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Opinión

9 de Agosto de 2024
Puerta Giratoria
Puerta Giratoria

Puerta giratoria

Foto autor Roberto Merino Por Roberto Merino

"Los encargados de cualquier clínica local se ponen hoy muy nerviosos ante el ingreso de una persona enclenque y temblorosa, a quien tratan de sentar en una silla de ruedas. Con lo cual se ponen a resguardo de tambaleos que pueden terminar en acciones legales onerosas", comenta Roberto Merino en su columna de vida cotidiana para The Clinic.

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Hace no demasiado tiempo, entre fines de los años sesenta y el comienzo de los setenta, a uno le contaban como cosa de gringos la posibilidad de que una persona se querellara contra el local o institución donde se había dado un porrazo.

En Chile parecía asumirse tácitamente que resbalones, tropezones y pérdidas de equilibrio eran responsabilidad del propio afectado. De ahí los gritos callejeros que muchas veces se activaban ante caídas vergonzantes: “¿Estái comprando el terreno?”, “¿se te corrió el piso?” o el irritante “¿se cayó?”, que popularizó Bigote Arrocet en la publicidad de una marca de zapatos.

Se entiende claramente el mecanismo de estas pullas, contrarias al gesto solidario espontáneo. Lo que prima en estos casos es la necesidad de refregarle la herida al caído, de señalarlo con algún estigma irónico, equivalente a firmarle el yeso al fracturado o echarle papeles arrugados en la capucha al boquiabierto.

Alguien decía, un extranjero, no me acuerdo quién ni dónde, que en Chile esperaban que los individuos revelaran su debilidad esencial para ponerles el sobrenombre en el sentido de su lado flaco.

Con el tiempo empezamos a ver en series y películas norteamericanas la aparición de personajes que se dejaban caer calculadamente ante un auto en marcha para cobrar el seguro en calidad de atropellados. Más tarde aún salió una buena película —Carancho— que nos mostró la persistencia del fenómeno en Argentina. Todo esto es picaresca pura. En la industria de las caídas podrían haber estado metidos el Buscón don Pablos y el Periquillo Sarniento.

Carancho (2010)

Por cierto, las demandas por caídas en recintos privados abiertos al público funcionan entre nosotros hace rato. Los encargados de cualquier clínica local se ponen hoy muy nerviosos ante el ingreso de una persona enclenque y temblorosa, a quien tratan de sentar en una silla de ruedas. Con lo cual se ponen a resguardo de tambaleos que pueden terminar en acciones legales onerosas. En los años dos mil me tocó conocer un incidente ocurrido en la puerta giratoria de un banco.

Una señora fue derribada por la pesada puerta, con el agravante de que su pierna ortopédica quedó separada del cuerpo. Viendo que se venía encima una indemnización brutal, uno de los gerentes llegó a plantear que como la pierna ortopédica había quedado al lado de la calle esto eximía de responsabilidades al banco.

Ahora recuerdo el caso de Luis Romero, actor, cineasta y miembro de la vieja guardia de la farándula nacional, que ante la terrible realidad de una amputación reaccionó de manera inusitada: le hizo a su pierna un entierro, un funeral, con la asistencia de su grupo de amigos. Sobre Romero escribieron Edwards Bello, Daniel de la Vega y Francisco Mouat. Según María Lefebre la pierna está aún en su nicho del Cementerio Número Uno de Valparaíso, y en su lápida se lee el epitafio: “Aquí metí la pata”.

Me resulta claro que este tema tiene sesgos psicoanalíticos, pero me cuesta entender por qué termino escribiendo de miembros separados de sus cuerpos. Aún la recurrencia en los sueños de imágenes de esta calaña me dejaría sin respuesta. La fantasmagoría de feria que antes se conocía como “cabeza parlante” (vi una muy poco locuaz en las fondas del Parque O´Higgins en 1983), es muy distinta, por cuanto en nuestra experiencia la cabeza es una especie de actor y de testigo al mismo tiempo. Si en medio de un sueño tórrido nos comunican que tenemos visita y ésta es una cabeza flotante, el sentido no aflojaría demasiado.

¿Quién se acuerda del brazo autónomo de Peter Sellers, que hacía el saludo nazi contra su voluntad? ¿O de la mano que Michael Caine perdía en un accidente en la película The hand, mano que misteriosamente huía y se convertía en asesina? Las asociaciones son libres y las listas son largas. Termino haciendo mención de la novela Cartago, de Germán Marín, la del tipo que encuentra un brazo de mujer en el parque donde estuvo Villa Grimaldi. Lo extraño es que el brazo tiene personalidad (un poco tiránica) y no necesita contar con aparato fonador para comunicar sus veleidosos deseos.

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