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17 de Febrero de 2024

Mi peor experiencia en Tinder: cuatro relatos de quienes fueron engañados a través de aplicaciones de citas

Mi peor experiencia en Tinder: cuatro relatos de quienes fueron engañados a través de aplicaciones de citas Ilustración: Camila Cruz

Al darle la oportunidad a conocer gente para tener citas o incluso encontrar una relación amorosa, también se asumen riesgos. Desde toparse con gente de comportamientos extraños hasta llegar a una cita y encontrarse con alguien completamente diferente a quien aparecía en fotos. Acá, cuatro historias de malas experiencias tras conocer de manera virtual a una persona.

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Al llegar a Santiago desde Iquique, para empezar sus estudios universitarios, Sebastián (23) decidió descargar dos aplicaciones de citas: Tinder y Bumble. Buscaba hacer amigos y conocer gente en la ciudad que sería su nuevo hogar.

En agosto de 2023 conoció a una chica. Antonia, de 22 años, decía ser estudiante de enfermería en la Universidad del Desarrollo y conversaban día a día de cosas banales: ¿En qué estás? ¿Qué haces? ¿Cómo va el día? Un día ella lo invitó a tomarse un café en el parque Bustamante. Él aceptó.

A la hora de juntarse, Sebastián llegó más temprano, para asegurarse de ver antes quién era la persona con la que se iba a encontrar. “Digo que voy llegando cuando en verdad ya estoy ahí, viendo si está o no la persona que ando buscando”, explica. Pidió una foto para saber en qué parte del parque estaba, y recibió una que situaba a Antonia cerca del Hospital de la ACHS.

Se fue acercando al lugar de la imagen sin encontrar a la chica que buscaba. Él le dijo que llegaría en cinco minutos, cuando en realidad seguía dando vueltas, buscándola. Al no encontrarla, le volvió a pedir una foto, ya cerca del lugar de encuentro, cuando de repente ve, a lo lejos, a quien estaba sacando las fotos que le llegaban. “Era un hombre de unos 50 años, que perfectamente podía haber sido mi papá”, recuerda.

Parecía ser un señor con pelo corto y barba completa, lucía descuidado, pero limpio, con camisa a cuadros y pantalón de buzo negro, describe. “Por suerte no se dio cuenta en el momento que lo había visto, o no me reconoció, o simplemente no me vio”, cuenta.

Al instante, Sebastián le sacó una foto a lo lejos. “Se la envié a Antonia y le dije: ‘Me estás engañando. Tú no eres la chica de las fotos, eres este señor'”. Instantáneamente, el hombre lo bloqueó desde el perfil de Antonia. Dejando en evidencia su engaño.

Para este 2024, según el portal de estadística en línea alemán Statista, se estima que en Chile los usuarios de las aplicaciones de cita lleguen a 800 mil personas.

Uno de esos perfiles es Sebastián, quien siguió usando por algún tiempo Tinder. Pero en sus años estudiando arquitectura pudo conocer a personas en vivo y en directo, por lo que optó por salir de la aplicación.

Tamara (31): “Atiné a compartirle la ubicación a mi mejor amiga y a decirle que me ayudara”

Hace cuatro años Tamara (31) se creó una cuenta de Tinder por primera vez, tras haber estado en una relación larga. A sus 26 años sentía que había perdido todas sus habilidades de coqueteo y conquista. Al entrar a la aplicación de cita, se preguntó: “¿Así se corteja en la actualidad? ¿Dónde estuve que quedé fuera de este juego por muchísimos años? ¿No tenía esa habilidad?”.

“Entre swipe y swipe, hice match con este sujeto. Buena onda, no tan guapo, pero dije démosle”. Hablaban sobre ellos, sus profesiones -él era docente universitario-, gustos, afinidades. Si bien Tamara no lo encontraba atractivo físicamente, dice que era “muy simpático y muy inteligente”, lo cual sí le llamaba la atención.

“Me caía bien. Pero la verdad es que estaba en una época de mi vida súper vulnerable. Había terminado una relación de seis años muy tortuosa hace uno o dos meses. Antes de esa relación estuve nueve meses soltera. Y antes de eso había pololeado cinco años. Además, yo no había pasado por un trabajo personal. No sabía qué quería, por ende, no filtraba”, cuenta.

Se juntaron en la estación República. “Él era muy alto y muy distinto a las fotos. Se veía súper descuidado. Vestía pantalones y camisa anchos, zapatos de vestir sin cordones. No muy del estilo que me gusta, para nada la verdad. Incluso, tenía esa especie de baba blanca pegada en la barba. Pensé: ‘Démosle. Podría conocerlo. Qué tan mal podría salir’. Gran error”, dice.

La primera propuesta de su cita fue “vamos a un motel”. Sin adornos, sin eufemismos. Tamara quedó helada, a lo que respondió: “Conozcámonos y veamos qué onda”. Se trasladaron a una plaza y empezaron a conversar. Él se insinuaba constantemente. “Yo no sabía qué hacer. Atiné a compartirle la ubicación a mi mejor amiga y a decirle que me ayudara. Que no era lo que esperaba”, expone.

Mientras tanto, él le hacía cariño, la miraba, le daba la mano, le trataba de dar besos. “Pero lo más raro fue que se apoyó en mi hombro, se empezó a frotar como un gato y empezó a ronronear. Sí, a ronronear”, afirma Tamara.

En eso la llamó su amiga, le dice que la asaltaron y que necesitaba de su ayuda. “Yo decidí decirle: ‘Oye, ¿sabes qué? Perdón. Me debo ir’. Él responde: ”Pucha, qué pena. ¿Te voy a dejar o te pido Uber?’. Tamara se negó. “¿Te voy a dejar al metro o a la micro?”, insistió su cita. Ella decidió aceptar, total sería la última vez que lo vería. Al despedirse le dio un beso cuneteado y le dijo: “Cuídate, llámame cuando tengas ganas”.

“Mi solución, tras ese encuentro, fue llegar a mi casa y bloquearlo. Me sentí súper mal, vulnerable, tonta, culpable. Tuve emociones súper autoflagelantes, que igual obedecen al hecho de que no me conocía ni sabía qué quería. Me sentí desesperanzada. Pensaba, ‘¿en serio las citas son así?’. Me sentía como una adolescente sin calle”, comenta.

Tamara siguió usando Tinder. Lo usaba durante sus viajes para conocer gente, pero dejó de usarlo el año pasado, cuando comenzó una relación con una persona que conocía hace años, la cual la tiene hoy feliz y enamorada.

Antonia (23): “Yo aporté con el testimonio, pero había chicas más afectadas”

En el año 2020 Antonia (23) instaló Tinder para ver qué pasaba. Venía de región, por lo que optó por la aplicación. Habló con un par de personas, hasta que un joven llamó su atención. “La verdad se veía bien guapo en las fotos, era flaco, pero musculoso, alto, medio rubio y con ojos claros, un chico hegemónicamente atractivo”, explica.

“Una vez que comenzó a hablar conmigo, supe que había algo mal. Era extremadamente intenso, hacía muchas preguntas de índole sexual apenas conociéndonos, como cuál había sido mi experiencia más extraña”, recuerda. Además, le consultó por otras cosas que hicieron sentir incómoda a Antonia. Ella se negó a responder. 

Tanto en WhatsApp como Instagram, la persona que ella conoció tenía las mismas fotos que en Tinder. Incluso subía historias frecuentemente, generalmente manejando o en situaciones donde no mostraba su cara. Solo en un par de ocasiones publicó imágenes de él, pero eran con filtro.  

“Sabiendo que no nos conocíamos ni nada de eso, empieza a decirme cosas como: ¿Por qué no me contestas si estás en línea? O ‘gracias por el visto’. Realmente se enojaba cuando no le contestaba”, dice Antonia, por lo que optó por manifestarle que no le gustaban ese tipo de actitudes, ya que no eran amigos.

“Me llegó a pedir fotos o trató de sextear, pero me alejaba al tiro y de un día a otro dejó de hablar conmigo. De repente su cuenta desapareció, no estaba en ningún lado”, narra.

Pasada una semana, le escribió una chica y le preguntó: “¿Oye, tú hablabas con él en Tinder?”. Ella también habló con durante un tipo con el sujeto que conoció en la aplicación. A diferencia de Antonia, la mujer le pidió que se juntaran, pero él nunca podía o no llegaba.

Entonces ella empezó a sospechar. Un día le pidió el carnet. Le insistió tanto que él accedió. Su foto no era remotamente cercana a las que había visto de él. La imagen la compartió con Antonia. “Era todo lo contrario al otro chico, mucho más moreno, tenía el pelo corto, la cara grande, el cuello grande, tenía los ojos cafés”, describe. Y, como era de esperarse, no se llamaba como en sus redes.

El sujeto confesó que usaba Tinder para robar fotos de otras personas y venderlas. Tras recolectar el nombre de todas las mujeres que fueron engañadas, la joven que contactó a Antonia creó un grupo de WhatsApp para reunir testimonios y poder realizar una demanda. “Éramos fácilmente 20 en el grupo y hartas dijeron que si le mandaron fotos”, cuenta.

Antonia, finalmente, nunca supo si se hizo la demanda o qué pasó después con él. “Yo aporté con el testimonio, pero había chicas más afectadas”, expone.

Agustina (20): “La mejor idea para escapar fue decirle cuánto extrañaba a mi ex pareja”

Agustina (20) tenía 18 años cuando después de su graduación de cuarto medio decidió conocer a gente. Había terminado hace poco una relación muy importante para ella. Salió a un bar con una amiga, ella subió una foto y la etiquetó en Instagram. Acto seguido, la comenzó a seguir una persona.

Lo encontró “lindo” y le gustaba su estilo, ya que “era aesthetic y guapo”. “Dije: Esta es la mía”, recuerda. Era buena onda, cariñoso, preocupado, tenía 18 y recién había salido del colegio. Él le propuso que se vieran un día para conocerse mejor. Ella aceptó.

“Estaba muy desesperada, muy vulnerable por haber terminado una relación muy intensa, me gustaba un niño y yo no a él, entonces estaba en la dinámica un clavo saca a otro clavo”, explica Agustina, por lo que estaba dispuesta a conocer a otras personas para poder sentirse mejor. Él la invitó a su casa. “Me abre la puerta un chico nada que ver con el de las fotos. Ya estaba ahí, así que decidí confiar y darle una oportunidad”, cuenta.

Tenía estrabismo grave y la mandíbula hacia afuera -relata-, además de una forma extraña de hablar. “No tenía nada que ver a la persona que conocía en las fotos, así que comencé a sospechar que las fotos en realidad estaban muy trucadas para que realmente fuese la misma persona”.

No tenía puerta, estaba su mamá y fue muy raro cómo se acercaba a Agustina para pasar al segundo nivel. Se notaba que era un tipo que no sabía lo que estaba haciendo. “Todo era muy raro y me comencé a sentir incómoda, sobre todo porque no era el chico que a mí me había gustado, sino que parecía un completo extraño”.

Para salir de la situación “decidí que la mejor idea para escapar fue largarme a llorar y decirle cuánto extrañaba a mi ex pareja”. 

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