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Opinión

22 de Septiembre de 2022

Columna de Benjamín Galemiri: Bela Tarr, el cineasta húngaro universal

La película “LA CONDENA” que nos enfrentaba con mis colegas del jurado de la sección UN CERTAIN REGARD, era una de las más audaces, e insolentemente plena de grandiosos momentos del cine de los últimos 20 años. 

Benjamín Galemiri
Benjamín Galemiri
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Las ráfagas de la luna atravesadas por el firmamento del cielo de Cannes, cubrieron la oficina desde donde hace diez horas estábamos reunidos votando sin llegar a resultado, nosotros los privilegiados Jurados de UN CERTAIN REGARD, grandiosa sección paralela del para siempre intrépido Festival de cine de Cannes.

Mi carta era por cierto el por siempre bendito húngaro universal, el cineasta Bela Tarr, con su santa película “La Condena” o “The Damnation”, como la rebautizaron los muy lucrativos productores norteamericanos ávidos de hacer también dinero con el arte que no podía hacer nacer en su muy joven civilización norteamericana.

Mis variopintos colegas jurados eran, de Polonia, una mujer de inusitada belleza y talento puro del guión, Agnetta Hungray, que extrañamente se aferraba a una mediocre película norteamericana dirigida por una joven de Minnessota, acaso su único pergamino. El otro jurado era el novelista portugues Antonio Da Silva, que votaba una y otra vez por una meritoria pero no de excelencia película argentina. A los anteriores se sumaba la exuberante actriz Jeannette Guidoff, una muy seria parisina que apoyaba lealmente a quien había sido su directora, una cineasta belga de esperanzador destino que votaba una y otra vez por la encantadora pero vacía película turca.

De manera que estábamos cada uno de nosotros con un voto, y no podíamos desempatar. Mi intrépida novia francesa, Constance, que estaba muy orgullosa de que hubiese sido designado jurado de UN CERTAIN REGARD me llamo al celular, y me susurró una solución para lograr el ansiado desempate y entregarle el premio al inaudito realizador húngaro Bella Tar.

PERGAMINOS DE BELA TARR

Hacía años que en la magnifica Cinemateque Francaise, yo había descubierto junto con mi novia Constance, las impecables epifanías cinematográficas de este contundente cineasta húngaro, Bela Tarr. Fui a verlo recomendado por una actriz parisina de una de mis obras estrenadas en esa ciudad, y la verdad es que inmediatamente me conquistó. Era un ciclo Bela Tarr y lo primero que vi fue la insurgente película “Armonías de Werckmeister”, un espiral artístico en donde el director desenrolla todo su amor por los largos traicioneros y silenciosos travellings manieristas, en plan neo-Tarkovski, sin duda su gran influencia. Pero también alcancé a ver una matriz wellesiana en esa película. Claro que son filmes-novelas de largo alcance, y también son declaraciones de amor a los seres humanos, en especial a las mujeres. Nadie como Bela Tarr filma los rostros de las actrices de esa mística manera. Si parecen diosas suspendidas en un paraje brechtiano de alto alcance, mostrando toda la belleza y todo el esplendor de aquellas mujeres húngaras que aún tienen un erótico carisma volátil. 

Luego vimos “Nido Familiar”, donde otra vez su majestad el blanco y negro guiaba estas aventuras artísticas de este húngaro esencial. Había algo en estas películas surgidas de la esencia misma del arte renacentista. Cuando vino “Satantango”, ese filme de bendito metraje eterno con más de tres horas de magia manierista, quedó claro que este hombre refinado y también innovador, estaba haciendo un cine a  espaldas no solo de la industria cómica de Hollywood, sino que de la impostada industria europea. Por cierto estaba además creando esos filmes desde sus entrañables tripas de hombre venido del frío de la Europa del Este. Sus películas eran experiencias llenas de pavor por un lado, y por otro, eran grandes elogios a la vida, donde cabía el dolor de la tierra, del cielo, y también a veces se permitía instantes de un humor congelado, mirado desde la distancia como lo enseñó el antimaestro ruso Meyerhold. Claro, sus películas no están en la búsqueda de la emoción de los actores, algo que estuviera apegado al método del implacable Actor´s Studio, sino que más bien era un homenaje a la anti-emoción helada y al mismo tiempo, resultado de granizos de emoción de los anti-héroes kafkianos.

Con mi novia francesa al fin habíamos descubierto un cineasta como dicen los queridos franceses, “a jamais” (para siempre).

LA CONDENA

Siguiendo los por siempre inmaculados consejos de mi amada novia parisina, hice mi declaración de admiración a Bela Tarr, diciéndole de manera sincopada lo siguiente a mis colegas del Jurado.

La película “LA CONDENA” que nos enfrentaba con mis colegas del jurado de la sección UN CERTAIN REGARD, era una de las más audaces, e insolentemente plena de grandiosos momentos del cine de los últimos 20 años. 

Nuevamente bajo el imperio de un prodigioso blanco y negro, guiado por personajes sacados de alguna novela de Robert Musil quizá o del imperial Franz Kafka, es decir conducidos por una culpa de los nacidos en esa congelante Europa del Este, seguia los caminos del protagonista, que luego de quedarse extasiado viendo andariveles en un plano secuencia dolly jirafa de cinco minutos sin corte, partia al estético bar del pueblo. Todo bajo una implacable lluvia, quizás una de las más hermosas lluvias jamás filmada en la historia del cine. 

Y así, entraba ya ebrio de trementina a ese decadente y pavoroso bar, y ahí estaba su regia mujer, de esplendorosos cuarenta y tantos años,  con el rimmel caído de tanto llorar, cantando alguna pieza del músico de Beltrocht Brecht, Kurt Weill, melodía de amor lánguida y áspera. Pero el insurgente plano medio general de esa mujer bella, la mostraba tan jodidamente interesante, tan imperialmente sexy, tan salvaje y tan super tierna al mismo tiempo. ¡Ah la seducción de las mujeres húngaras!

Unido a  sus tiros de cámaras inauditos que por siempre recuerdan a ese intrépido gigante del cine llamado Orson Welles.

Me gusta Bela Tarr porque trabaja con el  material de la libertad, innova sin darse cuenta ni buscarlo, es un poeta del cine como lo fue Antonioni, Buñuel, Fellini o Pasolini.

DE VUELTA AL FESTIVAL DE CANNES

Y el plan de mi novia surtió efecto, a la hora de la votación número doce, todos se volcaron a favor de Bela Tarr y su portento cinematográfico llamado LA CONDENA.

Claro que estuve dichoso de haber sido designado a entregarle el trofeo al maestro húngaro universal. Hablamos en inglés por cierto, ya que a estas alturas del siglo no tenemos otra alternativa, y  Bela Tarr alcanzó a decir algo así como que iría a ver mi obra parisina.

EN EL CADENCIOSO VUELO AIR FRANCE DE VUELTA  A LA PATRIA

Cuando volvía a Chile en el vuelo Non-Stop de Paris a Santiago de Air France, revisé un mensaje en mi celular de mi novia francesa, donde me comentaba que Bela Tarr si había ido a ver mi obra. Es que yo pensaba que solo habían sido palabras de buena crianza, pero nunca más deberé desconfiar de un húngaro en toda mi vida. Son hombres de palabra. Comencé a escribir un mensaje de agradecimiento para él, pero a mitad del vuelo me di cuenta de que ese gesto era demasiado latinoanericano y algo patético.

Rajé la carta y respiré hondo. Muy contento de haber ayudado humildemente a la consagración de este poderoso cineasta húngaro esencial universal llamado Bela Tarr. Como ridículamente dicen los chilenos, en una expresión que me parece enervante, mi gesto “no era menor”. Ya está, lo dije. Sigue sin gustarme la expresión. Pero debo reconocer que funciona.

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