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Presidenciales 2021

14 de Diciembre de 2021

El gran teatro del mundo (político): El debate Anatel en cinco actos

Agencia Uno

Escena 2, acto 1. Entran dos hombres: Gabriel, el de anteojos, y José Antonio, el rubio. Se saludan, aunque entre dientes pareciera que se lanzan insultos. Cada uno ocupa el podio.

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La política tiene siempre algo de teatral. No hay nada de malo en ello: podríamos incluso decir que es parte de su naturaleza. Por eso una segunda vuelta presidencial siempre es, en gran medida, una obra distinta. Hay tiempo suficiente para probarse nuevos ropajes, conseguir más actores de reparto, corregir y volver ensayar los guiones una y otra vez. No se trata de falsedad sino de aprovechar los aprendizajes obtenidos, como si la primera vuelta hubiera sido solo un ensayo con público para ver qué funcionaba y qué no; si acaso Rojo y Daniel podían hacer bien sus papeles o era mejor que entraran Paula e Izkia a reemplazarlos porque, es cierto, ellas no llevan tanto tiempo sobre las tablas pero vaya que lo hacen mejor.

Y sí, hablamos de la segunda vuelta presidencial chilena y tú debieras saberlo, porque eres el espectador de esta obra que anoche tuvo una de sus funciones principales: el debate ANATEL. Sobre las tablas, bajo los reflectores y con Iván Valenzuela, Daniel Matamala, Soledad Onetto y Matías del Río haciendo de tramoyistas, los candidatos Gabriel Boric y José Antonio Kast nos brindaron su última performance televisiva antes de que, este domingo 19, el telón baje por última vez.

Escena 1. Acto 1

[Un estudio de televisión con dos podios vacíos. Iván, Daniel, Soledad y Matías entran y se ponen de pie, uno al lado del otro]

Los tramoyistas saludan al público, se presentan y emocionados te dicen que esta va a ser una gran obra, de esas que nunca vas a olvidar. Tú te mueves incómodo, porque esperabas que ellos harían su trabajo en silencio y que no tendrían más protagonismo del que deberían. Al parecer, no va a ser así. Suspiras, mientras cae el telón para ir a comerciales. Te preguntas si no habría sido mejor que los pusieran antes de empezar la obra y no después. Te preguntas también si este será un buen momento para ir al baño (alerta de spoiler: no vas y te pasas el resto de la obra apretando las piernas intentando que tu vejiga te deje tranquilo y maldiciendo el vaso de Coca-Cola que te tomaste entero antes de que las luces terminaran de bajar).

Escena 2. Acto 1

[El mismo estudio de televisión con dos podios vacíos. Iván, Daniel, Soledad y Matías. sentados tras un mesón. Entran dos hombres: Gabriel, el de anteojos, y José Antonio, el rubio. Se saludan, aunque entre dientes pareciera que se lanzan insultos. Cada uno ocupa el podio]

Desde su puesto, los tramoyistas comienzan a lanzar sus preguntas: “¿A qué presidente del pasado admiran?”, “¿le tienen miedo a la ingobernabilidad?”, “¿cómo van a lidiar con las bolsas de gatos que son sus partidos y aliados?” Los actores responden desde sus podios, con calma, lentos, sin mucha chispa. No puedes evitar bostezar, pero te emocionas cuando el diálogo avanza hacia el estallido social. Confías en que ahora sí verás un poco de acción. Pero no. El de anteojos se echa flores por su capacidad de diálogo y el rubio declara que, si él hubiera sido presidente, las protestas no habrían ocurrido pues todos serían felices. Esa última línea te suena. Parece que la escuchaste en otra obra, una de un tal Marco Enríquez-Ominami.

El de anteojos se echa flores por su capacidad de diálogo y el rubio declara que, si él hubiera sido presidente, las protestas no habrían ocurrido pues todos serían felices.

El acto sigue. El de anteojos declara que no habrá más protestas los viernes en Plaza Dignidad y que homenajear al Frente Patriótico Manuel Rodríguez y su legado fue un error. El rubio afirma no ser homofóbico y saca la lista de invitados del matrimonio de su hija para probarlo. De pronto, ambos comienzan a discutir: parece que han olvidado sus líneas, sólo improvisan y, por más que lo intenta, el tramoyista Iván no logra calmarlos. Daniel trata también, llevándolos a discutir sobre impuestos, pero tampoco tiene éxito. Ambos actores principales parecen seguir olvidando sus diálogos: el rubio le repite una y otra vez al de anteojos que cada día se parece más a él y éste lo niega, con la voz quebrada. “¡Bonos! ¡Bonos! ¿Quién va a dar bonos?” exclama, exasperado, el tramoyista Matías, como si nada más importara. Tú te preguntas si acaso esta será una obra del teatro del absurdo, pero lo cierto es que ni Ionesco en ácido se atrevió a tanto. Cae el telón.

Escena 3. Acto 1

[El mismo estudio de televisión ahora con Gabriel y José Antonio en sus podios. Iván, Daniel, Soledad y Matías siguen sentados tras un mesón]

Durante el intermedio pensaste que la obra no valía la pena y que tal vez era mejor volver a tu casa. Luego recordaste que el único canal que no la está transmitiendo es UCV Televisión y que, a esta hora, allí dan El Precio de la Historia. No estás seguro si prefieres ver a Rick o a estos dos, pero los actores comienzan a hablar y toman la decisión por ti. Quizás la obra se ponga más seria ahora, piensas, pero cuando al rubio le preguntan por qué sus amigos concejales acusaron de marxista y le quitaron los fondos al Dinosaurio Pichintún, pierdes toda esperanza. El rubio contraataca, y culpa al comunismo y a su odio a los zorrones por la cancelación de Lollapalooza. “Esto no es teatro. Con suerte le da para Teatro en Chilevisión”, quieres pararte y gritar, pero entonces, ocurre. El rubio interpela al de anteojos y lo acusa de negarse repetidas veces a hacerse un test de drogas. El de anteojos sonríe victorioso y saca de su chaqueta una espada, con la forma de ese mismo test. La obra ha cobrado un tono shakesperiano y tú te acomodas en tu asiento. El rubio queda desconcertado, le agradece al de anteojos, le vuelve a decir que se parece cada vez más a él, intenta hacer bromas propias de un Ministro de Salud, pero nada le resulta ya. El clímax de la escena ha llegado y el golpe ha sido certero. Durante el resto del acto los adversarios discuten sobre el narcotráfico, las vacunas, las pensiones (aunque ninguno parece tener idea de esto último) y hasta de un comercial de pañuelos Elite del que ya poca gente se acuerda.

Tú, al menos, no lo recuerdas.

Y poco importa, la verdad.

Porque en tu cabeza, solo se repite una escena:El de anteojos enrostrándole al rubio su test de drogas.

Vuelve a caer el telón.

El rubio interpela al de anteojos y lo acusa de negarse repetidas veces a hacerse un test de drogas. El de anteojos sonríe victorioso y saca de su chaqueta una espada, con la forma de ese mismo test. La obra ha cobrado un tono shakesperiano y tú te acomodas en tu asiento. El rubio queda desconcertado.

Escena 4. Acto 1

[El mismo estudio de televisión. Gabriel y José Antonio en sus podios, esta vez frente a frente. Iván, Daniel, Soledad y Matías se han alejado, tanto que ya casi no es posible verlos.]

Esta vez no te has movido de tu asiento. Apenas respiras. Hasta las ganas de ir al baño parecen haberte abandonado (alerta de spoiler: no te preocupes, pronto volverán). Estás expectante: al final de la escena anterior, los tramoyistas han anunciado que ahora viene el enfrentamiento final. Las preguntas cruzadas, le han llamado. Sabes que estás a punto de observar una escena memorable. Los actores se preparan, tensan sus músculos, toman posición de ataque y entonces el de anteojos suelta un “Permíteme partir hablando de mí”. ¿Qué es esto?, piensas, mientras él sigue describiendo lo dialogante que es. Querías ver una performance propia de teatro hiperrealista, con sangre y vísceras sobre el escenario, y lo único que recibiste fue un show propio de la Lucha Libre (que, seamos honestos, todos sabemos que es teatro también).

Pero aún queda una esperanza: el turno del rubio. No se le mueve ni un músculo cuando tilda al de anteojos de Pokemón, por su capacidad de evolución. Lo acusa de reconocer sus errores sólo cuando es descubierto. “¿Cuántas cosas más no conocemos de ti, y que nos vamos a ir enterando en la medida que se te vaya pillando y te vamos cuestionando para que tú pidas perdón?” La sala se encuentra en absoluto silencio. Todos aguantan la respiración, sabiendo que, en esa respuesta, se sostiene el final de la obra.

“No se puede instrumentalizar a las mujeres para una causa en la que más encima no crees”, suelta el de anteojos y le hace notar al rubio que él no ha usado los rumores que corren sobre su familia para atacar su candidatura. “Me parece que hay que ser un poquito más serio en estas cosas y no instrumentalizar el dolor de otras personas”. Macbeth está de vuelta sobre el escenario y a ti te dan ganas de ponerte de pie y aplaudir, como si hubiera terminado una película, estuvieras en un avión que acaba de aterrizar o cualquiera de esas situaciones que no ameritan aplausos, pero en las que chocamos nuestras palmas igual.

Pero aún queda una esperanza: el turno del rubio. No se le mueve ni un músculo cuando tilda al de anteojos de Pokemón, por su capacidad de evolución. Lo acusa de reconocer sus errores sólo cuando es descubierto.

Escena 4. Acto 2

Comienzan los monólogos finales, aunque no te importan mucho. Siempre es un poco más de lo mismo y a ti, esa cosa como de teatro griego, la verdad es que no te gusta. Además, temes que se ponga de moda lo que hacía un tal Sebastián Sichel que, intentando romper la cuarta pared, te hablaba mirándote a los ojos y causándote más incomodidad que padre cuidando la fiesta de su hija quinceañera. Además, tú sabes que en toda obra, la clave no está tanto en las palabras como en la actuación. Al igual que en la política, en el teatro lo que importa es que los actores puedan convencernos de que lo suyo no es impostura, sino interpretación. Convencernos de que no nos están mintiendo y que están conectándonos con lo que significa ser humanos. Una buena obra de teatro, aunque sea por dos horas, te permite alcanzar la catarsis, perder los miedos y llenarte de esperanza.

Si ésta lo ha sido o no, y cuál ha sido el actor que te ha hecho sentir así, es una pregunta que deberá contestar, este domingo, cada miembro de la audiencia.

Cae el telón de nuevo y esta vez no se levanta más. Tú si lo haces, y sales de la sala con muchas de las respuestas que no tenías antes de entrar a esta obra.

Aunque todavía con una gran pregunta, que no puedes sacarte de la cabeza:¿Qué habrá sido del pobre Dinosaurio Pichintún?

*Rodrigo Mayorga es profesor, historiador, antropólogo educacional, autor de “Relatos de un chileno en Nueva York” (con el seudónimo de Roberto Romero) y director de la fundación Momento Constituyente (http://www.momentoconstituyente.cl).

También puedes leer: No todo se dice con palabras: Qué significaron las sonrisas y gestos de Boric y Kast en el debate


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