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Entrevista Canalla

2 de Diciembre de 2022

Roberto Bravo, pianista: «Tengo experiencias paranormales bien cototas»

Roberto Bravo

El músico está dando conciertos a lo largo de Chile y ahora se presentará en Santiago para hacer un homenaje a Armando Manzanero. Pero también detalla sus impresionantes experiencias paranormales con el arista mexicano. Y con otros artistas de todos los tiempos. También habla de la música, de otros músicos, del ego, de sus bailes, de su rutina, de la cultura y del ego.

Por

Ahora este músico aclamado va de un lado a otro tocando el piano, repartiendo  melodías post pandemia, con su brazo enlazado en el brazo de Andrea, su esposa, y entonces, al tomar el avión que lo traslada de Antofagasta a Santiago, le preguntan:

-¿Profesión, señor?

-Pianista, señorita- dice él, inmutable.

-¿Pero a qué se dedica, señor?

-Al piano, señorita- insiste.

-Entiendo. ¿Pero a qué se dedica, señor?

-A tocar el piano frente a la gente, señorita.

Ella, gris, de rutina corporativa, levanta la vista. Y se topa con  un artista de pelo blanco que optó por un atrevido peinado con volumen y que, en sus ratos ocupados, toca la obra de Chopin. Y entiende que allí hay un músico profesional de  79 años. Ese artista, señorita, se llama Roberto Bravo y toca el piano desde los cuatro años. Ese artista fue un genio lactante y, desde que se dispuso a las teclas, le apodan El Maestro. Ingresó al Conservatorio de la Universidad de Chile a los seis años (“¿A los seis años, Maestro?”, cuestionará luego el reportero. “A los seis. Y tuve un maestro que fue, a su vez, alumno de Claudio Arrau”, dirá él. “¿Y después?”. “Después mi maestro fue Claudio Arrau”, aclarará. “¿Y cómo era Claudio Arrau?”, y el Maestro Bravo, entre tanta maestría, simplemente dice: “Arrau era el Maestro de Maestros”.). Luego Roberto viajó por el planeta, se instaló en los países más musicales del mundo (Austria, Alemania, Polonia), abrió su cabeza, ganó concursos (“Varios. Pero da lo mismo”), se hizo célebre (“Eso no es relevante”), se enamoró un millón de veces (“Me he tranquilizado”), perdió amores, ganó aplausos, tuvo finalmente una mujer, un hijo (“Mi principal enseñanza para él es que vaya con la verdad por delante”), una casa, y luego decidió instalarse otra vez en Chile, luchar tenazmente por la cultura y viajar por todas partes para dejar una corchea en cada pueblo.

-Disculpe. Que le vaya bien, pianista- le apunta la funcionaria del aeropuerto, sonriendo. Y el artista sonríe, acostumbrado a la evaluación de su trayectoria, a que haya en estos trámites un silencio neurótico cada vez que dice que es Pianista Profesional. En definitiva, al artista, que vive entre nubes, lo cansa el vacío cultural que ocurre en la Tierra. Y toma su bolso y emprende un viaje a Santiago: tiene un recital masivo este 3 de diciembre frente a una multitud romántica. Hará un homenaje a Armando Manzanero en el Teatro Nescafé de las Artes y tocará boleros al piano, junto a una orquesta de inspirados.  

-Nos conocimos con Armando- revela en estos instantes el pianista.

-¿Cómo era?

-Un hombre pequeño…

-¿Cómo era su corazón, Maestro?

-Enorme.

-¿Cómo juzga los boleros de Manzanero?

-Textos geniales. Melodías fabulosas. Una vez él me escuchó tocar el piano…

-¿Quedó deslumbrado?

-Siempre lo sentí muy cercano. Desde que lo conocí. La primera vez me dijo: “Qué bien tocas, carajo”. Y me invitó a tocar en un concierto muy importante, en la Sala de los Conciertos.

El Maestro Bravo se refiere con emoción al otro maestro, a Manzanero, lo juzga como un hito en la composición sentimental, y encumbra la mirada dado que Armando falleció hace dos años. Y por eso ensaya cuidadosamente un concierto que espera sea conmovedor. Y por tal motivo detalla la rutina que está llevando a cabo, la cual, en lo medular, consta de lo siguiente:

  1. Despertar y tomar un jugo de naranja.
  2. Luego, en la mañana, bailar. Cualquier tipo de ritmo. El baile dura diez minutos durante el cual se realizan movimientos de cadera y de elongación principalmente.
  3. Sentarse al piano. Lo que el Maestro Bravo llama: Estudiar. Este proceso va de 12 horas hasta las 18 horas. Con la inclusión de algunos break entre medio, por ejemplo, un veloz arranque a la cocina para apoderarse de un vaso de jugo. 

4. Hay que constatar que, debido al estudio concentrado del Maestro, él no almuerza jamás.

5. Conversar y ver series de televisión con su señora.

-¿Maestro?- le susurra al rato la prensa, mirando al artista con cierta sorpresa.

-¿Si?

-Llama la atención lo del baile…- polemiza el reportero.

-Sí, yo bailo.

-¿Rock, bachata, cumbia?

-De todo, amigo. Incluso he llegado a bailar hasta con las cortinas musicales de CNN. Me hace bien. También bailo samba.

El Maestro Bravo, cuyo apellido remonta a una ovación, se deja llevar eléctricamente por cualquier tipo de música. Se agita, desliza los pies, transpira, se sana de las tensiones. Pero, en estos instantes justamente, una tensión lo perturba.

-Yo, bueno…yo…- insinúa.

-Diga.

Roberto Bravo, el músico que toca todas las músicas, que es docto y popular a la vez, raspa la garganta y declara:

-He tenido experiencias paranormales con Armando Manzanero…

Y guarda un silencio esotérico.

La misteriosa lógica de la música

-¿Cómo dice?

-Me han ocurrido cosas con Armando Manzanero que no tienen explicación…- admite Roberto Bravo.

-¿Qué cosas?

-Uf, bueno…- suspira-…el 14 de febrero del año 2017 fue la primera vez…

Roberto Bravo preparaba un concierto en Isla Negra. En su repertorio, por supuesto, figuraban melodías selectas de Armando Manzanero. El Maestro Bravo ensayaba unos acordes de la canción Cuando Pienso en Ti de Manzanero y en ese momento sonó su teléfono.

-¿Aló?- respondió Roberto.

Y aparece, enigmáticamente, la voz de Armando Manzanero desde México, cantando la estrofa principal de Cuando Pienso en Ti.

-”Cuando pienso en ti…/hay un espacio en mi infinito porvenir…”- cantaba Armando al teléfono.

Y luego cortó.

Roberto se conmociona al recordar:

-Lloré a mares- sintetiza.

-¿Qué le pasaba?

-Me senté para tocar el piano frente al público…y…me vino este ataque de llanto incontrolable.

-¿Pero qué le ocurría, Maestro?

-No lo sé…no lo sé…sólo lloraba. Sentía algo doloroso…¡y había mil quinientas personas!

Alguien, al parecer, le extendió un brazo, una mano. Lo sacaron de la silla. Le preguntaron:

-¿Cómo está, Maestro?

-Mal- dijo el Maestro.

-¿Qué tiene?- preguntaron.

Y él soltó una frase que parecía provenir desde la cabeza de Armando Manzanero:

-Tengo un bolero atragantado en la garganta.

Al día siguiente, otra vez, sonó el teléfono y la voz de Manzanero sacudió al pianista. Era otra vez Manzanero cantando el bolero.

-Me vino otro ataque de llanto- confiesa Roberto.

El Maestro iba de llanto en llanto. Su círculo cercano lo nutría de consuelo, de frases vagamente racionales. Pero el Maestro sabía que allí había un entramado de energías, había karma, había allí dos mentes cósmicamente sincronizadas.

-El tercer suceso ocurrió tiempo después…en el Valle del Elqui- murmura Bravo.

Aguardaba que le llegaran unos arreglos a una composición que iba a tocar y, de pronto, el teléfono esotérico empezó a sonar.

Era Manzanero.

-¡Y desde su teléfono en México empezó a sonar la música de Bach!…

Y Roberto iba a tocar a Bach.

Roberto tiembla, pierde la compostura: Manzanero guiaba sus conciertos desde la otredad. 

-¿Usted alcanzó a contarle estas situaciones a Armando Manzanero mientras aún vivía?

-Le dije.

-¿Qué dijo él?

-”Amigo Roberto…existen estas comunicaciones en mi vida”…

-¿Qué concluye usted de esta experiencia?

-Bueno…es que…aquí hay algo…

El Maestro admite cierta dificultad a la hora de tocar estos temas. Según deduce el reportero, el Maestro ha deslizado que tiene un don, el don de detectar almas, volver visible lo invisible. 

El Maestro, agitado, grita al reportero:

-¡Y qué harías si se te prende el teléfono y aparece Manzanero!

-Es complejo, Maestro…

Roberto Bravo hace una pausa y lanza al rato:

-Tengo experiencias paranormales bien cototas- señala.

-Cuente…

-Una vez fui a la casa de Lizt (fallecido en 1886), en Europa. 

-¿Qué pasó?

-Sentí su presencia…

-¿Lizt estaba con usted, Maestro?

-De alguna forma- reconoce.

-¿Qué hizo usted?

-Empecé a tocar el piano con mucho cariño.

-¿Ha estado con otro compositor?

-Chopin- menciona de inmediato.

El Maestro Bravo visitó la casa de Chopin y una energía invisible lo tomó de la mano y lo trasladó a un living. El Maestro tomó asiento y, de algún modo, se puso a conversar espiritualmente con Chopin. Otra vez visitó la vivienda del compositor noruego Edvard Grieg, fallecido en 1907, y ahí se le apareció la esposa del señor Grieg. Y el Maestro Bravo comenta que la esposa de Edvard le empezó a hablar “de lo que es el amor de pareja”.

-Una vez sentí la energía del Dalai Lama…

-¿Qué?

-Tocaba el piano en la Estación Mapocho y sentí un calor en mi espalda. Me di la vuelta: El Dalai me estaba mirando. Justo había visitado Chile.

El reportero da un brinco de impacto.

-¿A qué atribuye estos poderes, Maestro?

Responde con la voz baja,

-La música…es un portal…es el piano…

-¿Cómo?

-El piano abre este portal. La música es sanación. La música es hablar sin las palabras.

A juicio del Maestro, a veces el portal pued incluir oscuridades, en otras puede incluir la luz. La oscuridad, dice el Maestro, es el ego. “Hay que saber controlarlo”, admite. Y cita a su mentor, Claudio Arrau: “No hay que salir a buscar el aplauso”. ¿Qué hay que hacer? “Hay que ponerse en la piel del compositor”, apunta Roberto Bravo. “Hay que ser el compositor original, ser lo más fiel posible a su obra”, añade.  

-¿Cómo era Arrau?

-Pedía un respeto absoluto a la partitura. Siempre decía la palabra “mijito”. Si se enojaba me decía: “Roberto”.

Y ahora el pianista empieza a hablar de música.

Músicos según el músico

-Usted debe tener el don- sugiere el reportero. El Maestro guarda un silencio con contenido.

Y dice:

-Todos lo pueden tener.

-¿Qué?

-Es abrirse.

Y aquí le hace una pregunta gigante:

-¿Qué es la música, Roberto?

-El puente entre la Tierra y el cielo.

Y declara que los Rolling Stone marcaron una época. Que los Beatles marcaron una época. Afirma que Elvis es un clásico. Afirma que Los Prisioneros fueron valientes. Daddy Yankee, dice, “es la música del momento”. Opina que “Pailita tiene cara de buen chico”. Y que Coldplay es una “banda con talento”. Dice que Mozart es un genio, pero que Beethoven es más genio aún. Y adora a Bach. Y que ojalá existan más calles con el nombre Claudio Arrau. Declara que cuida sus dedos, sus herramientas, y especifica lo siguiente:

-Nunca corto el pan.

O bien:

-No ocupo el martillo.

El otro día se le rompió una uña y peligró un concierto. Y ríe. En la actualidad su cabeza está trastornada por melodías coreanas. Clama por esto:

-¡Más cultura en nuestro país!

Y la luz de su cara parece explicarse por el amor efervescente que vive por estos días.

-Me casé hace un mes.

Y ríe, como adolescente.  

Ha tocado piano en la Antártica, en el desierto, en Isla de Pascua, ganó el Premio Nacional de la Paz en 1995 (“Un honor, imagínate…”). Odia la siguiente palabra: “Políticos”. Ama la siguiente palabra: “Amor”. Y dice que en la vida él se conduce febrilmente por las indicaciones de su corazón. 

-¿Y qué le falta, Maestro?

Roberto Bravo se atormenta.

-Todo. Me falta todo. Me falta tiempo. Me falta estudiar más…

-Amor no le falta…

-El amor lo tengo…

Confiesa que es un hombre normal y, al mismo tiempo, un pianista paranormal. Y ahora sí deja de hablar.

-Tengo que estudiar- reclama. 

El Maestro está perdiendo tiempo que puede ocupar en el piano. Prepara las melodías de Armando Manzanero y da la sensación de que en cualquier momento ambos empezarán otra vez a conversar.

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