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14 de Febrero de 2024

Tres historias de amor a segunda vista: personas que se conocieron y muchos años después se enamoraron y emparejaron

Hay amores que sorprenden. Amores que llegan solos, que aparecen de un día para otro, o que son fruto de una coincidencia tan específica, que de haber habido un solo segundo distinto de la realidad, no hubiese sido nunca. Los amores desapercibidos son aquellos no imaginados. Aquí contamos tres historias de amor entre personas que pueden haberse conocido fugazmente en un principio. No había ningún vínculo, ningún interés, pero ante el reencuentro después de mucho tiempo, recibieron el flechazo.

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Franco Passarelli y Josefina Marcuzzi (ambos de 37) estuvieron 18 años en el mismo curso en la escuela Bachillerato de Bellas Artes en La Plata, Argentina. Ella, sentada en primera fila todas las clases, participativa y de buenas notas. Y él, siempre sentado atrás, siempre en los recuperatorios, siempre amonestado. Mucho antes de que surgiera el amor entre ambos.

“Siempre pensé en Franco como un pibe de un grupo quilombero, que escuchaba punk y que no le importaba mucho la escuela. Cada vez que lo castigaban, me preguntaba si ese grupo, en algún momento, se iba a poner las pilas con el colegio. Más allá de eso, no tenía nada en común con él y me era absolutamente indiferente”, empieza a contar Marcuzzi.

Como venían de dos grupos de amigos completamente distintos, ambos se encontraron solo dos veces en 15 años después de salir del colegio. “En las fiestas hacíamos un cruce formal y nada más. ‘¿Cómo estás?, ¿Qué es de tu vida? ¿En qué estas?’, sin haber de mi parte ningún interés en ese momento. Ahora, a medida que iban pasando los años, sí me empezaba a dar cuenta que él estaba cambiando. Que estaba más grande”, continúa. 

Arriba, al medio, Josefina Marcuzzi (37) en la celebración de su cumpleaños número 15 en el 2002. Abajo, el cuarto hacia la derecha, Franco Passarelli (37) posando junto a sus amigos en la foto oficial de la mesa en la fiesta.

Hasta que en 2021, Franco Passarelli le respondió una historia de Instagram. En ella, había una foto de su gata, Evita. “‘Che, ¿esa gata es peronista?’,  me dijo. Yo le dije que sí, que era por Evita Perón y él inmediatamente me respondió: ‘Que bueno, hice match con ella’, —refiriéndose a la gata—“, cuenta Josefina Marcuzzi.  ‘Ah, bueno, aquí puede haber una charla interesante’, pensó después. Siguieron conversando un par de días por las redes, hasta que él la invitó a unas cervezas al departamento. 

“No tenía nada que perder y le dije que sí. Tuve algún prejuicio de que él fuera un poco nerd, por cómo lo había conocido en la secundaria. De todas maneras, la conversación por redes sociales me había dado una pauta sobre que él era una persona amena para conversar”, cuenta Marcuzzi. Cuando llegó al edificio, Franco Passarelli le abrió la puerta y ella, sorprendida, lo abrazó. “Éste chico no puede ser tan lindo”, pensó. “Ahora estaba mucho más alto, la espalda grande, se había puesto un poco canoso, de piel morena y cara hermosa. Me dio un abrazo y un beso y me invitó a pasar. No podía creer el crack en el que se había convertido”. 

Una vez adentro, conversaron por horas de sus carreras. Ella periodista, él antropólogo y ambos de acuerdo sobre la contingencia política de Argentina. Concordaban en casi todas las ideas, también se dieron cuenta de que eran del mismo equipo de fútbol, Esgrima y gimnasia de La Plata y, se rieron de la época del colegio.

Cuando Josefina Marcuzzi le preguntó qué pensaba de ella en la secundaria, él respondió que ella siempre le había gustado en secreto. “Me dijo que pensaba que, como yo era de las más lindas del grupo, nunca iba a tener una oportunidad. Por eso nunca se animó a hacer nada”, cuenta. Después de eso, se besaron. 

Ella se fue del departamento y le escribió sobre lo bien que la había pasado y que le habría encantado darle otro beso. Él respondió más tranquilo y eso le hizo pensar a Josefina que quizás había salido todo mal. “Pero en realidad él solo era más tímido que yo. Nos vimos de nuevo a la semana siguiente y ya en octubre, formalizamos. Hoy vivimos los dos en Buenos Aires con nuestros gatos Néstor y Eva”, concluye. 

Franco Passarelli y Josefina Marcuzzi hoy.

Amor tras cinco años de miradas fugaces en la calle

Constanza Miranda (40) tenía un pololo que la invitaba a tocatas de bandas en vivo a los 18 años, cerca del Barrio Bellas Artes. Era 2002, y ella, vestida extravagante, destacaba en medio de los fanáticos de la música Indie de esa época. En esa banda cantaba Francisco Astudillo (46), que entre la gente, la distinguió inmediatamente. 

De eso pasaron cinco años, y en el trayecto, Constanza Miranda cuenta que empezaron a cruzarse muy seguido por la calle. Así, con miradas fugaces y nada más, caminaron durante años en direcciones opuestas por Bellas Artes. Luego, desaparecían. 

Un día, Constanza Miranda estaba sentada leyendo en el Terminal de Buses de Santiago, mientras esperaba para irse a la playa. Y apareció él. “Desde lejos, empezó a caminar hacia mí porque nos habíamos cruzado por casualidad tantas veces antes, que lo natural hubiese sido saludarnos”, dice. “Pero, yo me tapé la cara con el libro que estaba leyendo. No quería conocerlo, me daba demasiada vergüenza. Y aunque lo vi y lo encontré hermoso, le pedí al cielo que no se me acercara. Cuando vio que me tapé la cara, él pasó de largo”.

Pasó un año y medio de ese último encuentro efímero. Constanza Miranda se metió a Facebook y encontró la publicación de una amiga con una foto de la banda de Francisco, esa que le había gustado hace tanto tiempo. “Yo los escuchaba siempre, incluso, ponía los discos cuando viajaba a la casa de mi abuela fuera de Santiago. Fue tanta la emoción de ver una imagen de ellos de nuevo, que la comenté. Cinco minutos después, me llegó una notificación. Ahí estaba él de nuevo, posteando públicamente que iniciáramos una conversación”, cuenta. 

Empezaron a hablar por Messenger. Él la invitó a salir varias veces y en todas, ella se negaba. La ponía nerviosa que se acabara el tema de conversación. Pero un día, se estrenó una película dirigida por uno de sus cineastas favoritos y Francisco Astudillo lo adivinó. “Me invitó justo a ver esa película y fue así como empecé a descubrir que teníamos cosas en común”, dice hoy, recordando que esa vez aceptó y que al final de la cita, tuvieron que inventar más panoramas para ese mismo día porque no se querían dejar de ver. Habían pasado demasiados años de fugacidades. 

Hoy, llevan nueve años juntos y casados. Hace poco, fueron a la playa con dos amigos que siempre han tenido en común, que le confesaron a Constanza Miranda que Francisco había preguntado por ella justo antes de que se escribieran por Facebook. “Fue tan lindo, porque las coincidencias se dieron hasta el último minuto. Yo también había estado averiguando esa misma semana en mis círculos quién era él. Hasta que por fin, coincidimos”. 

“Al final, mejor juntas para quererse que para consolarse”

Ignacia García (47) y Alejandra Soffia (47) eran conocidas por coincidencia en 1990: tenían una amiga en común en el colegio y solo se topaban cuando se juntaban con ella. Tenían 18 años, se veían muy poco y cada una empezó a hacer su vida. De ahí en adelante, nada más. Pasaron 8 años, ambas se emparejaron y ambas, se empezaron a divorciar al mismo tiempo. Ignacia García terminaba un amor con otra mujer y Alejandra Soffia su primer matrimonio con un hombre. Como ambas estaban en el mismo proceso, encontrar compañía y amistad en la otra fue una salvación.

Luego ambas comenzaron a salir con personas distintas. Alejandra Soffia —que vivía en el sur— viajaba a Santiago a ver a su nueva pareja y se quedaba en el departamento de Ignacia. García empezó a salir con otra mujer, y así, los cuatro iban de fiesta. Después de otros ocho años, ambas se separaron de nuevo. Volvieron a reencontrarse, y volvieron a emparejarse con otras personas. 

Hace poco, ambas se volvieron a separar y se reencontraron para apoyarse por tercera vez. “Teníamos una relación que era un apoyo muy fuerte frente a la vulnerabilidad. Pero siempre fue eso: una amistad”, comienza a contar Ignacia García. Una noche en esos encuentros, pasaron a tomar vino a la casa de otra amiga. 

“Yo creo que ella tiene que haber dicho algo así como: ‘Yo sí podría estar con una mujer’… O yo recibí alguna señal…Algo tiene que haber gatillado que yo me parara de mi silla, fuera hacia ella y le plantara un beso gigante”, dice García.  Ella me lo devolvió con pasión. Estuvimos mucho rato besándonos mientras caían rayos y centellas. Hasta que nuestra amiga que estaba sentada frente a nosotras, dijo: ‘Por favor, váyanse a un motel’. Y eso hicimos. Pasamos tres noches de felices pasiones, agarrándonos la manito y devolviéndonos la autoestima”. 

Ambas consideraron ese beso como un impacto mágico después de 30 años. “Yo no me podía parar de preguntar cómo no la había visto antes”, cuenta Ignacia García. Al principio las dos acordaron no involucrarse en una relación. Pero la segunda vez que se encontraron después de ese beso, todo cambió. “Yo no me ando enamorando de mis amigas así como así. Antes miraba sus virtudes y dificultades con la distancia de una amiga. Ahora, empiezo a mirarme a mí misma en sus cosas, a ver si cumplo con alguno de los requisitos para encajar en esa vida”, concluye Ignacia García.

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