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Opinión

27 de Abril de 2024

Columna de Rita Cox | Mi vida arriba del auto: Un absurdo sin quejas

Ilustración: Camila Cruz.

Rita Cox debuta como columnista de The Clinic escribiendo sobre como vive con el "taco" de la capital. "Avanzar en los pendientes, peinarme, encremarme, pasarme la galvánica facial, la maquillada rápida, sacar la pinza y delinearme las cejas. Todo eso lo hago arriba del auto. Llorar, hacer listas mentales, planificar el día, la semana y la vida. Algo pasa arriba del auto, un modo suspensión, una intimidad que permiten un estado mental distinto al que, al menos yo, logro experimentar con los pies en la tierra". Y agrega: "Tengo la fortuna que mis doce horas semanales arriba del auto son un viaje en primera. Sin duda son un absurdo, quizá el más grande de los absurdos de la vida contemporánea. Pero seamos justos: no tengo cara para quejarme".

Por Rita Cox

Me paso doce horas a la semana arriba del auto. No me quejo. Asumo que es uno de los costos de vivir en una ciudad como Santiago, aunque ese tiempo sea un absurdo si considero que un lunes cualquiera de viaje entre casa y trabajo, y de vuelta a casa, me pueden costar hora y media si tengo suerte. Una hora y media para 17 kilómetros en línea recta entre Vitacura altura del 9.000 y Av. Andrés Bello altura del 2.300. Un chiste para un runner, imagino. Irracional si se considera que es el tiempo que me tomaría llegar a la playa un sábado.

Bajando, el cuello de botella se produce en Vitacura esquina de Rodrigo de Quiroga hasta la Costanera Andrés Bello -desde el 5 de febrero se puso fin a la histórica reversibilidad- con Los Leones.

¿Metro? Todas mis fichas están puestas en la Línea 7. Una vez inaugurada, podré hacer el trayecto Vitacura-Providencia en 15 minutos. ¿Micro? A veces. Cuando hay más tiempo disponible y paciencia. Sobre la 405, que pasa frente a mi casa, demoro una hora hasta la pega, sin la comodidad del auto y con la impaciencia que me generan las 19 paradas que me tocan en el camino. ¿Bicicleta? No tengo la condición física ni el espíritu.

Soy un ser de auto. Un absurdo ser de auto.  

En Chile el parque de vehículos bordea los seis millones. Cerca del 54% se encuentra en la Región Metropolitana. Automóvil Club de Chile calcula que en el país hay un auto por cada cuatro habitantes, una de las cifras más altas de Latinoamérica. Y aunque se vuelve 15 minutos más lenta por año, Santiago no está dentro de las ciudades más congestionadas del continente. Lideran Bogotá, México y Sao Paulo.

Según el último reporte internacional de TomTom -el Tom Traffic Index que midió el 2022- si se considera toda la ciudad de Santiago, el tiempo extra que pasamos arriba del auto por manejar durante las horas de mayor congestión fue de 66 horas (2 días y 18 horas), cifra que aumentó en 3 horas y 4 minutos respecto de 2021.

Sola arriba del auto, mi cuarto propio, tengo una rutina. Antes de emprender el viaje, reviso Waze y confirmo el tiempo que me espera para no ilusionarme. Prendo la radio, mando audios de voz laborales y sociales, hago llamadas pendientes y, si estoy atrapada y no avanzo, mando o respondo algún correo o Whatsapp. Pecados mortales estos últimos, lo sé. Me escondo en la masa: la manipulación de celulares detrás del volante es la principal actividad que realizan los conductores en Chile, según un estudio de Automóvil Club.

Nada muy original intentar ser productivos en medio de la congestión. Ya lo reportaba revista Zig-Zag en 1928 con “Las aventuras de Mr. Ripeapple”, la tira cómica que daba cuenta de las observaciones sobre Santiago de un gringo de paso. “La caricatura sugiere que en el futuro los hombres de negocios usarían este tiempo (de tacos en calle Estado al llegar a Plaza de Armas) para escribir su correspondencia en máquinas de escribir adaptables al volante del automóvil”, se lee el libro “Conductores, pasajeros, peatones” (ARQ Ediciones) de Tomás Errázuriz.

Los primeros autos llegaron en 1917 a Santiago provenientes de Estados Unidos. En 1925 las calles céntricas eran un escenario caótico debido a la precaria infraestructura, la circulación de autos, autobuses, tranvías eléctricos y vehículos de tracción animal, junto a peatones transitando por las mismas vías y muchos niños jugando ahí mismo.

Avanzar en los pendientes, peinarme, encremarme, pasarme la galvánica facial, la maquillada rápida, sacar la pinza y delinearme las cejas. Todo eso lo hago arriba del auto. Llorar, hacer listas mentales, planificar el día, la semana y la vida. Algo pasa arriba del auto, un modo suspensión, una intimidad que permiten un estado mental distinto al que, al menos yo, logro experimentar con los pies en la tierra. 

Buena parte de las relaciones familiares también se viven arriba del auto, entre tacos, maniobras y esperas. Replicando lo que viví como escolar, a mi hija la fui a dejar al colegio hasta su último día de cuarto medio. En ese trayecto diario de 15 minutos conversamos, peleamos, reímos y callamos; construimos un anecdotario, una memoria emotiva.

En marzo entró a su primer año de universidad y quise seguir con la tradición al menos una vez a la semana. Los miércoles, entonces, día de mayor congestión en Santiago según TomTom, “subo” San Carlos de Apoquindo. 5,1 kilómetros que hago en no menos de 50 minutos si salimos a las 7.15 AM de la casa. Un trayecto que hago en 18 minutos un sábado.

La misma eternidad me toma “bajar” hasta la pega: necesito al menos otros 60 minutos. Es decir, cuando son las 9.30 de la mañana de un miércoles ya hice casi dos horas en auto y estoy atontada. Si me da por quejarme me entra la culpa. ¿Y si tuviera que hacer ese trayecto en micro?, pienso mientras veo a trabajadores y estudiantes esperando en paraderos, algunos en medio de sectores que recuerdan al vecindario del “Joven manos de tijeras”, de Burton. 

Desde hace unos 8 años, San Carlos de Apoquindo se ha transformado en una suerte de nuevo centro con dos clínicas, dos universidades, un instituto profesional con dos edificios, ocho colegios y quién sabe cuántos jardines infantiles. Sumemos supermercados, strip centers y una buena cantidad de servicios. Todo bien hasta ahí, si se trata de hacer de los barrios espacios autovalentes. Todo mal, porque si se han implementado medidas de mitigación para enfrentar ese crecimiento, al que hay que sumar la propagación de casas y departamentos, estas no están funcionando.

La saliente presidenta de la junta de vecinos del barrio, Francesa Gorrini, me cuenta que después de ocho años viviendo en el sector, que le permitía a sus hijos caminar hasta el Club Deportivo UC, no soportó más y hace unos meses emigró cerca de una estación de metro en la misma comuna de Las Condes. “Adoro el barrio, pero me saturé de los tacos, de los bocinazos en las mañanas, de los autos, las micros y buses de acercamiento que obstruyen el paso de las esquinas, de los autos estacionados frente a las casas saturando las calles estrechas”, me explica. 

Dos trayectos de barrio alto realizados en óptimas condiciones de comodidad. Vitacura-Providencia y Vitacura-San Carlos de Apoquindo. ¿Qué queda para quienes no tienen el privilegio de contar con un auto o buena conectividad? ¿Qué queda para quienes atraviesan Santiago, en locomoción pública, para llegar a sus trabajos? Lo que queda es un tiempo muy largo de viaje, de seguro agotador, que carcome día a día, que roba horas de descanso, de familia, de pareja. 

Tengo la fortuna que mis doce horas semanales arriba del auto son un viaje en primera. Sin duda son un absurdo, quizá el más grande de los absurdos de la vida contemporánea. Pero seamos justos: no tengo cara para quejarme.

Rita Cox, editora y conductora de Ciudad Pauta, de radio Pauta.

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