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Opinión

13 de Abril de 2024

Columna de Isabel Plant | Carrie Bradshaw y Bridget Jones: ¿Anti feministas?

"Sex and the city" llegó con todas sus temporadas a Netflix, mientras se acaba de anunciar una nueva entrega de "El diario de Bridget Jones". La columnista de The Clinic, Isabel Plant, plantea cómo los personajes principales, Carrie y Bridget, marcaron un rumbo pop para las mujeres de los años 90 y 2000 y cómo la mirada de la última década ha cambiado sobre ellas. "Son personajes que le dieron en su momento voz a las mujeres y las pusieron al centro de la narrativa. Que son imperfectas, contradictorias, enervantes, adorables, divertidas, todo a la vez. Y que le dieron permiso a sus seguidoras y espectadoras de serlo. Eso es feminismo, también", apunta Plant.

Por Isabel Plant

Pareciera que todo vuelve en esta vida. Por estos días se ha anunciado que Bridget Jones, la más encantadora y famosa británica en busca de amor y de amor propio, tendrá cuarta película, con la actriz Renée Zellweger retomando su rol más icónico, ahora como viuda y madre de dos hijos (QEPD, Señor Darcy). Otra que nunca se ha ido es Carrie Bradshaw, la soltera (y ahora también viuda, ¿es la moda?) más estilosa de Manhattan. Interpretada por Sarah Jessica Parker, retornará por una nueva temporada de la serie And just like that, secuela (menos lograda) de su famosa Sex and the city. Además, la Sex and the city original acaba de aterrizar en Netflix, para ser maratoneada por una nueva generación. Carrie y Bridget (nos vamos a referir a su versión de serie y cine, no a la literaria) definieron a las mujeres en el mundo pop del 2000; fueron pioneras, ídolas, amadas y odiadas, imitadas y jamás igualadas. El tiempo pasa y casi un cuarto de siglo después, el nuevo feminismo ha puesto en cuestionamiento su verdadero legado. Parafraseando a una de ellas: con tanto revival, no pude evitar preguntarme: ¿Son Carrie y Bridget anti feministas?

Carrie vino primero. Cuesta recordarlo, y la nueva generación que la está viendo en Netflix puede incluso no poder imaginarlo, pero fue uno de los pedazos de televisión más iconoclastas y rupturistas que se habían estrenado en el lejano 1998. Basada en las columnas de Candace Bushnell, Sex and the city seguía las aventuras de cuatro solteras navegando su vida, amistad, amor y carreras en Nueva York, con un poder adquisitivo ridículo y mucho, mucho sexo. HBO había comenzado una senda de producciones que se aprovechaban de estar en cable para mover el cerco en cuanto a sexualidad, lenguaje y creatividad. Unos meses después de Carrie vendría el turno de estreno de Tony Soprano y su familia, y la historia de la pantalla chica cambiaría para siempre, inaugurando una nueva “era dorada de la TV”.

Sex and the city fue parte de ese oro: nunca antes las mujeres habían hablado con tal franqueza, sobre su vida, sobre el sexo, en una serie. Siendo cada una un arquetipo (la chica simpática, la matea, la romántica, la sexy), se pasearon por todo tipo de temáticas novedosas en cuanto al género, desde masturbación a infertilidad, de enfermedades a infidelidades. Puede ser que estuvieran excesivamente obsesionadas con el sexo opuesto, y que Carrie haya tenido una fijación tóxica con su Mr. Big, pero el mensaje siempre fue que se podía ser soltera y exitosa pasados los 30: de nuevo, quizás para las jóvenes esto es una obviedad, pero para las que crecimos en los 90, era una revelación.

Como todo producto de su tiempo, Sex and the city no escapa de las críticas que se le pueden hacer desde la vereda del nuevo feminismo: son blancas, cis y heteronormadas (o lo eran, en ese entonces), consumistas a más no poder, embobadas aún con la idea del amor romántico y encontrar la media naranja (excepto Samantha, visionaria). Pero el mensaje de Carrie y compañía se mantuvo firme: son tus amigas los verdaderos amores de tu vida. Ese reflejo de los lazos que tenemos las mujeres, junto con haber plantado una bandera en cuanto a liberación de la sexualidad femenina, permitiendo sin condenas el sexo por placer y sin culpa, hizo que mujeres en todo el mundo decidieran si eran las Carrie, las Charlotte, las Miranda o las Samantha de su grupo de amistades, y que los Cosmopolitan y los Manolo Blahnik pasaran a ser sinónimo de estilo. Quienes crecimos pidiendo permiso para ver Sex and the city (la respuesta de mi madre por años: no), aún podemos ver en Carrie y sus amigas pequeñas semillas de la libertad que las jóvenes disfrutan hoy.

Bridget Jones también ha ido envejeciendo con su público, gracias a que la escritora Helen Fielding fue publicando más libros de la heroína, convirtiéndola en madre y, ahora, en viuda. Bridget comienza la aventura soltera y con malos hábitos alimenticios, además de una debilidad por el hombre equivocado; terminará la primera cinta más saludable, con mayor amor propio y emparejada con el bueno de Darcy. Parte de su éxito está en el humor que acompaña a la británica durante todo el recorrido, sobre todo consigo misma.

Visto en la mirada contemporánea, quizás su mayor pecado es la obsesión por los kilos de más y por igualar el ser flaca a ser feliz. Pero basta con leer las críticas de cine de la época, la mayoría escritas por hombres, por supuesto, donde la fijación con los muslos rellenos de Zellweger bordea lo obsesivo, y darse cuenta que Bridget estaba también marcando un hito en un mundo donde ser talla M era ser talla grande. Veníamos de la moda de “heroin chic”, de Kate Moss, de pantalones a la cadera. Y llegó Bridget a demostrar que todas las demás, el 99 por ciento de la población que no es extra small, podía ser la heroína de la película.

Bridget Jones también nos permitió reírnos y perdonarnos por caer redondas frente a hombres tóxicos -porque quién se habría resistido a Hugh Grant-; a querer ser la mejor versión de nosotras mismas y a querernos “tal cual somos”, como diría Darcy. Como parte del mundo de las comedias románticas, su obsesión con que la media naranja es la única manera de terminar la historia es comprensible, aunque hoy se considere anticuada.

Ríos de tinta se han gastado en describir lo que han significado estos dos personajes para el mundo femenino; hay cientos de tesis universitarias, de hecho, sobre el asunto. En su momento, Bridget y Carrie fueron definidas como “post-feministas”, queriendo describir a mujeres que, teniendo aseguradas educación, independencia, trabajo, libertad sexual y reproductiva, ya no tenían que luchar por lo que habían peleado sus antecesoras y podían dedicarse a otras preocupaciones más superficiales, en apariencia.

Esto fue, claro, antes de que la cuarta ola de feminismo enrostrara lo que aún estaba en deuda en cuanto a consentimiento, a brechas salariales, a violencia y tanto más que hay que exigir y pelear, día a día, año a año. Por lo que post feministas es un imposible; tampoco son anti feministas, ya que ambas buscan emancipación y practican la sororidad. Por, sobre todo, son personajes que le dieron en su momento voz a las mujeres y las pusieron al centro de la narrativa. Que son imperfectas, contradictorias, enervantes, adorables, divertidas, todo a la vez. Y que le dieron permiso a sus seguidoras y espectadoras de serlo. Eso es feminismo, también.

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