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Opinión

17 de Febrero de 2024

Columna de Isabel Plant: ¿Quiénes son los acosadores?

Por Isabel Plant

Esta semana, la empresa Eme Bus anunció un plan piloto para la ruta entre Concepción y Santiago, con viajes exclusivos para mujeres y niños. A partir de ello, la columnista Isabel Plant escribe: "Más allá del titular, que por supuesto generó debate en redes (“es discriminación”, “es ridículo”, “por fin podremos estar tranquilas”), hay dos datos interesantes. El primero es que la empresa explicó que la idea nace de 'circunstancias que hemos sufrido en nuestros salones de pasajeros'. Y luego, el horario en que se ofrecerá: son los buses que salen cerca de la medianoche. Se puede inferir entonces que, en reiteradas ocasiones, las mujeres se quejaban de acoso cuando la noche es oscura y algunos hombres creen que nadie está mirando”, plantea.

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No saben el bajón que me dio googlear material para esta columna. Me acordaba de haber visto hace unas semanas una noticia sobre un hombre captado en video masturbándose en una micro, pero al tratar de encontrar la historia el buscador me arrojó decenas de casos similares de acosadores. Era cosa de elegir cualquiera, pasa todo el tiempo, en todo tipo de lugar o medio de transporte.

En diciembre se viralizó uno de esos horrendos momentos de acoso capturados en video, cuando en Valdivia una joven fue acosada en el almacén donde trabaja. Las imágenes son claras: entra un cliente que se da unas vueltas, mientras ella está ocupada ordenando productos. Él se le acerca cada vez más por la espalda y, aprovechando que ella se agacha, la roza con su pene. Sigue una tremenda cachetada, luego la joven logra dejarlo encerrado en el local y va a la búsqueda de los vecinos que encaran al agresor. Este, por su parte, siempre pareciera como desorientado, sorprendido ante la respuesta de la víctima y de sus aliados. ¿Por qué ese video se multiplicó en redes y noticias? Quizás porque es demasiado flagrante, porque muestra lo que sabemos ocurre de manera patente, y también porque la respuesta de la víctima es tan rápida como satisfactoria.

Esta semana, la empresa Eme Bus anunció un plan piloto para la ruta entre Concepción y Santiago, con viajes exclusivos para mujeres y niños. Más allá del titular, que por supuesto generó debate en redes (“es discriminación”, “es ridículo”, “por fin podremos estar tranquilas”), hay dos datos interesantes. El primero es que la empresa explicó que la idea nace de “circunstancias que hemos sufrido en nuestros salones de pasajeros”. Y luego, el horario en que se ofrecerá: son los buses que salen cerca de la medianoche. Se puede inferir entonces que, en reiteradas ocasiones, las mujeres se quejaban de acoso cuando la noche es oscura y algunos hombres creen que nadie está mirando.

En el metro chileno hubo una iniciativa de dejar vagones sólo para mujeres, que no prosperó. Existen en México, Japón y Brasil. A principios del año pasado se anunció mayor cantidad de guardias mujeres en el tren subterráneo para tratar de evitar más acosos. Los datos que maneja el Ministerio de Transportes son fatales: nueve de cada diez mujeres se han sentido acosadas en transporte público.

Incluso después de todo lo que ha pasado, de las marchas, del #MeToo, de las funas, sigue pasando todo el tiempo. Como si la necesidad animal de algunos hombres de tocarse frente a una mujer que no ha hecho nada para incitarlo fuera inmune al paso del tiempo, a la evolución, por último, al castigo social. Por si pasa, se hace. Y luego, si no pasa colado, quedan hombres mareados frente a su delito, retratados en el registro nuboso de una cámara de seguridad: ¿Qué acaba de pasar?

Cuando era chica, la existencia de un exhibicionista a la salida del colegio era una posibilidad que aterraba y al mismo tiempo intrigaba. Debo haber tenido unos diez años cuando se corrió la voz de que unas alumnas mayores se habían topado con un hombre masturbándose en un auto, estacionado a la hora de irse a la casa. Mi cabeza imaginaba a un hombre de ojos saltones y desquiciados, usando una gabardina gris o café, siempre listo para exponer su miembro ante jovencitas en falditas cortas escolares. Flaco, casi consumido por la lujuria que no lo dejaba en paz, y lo obligaba a buscar alivio en cualquier esquina.

Pero no son así, los acosadores. Son flacos o gordos, altos o bajos, de polera y jeans o de terno y zapatos. Jóvenes y viejos. El mío estaba vestido de tenida deportiva, mallas para andar en bicicleta. Yo tenía quince. Iba caminando, en mi propia faldita escolar después del colegio, cortando camino por calles interiores. Pleno día. Él estaba detenido en un pasaje, al lado de su bicicleta y me pidió ayuda. Que necesitaba arreglar algo, que si la podía sostener mientras él apretaba una tuerca. Luego si me podía subir a su bicicleta, para hacer más presión. Y me subí, pero también se subió él detrás de mío. Y apoyo su cuerpo, su todo, contra mi espalda.

Me sentí tan asustada y estúpida, rápidamente dije que me tenía que ir, me bajé, me fui, y la tentación es decir ahora que no pasó nada, pero han pasado veinticinco años y aún recuerdo que llegué a mi destino y me puse a llorar sentada en la vereda, sin poder explicarlo.

¿Por qué sigue pasando? ¿Por qué mujeres de todas las edades tienen que sentirse asustadas y sucias y tristes y enojadas? ¿Qué hay en el acoso? Dominación, pulsión y la incapacidad de ver a otro como ser humano, sino sólo como cuerpo. La única diferencia es que hoy tenemos las filmaciones, esos testimonios saltones y borrosos, con gritos ahogados y manotazos torpes y defensivos, de mujeres que exigen ser vistas, reconocidas y respetadas, como diciendo: soy persona. ¿Y tú, qué eres?

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#acosadores#Acoso#buses eme

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