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Reportajes

30 de Septiembre de 2023

Las consecuencias del bullying escolar en la vida adulta: historias tras los traumas de esos flashbacks que no se olvidan

Ilustración: Camila Cruz

Muchos ven su infancia bajo el paradigma de que tiempos pasados fueron mejores. Muchos no. Recordar las risas, burlas y agresiones de la época escolar nublan los recuerdos de aquellos que fueron víctimas de acoso. Gordofobia, clasismo y exclusión a la vista y complicidad de apoderados y profesores es lo que reflejan en los testimonios de adultos que se detienen a recordar su hostil paso por la niñez y adolescencia en este reportaje. Según el último sondeo del INJUV, Bullying en Establecimientos Educacionales, el 61% de los jóvenes ha sido intimidado o maltratado verbalmente con insultos, burlas o amenazas en su edad escolar.

Por Paula Domínguez Sarno

En 6º básico, Alonso y sus compañeros debían interpretar una canción en inglés para un trabajo. El día de la evaluación, sus compañeros sólo leyeron y recitaron las letras, pero cuando él pasó adelante, entonó la canción que tanto había preparado. Las risas se apoderaron de la sala y el profesor decidió hacer una acotación que aumentó la sensación de bullying. “Me puso mala nota, no me acuerdo qué nota me puso, pero me dijo como: ‘Le pongo un cuatro por desafinado’. Frente a todos mis compañeros”, recuerda. “Y yo fui el único que cantó”.

Hace algunas semanas, se viralizó el video de una escena de la telenovelaGeneración 98″ (Mega), en la que Hernán Olmedo –un hombre en sus cuarentas que fue víctima de bullying en el colegio y que se reencontró con algunos de sus compañeros 25 años después– recuerda su llegada al establecimiento y el acoso del que fue víctima. Venía de un liceo municipal de Talca, llegó a un colegio particular de la clase alta de Santiago y, en el extracto, recuerda el día en que partió un hostigamiento de años, lleno de clasismo, gordofobia y agresiones físicas y psicológicas por su estatura. En los más de 380 comentarios del video en TikTok, distintos usuarios comenzaron a contar sus experiencias con el bullying escolar del que también fueron víctimas.

Ambientada en la realidad chilena, el periodista, escritor y guionista de la teleserie, Pablo Illanes, explica que la trama está pensada en las particularidades del bullying en el país y de esa generación en particular.

“No me siento víctima del bullying para nada”, comenta sobre su experiencia personal. “Pero sí, lo pasé mal, veía injusticias, veía un clasismo desatado, todo era aspiracional, todo era marcar las diferencias entre uno y otro. Era parte de una especie de carnaval constante llamado colegio y era una pesadilla”, recuerda Illanes. “En nombre del humor se cometen muchos delitos. Todo es una talla”.

“El bullying no se va a acabar de un día para otro porque hablemos de él, pero sí podemos estar alerta de los casos y ofrecer la ayuda necesaria cuando es una emergencia o algo urgente”, señala Illanes sobre la repercusión que ha tenido la telenovela de Mega. “Es de lo que sí se puede hacer cargo la ficción o de lo que sí deberíamos hacernos cargo como realizadores. Siento que es responsabilidad de todos poder mirarnos las caras y decir: a todos nos duele, a todos nos ha pasado, todos hemos visto casos parecidos y esto no puede seguir, tenemos que cambiar de mentalidad”, apunta.

De acuerdo al sondeo del INJUV, Bullying en Establecimientos Educacionales de 2017, el 61% de los jóvenes entre 15 y 29 años encuestados, declaró haber sido intimidado o maltratado verbalmente con insultos, burlas o amenazas, el 41% ha vivido situaciones de exclusión y el 33% dijo haber sido intimidado físicamente.

Bullying: un acoso sistemático

La psicóloga, máster en Psicología Clínica, Guila Sosman, afirma que el término de bullying requiere sistematización. “Es un acoso sistemático de parte de un niño, o un grupo de niños, y cuyas víctimas no tienen las herramientas para dar respuesta a esto”, explica.

El departamento de Alonso Arriagada (31) está lleno de instrumentos, amplificadores, atriles y micrófonos. Es músico. Ocupa los equipos para tocar en eventos y para las videollamadas con su hija de cuatro años que vive en Chiloé. “Hacemos shows de marionetas, nos juntamos en videollamadas cuatro días a la semana”, cuenta. Tiene dos gatos y se disculpa con voz dulce al iniciar la entrevista por su alergia de primavera.

Cuando estaba en 2º básico, las madres de sus compañeros de colegio les prohibieron a sus hijos juntarse con él. A los 11 años, su único amigo y la chica que le gustaba se cambiaron de colegio, sus compañeros lo molestaban constantemente y solía llegar a llorar a su casa. Aferrado a hacerse amigo de los estudiantes nuevos, conoció a uno de sus mejores amigos de la época, un chico que tocaba guitarra y le mostró lo que se convertiría en su pasión y escape.

En 1º medio, era de los más altos de su clase y sus piernas no cabían en los pupitres –que estaban formados por la unión de la silla y la mesa– en la sala de clases, por lo que tenía que sentarse de lado para escribir. En una clase, uno de los chicos que lo acosaba caminó por el pasillo y le pegó una patada en las rodillas para pasar. Alonso se levantó, fue tras él y cuando se dio la vuelta, empuñó su mano y le pegó en la cara. “Ahí entendí un poco cómo funcionan los hombres. Al día siguiente, él mismo me invitó a comer pizza”, cuenta con extrañeza. “Y se hicieron amigos míos”, agrega con una sonrisa sutil.

El amigo músico de Arriagada, coincidentemente, vivía en el mismo edificio que la chica que le gustaba y que se había ido del colegio. Un día, el amigo encontró una carta que Alonso había escrito sobre sus sentimientos hacia ella y, cuando se encontraba compartiendo con la chica en su departamento, los llamó desde el patio para que se asomaran al balcón. A gritos, comenzó a leer la carta, haciendo énfasis en las faltas de ortografía con las que la había escrito. “Él también tenía un tema de falta de atención más o menos complicado, entonces como que lo que hiciera que me alejara un poco de él, hacía que me intentara insegurizar”, cuenta.

Y la psicóloga Guila Sosman afirma que es así. “No es que el niño sea malo, esencialmente. Probablemente, también está pasando por alguna situación que lo lleva a tener esa conducta violenta hacia otro niño”, explica. Además, indica que lo importante es que el tratamiento incluya a la mayor cantidad de actores posibles: apoderados de la víctima, del niño que hace bullying, sus compañeros, profesores y el establecimiento, entre otros.

“Al final, como en 1º medio, terminé mandando a ese amigo a la cresta, mandé a mi padrastro a la cresta, le pedí a mi papá que me recibiera y me fui a vivir con él”, cuenta Arriagada. Su padre era músico, pero no lo dejaba tocar sus instrumentos cuando lo visitaba los fines de semana. “Igual que en 31 minutos, mi papá en ese tiempo trabajaba vendiendo guitarras y fue y me vendió una guitarra”, cuenta entre risas. “En su casa, tenían las cuentas divididas con su pareja: mi papá pagaba el arriendo y ella la comida”, recuerda Arriagada. “Si yo iba al refrigerador y sacaba algo, ella estaba súper atenta y me penqueaba si sacaba algo de ella. Y todo era de ella”. Viviendo allí comenzaron sus crisis de pánico. Su forma de llamar la atención era aprender a tocar distintos instrumentos y ser lo más cortés posible. Le caía bien a los adultos, pero no a sus compañeros.

“Cuando figuras significativas primarias, como padres y madres, de alguna manera ejercen violencia, hace que estos niños sean vulnerables a otro tipo de violencia. No es lo explicativo, pero es un factor de riesgo”, explica Guila Sosman.

Cuando pasó a 4º medio, volvió con su mamá, que estaba viviendo fuera de Santiago. Ese año, después de un bajo resultado en un facsímil de PSU colapsó. “Iba al colegio y no me atrevía a entrar. Iba a dar unas vueltas a la manzana antes de entrar, porque me sentía mal”, cuenta. “De repente, estaba en la sala y sentía que tenía que salir”, agrega.

Para su suerte, encontró en ese último año de colegio compañeros que lo ayudaron, incluso, a ir al psiquiatra. Finalmente, fue ese profesional quien le dijo que tenía que irse a vivir solo. Antes de terminar la enseñanza media, con 18 años, volvió a Santiago a vivir solo y comenzó a tocar música en la calle para ganar algo de dinero.

“Pensaba que era fea”: la distorsión de la autoimagen

“A veces, la gente no entiende que yo no tenga mucho vínculo con el colegio. Lo normal es tener tus amigos desde el colegio, ¿cachái?”, reflexiona Belén Martínez (34). Fue a un colegio de mujeres en San Felipe, en el que estuvo desde psarekinder hasta 4º Medio. “Me decían hormiga cabezona, que era fea… mayoritariamente las amigas de mi prima, que iban un curso más arriba”, recuerda. “Mis compañeras también me molestaban, porque era chica y flaca”.

El establecimiento era estricto y las hacían formarse afuera de la sala para rezar en las mañanas: desde la más baja a la más alta. “Igual, esas diferencias, si lo pensái, es como clasificar a las personas”. Le cuesta recordar algunos años, pero los insultos eran constantes y no fue sino hasta su pubertad, cuando le empezaron a gustar los hombres que le afectó más. “Pensaba que era fea y que nadie nunca me iba a pescar”, relata.

El hostigamiento de sus compañeras, en 5º básico, la llevó un día a limpiar un huevo que reventaron en su mochila y en otra ocasión, le cortaron un tirante también. Se cambió a un curso paralelo y sus padres le dieron la opción de cambiarse de colegio, pero no había muchas opciones en la zona. “Y no sabía si donde iba a llegar iba a ser mejor”, agrega.

Mide 1.60 m, es delgada, de nariz respingada y pelo ondulado y, cuenta, los complejos que le causó el bullying escolar, aunque más resueltos, siguen presentes. “Ahora tengo mejor autoestima, pero si tú me preguntai, hasta el día de hoy, no me siento muy guapa”, dice.

Recuerda que cuando entró a la universidad, muchas veces, con tal de verse bien, llegaba tarde a clases. “Esas cosas no te deberían importar, ahora me da lo mismo, pero ahí no”. Aun así, fue en esa etapa de su vida que logró hacer, por fin, un grupo de amigos y amigas.

Francisca Pérez asistió hasta segundo básico a un colegio mixto cerca de Calera de Tango, donde todos eran vecinos y el ambiente cercano, pero desde el primer día fue objeto de burlas. “Me molestaban porque era tímida. Usaba lentes y me decían cuatro ojos, ojos de vitrina… tengo los ojos chicos, entonces me decían china…”, recuerda. “Era muy lenta escribiendo, me decían lenteja”, sigue. “No me gustaba el rosado, era rara, era como distinta. No era popular ni cagando, cero potencial”.

Un día, la mojaron completamente para molestarla en uno de los recreos y cuando volvió a la sala, la profesora la hizo ir a sacarse el uniforme. Volvió a entrar a clases solo con el delantal cuyos cuadros, blanco con verde, no olvida, mojada y sin nada abajo. “Imagínate lo humillante”, exclama. “Y se transparentaba. Fue horrible, fue horrible”.

Cuando pasó a 3º básico la cambiaron de colegio. Al igual que Belén, Francisca recuerda que fue cuando se empezó a interesar en los hombres cuando más le afectaron los insultos a su apariencia. “Jamás me va a pescar un huevón, soy demasiado fea”, recuerda que era lo que pensaba.

Cuando iba en 7º básico, solía usar el pelo amarrado. Un día fue con el pelo suelto, entró a la sala y, cuando se sentó, las chicas de grupo de las ”populares” comenzaron a tirarle collets en la mesa. “Me decían: ‘Amárrate el pelo, ¿qué te creí?’. Porque me solté el pelo”, cuenta. “Me sentí tan humillada y les tengo tanto resentimiento, te juro. A algunas las tengo en Instagram y las sigo como odiando, como que no las supero”. 

Al año siguiente, con la salida del colegio de algunas de las compañeras que le hacían bullying y la llegada del axé, Francisca comenzó a sentirse más cómoda: descubrió que le gustaba bailar y que era buena en eso.

Límites, autoestima y seguridad: las heridas del bullying

Francisca Pérez es periodista, acaba de irse a vivir a España con su pareja y, desde el comienzo de la entrevista, es verborreica. Habla de sus traumas con ritmo y humor, pero hace énfasis en cómo le afectó. “Caché que el que era tímido, era callado, la pasa pésimo, ¿cachai? Ahora soy para el otro lado”, reflexiona. Recuerda los sentimientos de exclusión y afirma que la sensación y angustia se repite en distintas ocasiones hasta el día de hoy. Cuando, por razones profesionales o sociales, llega a un grupo grande, se siente distinta. “Me siento como esa niña, me siento como la niña feita, desarreglada… hasta que me pongo a hablar”, agrega. “Siento que todo lo que soy, es respuesta a esa mierda que viví cuando chica”.

Una compañera de colegio la llamó “Panchancha” por tener una figura un poco más gruesa en una época de su vida. Luego adelgazó y el físico pasó a ser uno de los ítems más relevantes al momento de definirse como persona. “Para mí, como que el 30% de mi valor como persona está en mi físico. Cuando estoy gorda, siento que mi valor como persona disminuye caleta, ¿cachai?”.

La psicóloga Guila Sosman explica que durante la adolescencia, la opinión de los pares es fundamental: “Es un lugar de socialización muy importante, incluso más que la casa. Entonces, la opinión de nuestros pares va construyendo nuestra identidad. Si esta es negativa, va a afectar en la autopercepción”.

“No tengo amigos”, confiesa Francisca. Cuenta que en sus relaciones de amistad se pueden romper fácilmente por su necesidad de establecer límites rígidos y claros desde el primer evento hostil. “Estoy siempre muy a la defensiva”, revela.

“¿Por qué genero odiosidad? Como que de antemano, me pongo la defensiva”, piensa en voz alta Belén Martínez. Cuenta que suele poner inmediatamente límites: “Corto desde cero, no tiendo a dar muchas oportunidades”.

Tiene una personalidad fuerte, es cientista política, vive sola, es independiente económicamente y acaba de terminar un máster en Barcelona de Dirección de Negocios Sostenibles. Afirma que en el eneagrama –un sistema de clasificación de personalidades– ella es el eneatipo cuatro. “Que es que tú te validas a través de lo que tú haces: ‘Yo soy cientista política, yo soy profesional, yo trabajo…’ Y te vas validando así”.

Al momento de establecer relaciones amorosas, por ejemplo, Belén reconoce que, a pesar de imponer muy tempranamente los límites, también cae en no hacerlo en absoluto. “Esto va a ser un input súper bueno para mí, para trabajarlo, pero cuando alguien me presta la atención que yo quiero, puedo dejar cosas pasar para que esto se mantenga”.

“Siendo muy sincero, hoy día, sigo siendo una inseguridad con patas, me ha costado ene”, afirma Alonso Arriagada como secuela del bullying. Derecho, Composición Musical, Kinesiología, Preparación Física y Canto son las carreras por las que ha pasado y ahora quiere estudiar Ingeniería en Marketing Digital. Actualmente, toca música en eventos de empresas y matrimonios, además de hacerlo en la vía pública.

Sin embargo, al gestionar su trabajo y contactar a otros músicos y músicas para que lo acompañen, no siempre encuentra compromiso y responsabilidad. “Me cuesta mucho poner límites. Puedo tener chicas para el coro que llegan tarde siempre, no se aprenden las letras y me dejan mal, pero no les digo nada”, reflexiona. “Me cuesta ser el pesado. Y en algún momento, si sigo sin decir nada, no voy a aguantar más y se me va a salir una pesadez”.

En octubre del año pasado tocó en el matrimonio de uno de los chicos que le hacía bullying. Se habían encontrado un par de veces y lo contactó para el evento, pero no mencionó nada sobre su pasado escolar.

Hoy, Alonso Arriagada se instala con sus instrumentos, amplificador, micrófono y cable en la vía pública. A veces está en alguna de las esquinas de la calle Providencia y otras en las veredas del Barrio Lastarria. Traga saliva y coloca su mentón sobre la barbada de su violín o su boca en la ronqueta de su gaita o sus labios sobre la boquilla de su saxo o alguna parte de su cuerpo sobre los tantos instrumentos de los que saca armónicos sonidos e interpreta afinadas melodías. Cierra los ojos para interpretar canciones clásicas y populares y cuando los abre, regala una sonrisa a aquellos que se detienen a escucharlo.

Si eres o has sido víctima de bullying y necesitas ayuda, no dudes en pedirla. Si tienes entre 15 y 29 años, puedes conversar con profesionales de la salud mental, de forma totalmente gratuita, a través del programa “Hablemos de todo” del INJUV haciendo clic aquí. También, puedes acceder a hablar de forma gratuita con profesionales que pueden ayudarte en Salud Responde, llamando al 6003607777. Y, ante emergencias, llama las 24 horas, los 7 días de la semana, a la línea de Prevención del Suicidio marcando 4141.

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