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Opinión

1 de Julio de 2013

Editorial: Ojo piojo

Parece que a los chilenos nos gusta la política y, más estrictamente, las elecciones, pero mañana habrá tiempo de darle una vuelta con calma a esta virtuosa afición nacional. Recién cerrado el conteo y con cerca de tres millones de votantes en estas primarias presidenciales, no deja de impresionar la miserable votación de la derecha. […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Parece que a los chilenos nos gusta la política y, más estrictamente, las elecciones, pero mañana habrá tiempo de darle una vuelta con calma a esta virtuosa afición nacional. Recién cerrado el conteo y con cerca de tres millones de votantes en estas primarias presidenciales, no deja de impresionar la miserable votación de la derecha. De cada cuatro votantes, sólo uno se pronunció por los candidatos de la Alianza. No es tan raro, a decir verdad. Longueira y Allamand se han resistido a entrar en las últimas conversaciones de los chilenos. Sus esfuerzos han estado puestos en menospreciar el debate ciudadano.

Durante esta campaña, le hicieron el quite. Pareciera que les desagradaran, que las consideraran sandeces de una comunidad malcriada, incapaz de comprender lo verdaderamente importante para la vida de sus miembros. Los foros de ese sector no concitaron la atención de las audiencias. Longueira, el vencedor del bloque derechista, sólo tiene para festejar el hecho de haber doblegado una vez más a Allamand, su histórico contrincante, pero salvo que sucediera un milagro –y claro que los milagros existen, aunque convengamos que no ocurren a cada rato-, la suya es una derrota anunciada. Es una noticia lamentable. La democracia funciona mejor cuando el juego es incierto y todas las partes concursan.

El triunfo aplastante de Bachelet dice mucho de los deseos de Chile. Ella ha conseguido encarnar las ansias de más democracia, de inclusión, de ser escuchados. Me cuentan, sin embargo, que allí donde sus fieles festejaban, se respiraba algo parecido a la arrogancia. Si así reciben, los exitosos, este apoyo ciudadano, sólo nos queda llorar esta victoria del reformismo. La candidata Bachelet, hoy, más que nunca, debiera representar la apertura, el fin de los círculos cerrados, la recepción de ideas frescas. En sus manos está la gran posibilidad de dar un paso adelante, de constituirse, ahora sí, no sólo en una carta ganadora, sino vital y moderna, “absolutamente moderna”, como decía Rimbaud para referirse a la experiencia alucinante de estar conectado con el sentir de los tiempos, y no con su pedestre manipulación. La Concertación debiera entender que en esta carrera compite también consigo misma, y que su reto es superarse. Tiene la obligación de vencerse a sí misma. Si la contenta el triunfo electoral, se habrá impuesto el gatopardismo, la vieja escuela, la repetición constante, la captura de un botín, en lugar de la esperanza. Yo, al menos, quiero creer que no será así.

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