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Cultura

27 de Enero de 2013

La película que Kubrick no quería que viera nadie

Vía ABC La peor pesadilla de Stanley Kubrick habría sido verse atado con los ojos bien abiertos –nada de wide shut–, como Malcolm McDowell en «La naranja mecánica». En frente, la proyección de su primer largometraje. El cineasta llegó a supervisar la destrucción del negativo de «Miedo y deseo» («Fear and Desire»), estrenada en 1953, […]

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Vía ABC

La peor pesadilla de Stanley Kubrick habría sido verse atado con los ojos bien abiertos –nada de wide shut–, como Malcolm McDowell en «La naranja mecánica». En frente, la proyección de su primer largometraje. El cineasta llegó a supervisar la destrucción del negativo de «Miedo y deseo» («Fear and Desire»), estrenada en 1953, pero no contó con la copia de seguridad que Kodak siempre guardaba. Cuando en 1994 salió a la luz, el neoyorquino escribió una carta en la que despedazaba aquel trabajo primerizo, que pese a todo contiene esbozos del gran ajedrecista y planificador.

La cinta es una fábula bélica rodada en California con poco más que los fondos de la hucha familiar, sobre cuatro soldados que caen tras las líneas enemigas de un país imaginario. Al miedo natural, Kubrick y su amigo Howard Sackler (quien dos décadas después ganaría el Pulitzer y un Tony por «La gran esperanza blanca») le añaden el contrapunto del deseo, encarnado por una campesina a la que prestó su belleza la modelo Virginia Leith. Al contrario que el guionista, ella tuvo una carrera sin brillo.

En realidad, el primer título de la película fue «La trampa», que pronto se cambió por «La forma del miedo», hasta que el distribuidor le puso el definitivo. Lo curioso del debut de Kubrick es que su talento fue advertido antes incluso del estreno. Ya en 1951, en plena preproducción, «The New York Times» tuvo el olfato de publicar un artículo titulado «Joven con ideas y una cámara» en el que descubría la peculiar forma de trabajar del futuro maestro. Al menos un par de críticos también vieron algo entre la maleza que atormentaba a su autor. Mark Van Doren advirtió:«Merece estar al tanto del futuro de Stanley Kubrick». Y «Variety» habló de «un culto y original drama bélico que destaca por su fresco tratamiento de la cámara y por sus diálogos poéticos». Peor encajó el autor las risas en algún pase por la actuación –algo penosa, la verdad– del también director y productor en ciernes Paul Mazursky.

Por supuesto, los ramalazos de genio ya iban acompañados de un carácter erizado por un perfeccionismo agotador. El rodaje le costó a Kubrick su primer divorcio de la script Toba Metz y el técnico de sonido, Nathan Boxer, fue despedido por las recurrentes discusiones sobre la colocación de los micrófonos, lo que no impidió que acabara trabajando con Woody Allen y Francis Ford Coppola. La posproducción no fue más sencilla:se empeñó en una banda sonora que requería 23 músicos y volvió locos a los actores con la grabación de los diálogos en un estudio. El presupuesto inicial de 10.000 dólares se multiplicó por más de cinco, todo para que su autor acabara repudiando a su primogénita.

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