayeron en la tentación de hacer “comparaciones históricas” desmedidas. Ante la misma campaña del Apruebo, la ex convencional Bárbara Rebolledo declaró que “como amante de la historia, me evoca aquellos períodos en que se marcaban las casas que pertenecían a los judíos en el período nazi”, mientras que su par, Bernardo De la Maza, declaró que le recordaba “al nazismo y el fascismo”. El empresario Jorge Errázuriz, financista de la fallida campaña presidencial de Sebastián Sichel, fue un delirante paso más allá, comparando a la campaña del Apruebo y a la propuesta de nueva Constitución con las acciones del régimen totalitario nacional socialista. Publicó además  una foto de Adolf Hitler junto a un infante alemán, haciendo notar que el Führer, “al igual que Boric, también se fotografiaba con niños”.

“Estas expresiones recuerdan el horror vivido por millones de judíos, cuyas casas eran marcadas por los nazis”. Así como lo lee; de funa a genocidio en un salto de párrafo. Si fueran un meme, seguro sus autores se preguntarían: ¿en qué momento agarré tanto vuelo?

Cabe preguntarse si tanta película, serie y videojuego sobre la Segunda Guerra Mundial ha tenido el efecto de desensibilizarnos históricamente respecto a una de las tragedias más grandes de la Historia. O si acaso los docentes de Historia hemos hecho tan mal nuestro trabajo que hasta una autodeclarada “amante de la historia” no es capaz de ver la diferencia entre una campaña que entrega stickers a sus adherentes y una política de persecución estatal basada en criterios étnicos. Porque ante el uso indiscriminado del “miedo a los nazis” como herramienta política en estos días, parecieran haber solo dos respuestas posibles: o quienes lo utilizan no saben nada de historia, o sí saben, pero no les importa tergiversarla para sus fines políticos.

No es la primera vez que esto pasa en Chile: en las últimas elecciones presidenciales, opositores del candidato Republicano, José Antonio Kast, lo tildaron constantemente de “nazi”. Y si bien es cierto que su programa de gobierno incluía medidas antidemocráticas (como cerrar instituciones académicas, o darse a sí mismo y sin acuerdo del Congreso la facultad de apresar personas en lugares que no fueran cárceles), lo cierto es que no había en este elementos de abierta discriminación étnica ni de supremacía racial. Y sí, así como se puede caminar y mascar chicle a la vez, también es posible criticar duramente medidas y propuestas sin tener que acudir necesariamente a Hitler y compañía, u otros personajes similares.

Por supuesto, el problema con todo esto va más allá de la precisión histórica y no tiene únicamente que ver con la falta de respeto que este uso falaz del pasado implica para las víctimas del nazismo (algo denunciado ya, aunque sin mucho éxito, por la comunidad judía). El problema fundamental es que levanta una narrativa en donde una opción de una elección democrática es mostrada como equivalente al totalitarismo y lo hace sin sustento ni evidencia, solo sustentada en la falta de templanza y sensatez de estos discursos. Ello, a su vez, supone dos riesgos graves.

El primero, es que esta comparación falsa modifique el voto de algún ciudadano, alejándolo de una opción que lo representa por miedo y confusión, y alterando de esta forma la voluntad popular por medio de mecanismos tramposos. ;ucho más preocupante aún es el segundo riesgo: que, convencidos de estar ante “la disyuntiva entre totalitarismo y democracia”, haya personas que lleguen a la conclusión “lógica” de que esta disyuntiva requiere tomar medidas de fuerza más drásticas, en pos de defender la libertad que creen amenazada. Es, de hecho, algo que hemos visto en las últimas semanas, con empresarios de ultra derecha proponiendo “ajusticiar” a ex convencionales y profesores, o actores que no veíamos hace tiempo ni en la teleserie del mediodía, ahora llamando a la autotutela  y a “protegernos nosotros”. Curiosamente, se ha hablado mucho más de sus declaraciones que de quienes han sembrado la idea de una “amenaza totalitaria”, como si acaso lo segundo no fuera la “tierra fértil” donde las primeras reacciones no solo son posibles, sino que proliferan.

La Ley de Goodwin es un famoso concepto utilizado en internet. Esta señala que, mientras más avanza una discusión en línea, más crece la probabilidad de que alguien compare al adversario con Hitler o los nazis. Nuestra discusión pública adolece hoy del mismo defecto y ello no solo ensucia el sano debate sino que sigue dañando nuestra ya vapuleada democracia y cohesión social. Quienes usan el nazismo u otros totalitarismos de ayer y hoy como herramienta política para ganar algunos votos, debieran recordar esto y empezar a actuar con mayor responsabilidad. Porque a diferencia de una discusión online, en el mundo real los problemas no concluyen al apagar el computador y la democracia siempre será más frágil y necesaria de cuidar que cualquier foro de internet.

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