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Opinión

16 de Marzo de 2024

Columna de Isabel Plant: Lily Allen, Doris Lessing y las “malas madres”

Madres Pexel

“Nunca tuve una estrategia al respecto, pero sí, mis hijas arruinaron mi carrera. Las amo y me completan, pero en términos de ser una estrella pop, la arruinaron completamente”. Tras esta declaración de la cantante Lily Allen, la periodista Isabel Plant escribe sobre la idea de que las mujeres son “malas madres” al optar por sí mismas, aun teniendo hijos. "Sigue siendo mal visto que las madres se quejen y que osen decir que tener descendencia no es simplemente lo mejor que les ha pasado en la vida", plantea. La columnista recuerda a la profesora de Harvard, Claudia Goldin, ganadora del premio Nobel de Economía en 2023, "quien explica cuándo es que las mujeres nos quedamos un escalón más abajo con respecto a los hombres: con la llegada del primer hijo".

Por Isabel Plant

Dos personas me enviaron una entrevista en Radio Times a la cantante británica Lily Allen, casi al mismo tiempo. Hablaba de maternidad y vida laboral: “Nunca tuve una estrategia al respecto, pero sí, mis hijas arruinaron mi carrera. Las amo y me completan, pero en términos de ser una estrella pop, la arruinaron completamente“. Luego añadió: “Me molesta mucho cuando la gente dice que puedes tenerlo todo, porque francamente no es así”.

Y explicó que cree que es válido que algunas personas pongan su vida laboral primero, pero que sus padres no estuvieron mucho cuando era niña y que eso la marcó, y por lo mismo prefirió no repetir la historia. Allen, cuyas hijas tienen 10 y 12 años, fue una supernova del pop, luego entró y salió de una adicción al alcohol y las drogas, se calmó, cuidó hijas, sacó más canciones con menos éxito y hoy se dedica a la actuación.

La entrevista se volvió viral en cosa de horas, replicada en portales en inglés y español. A mí me la enviaron en simultáneo no porque sea la más grande fan de la música de Allen – aunque creo que sus discos Alright, still (2006) y It’s not me, it’s you (2008) son estupendo pop dosmilero-, sino porque ha terminado mi época postnatal, y me lanzo por primera vez a trabajar siendo madre. Aunque tengo redes de apoyo robustas y un compañero corresponsable, igualmente ya en la primera semana tuve que decirle adiós a participar de un proyecto que me encanta. Simplemente el puzzle de cuidados, retorno económico y tiempo me obligó a dejar una pieza querida fuera. Mi hija no cumple aún seis meses y ya puedo decir que sí, Lily Allen tiene razón: no se puede tener todo.

Eso no es nuevo; la viralidad de los comentarios de Allen tiene más que ver con la sinceridad con que se refiere a esta renuncia. Por muchos reels que busquen mostrar la verdadera cara de la crianza, difícil y solitaria, sigue siendo mal visto que las madres se quejen y que osen decir que tener descendencia no es simplemente lo mejor que les ha pasado en la vida. Puede ser también lo más difícil y lo más injusto, sin por eso interferir en el amor.

En este mismo medio, la actriz nacional María Gracia Omegna comentó esta semana algo similar, ha tenido que optar en su carrera desde que nació su hija: “Sigue siendo muy difícil para mí hacer la ecuación de hija y trabajo. Aparecen proyectos que a veces debo rechazar o intentar mover en fechas, porque necesito equilibrar el tiempo con mi hija. No puedo desaparecer como madre y mis decisiones van de la mano con eso. Si estoy en un proyecto televisivo, difícilmente podré generar o embarcarme en un proyecto teatral como el que estoy ahora, porque significa no estar en casa”.

Y pasa que las mujeres que toman un camino distinto, se convierten en unas transgresoras del statu quo tan peligrosas, que pasan al saco de las “malas madres”.

En la estupenda película La hija oscura, de Maggie Gyllenhaal (basada en una novela de Elena Ferrante), la protagonista es Leda, una mujer que en sus vacaciones en una isla griega comienza a recordar sus primeros años de maternidad al observar las interacciones de una familia en la playa. Y sucede que Leda, tras interrumpir su carrera al tener dos hijas muy seguidas, decide partir y dejarlas con su padre por unos años. “Los hijos son una responsabilidad aplastante”, dice. Y tiene razón: incluso intentando mantener algo de su propia identidad a través de lo laboral, Leda no tiene oxígeno en medio de los llantos y las necesidades propias de niñas chicas. Y basta una breve salida del hogar a respirar y trabajar, para embarcarse en un amorío e intoxicarse lo suficiente con la libertad de no estar a cargo de las niñas como para querer separarse de ellas. La película funciona porque transmite perfecto esos momentos de ahogo maternal, la culpa de no ser la madre perfecta, de poner antes el ser mujer. Y la mayor traición social que puede efectuar una mujer: no cuidar.

Una de las madres más famosas en la vida real que prefirió su vida por sobre la de sus hijos fue la Premio Nobel Doris Lessing, quien quizás es tan célebre por escribir El cuaderno dorado como por haber abandonado niños y partir con su manuscrito bajo el brazo a vivir a otro continente. Lessing se casó joven, tuvo dos hijos y con menos de 25 años ya estaba divorciada. Dejó a los niños con su padre para ella entregarse a pasiones políticas. Luego se casó nuevamente, tuvo un tercer hijo y otra vez se divorció, esta vez más segura de querer entregarse a sus pasiones literarias. Entonces ya no dejó sólo el hogar, sino que el país: con 36 años y el borrador de su libro se fue a Londres, llevándose sólo al hijo menor, y comenzó una vida nueva que la llevaría a la gloria literaria. ¿Amaba a sus niños? Sí, así lo afirmaba en sus cartas. Los quería, los extrañaba. Escribió también novelas donde describía las ambivalencias de la maternidad, de este amor sobrecogedor por las criaturas y al mismo tiempo la imposibilidad de desarrollarse plenamente si se busca un fin político o laboral más allá de la maternidad.

Los datos que le dan soporte a los reclamos de Lessing, o de Lily Allen, son material de Nobel. El Premio de Economía otorgado por la Academia Sueca en 2023 fue a Claudia Goldin, la brillante profesora de Harvard que ha dedicado su vida a demostrar y explicar la brecha de género laboral. Ha estudiado 200 años de historia, y habla de la importancia de las expectativas: a partir de los años 70 y 80, las mujeres ya no quieren solo trabajar para mantener la casa, ni están tan sorprendidas de poder hacerlo como generaciones anteriores, sino que quieren carreras, desarrollo profesional y personal a través del trabajo.

La píldora y la educación superior les abrió el camino. Pero en un gráfico muy bien diseñado, Goldin explica cuándo es que las mujeres nos quedamos un escalón más abajo con respecto a los hombres: con la llegada del primer hijo. Si antes avanzábamos en paralelo, con el nacimiento las mujeres se rezagan y jamás logran recuperarse realmente. En buena parte porque los cuidados, o las gripes sorpresivas y las caídas en el patio del colegio recaen normalmente en las mujeres.

Y bueno, ¿son entonces los hijos una verdadera condena? No deberían serlo, si criáramos en tribu, si el Estado los entendiera como la primera responsabilidad y ofreciera facilidades para su cuidado. Y si las mismas mujeres, libres ya de un deber ser atávico gracias a la ciencia, el feminismo y la modernidad, podamos darnos el espacio para ser personas primero que madres, que aman profundamente a sus hijos, y a ellas mismas.

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