Entrevistas
30 de Septiembre de 2023José Maza, a cuatro años del estallido: “Fue como una pataleta de un adolescente que un día no quiso comer el almuerzo, se paró de la mesa y al día siguiente le pusieron la misma comida”
El astrónomo y profesor titular de la Universidad de Chile afirma que el país "debería de aumentar la asignación a ciencia en algo así como un 20% anual durante por lo menos una década, y al cabo de una década estaríamos ya invirtiendo entre el doble y el triple, lo que ya nos empezaría a acercar a un país desarrollado". Además, sostiene que no duda de que "vamos a llegar a la luna en dos años más" y que podríamos colonizar Marte próximamente. En esta entrevista, el divulgador científico que recorre Chile enseñando sobre planetas y satélites, habla con The Clinic sobre el cielo, la tierra y los desafíos de la pospandemia.
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En abril de 2001, mientras observaba unas supernovas con su telescopio, el astrónomo español Rafael Ferrando descubrió un nuevo asteroide. Era el segundo de su carrera. Pero fue recién 12 años después que el científico pudo registrar y darle nombre a su hallazgo. Lo bautizó como Maza, en honor al académico de la Universidad de Chile y miembro del Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines (CATA), José Maza (75), quien en 1999 recibió el Premio Nacional de Ciencias Exactas.
A 10 años de que un admirador suyo haya dejado su nombre escrito en el Sistema Solar, el astrónomo sueña con cambiarse de planeta y piensa que Marte podría ser un lugar habitable por el hombre. Esa es una de las tesis centrales de su libro “Marte, la próxima frontera”, una de las publicaciones de divulgación científica más vendida en el país.
Sin embargo, José Maza -que viaja por todo Chile dando charlas masivas de divulgación científica- no sólo pone su mirada en el cielo. También lo hace en temas como en lenguaje inclusivo (“una tontería”) y en las políticas públicas de Gobierno, que invierte el 0,35% del PIB en ciencias y tecnología, una cifra que para Maza están “al debe”.
José Maza confiesa que esperaba que después de la pandemia los chilenos cambiaran, pero reconoce que “descubrimos que el nuevo Chile es el mismo que el antiguo” y que las expectativas que habían eran demasiado altas. “Aprendimos mucho menos de la pandemia que lo que parecía que estábamos aprendiendo”, sentencia.
Sin embargo, asegura que tecnologías como Zoom, que permiten conectar en forma sincrónica y remota, debieran comenzar a implementarse en la educación, el rubro que más le interesa. “La educación debería ser una amalgama entre lo presencial, en un 70% u 80%, pero se podrían agregar muchas cosas a través de este interacciones virtual”, sugiere. Eso, dice, puede permitir llegar a los escolares “más pequeñitos” con actividades que los motiven en disciplinas como las ciencias.
–Pero a nivel social, cultural o incluso moral, ¿usted ve algún cambio pospandemia? ¿Cambiamos realmente como se decía que íbamos a cambiar tras el largo confinamiento?
-Creo que el estar encerrado, a mí, me hizo valorar mucho los encuentros con los amigos. Estuvimos tanto encerrados, sin ver gente, que yo por lo menos me di cuenta de lo importante que es mi vida, reunirte con amigos y tomarme una cervecita y estar haciendo un picoteo y hablando tonterías. Eso es parte fundamental de uno, como animal social. Creo que nos dimos cuenta de que nos necesitamos unos a otros. Vivir encerrado de forma permanente no nos sirve.
Creo que hubo cosas que sí cambiaron, pero, por otro lado, en lo personal a mí me sirvió para valorar mucho el contacto humano. Nosotros somos animales sociales, no somos lobos solitarios. Y sobre todo en la juventud, tal vez, uno no aprecia tanto, no se da cuenta del peso que tienen las relaciones sociales porque uno las mantiene, quiera o no quiera. Pero cuando uno ya va pasando el tiempo, uno suele tener menos contacto y si uno se va quedando dentro, como que el corazón se le va enfriando.
–Ya desde antes del estallido social comenzaron a visibilizarse distintos ‘ismos’ -como el feminismo o el indigenismo-. ¿Qué ha pasado con esas causas que el estallido mostró? ¿Siguen vigentes o cree que han ido disminuyendo?
-Fueron surgiendo, brotando, como una especie de primavera, como un desierto florido, en que de repente, donde no hubo nada por mucho tiempo, aparecieron flores que nos sorprendieron a veces por su belleza o por otras cosas. Y había, creo en muchos, la esperanza de poder entender lo que orquestaba todo. Pero, de alguna manera, siento que esa espontaneidad de todos los ‘ismos’ no ha tenido hasta ahora una expresión o una explicación coherente. A mí, como científico, me gusta tratar de encontrar una razón que justifique todo, una ley universal que explique por qué pasó esto, esto y esto. Y yo creo que no la hay. O si la hay, estamos muy lejos de haberla encontrado.
Si me preguntan si yo apoyo el feminismo, no dudo ni un milisegundo en decir que sí, en lo que en su esencia creo que es una reivindicación de la mujer. Pero empezar a meterle vocales extras a todas las palabras del idioma castellano me parece una soberana tontería… Entonces, cuando por ser feminista empezamos a hablar todos con a o con e, “yo tengo que ir al dentisto”, porque no voy al dentista, etcétera, es llevar esto a la exageración… Y lo feo es que la tontería rodea algo que es fundamental y termina por decir ‘no, están todas locas’. Si queremos respetar la libertad de las mujeres, permitámosles que hagan lo que quieran. Pero, insisto, yo le hago una crítica muy desde un apoyo profundo de lo que conlleva.
–¿Ve, entonces, que la discriminación persiste?
-La mujer, desde Eva, ha sido discriminada porque la redujeron a una costilla de Adán. Y las mujeres son la costilla del hombre. Un poco más y son el dedo gordo del pie, el dedo meñique más intrascendente del pie izquierdo. Incluso ahora, que dicen que “el que está por nacer es persona”, no sé si una mujer que está por nacer es persona, porque no me queda claro que a ojos de algunos -estoy hablando de los hombres, el género masculino del planeta entero- las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres. No los tienen en ningún lado, ni tampoco en Chile.
–Usted hablaba recién sobre el lenguaje inclusivo. Al respecto, algunos dicen que lo políticamente correcto va a la baja. ¿Cómo lo ve usted?
-Creo que el lenguaje inclusivo es una tontería, porque lo que hay que hacer es ser inclusivo. Tengo que respetar a todos los seres humanos que me rodean y no importa si son distintos o muy distintos. Si tú tienes la piel más clara o más oscura, es totalmente irrelevante, y si tú eres XX o XY, da lo mismo. Y si tú eres el XX o XY y tienes preferencia por XX o por XY, también da lo mismo, pero da lo mismo en todas las situaciones. Eso no es cuestión de llenarse la boca con más palabras.
El lenguaje inclusivo vale cero, cero. Lo que vale es ser inclusivo, respetar a un niño down, respetar a un niño TEA, respetar a un niño que tenga una dificultad para caminar, respetar a una persona que tenga dificultades visuales. Si la sociedad no respeta a los que son distintos, si la sociedad nos pone etiquetas, “no, este porque es viejo, este porque es grande, este porque es gordo”, no sirve de nada el lenguaje inclusivo.
–Pero, respecto a lo políticamente correcto, ¿cree que lo incorrecto está volviendo?
-Esto de lo políticamente correcto es una frase que se puso de moda y que creo que, como en todas las cuestiones, hay un montón de cosas que son muy buenas, y hay otras que se fueron un poquitito al extremo. Las cosas que se fueron al extremo está bien que se caigan. Por ejemplo, hubo una discusión en Chile, hace unos años, de si se podía o no gritarle un piropo a una mujer en la calle. Y mucha gente manifestó que esto es cultural, una tradición, y que es una cosa bonita decirle un piropo a una mujer. Hubo muchas mujeres que dijeron que aunque les dijeran maravillas a ella las violentaba y les molestaba.
–Entonces, les parece que sí va en retirada.
-Creo que hay, como dicen ahora -una palabra que a mí no me gusta-, una sobrevaloración de la anomia, no hay que respetar las reglas. Entonces, si lo políticamente correcto es una regla, la anomia va en contra de lo políticamente correcto. Pero, por otro lado, en una sociedad, para que podamos vivir todos juntos, tenemos indudablemente que tener reglas. Hay normas que, buenas o malas, si no las respetamos, la convivencia social se hace muy difícil. Tenemos que tener normas y parece que está como de moda ir en contra de cualquier norma… En Chile, respetar las normas es de los giles.
–¿A qué se refiere?
-Creo que en la sociedad el problema grande es que hay unos que no cumplen las reglas, porque son los que las imponen. Entonces, te echan de su lago, te echan de su no sé qué, porque ellos son los dueños de todo. Y hay otros -y esto tiene que ver con el estallido social- que se aburrieron de ser los que tienen que estar respetando las normas que los otros les imponen cuando les conviene y les da la gana. Entonces, ahí hay ahí una falta de respeto de todos. Y también de los sectores más conservadores, porque nunca le tuvieron respeto a la normas que ellos mismos hicieron. Las normas eran las que ellos querían en el momento en que más les convenía.
Desgraciadamente, creo que uno de los problemas graves -lo dice todo el mundo y que lo diga yo no tiene ninguna gracia- es que el estallido social uno puede pensar que fue como un exabrupto, una pataleta de adolescente. Pero cuando uno empieza a mirar, hubo cosas en el estallido social que eran un factor común. Creo que el nivel de abuso con la gente de una serie de actores fundamentales en la sociedad, como las farmacias, era extraordinario. Vino el estallido social, ¿y uno ve que haya cambiado algo? No, y los abusos de una serie de otros actores siguen estando ahí. Esto fue como una pataleta de un adolescente que un día no se quiso comer el almuerzo y se paró de la mesa, y al día siguiente le pusieron la misma comida.
El severo diagnóstico de Maza al Ministerio de Ciencias
–Chile es el país donde menos se invierte en ciencia de la OCDE. ¿Las prioridades son otras porque somos más pobres o es que los gobiernos se han estado equivocando?
-La respuesta es clara, y es lo segundo. En Chile, por 200 años, hemos tenido un problema grave, grave, grave, con la educación. Se hicieron universidades, porque es la manera de que el país progrese, invertir en ciencia y tecnología es también la manera de que el país progrese. Pero en Chile el problema es que siempre se dice algo que a mí me irrita: ‘No, es que Chile es un país muy joven’. Estados Unidos tiene como 30 años más que nosotros y nadie dice eso. Somos un país muy joven, pero que no hemos invertido en lo que hay que invertir para sacar el país adelante. Además, Chile es un país riquísimo. El problema es que es tan rico que ha podido vivir 200 años sin hacer nada.
Chile es lejos el peor país de la OCDE. En la OCDE los países invierten un 2,5% de su PIB en ciencia y tecnología. Chile invierte el 0,35%… y el penúltimo invierte entre el 0,7% y el 0,8%. O sea, si nosotros dobláramos la inversión en ciencia y tecnología, seguiríamos siendo el último de la OCDE. Y los que se están desarrollando rápido en el mundo, son Israel, que invierte el 6% y Corea del Sur, que invierte el 5%. Y bueno, Israel no digamos que es un país que es una taza de leche, porque siempre tiene una situación más o menos complicada, y es un país joven.
La pregunta, entonces, es por qué no estamos usando el cerebro, por qué no invertimos en tener más biotecnólogos, más ingenieros, más de todo. Para que el país pueda aportar. La sociedad del conocimiento se basa precisamente en gente que tiene conocimiento. Lo otro es que también en Chile a mí me desespera es que no hay una cultura de hacer las cosas bien. ‘No, si total no importa que la mesa cojee, le ponemos una tapita de cerveza, una servilleta abajo’. Pero, ¿por qué no lo hacemos bien? En Chile no hay remordimiento de conciencia al final del día.
–En ese sentido, ¿usted cree que el Ministerio de Ciencias ha logrado contribuir o le parece sólo una buena declaración de intenciones, de principio, de parte del Estado?
-Todavía creo que era una muy buena idea tener un Ministerio de Ciencias que canalizara toda la problemática del área y que un ministro del rubro se pudiera poner en la mesa ahí con todos los otros ministros y golpear la mesa, y decir “yo necesito esto, esto y esto”. Chile debería de aumentar la asignación a ciencia en algo así como un 20% anual durante por lo menos una década, y al cabo de una década estaríamos ya invirtiendo entre el doble y el triple, lo que ya nos empezaría a acercar a un país desarrollado.
Pero en los últimos años, en los dos o tres años que tiene el ministerio, no se ha visto ese aumento. Entonces, al final, el ministerio simplemente es otra manera de administrar lo que antes administraba Conicyt. Como no ha habido una voluntad de verdad del Gobierno de poner más dinero para ciencia, tener o no tener un ministerio no ha servido para nada.
–El ministerio de Ciencias tiene cinco años y sólo en este gobierno ya ha tenido tres ministros. ¿Qué le parece?
-A mí me complica la vida decir esto, pero no puedo evitarlo. Hay tres ministerios que me tocan un ventrículo o una aurícula, parte de mi corazón. El de Ciencia, sin duda, el de Educación y el de las Culturas. Son tres ministerios donde no hemos visto una continuidad de ministros en los últimos tiempos.
El ministro de Educación es el más breve de todos los ministerios… en los últimos 30 años ha habido 30 ministros de Educación. Si uno mira el ministerio de Educación, y los otros dos ministerios, y uno ve la gente que ha ocupado el sillón del ministro, nunca es la persona que uno hubiera creído. Aquí han ocurrido cosas bastante extrañas…
–¿Como cuáles?
-Yo hubiera esperado que un ministro de Ciencia fuera, no sé, por decirte algo, el expresidente de la Academia de Ciencia, pero no fue así. No viene de ese rubro. O un exdecano de la Facultad de Medicina o de Biología. Un tipo que tenga una trayectoria científica, que haya publicado por lo menos unos 20 o 30 trabajos científicos en su vida. Pero aquí no.
El que fue el primer ministro de Piñera, Andrés Couve, ese sí es un científico bastante respetado en su área. Tal vez ese sea el perfil que yo hubiera esperado. La actual ministra es una mujer muy simpática, muy inteligente, pero es abogado, entonces, puede que sepa de administración, pero de ciencia, así como tener la ciencia en el corazón, no sé.
–¿Cómo vio la negativa del gobierno a participar en una misión israelí que buscaba enviar a la Luna una nave nodriza con dos módulos para alunizar en el lado oscuro de la luna?
-Me parecieron fatales las explicaciones que dieron. Hubo una explicación coherente, y que es muy lógica, que es que dicen que hay una planificación de la cosa espacial en Chile y que, de acuerdo con esa planificación, están haciendo un desarrollo, y esto es algo que surgió de repente, que como no estaba en la planificación, no pudieron tomar.
Pero la misma ministra dijo “no, es que no tenemos plata”. Resulta que había que poner 15 millones de dólares para que Chile participara a nivel de un 10%. Pero después alguien hizo una colecta, y se consiguieron la mitad de lo que le pedían a Chile que pusiera… 7,5 millones de dólares. Justificar que no tienen 7,5 millones de dólares para hacer una misión que va a poner un cacharro en el lado oculto de la luna es una cuestión bárbara, porque son platas que hay. No quiero entrar en los escándalos que hemos escuchado, pero 7 millones de dólares son como 7 mil millones de pesos, que podrían haberlos sacado de cualquier lado si lo hubieran creído que eso valía la pena.
–¿Y lo valía?
-Sí, valía la pena, porque significaba meter a un grupo de ingenieros jóvenes, que vayan a reuniones, que se contacten con otros científicos. La presencialidad es fundamental y un grupo que vaya, que se contacte, para el próximo proyecto ya va a tener algo andado. Chile no ha hecho nunca nada de eso, entonces, es una manera de entrar a un grupo.
A mí me encantaría que Chile, incluso, pudiera participar con la NASA en algunos proyectos específicos. Si de repente hay un proyecto que no son tantos millones de dólares y Chile puede aportar algo, y la NASA le pide que haga tal cosa, significaría que nosotros estamos participando. Nosotros somos voyeristas, que vamos a ver la función y estamos arriba, arriba, ni siquiera en galerías, sino en el balcón, en el tejado, mirando. “No, bueno, que estos gallos canten o que bailen, o que toquen música, y nosotros estamos aquí nada más que mirando”. Aquí da lata ser parte de, pero tenemos una posibilidad extraordinaria para involucrarnos.
Las esperanzas en Marte: “Vivir ahí es difícil, pero es factible”
–En su libro “Marte, la próxima frontera“, usted se propone responder algunas preguntas clave. Una de ellas es si ha servido de algo o no la carrera espacial. ¿Cuál es su mirada?
-Mi mirada es categórica y absoluta. La carrera espacial nos cambió el planeta, nos cambió la vida. Todo el desarrollo tecnológico que ha traído aparejado es extraordinario. Cuando John Kennedy, en 1961, se sintió humillado por los soviéticos, dijo “queremos ir a la Luna. Queremos ir a la Luna antes del final de esta década. Y queremos ir no porque sea fácil, sino porque es muy repentino y va a requerir el mayor esfuerzo de nuestros mejores hombres y mujeres para poder lograr ese objetivo”. Y, efectivamente, Estados Unidos invirtió una cantidad brutal de dinero, tuvieron que desarrollar la electrónica y fabricar los primeros computadores.
Hubo toda una revolución tecnológica. Apareció un joven que se llamaba Bill Gates. Y después aparecieron otro y después vino todo el Silicon Valley. Entonces, la carrera espacial nos cambió la vida a todos los habitantes del planeta Tierra, incluso a los que habitan en esta larga y angosta franja de terreno que se llama Chile. Estados Unidos invirtió tal vez 100 mil millones de dólares en la carrera espacial. Fue la mejor inversión que pudo haber hecho Estados Unidos. Empresas como Microsoft, como Google, como Apple, tienen un valor en bolsa hoy en día que supera ese monto.
Y fue gracias a que mataron a Kennedy, en un magnicidio terrible, que los senadores norteamericanos le siguieron dando dinero a la NASA hasta que lograron llegar a la Luna con Neil Armstrong en 1969. Si Kennedy no hubiera muerto, tal vez no hubiéramos llegado a la Luna cuando llegamos. Nosotros necesitamos un Kennedy acá que nos diga “Chile tiene que hacer esto y no porque sea fácil, sino porque es muy difícil y va a requerir los mejores hombres y las mejores mujeres que nosotros tengamos al respecto”.
–Y en este minuto, por lo menos, no hay avances ni intenciones en ese sentido.
-No, no lo veo. Y si lo hay, yo no lo veo. Hoy, la política contingente está muy metida en temas que puede que sean importantes. Pero yo, como como soy un poco obtuso, no veo la importancia de los tema. Y claro, escribir una nueva Constitución todo el mundo dice que es importante. Yo la verdad es que alucino, yo ya no sé. Yo me quiero cambiar de planeta. Pero mi mujer pone la tele en la mañana y vemos un noticiario que dura tres horas sobre el portonazo o sobre un asalto. Y están dos, tres o cuatro horas haciendo un reportaje sobre un asalto. Con dos o tres asaltos alcanza a todos los canales de la tele por estar todo el día transmitiendo noticias. Y el país, ¿qué hace?, ¿cuándo progresa?, ¿cuándo hace cosas entretenidas?
–¿Cómo ve esta carrera espacial a futuro?
-Es una maravilla que hoy nadie dude de que vamos a llegar a la Luna en uno o dos años más. Y yo tengo la esperanza de que de aquí a diez años los seres humanos vayamos a Marte. El planeta es el más factible de poder ir a visitar y, tal vez, colonizar Marte y hacer una colonia ahí. Al hombre le debería cambiar la perspectiva, porque es dominar, en alguna medida, el sistema solar. Porque en el sistema solar, Mercurio y Venus son muy calientes, y de Júpiter para allá es helado como pata de pingüino. Júpiter está a 150 grados bajo cero. Pero en este pedacito calentito, entre la Tierra y Marte, sí que podemos usarlo, podemos habitar ahí, podemos vivir en el Ecuador marciano. Eso yo lo encuentro extraordinario.
–¿Y es tan factible vivir en Marte?
-Sin duda. Es más difícil que el diablo, pero es factible. Y la gracia de ir a Marte es que están ya experimentando hace tiempo. Por ejemplo, hay que llevar un invernadero a Marte en un desierto furioso, y ser capaces de hacer tomates y lechugas y otro tipo de vegetales, pero con goteo de gotas chiquititas, porque el agua en Marte es siempre muy escasa. Si somos capaces de hacer frutas y verduras en Marte, podemos aprender la técnica de hacer frutas y verduras en el Desierto del Sahara o de Atacama, donde sea. Es un desafío enorme.
También, la atmósfera marciana es muy débil. La presión atmosférica es como el 1% de la de la Tierra. Pero la atmósfera es puro anhídrido carbónico, entonces están experimentando chupar anhídrido carbónico con una máquina, romper la molécula de CO2, almacenar el oxígeno, y el carbono meterlo en el suelo. Pero si somos capaces de hacer una técnica que nos permita fabricar oxígeno para poder respirar en Marte, esa misma técnica la podríamos ocupa acá en la Tierra para chupar el anhídrido carbónico que tiene nuestra atmósfera, y que es una de las causas, tal vez la más importante, del calentamiento global que estamos experimentando.
Lo que podemos aprender en Marte tal vez tenga unos usos extraordinarios en la Tierra, incluso en las comunicaciones. Si yo estuviera en Marte, habría un retardo como de cinco minutos en la conversación. Va a haber que desarrollar otra forma de comunicación. Quizás todo va a ser por mensajitos de vídeo o mensajitos de texto. Pero no va a poder ser una conversación simultánea. Entonces cómo nos vamos a comunicar con la gente que está en Marte representa un desafío tecnológico súper atractivo.
José Maza hablando de ciencia en fácil, en TV y a salón lleno
–Usted hizo un programa para niños en el canal NTV. ¿Siente, por eso, que hay una nueva generación que podría cambiar Chile? ¿Y qué es lo que hay que cambiar, cree usted?
-Me siento muy orgulloso, y eso es tal vez lo que más me motiva. El poder motivar a niños y niñas de cuatro, cinco, seis o siete años me llena de esperanza y de alegría. Es un bálsamo para la cuchara el ver que los niños se interesan por mirar el cielo y se preguntan cómo se formó el universo o qué pasa si uno se cae a un hoyo negro.
Hicimos tres temporadas para NTV de 12 capítulos cada una, en que en una capsulita de dos minutos yo hablo de la luna, de los cometas, el planeta Júpiter, de Venus, etcétera. A los niños les encanta, y nos fue tan bien que nos pidieron ellos una segunda temporada y después nos pidieron una tercera. Yo estoy fascinado con ese tipo de cuestiones porque la curiosidad de los niños hay que motivarla. Cuando un niño de tercero o cuarto básico se motiva con las ciencias es un acierto, porque le quedan todavía ocho o nueve años de estudio en que puede profundizar.
La idea es contarles la fenomenología y que ellos piensen, porque la inteligencia está muy bien repartida y hay niños talentosos y motivables, y pueden ser mejores mañana que lo que son hoy. Esa es la pega para tener un mejor país. Yo creo que los niños tienen un potencial enorme y les podemos inculcar para que ellos lleguen más lejos que nosotros. Si el Chile de mañana, en 20 años más, es mejor, en calidad humana, que el Chile de hoy, ya estaríamos bien.
–Y ahí es cuando enseñar a los niños se vuelve algo importante, despertarles el interés por las ciencias y por distintas disciplinas…
-Claro, despertar el interés por las ciencias, pero también ciertos niveles de solidaridad entre ellos. Los niños no tienen por qué aprender a competir con el otro. Deben entender que somos animales sociales y todos dependemos de todos. Entonces, que los niños entiendan eso y que entiendan que en la sociedad el que recoge la basura, el que te hace el pan en la mañana, es tan importante como el médico que atiende una enfermedad tuya. Todos somos importantes. Hay actitudes básicas de buen vivir que debiesen enseñar los profesores a los niños en los colegios.
Chile necesita recomponer el tejido social. Y para eso necesitamos más educación, más cultura, más saber vivir todos juntos, y entender que somos todos distintos, porque esto no es un regimiento.
–En los últimos años, usted ha logrado una alta exposición mediática. ¿Cómo se maneja con que lo saluden en la calle? ¿Cómo es la gente en esas instancias?
-Es cierto que en muchas instancias me reconocen en la calle. El otro día iba caminando al Metro desde mi casa y veo que un taxista paró en la calle, dejó las luces de emergencia prendidas, se bajó y salió como corriendo hacia mí. Yo miré para otro lado a ver qué estaba pasando. El taxista llegó donde estaba yo y me dijo “lo vi y usted iba caminando, y no pude dejar pasar esto. ¿Me puedo tomar una foto con usted?”. Y se tomó una foto conmigo. La gente me reconoce y me saluda muy cariñosa, aunque no haya leído ninguno de mis ocho libros.
Una que otra vez, me han hecho alguna observación de que no les gusta mucho lo que a veces digo, pero de cada diez que me saludan, nueve lo hacen con cariño. El día de mañana, literalmente, no me va a conocer nadie en la calle, pero no vivo de que la gente me conozca en la calle. Así que tampoco tengo para qué molestarme.
–A propósito: cada vez que usted hace charlas o eventos, las entradas se acaban rápido. ¿Por qué cree que la gente ha logrado conectar con lo que usted dice?
-No sé. Es difícil hacerse este autoanálisis. Pero creo que tengo un alto interés por la docencia, pero también por la investigación. Lo que pasa en otros países es que hay mucha divulgación, pero para gente culta. Hay explicaciones muy acabadas de cosas. Pero si uno no conoce toda la historia, no va a entender eso. En Chile necesitamos una culturización de la gente, pero partiendo desde cero.
Entonces, estoy haciendo divulgación, hablándole a la gente en un lenguaje muy coloquial, cuestiones extremadamente simples. Todos los edificios se construyen con muy buenos cimientos. Trato de motivar a la gente con cosas básicas, no les hablo en difícil. Yo quiero que la gente vaya a mis charlas y trato de hacerme entender. Es problema mío que entiendan. El “éxito” de mi afán es que yo asumo la responsabilidad de la comunicación con la gente. Por ahí va el secreto.
En enero pasado, pusieron 500 entradas para el Teatro del Biobío, en Concepción, y se agotaron en dos minutos, y tuvieron que poner 200 más, y pasó lo mismo. Decían que eso no había pasado nunca. Yo creo que la gente sabe que yo voy a decir bromas y tonteras que me conectan con ellos. Siempre que hago una charla estoy buscando una comparación o una broma para distender el ambiente y que no se pierda la comunicación.