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Nacional

15 de Enero de 2019

Julio Barahona: El abusador que los jesuitas no denunciaron a tiempo

Este 5 de enero, el educador Julio Barahona fue detenido por posesión de pornografía infantil en Rancagua, la cual obtenía de adolescentes de un colegio en el que trabajó por casi 10 años. Pero no era la primera vez que lo hacía: su macabro registro comenzó en 1987, cuando alumnos del San Ignacio El Bosque sufrieron abusos por parte de Barahona. En 1989, el entonces aspirante a cura llegó a otro colegio fundado por jesuitas en Arica, donde abusó de al menos otros cuatro niños. Dos años más tarde, la Iglesia lo expulsó por “perversiones graves” y le perdió la pista, permitiéndole estar en contacto con niños hasta hoy. La pregunta que ronda a los investigadores, partiendo por el fiscal Emiliano Arias, es: ¿Qué habría pasado si lo hubiesen denunciado a tiempo?

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Era de noche cuando el teólogo Paul Endre (43) pensó que se merecía un descanso, y salió unos minutos al patio de su casa en Providencia. La jornada había sido provechosa, y Endre se sentía tranquilo. En eso, un mensaje llegó a su celular. Un amigo le enviaba el link de un artículo del diario La Tercera, acompañado de un mensaje: “Te admiro profundamente”.

Paul abrió la noticia. Sin poder ocultar su nerviosismo, la leyó a tirones. Las palabras “Julio Barahona Rosales”, “pornografía infantil” y “detenido” le bastaron para comprender. Julio Barahona, el diácono que había abusado de él siendo apenas un adolescente en Arica y de quien no había vuelto a tener noticia, finalmente caía a prisión.

Pero luego de la satisfacción inicial, Paul hizo un cálculo rápido. Se dio cuenta que habían pasado más de 30 años entre su denuncia y la detención de Barahona en Rancagua. Entonces una pregunta, la misma que hoy se hacen en la Fiscalía Regional de O’Higgins, lo estremeció:

¿Cuántas víctimas pudo haber sumado Barahona en ese tiempo?

LAS “TERAPIAS” DEL SAN IGNACIO

Julio César Barahona Rosales nació en 1960 en Rancagua, misma ciudad en la que fue formalizado el primer fin de semana del año por almacenamiento y distribución de material pornográfico infantil.

Para la Fiscalía de O’Higgins, reconstruir su trayectoria en colegios no ha sido fácil. Lo poco que se sabía, gracias a la denuncia hecha por Paul Endre, es que este orientador había tenido un paso de dos años por el colegio San Marcos de Arica, entre los años 1989 y 1991.

Pero no era su primer colegio.

El año 1987, Barahona llegó como profesor suplente de religión y otras materias al colegio San Ignacio de El Bosque, perteneciente a la Compañía de Jesús. Allí conoció a Enrique Ponce de León, un alumno del 4° medio matemático.  

— Desde el colegio nos dijeron que era un alumno en práctica, pero lo que se rumoreaba en los pasillos es que Barahona había querido entrar a los jesuitas y no pudo—, recuerda.

Rápidamente, Barahona se ganó la confianza de los alumnos de media. Uno de sus métodos, como consta en el anuario del San Ignacio de ese año, era la entrega de cigarrillos a los alumnos durante los recreos. “Lo considerábamos uno más, le teníamos tanta confianza que lo invitábamos a nuestras fiestas, le contábamos nuestros problemas de adolescentes”, explica Ponce, quien agrega que el colegio dispuso que Barahona acompañase a los alumnos a misionar, a las jornadas de Comunidad de Vida Cristiana (CVX), una especie de precuela de Un techo para Chile. También, a comienzos de 1987, Barahona fue nombrado profesor jefe de uno de los 4° medios, en reemplazo de otro que dejó el  establecimiento.

En esos espacios, un tema comenzó a brotar en las conversaciones de los jóvenes con Barahona: la masturbación. “Era un contexto culposo. Por un lado, teníamos a los curas que nos decían que era pecado, pero también se sentía como un llamado de la naturaleza”, describe Enrique.

Barahona, entonces, les propuso una “terapia” para dejar de masturbarse. Llevaba a los alumnos a un espacio cerrado -dentro del colegio, en oficinas de rectoría o hasta en sus casas- y les pedía que se desnudaran. “Me agarraba los testículos y el pene, y me gritaba ¡esto te controla!”, relata Ponce de León.  

Mauricio Arteaga, otro alumno de la generación del ‘87, recuerda otros “métodos”: “Este gallo les decía a mis compañeros que había que aguantarse las ganas, pero que si caían, debían traerle el ‘trofeo’, que eran los papeles confort con el que se limpiaban el semen”, describe.

Ambos relatos son refrendados por otros exalumnos de dicha generación que entregaron su testimonio a The Clinic. Las “terapias” se sostuvieron durante todo ese año, sin protesta de los estudiantes.

— En un comienzo, no me sentí violentado. Piensa que mi generación vivió muchos abusos. Entre nuestros compañeros, por parte de los curas o de la dictadura que terminaba, ¡el mundo era así y te la tenías que bancar! —, explica Ponce de León.

Algo en que coinciden los exalumnos de ‘87 entrevistados para este reportaje, es que los rumores de las conductas de Barahona comenzaron a aflorar al menos un año después de que ellos egresaran. “Los alumnos de generaciones más que venían sí hicieron una denuncia ante las autoridades del colegio. Exigieron que lo sacaran”, asegura Arteaga.

Fernando Montes, rector del San Ignacio durante dichos años, aseguró a este medio que él nunca recibió una denuncia: “Me acordaría si hubiera sabido una cosa así. Me hubiera enfurecido. No era sólo hacer tocaciones, era hacer campeonatos de masturbación… Juro ante Dios que a mí nadie me dijo eso”.

Para otros ignacianos como J. -solicitó ocultar su nombre para este reportaje- esta explicación no es suficiente. “No creo que el colegio propiciara situaciones de abuso pero, chuta, lo calló. No cuidó a los niños, así como no nos cuidaron del cura Jaime Guzmán y de otros. Prefirieron el silencio”, dice.

—Hubo quienes denunciaron a Barahona, lo corrieron a Arica. Quizás si hubiese habido una región más extrema, lo mandan allá—finaliza J.

Aunque el colegio afirma que a Barahona nunca lo denunciaron a las autoridades de la institución, pues queda registro de eso, lo concreto es que Barahona permaneció en el establecimiento hasta enero de 1989, desde donde partió para llegar al colegio San Marcos de Arica, un establecimiento fundado por jesuitas y que en ese entonces ya dependía de la diócesis del obispo Ramón Salas, otro sacerdote jesuita.

ARICA, ENTRE GALLOS Y MEDIANOCHE

Julio Barahona aterrizó en Arica como el nuevo director espiritual de los alumnos del San Marcos, el año 1989. Aunque estaba a cargo del obispado local, tanto el colegio como la diócesis tenían una fuerte raigambre en la Compañía de Jesús.

Según consta en el libro 400 años de historia jesuita en Chile, para el año 1960 fue el propio Vaticano quien le pidió a la Compañía que “organizara” una iglesia en Arica.

Hasta entonces, la ciudad era “subsidiada” eclesialmente por la diócesis de Arequipa. Cuando Arica pasa a ser definitivamente chilena, no había clero nacional. Encima, eran los sacerdotes peruanos los que más bregaban por volver Arica al Perú—, rememora Paul Endre.

El primer administrador apostólico de la naciente diócesis fue el jesuita Miguel Squella. Luego lo sucedió el también jesuita, obispo Ramón Salas, quien es recordado por Pepe Aldunate en sus memorias: “Tengo la convicción de que los jesuitas no hacemos buenos obispos (…) Pese a mis prejuicios, fue un buen pastor; y no obstante sus aristas, fue para mí un buen amigo”.

Como describe Paul, durante los primeros años era notoria la urgencia por traer sacerdotes chilenos la diócesis.

Ramón Salas estaba más interesado en engrosar las filas del clero que de revisar los papeles de sus candidatos. También hizo vista gorda del propio clero de Arica. Hay gente allá que está para llorar a gritos. Sacerdotes con doble vida, otros con pareja. Sé de curas que pagan por servicios sexuales a jóvenes. Es un clero que de alguna manera ha empatado el crimen con los pecados personales. Por eso nadie se puede hacer cargo, porque todos tienen techo de vidrio—, explica.

En ese contexto fue que Barahona conoció a los jóvenes del San Marcos. Entre ellos, Paul Endre. Durante meses, el “guía espiritual” les habló sobre masturbación a sus dirigidos. “Nos preguntaba por la frecuencia, la duración y sobre qué cosas nos motivaban a hacerla. Incluso instaló una práctica que consistía en que cada vez que yo tuviese deseo de masturbarme, debía ir a donde él vivía y hacerlo frente a él”, rememora Paul.

Paul asistió en dos ocasiones. “Él se sentaba en un extremo de su habitación y colocaba una lámpara apuntando hacia mí, que debía estar del otro lado de la pieza. La luz no me dejaba verlo, pero él sí a mí”, recuerda.

En diciembre de 1990, el obispo Salas ordenó a Barahona como “diácono en tránsito”, es decir, alguien que en menos de un año puede transformarse en sacerdote diocesano. El proceso sólo se interrumpió cuando Paul, por entonces un adolescente de 17 años, le contó a otro sacerdote lo que había vivido.

En el Decreto administrativo del obispo diocesano de Arica del 12 de enero de 1991, se lee la resolución que Salas hizo de Barahona: “El señor Barahona cometió en varias oportunidades (durante dos años), delitos en contra del sexto mandamiento* (…) demostrando una perversión grande de conciencia, que le impide ver y reconocer la gravedad de sus actos. Por ello se le expulsa del estado clerical”.

El documento, firmado por el obispo Ramón Salas y Santiago Sharp, canciller de la diócesis, finaliza así: “Todos los documentos y antecedentes de este Proceso quedarán en el Archivo Secreto de la Cura diocesana”.

Así, entre gallos y medianoche, Barahona dejó Arica, ciudad que lo había acogido por dos años. Ya expulsado de la iglesia, emprendió rumbo a Santiago.

Julio Barahona, arriba a la derecha, en sus años del San Marcos de Arica.

“MISTER OSITO” EN SANTIAGO

Con la noticia de la detención de Barahona en Rancagua, otra comunidad de exalumnos entró en alerta. Esta vez fue la del colegio privado John Dewey de Santiago, donde Barahona llegó tras dejar Arica en 1991.

R., un exalumno que accedió a hablar con The Clinic, recuerda que, al poco tiempo de llegar, Barahona comenzó a ser conocido como “Míster Osito, el profesor de religión”.

—Me acuerdo perfecto de la primera vez que a los hombres de mi curso nos preguntó cuántas “pajas” nos habíamos echado en la semana—, rememora R. quien, en ese entonces cursaba 6° básico.

R., quien junto a sus compañeros espera declarar ante el fiscal Emiliano Arias, relata conductas similares a las registradas en el San Ignacio y en Arica. “Todos los choritos de mi curso levantamos ansiosos las manos gritando números altos de masturbaciones, para ser más hombrecitos que los demás. Luego Barahona nos mostraba un papel arrugado donde registraba nuestros nombres y números”, describe.

Según recuerdan los compañeros de R., Barahona permaneció desde aproximadamente 1991 hasta 1998 en el John Dewey. La noticia de su salida quedó apenas en un rumor para los estudiantes. “Ningún experto, PDI, carabinero, abogado o psicólogo habló con nosotros para descubrir el alcance de los crímenes de Julio Barahona. Solo se esparció el rumor de que el ‘Mister Osito’ se había ido a un retiro espiritual, y así se acabó la historia”, denuncia R.

Según ha podido acreditar la fiscalía, finales de la década del ‘90 Barahona cursó estudios de Teología y un magíster de Educación ea n la Pontificia Universidad Católica. Luego, en años que no se han podido determinar, habría integrado otro colegio en Rancagua antes de llegar al Don Bosco de la misma ciudad.

Para la Fiscalía, el caso de Barahona refleja uno de los principales problemas que ha tenido la investigación por abusos contra menores en contextos eclesiásticos. “Cada una de las personas que tuvo noticia de este tipo de actos y delitos cometidos por este sujeto al interior de cualquiera de estas instituciones, tendría que haberlo denunciado”, reflexiona Emiliano Arias.

“Si tengo posibilidad de denunciar y no lo hago, posibilito que esta persona siga delinquiendo con respecto a menores”, finaliza.

FINAL EN RANCAGUA

El final de Barahona comenzó a escribirse meses antes de su detención. Una profesora del colegio Don Bosco descubrió los chats que un alumno se enviaba con el entonces exprofesor, y decidió estampar una denuncia en Fiscalía. Tras el cruce de información, el equipo dirigido por Emiliano Arias ordenó incautar computadores, celulares, pendrives y discos duros del departamento de Barahona, en la población Manso Velasco.  

—Luego del análisis corroboramos que, abusando de la relación de confianza que tenía con sus alumnos, (Barahona) lograba en ellos la decisión de que produjeran material pornográfico y se lo enviaran. Encontramos imágenes de menores desnudos y manteniendo relaciones sexuales. Él también se grababa y les enviaba esas imágenes—, explica Arias.

Pero Barahona no se detuvo. El fiscal explica que, al momento de su detención dos meses después, se le encontró otro celular con nuevo material pornográfico. Hasta ahora, la Fiscalía Regional de O’Higgins cifra en 16 los alumnos que habrían sido víctimas del orientador en sus nueve años en el colegio Don Bosco.

Consultado por la eventual responsabilidad penal de la Compañía de Jesús o de las autoridades eclesiales de Arica que no denunciaron a Barahona ante la justicia, Arias explica: “Uno no ve al dolo caminando. Lo que nosotros estamos investigando y lo que acá se acredita es que haberlo trasladado sin haberle dado noticia a la autoridad trajo como consecuencia el favorecimiento del imputado, que le permitió cometer delitos con menores desde el año 1991 hasta el 2018”.

Para Paul Endre, uno de los sobrevivientes que denunció a Barahona en Arica, hay una cosa clara: “La Iglesia disponía de información, pero se le dejó que fuera tranquilamente por el mundo ocupando espacios donde podían verse vulnerados más niños o adolescentes”.

Aunque sabe que no era su responsabilidad, Enrique Ponce de Leónal igual que otros exalumnos del San Ignacio del Bosque- se pregunta qué hubiese pasado si hubiesen denunciado públicamente a Barahona años atrás.

—Viendo el paseo que se dio Barahona por Chile pienso, no sé, que quizás tuve que haber hecho esto antes—, finaliza.

* VI mandamiento: No cometerás actos impuros.

Documento de la diócesis de Arica que expulsa a Julio Barahona del estado clerical. Arica, 1991.

El “puzle maldito” de la diócesis de Arica

Abusos a menores, relaciones amorosas entre sacerdotes, protección de obispos prófugos y hasta curas en fuga. La llegada de Julio Barahona a Arica en 1991 es sólo uno de los ejemplos de lo que sobrevivientes han descrito como una “zona de penitencia”.

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