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Opinión

26 de Enero de 2024

Columna de Cristián Briones | Pobres Criaturas: Prometeos contemporáneos

"En Pobres criaturas (Poor things), un científico reanima un cadáver y le insufla una nueva vida a un ser que, desconcertado, resulta incapaz de entender el mundo que le rodea. Decir que es una nueva aproximación a la historia de Mary Shelley es una obviedad. Pero resulta muy interesante que ambos abordajes de los Shelley al mito prometeico se mezclen con tanta efectividad", escribe Cristián Briones sobre el filme recién estrenado en cines chilenos, que esta semana recibió 11 nominaciones al Oscar.

Por Cristián Briones

El mito griego del Titán, que combatió junto a los dioses, luego les robara el fuego para dárselo a los humanos y terminara siendo castigado eternamente por ello, tuvo dos aproximaciones por allá por los inicios del Siglo XIX: Percy Bysshe Shelley lo definiría en “Prometeo liberado”, como el epítome del valor humano, en la persecución del conocimiento y el progreso. Mientras que su esposa, Mary, escribiría “Frankenstein o El moderno Prometeo”, en donde cuestionaría los aspectos éticos de “robarle el fuego a los dioses”.

En Pobres criaturas (Poor things), un científico reanima un cadáver y le insufla una nueva vida a un ser que, desconcertado, resulta incapaz de entender el mundo que le rodea. Decir que es una nueva aproximación a la historia de Mary Shelley es una obviedad. Pero resulta muy interesante que ambos abordajes de los Shelley al mito prometeico se mezclen con tanta efectividad. Aún pareciendo posiciones encontradas. El empirismo (aquella corriente de pensamiento en que la información que obtenemos de la experiencia es la base del conocimiento) planteado como único norte, versus el debate ético en el desarrollo de esta criatura, despojada de cualquier inhibición o atadura social. El conocimiento, ya sea personal, social o científico, es siempre el fuego de los dioses. Mientras Percy abogaba por ello a toda costa, Mary cuestionaba los medios para conseguirlo.

Pobres criaturas es todo eso, nada de eso, o lo contrario. Así de inabordable desde un sólo punto de vista es. Es una película cuyos discursos pueden revisarse desde polos diametralmente opuestos, con argumentos completamente válidos y generar trincheras desde ahí. Antorchas y banderas desde un lado u otro, con aliados y enemigos impensados. Todo un desafío para las audiencias que parten su proceso de apreciación más desde sus propios puntos de vista y menos desde escudriñar el que la obra tiene en sí misma.

Y en este caso, ese punto de vista es el de la “criatura”, Bella Baxter, la exhibidísima Emma Stone. Y no, no me refiero solamente a que muestre piel, si no a que la película descansa en la construcción de su personaje como su pilar más fundamental. Un tipo de interpretación que requiere un atrevimiento total por parte de la actriz, pero que también se combina con la precisión de la cámara para mostrar ese desarrollo. Vistosa, sin duda, acentuando (literalmente) su forma de mirar y moverse por el mundo que está descubriendo y sobre el cual se está construyendo a sí misma.

Quizás una de las lecturas más fascinantes es que Bella, este cuerpo adulto con el cerebro de una infante, aprovecha la percepción que el mundo tiene de ella para dar atarantados pasos en su propio proceso de apoderarse de su destino. Algo muy típico de la obra de Yorgos Lanthimos: el poner el texto de forma tan explícita en pantalla, que como audiencia empezamos a cuestionarnos si es eso lo que realmente está tratando de decirnos.

¿Es una metáfora sobre una generación que nació con todo ya en bandeja y su idea del mundo es un pastiche de cadáveres ideológicos? ¿Es la fantasía masculina de una mujer atractiva, ingenua y sexualmente activa? Probablemente ambas. Quizás ninguna. Lanthimos es uno de esos curiosos casos de un director importado por Hollywood que no renunció un ápice a sus formas narrativas europeas. Un cineasta desconcertante en su afán de enfocar lo absurdo de las relaciones humanas. Con resultados magníficos hasta acá, en donde vuelve a la época del comentario satírico social victoriano, para armar un mundo tan fantástico como brutal, más con la relativa inocencia de su protagonista. Al griego le interesa más la identidad narrativa que un discurso o juicio al personaje o su mundo. El viaje más que el destino. Y este viaje es sexual.

Emma Stone está nominada al Oscar a Mejor Actriz por su rol en Pobres criaturas.

El viaje de Bella es sexual. Desde la revelación del placer crudo, las inhibiciones impuestas por la sociedad, el aprovechamiento de quienes la ven como un objeto manipulable, la toma de poder sobre su propio cuerpo, y las armas para evitar ser restringida eventualmente. ¿Es otra fantasía masculina el que la única forma de descubrimiento personal de una mujer sea montarse a “saltos furiosos”? De nuevo, eso está en la pantalla, pero muy probablemente no busque esa única lectura. Volvamos al mito de Prometeo un momento. El castigo que recibe es porque al entregarle el fuego a los humanos, estos dejarían de necesitar a los dioses y empezarían a definir el mundo. La advertencia de Mary Shelley es similar: si la criatura es capaz de superar a su creador, es porque supera el mundo que los dioses han designado.

En Pobres criaturas, Willem Dafoe es el Dr. Godwin Baxter, God (Dios) como diminutivo (Godwin es, coincidentemente, el nombre del padre de Mary Shelley). El científico que da vida a Bella Baxter. Un experimento que luego pasa a ser supervisado por Max McCandles (Ramy Youssef) y, eventualmente, robado por el seductor Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo). El mundo de Bella está definido por estos tres dioses. Pero el Doctor Godwin siente poco aprecio por el extraño y fascinante mundo en el que vive, su padre lo convirtió en un monstruo, pero él tiene pocas intenciones de hacer lo mismo con su experimento/hija.

McCandles es el primero en intentar contener la energía sexual de la joven Bella, pero se topa, cándidamente, con una fuerza de la naturaleza que no entiende porqué el mundo no está en constante búsqueda de ese éxtasis. Wedderburn aprovecha la ingenuidad de esta niña en cuerpo de mujer y se la lleva en una escapada sexual por una Lisboa steampunk, una Alejandría miserable y un París cuasi vodevilesco. De más está decir que desde el diseño de producción hasta el vestuario, pasando por la fotografía y la música, se dan un festín delirante y desatado, pero completamente acorde con este viaje. Colores pasteles, saturados, blanco y negro, shorts y vestidos con vuelos, paredes de tela, etcétera, etcétera.

Pero un atisbo del mundo le basta a Bella para darse cuenta que Wedderburn no debiera tener poder sobre ella. El encuentro en un crucero con dos personajes que la introducen a la filosofía y la lectura, al cruel cinismo de la sociedad y la perspectiva que solo entregan los años, logran que el abogado seductor lo pierda todo. Un aplauso para Mark Ruffalo, que se esfuerza particularmente por dejar de ser Mark Ruffalo y lo consigue con un personaje que es el opuesto a Bella. Mientras este experimento crece, madura, y se convierte en una mujer adulta, Duncan involuciona hasta convertirse en un “niñombre”.

Llega París, la prostitución, una cita a Marx que debe ser uno de los puntos más delirantes de una comedia negra magnífica, con momentos realmente brillantes. Y luego Londres y la resolución de una mujer que pasó de ser un experimento a crearse a sí misma.

Muchos de los cuestionamientos a los supuestos discursos que enarbola Pobres criaturas están centrados en ese segundo acto, los demás en el hecho (literal) de ser el cerebro de un nonato en el cuerpo de una mujer adulta y que se desarrolla de forma acelerada. Y digo supuestos, porque no tengo certeza de que Lanthimos tenga interés en discursos. Expone temas y deja que nosotros nos dediquemos a disputarlos. Construye un mundo para luego entregarnos las antorchas y las horquetas a nosotros. Se dedica a la ambivalencia con la misma devoción que quiebra un goce en el relato. La música de Jerskin Fendrix es el mejor ejemplo de esto. Cada vez que comienza a construir una melodía que entraría en los cánones de belleza musical, la quiebra como un infante jugando con un xilófono. La incomodidad de la audiencia con el único objetivo de reforzar la persecución artística, sin abandonar la historia que se está contando, si no que traspasar la pantalla con las preguntas y dejarte las reflexiones a la salida.

Lanthimos y Stone, en su doble rol de productora y protagonista, cierran Pobres criaturas con una imagen en que los hombres abusadores son castigados, los que entendieron el nuevo mundo son compensados, el placer está encarnado y al lado de esta nueva diosa, y un nuevo mundo se está empezando. El fuego de los dioses pertenece ahora a la criatura.

No sé si es la advertencia de Mary o el anhelo de Percy Bysshe.

Puede ser ambas cosas. O ninguna. Esa es la gracia de una obra de arte. Que puedas sentirla antes de entenderla, incluso cuando esto último pueda no llegar.

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