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Opinión

29 de Enero de 2017

Columna de Alex Aillón: Un corredor despiadado

Evo acaba de celebrar once años en el poder. Cambió la mitad de su gabinete este lunes con miras a buscar otra reelección, posibilidad que perdiera el 21 de febrero del año pasado en un referéndum. El Canciller David Choquehuanca es uno de los que ya no va más en el equipo presidencial. Le toma relevo otro “pachamamista”, Fernando Huanacuci, que promete dar seguimiento a su trabajo. Comienza la carrera.

Alex Aillón Valverde
Alex Aillón Valverde
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El 2016 ha tenido que ser el peor año en la vida política de Evo Morales desde que se hizo del poder el 2005. Todas las carreras a las que le había enfrentado la vida, siempre las había ganado. La carrera contra la pobreza. La carrera contra el sistema político boliviano. La carrera contra el Imperio. La carrera contra el racismo. Pero ahora, paradójicamente, perdía en una carrera contra sí mismo, contra el mito que él mismo ha construido.

El 21 de febrero de 2016, Evo Morales llegaba nuevamente a la partida, confiado como siempre, pero con una espina en su zapato.
Hasta ese entonces su récord era impecable.

En 1997, fue el diputado uninominal más votado del país. Para cuando ganó las elecciones que lo llevaron a ser el primer presidente indígena de Bolivia, el 18 de diciembre de 2005, lo hizo con el 53,71% del respaldo del total votante. Tres años después, el 10 de agosto de 2008, ganó con el 67,42% de los votos en el referendo revocatorio impulsado por sus rivales políticos regionales. Cinco meses después, ganó con el 61,43% otro referendo de reforma a la Constitución. El seis de diciembre de 2009 volvió a las urnas para otra reelección y la ganó con el 62,22%. El 12 octubre de 2014 obtuvo el 61% de los votos, asegurándose el sillón presidencial hasta el 2020.

Pero es sabido que los políticos no entienden aquello que el escritor Arturo Uslar Pietri, le dijo al comandante Hugo Chávez cuando este llegó a la presidencia de Venezuela: “Comandante, no olvide que es importante saber cuando entrar en escena, pero es más importante saber cuando salir”.

Con la escudería del Estado totalmente a su favor, y una oposición nula y lenta mentalmente, ese referendo en el que se les preguntaba a los bolivianos si podía ser, nuevamente, candidato a la presidencia el 2019, era como correr en un Ferrari contra un Volkswagen escarabajo del ’70.

Sin embargo, a la medianoche del 23 de febrero, el Tribunal Supremo Electoral confirmó que el No había ganado con 51,3% frente al 48,7 del Sí. Evo Morales, el invencible, estaba ante la evidencia de su primera derrota.

Cómo duele perder. Muchos más si es por una nariz. O por una metida de nariz. Una relación fantasma con una mujer mucho más joven que él, un probable hijo muerto o vivo, un posible tráfico de influencias.

Y hasta el cuento de que le engañaron lo hubiéramos creído (a él, pobrecito Presidente), si no fuera porque Evo Morales se ha ganado, en todo este tiempo, la fama de ser un corredor despiadado y sucio, capaz de arrollar todo lo que interfiera en su camino por mantener el poder.

Ha podido atropellar a todos los que le han criticado, incluidos varios colaboradores y compañeros de lucha desde el inicio del Movimiento al Socialismo, que le pedían que llevara a efecto el Pachakuti, lo que Raquel Gutiérrez entiende como la inversión fundamental del orden político de las cosas, donde lo que estaba adentro en las comunidades indígenas, como su lógica más íntima, su espíritu comunitario, queda colocado como lo visible, lo válido, lo legítimo. Otra forma de habitar el mundo en condiciones nuevas.

Evo no sólo ha barrido con la crítica interna y la posibilidad del Pachakuti, si no que se ha aliado con lo peor del sistema y ha podido pasar sobre la mismísima Pachamama con su política extractivista, abriendo carreteras en el TIPNIS (Amazonía boliviana), construyendo plantas nucleares en El Alto, represas en el Bala y Chepete (donde habitan los pueblos indígenas Tacanas, Mosetenes, Tsimanes, Uchupiamonas), y, por último, celebrando el más que colonial Dakar en Bolivia, en medio de la peor crisis de escasez de agua que ha agobiado a varias regiones de Bolivia en los últimos años.

No, Evo Morales sería incapaz de cantar “Un buen perdedor” de Franco de Vita en un karaoke. Primero muerto. Simplemente es un mal perdedor y además, en el momento histórico que vive Bolivia, no tiene por qué perder. Es absurdo. Tiene todo el poder acumulado. Como todo mal perdedor, comienza a buscar todas las excusas posibles y triquiñuelas para invalidar la voluntad del pueblo que el 21 de febrero del año pasado le negó la posibilidad de quedarse 20 años en el Palacio Quemado.

Lejos está el polvo de las carreteras, en medio del altiplano, en Isallavi, una comunidad del ayllu Orinoca, distante 180 kilómetros de la ciudad de Oruro, donde seguramente el niño Evo Morales miraba pasar los camiones, los buses y otros vehículos en su trayecto hacia ninguna parte.

Es 2017, Evo Morales está subido en la máquina política más potente que se haya visto en Bolivia a lo largo de toda su historia. Su combustible es una mezcla perversa de los sueños históricos de los más postergados y la ambición de una nueva casta política aliada a los intereses del capitalismo global. Su meta es la reelección indefinida, la reproducción del poder más allá del poder, el naufragio de la utopía. Evo acaba de celebrar once años en el poder. Cambió la mitad de su gabinete este lunes con miras a buscar otra reelección, posibilidad que perdiera el 21 de febrero del año pasado en un referéndum. El Canciller David Choquehuanca es uno de los que ya no va más en el equipo presidencial. Le toma relevo otro “pachamamista”, Fernando Huanacuci, que promete dar seguimiento a su trabajo. Comienza la carrera.

*Escritor y poeta boliviano.

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