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Opinión

26 de Abril de 2013

Puntos ciegos

Hace algunos días, una estudiante chilena de estética residente en Nueva York me pidió mi opinión acerca del arte local más reciente y su vinculación con el tema de la memoria política del país. Su idea es mostrar a los posibles artistas a los ojos del público norteamericano. El fundamento de todo esto, consiste en […]

Guillermo Machuca
Guillermo Machuca
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Hace algunos días, una estudiante chilena de estética residente en Nueva York me pidió mi opinión acerca del arte local más reciente y su vinculación con el tema de la memoria política del país. Su idea es mostrar a los posibles artistas a los ojos del público norteamericano. El fundamento de todo esto, consiste en informar al público extranjero respecto de las nuevas formas y temáticas que ha ido adquiriendo la imaginería de la memoria sociopolítica con posterioridad a las obras de artistas del calibre de Eugenio Dittborn, Lotty Rosenfeld o Gonzalo Díaz.

Presionado ante una conversación por vía telefónica recibida desde el extranjero, no atiné a dar con ningún nombre. En verdad, el tema no me atrae mucho. Está muy manoseado. Muchas tediosas mesas redondas, hartas latosas publicaciones en desechables y poco seductores formatos editoriales, hacen que el mentado tema se sume a otras pomadas que movilizan el quehacer de ciertos artistas y teóricos pertenecientes a nuestra escena de las artes visuales. Consignemos algunas de éstas: el tema de las escuelas de arte, los límites de la práctica curatorial, la internacionalización del arte chileno, etcétera.

Lo único que los mencionados temas podrían aportar a mis intereses culturales reside en un asunto que identifica al discurso de las artes visuales en la actualidad: me refiero, en este caso, a su incapacidad para representar el daño histórico o el dolor político. Tal vez por ello la necesidad de hablar continuamente de sus límites, de sus referencias, de sus puntos ciegos. Fatalmente el discurso resulta más elocuente que su representación visual. La lata de la cháchara no hace otra cosa que acrecentar la frustración (cuestión que resulta gratificante para aquellos que pregonan que las artes visuales viven sus días contados).

El problema, en este sentido, pareciera no tener solución. Las artes visuales (pintura, escultura, instalación, incluso sus expresiones mediales) no estarían en condiciones de representar el espesor y la magnitud de la violencia política. Esto lleva a pensar en lo siguiente: lo que está en crisis no es la posible relación entre artes visuales y memoria política, sino la capacidad y posibilidad de la primera para abordar las complejidades temáticas proyectadas por la segunda. Así de simple.

Tal vez existen todavía otros medios susceptibles de abordar, con mayor eficacia, tan delicada tarea. Pienso en la novela, el teatro y el cine. Todo el llamado arte de la memoria o de archivo, no ha sido –en los últimos años- otra cosa que la adjunción discreta de ciertos documentos extraídos de un memorial cualquiera. Ciertos artistas creen con esto emular el trabajo del historiador. Se solazan en la idea de creer que están haciendo una investigación. Como si el arte tuviese que comprobar algo; como si fuese el resultado de un sesudo estudio paralelo al realizado por los arqueólogos, antropólogos, historiadores, cientistas sociales y periodistas. En esto consiste el espurio arribismo del arte: pretender subordinar la visualidad a una científica manera de entender su praxis. No podría ser de otro modo, en un país donde el arte debe legitimarse universitariamente.

Volvamos a la hipótesis inicial: la violencia histórica no puede ser representada estéticamente, al menos bajo los códigos de un medio estático -como la pintura-, elíptico -como el arte objetual y las instalaciones-, o presa del peligro de la impostura -como el arte corporal. Para dicho efecto, resultan más eficientes ciertos programas televisivos como los desaparecidos “Contacto”, “Informe Especial” o la serie “Apocalipsis”, recientemente emitida por Mega. Si de ficciones se trata, habría que resaltar novelas como “Nocturno de Chile” de Roberto Bolaño, o la serie “Los Archivos del Cardenal” transmitida en 2011 por TVN.

Como se ve, las posibilidades actuales del arte de archivo o memoria se encuentran en peligro frente al avance del trabajo realizado por los documentalistas, historiadores, arqueólogos y demás investigadores mnemotécnicos. Las artes visuales ya no parecieran poseer los recursos técnicos para afrontar la catástrofe histórica (tampoco algunos museos: pensemos en la desangrada visualización del Museo de la Memoria). No puede competir con la abordada por los medios de comunicación masivos (en esto reside tal vez su única garantía de autenticidad). Como valientemente espetó, antes de ser acribillado por el enemigo, un renombrado héroe local: “La contienda es desigual”.

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