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Entrevistas

13 de Agosto de 2023

Miguel Littin, de “La tierra prometida” al Consejo Constitucional: “Si este proceso fracasa, habrá que decirle la verdad a la gente y que aquí no hubo diálogo”

Fotos: Pablo Sanhueza

El destacado director y consejero socialista acaba de cumplir 81 años en plena vigencia: recibió un premio en Argentina, donde anunció que rodará un filme sobre la vida de Pablo De Rokha, y la plataforma Mubi le dedica por estos días un ciclo con 15 de sus películas, incluidas "El chacal de Nahueltoro", "Alsino y el Cóndor" y "La tierra prometida". Estrenada en Moscú en 1973, poco antes del Golpe, ésta última no se exhibió en Chile hasta 1991 y 50 años después cobra especial valor para él. Incombustible, cuenta que dejó a medias otro rodaje y una novela cuando aceptó convertirse en el mayor y único artista entre quienes escriben la nueva propuesta constitucional que se votará en diciembre. Es primera vez que Littin habla del proceso, del cual no se guarda reparos: “No ha habido sesiones y prácticamente los acuerdos son nulos”.

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Con una de sus grandes manos en alto y citando el Saludo al mundo, del poeta estadounidense Walt Whitman –“en señal de paz, armonía y amistad”–, el 7 de junio pasado Miguel Littin inauguró la primera sesión del Consejo Constitucional, en la sede del Congreso en Santiago. Parafraseando al propio cineasta –haya sido por rigor del azar, la suerte, el destino o la ley–, al ser el mayor de los 51 consejeros le tocó asumir como presidente transitorio del organismo. Tomó juramento y aceptación del cargo a cada uno y, además, ofreció el discurso inicial, que fue escuchado de izquierdas a derechas y por el propio presidente Boric en medio de un silencio sepulcral que se prolongó por diez minutos.

“No crea que no me costó”, dice ahora el director de El chacal de Nahueltoro (1970), quien esta misma semana cumplió 81 años, de los cuales poco menos de 60 los lleva dedicado al cine como uno de los autores fundamentales del Nuevo Cine Latinoamericano.

Pocas veces antes había sentido una emoción similar a la que lo invadía esa mañana, cuando subió a la testera. Miguel Littin sabía que los ojos del país estaban puestos en él, pero se había preparado con tiempo, cuenta: “Leí mucha historia, las diez Constituciones que ha tenido el país en su historia, algunos textos que muy pocos conocen y que consideré que expresaban adecuadamente mi visión y la esperanza en este nuevo proceso que partía. Más aún, mis palabras recogían fundamentalmente lo que conversé con la gente en la calle durante la campaña, y que sintetiza las razones de por qué se está escribiendo una nueva Constitución”. 

“En el momento de jurar, pensemos en Chile, en las mujeres, hombres, campesinos, obreros, en la clase media, en la gente que confió en nosotros y nos entregó una misión: escriban una Constitución clara, transparente, que la ame, la haga mía, la defienda y sirva como carta de navegación hacia el futuro. (…) Luchemos por el acuerdo, por la paz de la nación, seamos dignos de la tarea. De lo contrario, la historia no perdonará a quienes se dejen llevar por pasiones o revanchismos del pasado”, leyó Miguel Littin esa mañana, ante un salón que lo ovacionó de pie.

Pasan de la una de la tarde y el consejero y representante del Partido Socialista por la VI Región recorre a paso lento los pasillos del mismo histórico edificio en calle Bandera, donde en los años 80 logró escabullirse con su cámara cuando permaneció oculto un mes en Chile, filmando un documental. Pasar de la clandestinidad a la oficialidad del cargo que actualmente desempeña, no lo ha cambiado en un ápice, asegura. Mantiene incluso antiguas y curiosas costumbres suyas, como la de no almorzar para no interrumpir sus rodajes. “Como solo en las mañanas y tardes”, dice.

Con el correr de las semanas, y a dos meses de iniciado el trabajo del Consejo Constitucional que actualmente escribe la nueva propuesta que se votará en diciembre, uno de los seis consejeros socialistas y único artista en el organismo, repasa y enfatiza el tono de su discurso, que –según dirá– adquiere cada vez mayor resonancia.

Antes de subirse a la campaña de cara a las elecciones de consejeros del 7 de mayo pasado, en la que el Partido Republicano se impuso con apabullante mayoría, Miguel Littin iba a rodar una nueva película, La fábula de la zapatera prodigiosa y su malvado padre el zapatero remendón, una fábula ambientada en un Chile medieval con actores no profesionales. En paralelo, estaba escribiendo una novela centrada en la figura de “un olvidado presidente que fue fundamental en los años 30. La historia transcurre en La Moneda”, desliza ahora el autor. Aunque ambos proyectos quedaron en pausa por el cambio de planes, ya tira nuevas líneas para el futuro luego del plebiscito de salida de diciembre próximo.

Miguel Littin en la biblioteca del ex Congreso Nacional.

Tras su ingreso al Consejo Constitucional, Miguel Littin había optado por bajar el perfil y no dar entrevistas. Hace dos semanas, sin embargo, reapareció públicamente en Mendoza, donde recibió el premio Huésped de Honor que otorga la Casa de las Leyes a su trayectoria. Allí anunció, además, que filmará La hija del poeta, inspirada en la vida de Pablo De Rokha.

“La escribí hace unos cinco o seis años y está basada en un episodio real. La hija de De Rokha, una niña que él había criado desde pequeña, viajó a Santiago a buscar la tumba donde estaba enterrado su padre. Ese es el leit motiv de la historia: la búsqueda de ella, fraccionada en distintas etapas que van reconstruyendo la vida del poeta”, cuenta el director.

-¿Cuándo y por qué decide postularse a consejero?

-Me decidí inmediatamente después de la gran desilusión que significó esa derrota tremenda del último plebiscito, que es quizás la más grande que ha vivido la izquierda en su historia. El proceso anterior fue un verdadero desastre y dije: bueno, si puedo aportar desde mi lugar al nuevo proceso, lo voy a hacer. Pero cuando me lo pidieron del Partido Socialista, no acepté de inmediato. Tenía mis dudas, ¿para qué iba a hacerlo?, en primer lugar. Hablé con Nelly, que es mi esposa y mi gran amiga de toda la existencia, y hubo una pequeña discusión al respecto, pero al final me dijo: ya, vamos, yo te apoye, y acepté.

Durante años he escuchado a la gente en la calle y así he construido mi historia, mis películas, mi propia profesión, ¿por qué no volcarme a esta otra tarea? Es probable que después de este proceso no haya continuidad y yo ya tengo 81 años, tampoco habrá otra oportunidad para mí de hacerlo. Tú puedes decir que el corazón sigue como el de Whitman, vivo siempre, permanentemente activo, pero 80 años son 80 años. No me los puedo negar.

-En su discurso, habló del valor de la experiencia y de estar a la altura de la tarea. ¿Se han cumplido sus expectativas desde que partió el Consejo?

-Ha tenido tres etapas. Al comienzo me sorprendí gratamente con la recepción que tuvieron mis palabras ese día, y más que eso, el mensaje, que era encontrémonos y pensemos más allá  de los partidos, que no es la razón por la gente que nos votó. Nadie le pide a nadie que abandone sus partidos ni sus convicciones, sino que pensemos en Chile y vayamos a un punto más alto de la identidad nacional. Así lo creí y ese día estuve muy feliz. Luego, fue muy apasionante venir, escuchar expertos y discutir y pasar por las distintas mesas. Había un clima de respeto entre los consejeros, nos saludábamos todos, republicanos, socialistas, y se percibía al menos voluntad en hacer acuerdos.

Pero hoy en día estamos en un desacuerdo completo. Hay mejores relaciones humanas que acuerdos, y sin acuerdos no habrá un texto sólido y que sea justo para todos. Sería un desastre para la historia de Chile, y volver a hacer que la gente crea en una Constitución será muy difícil, y algunos tenían razón para estar aburridos y cansados de tanto proceso.

-Entonces, sí ha cambiado su visión sobre el actual proceso.

-No, mantengo la esperanza y creo en el ser humano para que este proceso sí tenga un resultado y que esto no se establezca en la lógica de bloque contra bloque, porque entonces sería prácticamente una relación llena de agresividad y falta de humanidad. Cuando falta el individuo, la opinión personal o el contacto humano, todo se convierte en nada.

Y también existe esa posibilidad, aunque no ha sido el caso hasta ahora. Y no lo ha sido porque no se ha llegado al momento en que se vote y en que se enfrenten todas esas opiniones. Hasta este momento, la verdad, lo que se ha hecho es escuchar a expertos tras expertos sobre distintos temas, como una forma de darnos más insumos a cada uno de los consejeros para que después votemos más informados. Pienso que ese proceso se ha alargado demasiado y que ya es tiempo de comenzar a discutir entre los consejeros directamente.

-¿Cuáles son las diferencias más profundas y que más le preocupan a usted?

-Naturalmente, yo tomé enmiendas de la cultura, del cine, de la televisión, de los medios, también los asuntos esenciales y que son más los que más le preocupan a la gente y le dan sentido a la nueva Constitución: educación, salud, trabajo, vivienda, seguridad pública y también cultura, y que ésta última no sea como la quinta rueda del Estado, como ha sido hasta ahora en Chile, sino posicionada como uno de los pilares de nuestra nacionalidad e identidad.

Cuando hay quienes plantean que todos tienen que gozar de la misma libertad, ya seas inocente o criminal, tú no puedes aceptarlo. Las palabras son duras, pero así es. Cuando se quiere también interrumpir nuevamente los derechos reproductivos de la mujer, tampoco puedes estar de acuerdo. No se entiende a un sector que pueda estar de acuerdo con pasar por alto los hechos constitucionales más importantes en la historia del país.

-¿Siente que se ha perdido la voluntad para encontrar acuerdos?

-He pensado mucho en lo que voy a decir, pero lo haré: no ha habido sesiones y prácticamente los acuerdos son nulos. ¿Qué justificación puede haber para que suspendan las sesiones? Si para eso hemos sido elegidos. Hubo un anteproyecto que se presentó y con el que no estuve de acuerdo, pero con los días he ido reconociendo que es lo mejor a lo que podemos llegar, porque concitó un acuerdo nacional. No vuela ni es extraordinario, pero es un acuerdo, y sobre el mismo han ido haciendo varias enmiendas que deslegitiman el documento y el mismo acuerdo. Esta semana que recién pasó tendríamos que haber sesionado sobre las enmiendas y no sucedió. Y es muy grave, es burlarse de la gente. Los responsables son los sectores que nunca han querido dialogar y los presidentes de las comisiones, por cierto. Si este proceso fracasa, habrá que decirle la verdad a la gente y que aquí no hubo diálogo.

Miguel Littin, cineasta militante

El cine, la política y la cuestión social siempre han estado entrelazadas en la vida de Miguel Littin. Su obra lo define como un autor militante desde incluso antes de rodar su primer cortometraje, Por la tierra ajena (1965), cuando se hizo cargo de los “espectáculos de masas”, del Frente de Acción Popular. Años después tomó la cámara y empezó a retratar en sus películas la pobreza y marginalidad del campesinado, la infancia y el abandono, y el absurdo accionar de la justicia, tema que ahondó en su más reconocido largometraje, El chacal de Nahueltoro (1969), que rápidamente se convirtió en un hito para el cine chileno y en uno de los títulos imprescindibles del cine latinoamericano.

Nacido el 7 de agosto de 1942 en Palmilla -una pequeña localidad en la Provincia de Colchagua-, el cineasta –y exalcalde de la misma comuna en dos periodos, de 1992 a 1994 y de 1996 al año 2000– creció rodeado y oyendo los relatos de una generación marcada por la fugaz República Socialista instaurada en Chile solo diez años antes. Entre ellos estaban también sus abuelos árabes y griegos, además de sus padres, cuyas vidas transcurrieron solo allí. El hijo y el nieto llegó con 18 años a Santiago, donde ingresó a la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, de la que egresó como director. “No, nunca actué”, aclara Miguel Littin entre risas.

Con la llegada de la Unidad Popular y Salvador Allende al poder en 1970, su nombre ya generaba gran notoriedad y el respeto de un experimentado artista. El presidente socialista lo nombró director de ChileFilms, periodo en que produjo el documental Compañero Presidente (1971) y en que desarrolló iniciativas como concursos de guión y talleres para cineastas donde se ponían con cintas y equipos de rodaje. Tras su abrupta salida de la empresa, se embarcó meses después en el rodaje de su segunda película, La tierra prometida, que estrenó en julio de 1973 en el Festival de Cine de Moscú. Miguel Littin tenía 30 años.

La historia de cómo hizo este filme siempre se ha contado mal y generado malentendidos, incluso en esa época, dice ahora el cineasta. Ahora intenta corregirla y seguirla cronológicamente: después de rodarla en Colchagua entre 1971 y 1972, Miguel Littin viajó a Cuba para hacer la postproducción y luego a España, donde pasó por el laboratorio final. Aún en Madrid, conoció a una comisión que seleccionaba películas para hacerlas girar en circuitos de festivales internacionales y rápidamente se interesaron en su segunda película, que debutó en julio de 1973 en la entonces capital soviética.

La cinta estaba protagonizada, entre otros, por Nelson Villagra, Marcelo Gaete y Shenda Román, además de un masivo elenco de actores no profesionales, y contaba una historia basada en hechos reales y acontecidos durante el breve periodo de la República Socialista, en la que un grupo de campesinos desplazados –mujeres, hombres y niños– deambulaban hacia mediados de 1932 en busca de una tierra para vivir e instalarse dignamente con sus familias. Su última parada, antes de la tragedia, era precisamente en la Palmilla natal de Miguel Littin.

“La película no le gustó a nadie en Moscú, la odiaron y la quisieron censurar. Antes que se exhibiera, los mismos que la habían seleccionado me pidieron sacar la última parte, una frase famosa del Che Guevara que dice: “De los que no entendieron bien, de los que murieron sin ver la aurora, de sacrificios ciegos y no retribuidos, de los que van quedando en el camino, también se hizo la revolución”, cuenta el director. “Yo les dije: le sacan un fotograma y me voy con mi película”.

Hoy reflexiona sobre aquél episodio: “Esa película fue objeto de difamación de grupos muy extremistas que decían que tenía una tendencia trotskista, anticomunista, anarquista. La película recoge un episodio real que es muy chileno y no tiene nada que ver ni con Moscú ni con Washington ni con nada. Es un episodio tan chileno que duró 12 días”.

El director aún tiene fresca la imagen del público saliendo de la sala, mientras él veía todo desde el balcón. Antes de volver a Chile, Littin hizo una escala en Nueva York. Cuando regresó a Santiago, ya era septiembre de 1973. “Iba a estrenarla acá, pero naturalmente no se pudo por los sucesos que ya todos conocemos”, dice ahora.

La película desató también un pequeño escándalo en Chile y “una pequeña discusión soterrada por los pasillos de La Moneda”, recuerda Littin: “Corría el rumor de que yo quería hacer alusión a Allende y a Volodia Teitelboim, les mostré la película a ambos y sobre todo a Neruda, a quien yo consideraba un faro en ese entonces, les encantó y fueron desapareciendo esas telas de arañas rápidamente”.

“No sé de dónde sacan ustedes esa deducción. Ese fue el origen del rumor aquí en Chile, y debe haber sido por un grupo de gente muy extremista que siempre ha existido y que quiso interpretarlo de esa manera. Luego, los sucesos que ocurrieron en septiembre de 1973 opacaron todo lo que vino después, por la tragedia que ha significado hasta hoy”.

“Estábamos viviendo en un país en el que estaban ocurriendo esas cosas, pero no fue la primera intención con la que hice esta película. Me seguiría pareciendo pretencioso hacer una película solo para advertirle a la Unidad Popular de tres o cuatro puntos. La historia fue surgiendo porque la gente me contaba cosas de su vida, lo que les estaban ocurriendo, lo que les podría pasar… La historia de Chile, desafortunadamente,  para nuestra memoria, está llena de matanzas de campesinos. Ranquil, por ejemplo. La tierra prometida es casi la segunda parte de una alegoría de la matanza de Ranquil, y para algunos, una profecía del Golpe. Desafortunadamente, se puede interpretar así, pero no era mi intención”, agrega.

Tras el Golpe del 11 de septiembre, Littin partió al exilio, donde se convirtió en un referente latinoamericano: pasó por México, Nicaragua y España, donde filmó películas como Actas de Marusia (1976) y Alsino y el cóndor (1982), las dos primeras en ser nominadas al Oscar extranjero. La tierra prometida corrió peor suerte: no fue estrenada hasta 1991 en Chile, tras el regreso definitivo del director al país después de 12 años. Actualmente, el filme se encuentra junto a otras 14 títulos de su filmografía en un ciclo de la plataforma MUBI durante todo agosto y septiembre.

La tierra prometida, de Miguel Littin, que se puede ver en MUBI.

En Colchagua, donde se filmó, aún recordaban el rodaje de ese filme. Mientras hacía campaña para consejero constitucional, mucha de la gente que se le acercaba a Miguel Littin en las ferias libres le hablaban de la película o recordaban los relatos de algunos de sus parientes que habían participado en ella. “Me han recordado cosas de ese rodaje que había olvidado, como cuando se nos apareció la virgen,  cuando cruzamos la cordillera y tantos otros. Gran parte de mi campaña la hice en ferias libres y se fue convirtiendo en una especie de cine club y la película ha ido tomando otro vuelo con los años, sobre todo ahora. Me hacía falta el contacto con la gente”.

Parte del espíritu que lo movía en esa época quedó impregnado también en sus primeras palabras frente al Consejo Constitucional –comenta el director– cuando citó el acta fundacional de la Sociedad de la Igualdad, del 14 de abril 1850, texto que sentó las bases del fugaz movimiento emancipador chileno –integrado por intelectuales, artesanos y políticos liberales, como Santiago Arcos y Francisco Bilbao, y que décadas más tarde influirá en los postulados de la República Socialista retratada por Littin en su segundo filme.

“Todo chileno que nace tiene derecho a vivir en una casa propia, a una buena educación y salud, a un trabajo bien remunerado, al goce de la cultura y de las artes, a jubilarse con sueldos dignos, a gozar del agua en equilibrio, al cuidado de la naturaleza, con justicia, recorriendo el camino que trazara Platón, el camino a la felicidad”, señaló Miguel Littin en su discurso.

-¿Cómo ha sido su reencuentro con la política?

–Yo me escapé al final de mi segundo periodo. No quería más con la política porque si iba a seguir siendo alcalde, lo iba a seguir siendo toda la vida. Es muy apasionante, mucho más que una película, una experiencia absolutamente maravillosa y real. Un alcalde no tiene tiempo para ser político, en esa época por lo menos. Había que tapar hoyos y los hoyos no tienen ideología. Faltaba agua, faltaban techos, faltaba todo. Palmilla siempre esperaba por un alcalde, y así es como llegué a serlo.

Littin dice sentirse cercano a las nuevas generaciones de cineastas chilenos. Ve reflejado en ellos el espíritu que movía a otros de su generación, como Raúl Ruiz, Aldo Francia y Helvio Soto. “Las y los cineastas que vienen son muy dotados, con un gran sentido social.  El cine del año 68 dejó algo muy marcado en ellos, una huella que ha seguido cada uno en su estilo hacia adelante, pero se preocupan del hecho y de la cuestión social. Manuela Martelli, Marcela Said, Sebastián Lelio, y hay tantos otros que son creadores extraordinarios”, comenta.

“La dictadura provocó una estética inconclusa de la que yo he hablado y escrito, porque creo que permanentemente en el cine de Chile y de América Latina todos los ciclos son inconclusos. Nunca logramos terminar y se cierra uno antes de que se cierre uno verdaderamente.  Pero a lo mejor eso va a producir en un futuro no muy lejano una espiral virtual prodigiosa. Lo que no me parece que es tan positivo en los cineastas es que no se preocupan para nada de las condiciones en que se va a tener ese futuro.  Como consejero he encontrado poco eco entre los cineastas para que me apoyen en las enmiendas que estoy presentando, incluida una ley de financiamiento y producción que Chile merece hace mucho tiempo, pero para eso hace falta pensar más en colectivo”, agrega.

¿Cómo ha visto usted la conmemoración de los 50 años y la dificultad para hallar un relato oficial del Golpe y la dictadura?

–Los cincuenta años son una herida abierta y no se ha cerrado, y si no se ha cerrado es porque el país no tiene la valentía de enfrentar realmente la verdad y de decir la verdad. Aquellas personas que carecen de justicia, merecen justicia. Es lo mínimo que puede hacer el país con las madres y familiares de los desaparecidos. Por lo menos dar las disculpas  públicas, porque definitivamente han estado fallando todos estos presidentes y gobiernos  que han querido conducir el país con un espíritu democrático sin hacerse cargo del pasado que tenemos encima. Lo han intentado desde Aylwin para adelante, y pasan cosas insólitas, como que ahora algunos piden liberar a la gente que está en Punta Peuco. Yo no soy carcelero de nadie, pero la justicia existe y debe cumplirse.

Y ese ha sido precisamente el gran problema, que la justicia aquí no opera, en muchos casos, entonces vamos a seguir  divididos en dos bandos  irreconciliables. Los que somos la izquierda y quienes fuimos perseguidos no vamos a renunciar a la justicia, porque es absolutamente necesaria y básica en una sociedad democrática como la que se quiere tener. En esto, definitivamente, se ha perdido la conciencia histórica, y ocurrió porque se ha explicado mal y porque el relato ha sido equívoco, además de que no se ha tenido la valentía para afrontar la verdad y la justicia. El que se rebela siempre es castigado en Chile, son otros los que reciben premios. 50 años después, nada de eso ha cambiado tanto.

-A propósito de sus películas, ¿en Chile estamos más en la tierra ajena o en la tierra prometida?

Littin tarda en responder.

–(…) A partir de la tierra ajena, estamos buscando la tierra que se ha prometido y el anhelo de la gente de vivir. Y de vivir en paz. Y de vivir en relación con los demás, con una solidaridad entre los seres humanos. Esa es la tierra prometida, y seguimos deambulando en su búsqueda. Yo espero, quiero creer, que eso sucederá y que sucederá pronto.

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