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Opinión

21 de Septiembre de 2019

Columna de Sergio Caniuqueo: El pueblo mapuche y la dictadura. Revisitando un pasado incómodo

La Dictadura creó transformaciones estructurales en la ruralidad mapuche, pero también generó ayudas paliativas –al igual que las ONGs–, como la entrega de alimentos, insumos agrícolas y la recuperación de la cultura (la educación intercultural viene desde 1987), consolidando su gobernanza a través el clientelismo político, que explica el triunfo de Sí en 1988 así como muchos otros resultados electorales hasta el día de hoy.

Sergio Caniuqueo Huircapan
Sergio Caniuqueo Huircapan
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En estas fechas, muchas familias mapuche siguen de luto, pero otras tienen un recuerdo positivo de la Dictadura. Muchos no han encontrado a sus deudos, ni menos han tenido justicia, otros incluso por temor ni siquiera han sido capaces de dar a conocer su situación a las Comisiones de Derechos Humanos (Rettig, 1990 y Valech, 2003) creadas por el Estado, ya que piensan que los militares pueden volver al poder. De acuerdo al informe final del “Trabajo de investigación de ejecutados y desaparecidos, 1973-1990, pertenecientes a la Nación Mapuche” la cifra sería de 171 casos entre 1973 y 1990.

La represión en la Araucanía se caracterizó por la participación activa de civiles que colaboraron desde en la logística hasta en actos represivos. Para muchos, el dolor de la violencia política se intensificó, por una parte, al descubrir que muchos de los delatores fueron sujetos cercanos de los comuneros, incluso familiares, y por otra, por la falta de solidaridad y situaciones de exclusión en los años posteriores. Las investigaciones del periodo han enfatizado en las violaciones de los Derechos Humanos y en el rol de Ad-Mapu (principal organización de los 80) como expresión política antidictatorial, pero esto vale para un sector parcial de la sociedad mapuche y no es extensible a su totalidad.

¿Cuáles son los aspectos de la Dictadura que no hemos visualizado en estos años?

Entre 1973 a 1978, la Dictadura comenzó a estudiar al país y los mapuche fueron materia obligada en la Araucanía. Sus primeros antecedentes los toman del Instituto de Desarrollo Indígena, centro de operaciones del régimen, quien organiza en 1974 un censo de la población mapuche, que arroja un estimación de unos 230.000 mapuche, donde el 55% correspondía a población rural, entre otros estudios. Estos aprendizajes tienen por objeto la construcción de una gobernanza para la Dictadura, y para ello intentan crear entre 1976 a 1978 un consejo ciudadano, el Consejo Regional Mapuche (CRM), que reuniría a colaboradores administrativos mapuche del Intendente.

Imagen: Agencia Uno.

El CRM sería una de las tres organizaciones mapuche nacidas en 1978. En la vereda ideológica contraria, surgirían los Centros Culturales Mapuche (CCM), que luego darían vida a Ad-Mapu, y el Comité Exterior Mapuche (CEM), creado en el exilio por militantes mapuche de los partidos de izquierda chilenos, en su mayoría. Más allá de sus diferencias internas, todas están atravesadas por la necesidad de expresarse como pueblo, generando procesos creativos donde la lengua, la historia y la cultura se vuelven parte de un marco conceptual propio.

Las estructuras colonialistas se visualizan en las tensiones con sus respectivas ideologías y aliados chilenos. Ad-Mapu trató de ser manejada desde los partidos de Izquierda, y eso derivó en sus quiebres a mediados de los 80’, el CRM mantuvo una tensión permanente con los militares al no apoyar incondicionalmente todas sus políticas, poseía un grado de autonomía y una representatividad de base a los Consejos Comunales Mapuche, sin los cuales se hacía imposible abordar los conflictos locales. En el caso del CEM, en el exilio, las tensiones se originaron por los recursos que daba la ayuda internacional; fueron acusados de divisionistas e incluso de infiltrados, muchos de ellos quebraron con sus partidos por esta situación.

“INDAP organizó los Comités de Pequeños Campesinos, SERVIU llevó su política de subsidios de viviendas rurales, CHILECTRA a fines de la Dictadura comenzó la electrificación rural y el Plan de Empleo Mínimo y el Programa de Ocupación para Jefes de Hogar dieron trabajo cuando los fundos fueron vendidos a las forestales y desaparecía la actividad agrícola. La municipalización permitió resolver problemas locales de manera acelerada. Era la primera vez que la gente mapuche tenía un contacto cercano con el Estado y sentía que existía un progreso. Las personas introducen la televisión en sus hogares y ven un nuevo mundo ante sus ojos. Era la entrada a la modernidad estatal después de 100 años de total marginación”.

Pero por su parte, la Dictadura había conectado sus necesidades con las necesidades del Pueblo Mapuche, la principal era la propiedad privada. Esto significaba para el caso mapuche la subdivisión de las comunidades que poseían título de propiedad comunitario. Los mapuche de derecha estaban de acuerdo con la subdivisión, pero no lo estaban con los arriendos y ventas de las tierras, proponiendo incluso, un plan de desarrollo que incluía la ampliación de tierra y mejoramiento de la producción; los de izquierda (CCM y CEM), se oponían claramente a la subdivisión, e iniciaron una campaña en su contra, reclamando además las conquistas de la Reforma Agraria. Pero lo cierto es que la masa mapuche sí quería la propiedad privada.

Si examinamos los archivos de los Juzgados de Indios –creados en 1930, para resolver conflictos ligados a la tierra, y derogados en 1972, ante la nueva ley indígena–, vemos que la mayor parte de las familias tenía problemas de deslindes, y la subdivisión era vista por lo tanto como una solución, y más aún si el Estado corría con los gastos de la mensura y entregaba insumos para cerrar las propiedades. No olvidemos que la falta de cercos obligaba a ocupar a los niños para el cuidado de los animales, y uno de los discursos más exitosos de la Dictadura fue el de acabar con los “cercos vivos” para que los niños pudieran estudiar. Y tuvo un efecto positivo, los mapuche avanzaron en sus años de escolaridad, la privatización de la educación llevó a una mayor construcción de escuelas e internados, lo que amplió la oferta educativa.

Los militares sabían que si un grupo humano no se sentía parte de un país podía ser una grieta para ideologías separatistas o de clase. Por eso una de sus preocupaciones fue sacar del aislamiento en que vivían a las comunidades mapuche: se construyó caminos, los CCM coordinaron puntos de atención de organismos del Estado en las comunidades (donde por ejemplo se inyectaba a animales para desparasitarlos y carabineros aprovechaba para cortarle el pelo a la gente), INDAP organizó los Comités de Pequeños Campesinos, SERVIU llevó su política de subsidios de viviendas rurales, CHILECTRA a fines de la Dictadura comenzó la electrificación rural y el Plan de Empleo Mínimo y el Programa de Ocupación para Jefes de Hogar dieron trabajo cuando los fundos fueron vendidos a las forestales y decaía la actividad agrícola. La municipalización permitió resolver problemas locales. Era la primera vez que la gente mapuche tenía un contacto cercano con el Estado y sentía que existía un progreso. Las personas introducen la televisión en sus hogares y ven un nuevo mundo ante sus ojos. Era la entrada a la modernidad estatal después de 100 años de marginación.

Imagen: Agencia Uno.

La Dictadura creó transformaciones estructurales en la ruralidad mapuche, pero también generó ayudas paliativas –al igual que las ONGs–, como la entrega de alimentos, insumos agrícolas y la recuperación de la cultura (la educación intercultural viene desde 1987), consolidando su gobernanza a través el clientelismo político, que explica el triunfo de Sí en 1988 así como muchos otros resultados electorales hasta el día de hoy. Por otro lado, las organizaciones mapuche se dieron cuenta que desde la cultura, lengua y la historia podían generar un nuevo proyecto político, pero no repararon en que la Dictadura generó un contexto favorable para la agudización de los conflictos internos en el mundo mapuche, que impiden hasta el día de hoy su unificación. Temas como la subdivisión de tierras tensaron a las familias y a las comunidades, y a las disputas por metros de tierra se sumaron el malestar de la pobreza, la tensión estalló hacia adentro, sacando lo peor del ser humano. Estas heridas reclaman por su sanación, es ahí donde se sitúa nuestro actual desafío.

*Sergio Caniuqueo Huircapan es historiador mapuche e investigador adjunto del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR) de la Universidad Católica.

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